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jueves, 18 de octubre de 2012

Crítica: SIBILA (1962) -Última Parte-

SERGE BOURGUIGNON










Françoise fantaseará con ser médico, lo que servirá de perfecta excusa para encadenar con Madeleine, la novia de Pierre, que es enfermera.
Una sucesión de encuadres, Françoise a través de una ventana, Carlos a través de sus obras de arte y Pierre en la pajarera ya acabada. Ejemplar uso del simbolismo. Cada uno con lo suyo y su necesidad. Pierre ha logrado terminar la pajarera al mismo tiempo que ha creado otra con la niña, ajenos al resto del mundo.

Se suceden las excursiones y pequeños gestos simbólicos con conflictos. Françoise jugará a la gallinita ciega, juego que representa a la perfección el estado en el que se encuentra Pierre. Surgen los celos y nuestro protagonista se comportará como el niño que es, pegará a otro y se enfurruñará por los halagos al “caballero andante”. Pierre, con Françoise en brazos a través de los árboles, disfruta de su reducto de paz escuchando las fantasías de la pequeña, de sueños…

Todo empezará a torcerse con la mirada adulta. Una especie de triángulo o cuadrado amoroso disfuncional y extraño. Pierre, Madeleine, Françoise y Bernard (André Oumansky), que no puede caerme peor.

 
 
Madeleine preparará una salida con Pierre, lo que crear perturbación en el protagonista al no poder asistir a su cita con Françoise. Allí se muestra antisocial, incómodo en un mundo y un entorno que no es el suyo. Mirará a través de su copa viendo distorsionados al resto de comensales, lo que ejemplifica su mirada distinta, su lejanía con respecto a ellos. Una nueva distorsión de la realidad, como la mirada caleidoscópica a través de las pierdas que hizo Françoise. Al mismo tiempo intentará evocar el mundo que comparte con la niña creando círculos, como los del estanque, en un pequeño cenicero y con una de las piedras de colores… una forma infantil de acercarse a ella.



Otro círculo será significativo, el que hace Pierre en un cristal empañado antes de irse de la comida con los amigos de Madeleine. Desde allí verá al “caballero andante”. El círculo, la llave de acceso a un mundo de evasión e irreal. Esto tendrá su continuación cuando vea aparecer al caballero a través de la niebla.

La fiesta con los amigos de Madeleine sigue en una feria y lo primero que veremos al llegar será una noria encuadrada con dos de los animales  más referenciados de la película, el caballo y el gallo. El mundo infantil representado.




En la feria se siguen vinculado los elementos que forman el universo creado por Pierre y Françoise, sus confidencias y juegos personales, cuando vemos a la adivina y su bola de cristal, que nos recuerda a la mencionada por la niña de su abuela. A esto le sumaremos el cuchillo mágico que también tendrá la adivina y que Pierre robará para regalárselo a Françoise. El zoom hacia la bola de cristal que sostiene la adivina es un subrayado innecesario.







Desde la puesta en escena todo mantiene la misma coherencia, veremos el rostro de la adivina distorsionado por una pecera ante ella, como si de otro personaje figurado se tratara. Todo este conflicto entre la realidad del mundo que Pierre se ve obligado a compartir con Madeleine y sus amigos y el deseo de éste de ir con Françoise tendrá una catarsis violenta en los coches de choque, cuando ve allí a la niña, una coincidencia algo artificiosa. Su reacción infantil es la consecuencia lógica a su forzada contención y frustración.

La visita reconciliatoria por haber faltado a la cita de Pierre a Françoise será rodada desde fuera de la habitación a través de los cristales, otro encuadre dentro del encuadre que nos muestra esa realidad alterada en la que pretenden vivir los dos.


Debemos mencionar especialmente al personaje de Madeleine, una devota y entregada novia que hará todo lo posible por hacer reaccionar a Pierre y que éste se sienta querido. Se desvive y sufre por él, aguanta con estoicismo sus desplantes, es sacrificada y amorosa, es pura comprensión. Sufrirá mucho, especialmente cuando descubra su secreto con la pequeña Françoise. Imposible no enamorarse de ella, el único “pero”,  que mantenga la amistad con el cargante y petulante Bernard, que será el culpable de los acontecimientos finales.

Una desesperada Madeleine irá a ver a Carlos, otro maravilloso personaje, e increíblemente sabio, para ver qué puede hacer. Carlos da todas las claves de la personalidad de Pierre y casi de la película, es lúcido y sensible, comprensivo e inteligente, el problema vendrá cuando a la ingenua Madeleine le dé por confiar en el plasta de Bernard. En esta escena, donde Madeleine se sincera con Carlos, veremos a la desconsolada chica tras las jaulas de pájaros, hasta en dos ocasiones en momentos distintos, una de ellas tras un ligero travelling, con ello se resalta la sensación de angustia, de opresión y confusión que tiene Madeleine. Los otros dos personajes, Carlos y su mujer, no quedarán tapados por las mencionadas jaulas, como prueba de lo que comento. Cree estar atrapada sin poder hallar una solución.





“¿Está muerta? ¿La he matado?”

La mujer de Carlos, otro personaje supuestamente racional y, por tanto, negativo, reprochará a su marido lo que dice con estas palabras: “La realidad no es como en tus sueños”.

Los consejos de Carlos son completamente acertados, parece conocer a Pierre mejor que nadie, y así se demostrará al final. 

No ensucies algo hermoso”.

El tren volverá a aparecer. Veremos el puente por el que se fue Madeleine en una escena del inicio y cómo el tren la tapa intermitentemente junto a Pierre, como al inicio también. Los secretos y mentiras, las sombras de desconocimiento, los recuerdos que no vienen, en el caso de Pierre, y los secretos que no descubre en el caso de Madeleine. Ella no cogerá el tren, seguirá a Pierre para descubrir en qué consiste la relación que tiene con la pequeña Françoise.



El espionaje de Madeleine nos deja uno de los momentos más bellos y significativos de la cinta. Madeleine observará a la inocente pareja, sus juegos, su ritual con los círculos en el agua, sus brincos, carreras y gestos de cariño, el juego con el cuchillo de la adivina, los necesarios árboles… la fantasía de los niños en suma. Una bellísima escena donde la pareja vive su amor de niñez con un tono onírico que casi recuerda  a Frankenstein. La escena concluirá con un hermosísimo plano de Madeleine sonriendo, satisfecha, y descubriendo como se le caen los prejuicios y malos pensamientos al suelo. Un deleite.


En la escena en la cafetería la confusión sobre la realidad se hace aún más significativa, parece una cafetería inventada por la pareja, como si no existiera nada más que en sus cabezas, una reconstrucción de ese otro lugar deteriorado donde Pierre confesó que había dejado de pensar en sus obsesiones o donde pasarán la noche de Navidad.

Son muchas las reflexiones que nos puede evocar esta bella película, una de ellas es la importancia que se da a los recuerdos. El recuerdo como el germen de la existencia. En este sentido Françoise reflexionará sobre el hecho de que si nadie la recuerda dejará de existir, de que si muriera en ese momento nadie sabría verdaderamente quién es porque nadie conoce su verdadero nombre. Esta idea de la necesidad de ser recordada se vincula de forma perfecta con el problema de Pierre, un hombre castrado por la amnesia que es, precisamente, el único que la recordaría y al único al que confesará Françoise su verdadero nombre.

Así llegamos al día de Navidad y al regalo de Françoise. Una maravillosa idea de guión, regalar su nombre y por extensión lo que ella identifica con su verdadero ser. Ahora que Pierre sabe su nombre ya no será olvidada. Cybèle- Sibila.

El, en teoría, rechazado pretendiente de Madeleine, Bernard, será el que pervertirá de mala manera la inocente relación de los protagonistas, todo por culpa de la excesiva confianza de Madeleine. Con todo, la devota novia pondrá las cosas claras y hará otra de las reflexiones claves de la película acerca de los prejuicios y la sociedad biempensante, que oculta una intolerancia radical cuando algo se sale de sus límites.


“¿La sinceridad te hace sentir incómodo?”

Pierre no se quedará atrás con respecto a Cybèle en su gesto e irá a por el prometido gallo del campanario, promesas idealizadas y eternas que calcan esos sentimientos infantiles que todos hemos vivido… o deberíamos. Una vez Pierre esté recogiendo el regalo de Cybèle se dará cuenta de que el vértigo desapareció, y si hacemos caso al sabio Carlos eso implicaría que está curado… que ya no necesita mirar al pasado para saber quién es, sino crear un nuevo pasado para hacerlo. Ese es otro regalo que le hace la niña.


El momento en el que Madeleine recibe la trágica noticia es realmente desgarrador, casi no se puede creer.

Desgraciadamente las conclusiones de Bourguignon no son optimistas. La inocencia y los sentimientos puros no logran abrirse paso en una sociedad pervertida, malpensada. Cuando Cybèle ve a su amado Pierre muerto dirá: “Ya no tengo nombre. Ya no tengo nombre. ¡Ya no soy nadie! ¡No soy nada

Este comentario sutilmente egoísta, en realidad sitúa a Cybèle como una alegoría de la inocencia.

No es gratuito que el plano en el que acaban los títulos de crédito sea el de la nieve blanca y pura.


Antes de concluir encaro la placentera misión de comentar un poco uno de los elementos más increíbles de una increíble película ya de por sí. Patricia Gozzi. La niña que interpreta a Cybèle te conmoverá hasta el tuétano, una de las interpretaciones infantiles más alucinantes, frescas y sorprendentes que se han visto en el cine. Cada gesto, la expresividad sin límites de su rostro, te enamoran y rinden ante ella. Patricia Gozzi es la auténtica personificación de la sinceridad y la espontaneidad. No exagero, lo comprobaréis.


Sibila” acaba significando también una maravillosa y sensible apología de la diferencia, de lo distinto, de todo lo que se sale de eso tan castrador que llamamos normalidad. Contra la intolerancia de la normalidad, a favor de la pureza y lo auténtico.

Una auténtica joya imprescindible para los cinéfilos más exigentes.


 

Dedicada a Rubén Redondo, un alma gemela en esto del cine


miércoles, 17 de octubre de 2012

Crítica: SIBILA (1962) -Parte 1/2-

SERGE BOURGUIGNON










Hermosa. Una película hermosa. Es la mejor manera de calificar a esta desconocida película francesa sobre el amor puro, sobre el encontrarse y reinventarse a sí mismo, sobre el sacrificio, sobre los prejuicios sociales…

Un piloto padece amnesia al sufrir un accidente de avión en un bombardeo sobre Indochina. Su novia, una enfermera que lo cuidó en su convalecencia, intenta hacerle lo más llevadera posible su recuperación, pero será una niña con la que se encontrará casualmente la que le devuelva las ganas de vivir y le haga recuperar sentimientos que tenía olvidados.



Uno de los aspectos más reseñables de esta cinta viene desde la puesta en escena, la forma de mostrar visualmente la perturbación de los personajes, o su indefinición, su ausencia de personalidad, como le ocurre al protagonista. De esta manera Pierre (Hardy Krüger), el piloto que nos guiará por su amnésica historia, será mostrado tras objetos que lo difuminan o distorsionan en muchas ocasiones, buscando transmitir esta sensación. Uno de los muchos grandes detalles de puesta en escena.

Como ejemplo tendremos un tren que pasa delante de él y sólo nos permitirá verlo intermitentemente, como los claroscuros que tiene su memoria.


Pierre reaccionará emocionalmente a la presencia de una niña, que contrasta con aquella pequeña que vio en su ataque aéreo en el breve prólogo de la cinta. Un personaje que parece ajeno a lo que le rodea, y sólo la presencia de la niña parece despertarle, hacerle salir de su mundo. Esto volveremos a verlo perfectamente mostrado de forma visual en un encuadre que incluye a Pierre sentado y a la niña, dejando fuera al padre de ésta. El ansia de Pierre será que ella no llore, busca su sonrisa, parece necesitar de su pureza. 


Pierre vaga sin un rumbo fijo por la parada de tren, no parece tener otra cosa que hacer, pero esa niña y su llanto le hace reaccionar. Vencerá varias puertas para salir en su búsqueda e intentar darle un regalo. Esa superación de puertas se antoja simbólica de lo que tendrá que ir logrando para salir de su frustrante amnesia.



Pronto entenderemos el llanto de la niña. Va a ser encerrada en un internado e intuimos, por la actitud del padre, que no piensa venir a recogerla. El intrigado Pierre los seguirá por oscuras calles.

Otro de los aspectos de puesta en escena, y encuadre, más destacados lo tenemos en esos planos a través de cristales o donde se limita el encuadre con otro marco, es decir, un encuadre dentro del encuadre, como el plano de Pierre en la estación de tren, una vez ha vuelto de su investigación con la cartera que dejó el padre de la chica, y que nos muestra su figura a través de un pequeño círculo. Con esto se indica su limitación, una vida acotada por los recuerdos perdidos. Un mundo, el de Pierre, limitado. En un principio nos parece algo corto, pero simplemente sufre una especie de regresión frustrante.

A la vuelta del colegio donde el padre dejó a la niña, ya en la estación de nuevo, presenciaremos un artificioso recurso de guión en el diálogo de Pierre con el taquillero, que tiene la única intención, y se nota demasiado, de decirnos a él y a nosotros que el padre no volverá.



En la escena siguiente tendremos otro detalle de gran dirección en la forma que tiene Serge Bourguignon de mostrar los pensamientos dispersos de su protagonista. Una cámara indecisa que se acaba posando en el rostro de Pierre para luego hacer un contraplano del techo. Pensamientos que vuelan, recuerdos que no llegan. ¡Cuántas veces habremos mirado distraídamente nuestros techos, segmentos indeterminados de los mismos! Su amnesia le hace infeliz.

La novia de Pierre es absolutamente encantadora, un personaje profundamente conmovedor, imposible no enamorarse de esa chica y su amor incondicional hacia Pierre. Tras una conversación íntima en la cama, presidida por una foto que recuerda los pasados días bélicos, la pareja paseará y Madeleine, la novia, se marchará por un simbólico puente al paso de un tren. Es la transición, el momento de evolución en el que se encuentran los personajes. Madeleine será clave. Es otro tren, como el que vimos al inicio y como el que veremos posteriormente. Un tren que nunca vemos coger a los personajes, en una especie de pausa vital. Madeleine (Nicole Courcel), resulta muy sexy.




Un lugar frente a la casa de su sabio amigo Carlos, repleto de árboles, es un reducto de paz para la hiperactiva mente de Pierre, un lugar que nos sugiere el origen, lo primitivo, lo natural. Con su amigo Carlos (Daniel Ivernel) está construyendo una pajarera, otro aspecto simbólico de lo que le sucede al bueno de Pierre, construye un lugar para encerrar pájaros, de igual forma que querrá encerrar sus recuerdos. Su evolución irá paralela a la construcción de la jaula.


Carlos le hablará de los sonidos de percusión que escucha, que se sabe de memoria, lo hará tras el enrejado, mientras que Pierre, sin memoria, estará sin nada enfrente, así se entiende mejor el simbolismo de la jaula, la necesidad de retener recuerdos para forjarnos. Pierre debe empezar a forjarse de nuevo, está en construcción, como la jaula.










Poco después veremos otro plano de desvirtuación de la personalidad de Pierre, cuando lo vemos tras un cristal ante el que se reflejan los árboles que tanto le fascinan. Carlos y Pierre reflexionarán sobre el vértigo que le produce mirar a los árboles, Carlos dirá que cuando deje de sentir ese vértigo estará curado. En ese momento tendremos otro plano que desarrolla la idea de esa personalidad difuminada de Pierre que debe ir creándose, cuando lo veamos tras el enrejado, esta vez sí, del ascensor que sube a recogerle y ante el que Carlos le obliga a superar ese vértigo.


La creatividad visual de la puesta en escena de Bourguignon es tremenda, mimo en cada plano. Una pena no ver ese interés en el cine actual… Un grandioso ejemplo lo tenemos en esa escena donde el encuadre es partido por un retrovisor, de manera que en la parte derecha vemos lo que tenemos delante, mientras que en la izquierda vemos lo que vamos dejando atrás a través del mencionado retrovisor del coche en el que viaja la cámara. Una manera perfecta de retratar el conflicto del personaje, el pasado y el presente, en el que veremos al propio Pierre paseando.




Pierre comienza su relación con la niña y los paralelismos entre ambos empiezan a sucederse. A la pequeña le han cambiado el nombre porque el suyo no era cristiano. Su nombre será una incógnita hasta el final para Pierre y para nosotros, pero ella de alguna forma queda despersonalizada con ese gesto, y además tendrá un continuo miedo a desaparecer si Pierre no la recuerda. Su nuevo nombre es Françoise (Patricia Gozzi). Dos personajes despersonalizados que deben reinventarse, volver a empezar, ella por el abandono de su padre, él por su amnesia. La escena donde se nos cuenta todo esto está rodada en un extremo picado, siguiendo el paseo de la extraña pareja, que se rubrica con un gallo, que será importante, situado, precisamente, al lado de la cámara desde donde se encuadra a los protagonistas.

Cuando Pierre desvele la verdad a Françoise tendremos una escena realmente tierna. El lloro de ella y la sensibilidad de él con su trato. Ella desamparada y él confundido. El juramento y el secreto en que fundamentarán su relación Pierre y la pequeña Françoise nos dejará otro buen momento de puesta en escena. Rodada en la escalera fuera de la casa, la luz no dejará de apagarse, un juego de luces y sombras que vuelve a exponer la confusión en la vida de Pierre, esa parte suya olvidada, además de sugerir un presagio de desgracia.


Pierre va a rescatar a la niña porque se identifica con ella de alguna manera, por muchas razones, por su desamparo y porque subconscientemente ama lo puro. Es por ello que no puede superar el hecho que vimos al inicio de la película, con otra niña de por medio.


La influencia de la Nouvelle Vague está presente en la cinta, especialmente en ese uso de los exteriores de forma continua.

Pierre y Françoise irán de excursión y marcarán la pauta de lo que será su relación, sus rituales, rutinas y mitologías. Los planos desde el agua vuelven a difuminar a Pierre, un reflejo de sí mismo. Los momentos de la pareja en ese parque tienen un halo onírico, de ensoñación, de fantasía, el mundo de los niños, de la ilusión, un mundo aparte generado por y para ellos en exclusiva. Así habrá caballeros andantes, “trozos de estrellas” y otro símbolo importante, los círculos.



Ya vimos como un pequeño círculo encuadraba a Pierre al inicio de la película en la estación. Los círculos que se formen en el agua al tirar una piedra serán simbólicos para la pareja, su forma de evadirse y protegerse de un mundo que no los quiere o comprende. Dentro del círculo están en casa. Planos que vuelven a desvirtuar a Pierre, pero que evolucionan, ahora no son de confusión, son de protección y aislamiento del entorno junto a Françoise.



Luego, un plano cogido desde el reflejo de la pareja en el agua nos indica ese mundo irreal, imposible, que pretenden crear, imposible en una sociedad prejuiciosa. Un reflejo inestable, que se tambalea, tan bello como aparentemente frágil, tan frágil que una pequeña piedra lanzada lo hace desaparecer. Un hermosísimo plano, de una belleza abismal y triste, que presagia el futuro. Algo efímero, volátil, como un recuerdo…

Así Pierre y Françoise se evadirán constantemente de la realidad, son dos niños, generan mundos increíbles, la falsa tumba del padre de Françoise, los trozos de estrella, el idealizado futuro juntos, las fantásticas historias de la niña… El caballero andante.



Un ciclista nos señala que seguimos en el mundo “real”, pero es obviado completamente por la pareja.

Todo esto es simbolizado en esa mirada caleidoscópica que vemos a través de la piedra que Pierre regala a Françoise, una mirada ajena a lo convencional que parece necesitar todos los puntos de vista posible, todo un universo al alcance de la mirada y el pensamiento. Pierre disfruta tanto que olvida sus obsesiones, lo que le asusta, porque se había dedicado en exclusiva a ello. Su evolución continúa, está generando su nuevo mundo y su nueva vida. Estos miedos los expondrá en un deteriorado edificio, como su mente.




 

Dedicada a Rubén Redondo, un cinéfilo por el que ha merecido la pena entrar en twitter