Françoise fantaseará con ser médico, lo que servirá de
perfecta excusa para encadenar con Madeleine, la novia de Pierre, que es
enfermera.
Una sucesión de encuadres, Françoise a través de una
ventana, Carlos a través de sus obras de arte y Pierre en la pajarera ya
acabada. Ejemplar uso del simbolismo. Cada uno con lo suyo y su necesidad.
Pierre ha logrado terminar la pajarera al mismo tiempo que ha creado otra con
la niña, ajenos al resto del mundo.
Se suceden las excursiones y pequeños gestos simbólicos con
conflictos. Françoise jugará a la gallinita ciega, juego que representa a la
perfección el estado en el que se encuentra Pierre. Surgen los celos y nuestro
protagonista se comportará como el niño que es, pegará a otro y se enfurruñará
por los halagos al “caballero andante”. Pierre, con Françoise en brazos a
través de los árboles, disfruta de su reducto de paz escuchando las fantasías
de la pequeña, de sueños…
Todo empezará a torcerse con la mirada adulta. Una especie
de triángulo o cuadrado amoroso disfuncional y extraño. Pierre, Madeleine,
Françoise y Bernard (André Oumansky), que no puede caerme peor.
Madeleine preparará una salida con Pierre, lo que crear
perturbación en el protagonista al no poder asistir a su cita con Françoise.
Allí se muestra antisocial, incómodo en un mundo y un entorno que no es el
suyo. Mirará a través de su copa viendo distorsionados al resto de comensales,
lo que ejemplifica su mirada distinta, su lejanía con respecto a ellos. Una nueva
distorsión de la realidad, como la mirada caleidoscópica a través de las
pierdas que hizo Françoise. Al mismo tiempo intentará evocar el mundo que comparte con la
niña creando círculos, como los del estanque, en un pequeño cenicero y con una de
las piedras de colores… una forma infantil de acercarse a ella.
Otro círculo será significativo, el que hace Pierre en un
cristal empañado antes de irse de la comida con los amigos de Madeleine. Desde
allí verá al “caballero andante”. El círculo, la llave de acceso a un mundo de
evasión e irreal. Esto tendrá su continuación cuando vea aparecer al caballero
a través de la niebla.
La fiesta con los amigos de Madeleine sigue en una feria y
lo primero que veremos al llegar será una noria encuadrada con dos de los
animalesmás referenciados de la
película, el caballo y el gallo. El mundo infantil representado.
En la feria se siguen vinculado los elementos que forman el
universo creado por Pierre y Françoise, sus confidencias y juegos personales,
cuando vemos a la adivina y su bola de cristal, que nos recuerda a la
mencionada por la niña de su abuela. A esto le sumaremos el cuchillo mágico que
también tendrá la adivina y que Pierre robará para regalárselo a Françoise. El
zoom hacia la bola de cristal que sostiene la adivina es un subrayado
innecesario.
Desde la puesta en escena todo mantiene la misma coherencia,
veremos el rostro de la adivina distorsionado por una pecera ante ella, como si
de otro personaje figurado se tratara. Todo este conflicto entre la realidad
del mundo que Pierre se ve obligado a compartir con Madeleine y sus amigos y
el deseo de éste de ir con Françoise tendrá una catarsis violenta en los coches
de choque, cuando ve allí a la niña, una coincidencia algo artificiosa. Su reacción
infantil es la consecuencia lógica a su forzada contención y frustración.
La visita reconciliatoria por haber faltado a la cita de
Pierre a Françoise será rodada desde fuera de la habitación a través de los
cristales, otro encuadre dentro del encuadre que nos muestra esa realidad
alterada en la que pretenden vivir los dos.
Debemos mencionar especialmente al personaje de Madeleine,
una devota y entregada novia que hará todo lo posible por hacer reaccionar a
Pierre y que éste se sienta querido. Se desvive y sufre por él, aguanta con
estoicismo sus desplantes, es sacrificada y amorosa, es pura comprensión.
Sufrirá mucho, especialmente cuando descubra su secreto con la pequeña
Françoise. Imposible no enamorarse de ella, el único “pero”, que mantenga la amistad con el cargante y
petulante Bernard, que será el culpable de los acontecimientos finales.
Una desesperada Madeleine irá a ver a Carlos, otro
maravilloso personaje, e increíblemente sabio, para ver qué puede hacer. Carlos
da todas las claves de la personalidad de Pierre y casi de la película, es
lúcido y sensible, comprensivo e inteligente, el problema vendrá cuando a la
ingenua Madeleine le dé por confiar en el plasta de Bernard. En esta escena,
donde Madeleine se sincera con Carlos, veremos a la desconsolada chica tras las
jaulas de pájaros, hasta en dos ocasiones en momentos distintos, una de ellas
tras un ligero travelling, con ello se resalta la sensación de angustia, de
opresión y confusión que tiene Madeleine. Los otros dos personajes, Carlos y su
mujer, no quedarán tapados por las mencionadas jaulas, como prueba de lo que
comento. Cree estar atrapada sin poder hallar una solución.
“¿Está muerta? ¿La he matado?”
La mujer de Carlos, otro personaje supuestamente racional y,
por tanto, negativo, reprochará a su marido lo que dice con estas palabras: “La
realidad no es como en tus sueños”.
Los consejos de Carlos son completamente acertados, parece
conocer a Pierre mejor que nadie, y así se demostrará al final.
“No ensucies algo hermoso”.
El tren volverá a aparecer. Veremos el puente por el que se
fue Madeleine en una escena del inicio y cómo el tren la tapa intermitentemente
junto a Pierre, como al inicio también. Los secretos y mentiras, las sombras de
desconocimiento, los recuerdos que no vienen, en el caso de Pierre, y los
secretos que no descubre en el caso de Madeleine. Ella no cogerá el tren,
seguirá a Pierre para descubrir en qué consiste la relación que tiene con la
pequeña Françoise.
El espionaje de Madeleine nos deja uno de los momentos más
bellos y significativos de la cinta. Madeleine observará a la inocente pareja,
sus juegos, su ritual con los círculos en el agua, sus brincos, carreras y
gestos de cariño, el juego con el cuchillo de la adivina, los necesarios
árboles… la fantasía de los niños en suma. Una bellísima escena donde la pareja
vive su amor de niñez con un tono onírico que casi recuerda a Frankenstein. La escena concluirá con un
hermosísimo plano de Madeleine sonriendo, satisfecha, y descubriendo como se le
caen los prejuicios y malos pensamientos al suelo. Un deleite.
En la escena en la cafetería la confusión sobre la realidad
se hace aún más significativa, parece una cafetería inventada por la pareja,
como si no existiera nada más que en sus cabezas, una reconstrucción de ese
otro lugar deteriorado donde Pierre confesó que había dejado de pensar en sus
obsesiones o donde pasarán la noche de Navidad.
Son muchas las reflexiones que nos puede evocar esta bella
película, una de ellas es la importancia que se da a los recuerdos. El recuerdo
como el germen de la existencia. En este sentido Françoise reflexionará sobre
el hecho de que si nadie la recuerda dejará de existir, de que si muriera en
ese momento nadie sabría verdaderamente quién es porque nadie conoce su
verdadero nombre. Esta idea de la necesidad de ser recordada se vincula de
forma perfecta con el problema de Pierre, un hombre castrado por la amnesia que
es, precisamente, el único que la recordaría y al único al que confesará
Françoise su verdadero nombre.
Así llegamos al día de Navidad y al regalo de Françoise. Una
maravillosa idea de guión, regalar su nombre y por extensión lo que ella
identifica con su verdadero ser. Ahora que Pierre sabe su nombre ya no será
olvidada. Cybèle- Sibila.
El, en teoría, rechazado pretendiente de Madeleine, Bernard,
será el que pervertirá de mala manera la inocente relación de los
protagonistas, todo por culpa de la excesiva confianza de Madeleine. Con todo,
la devota novia pondrá las cosas claras y hará otra de las reflexiones claves
de la película acerca de los prejuicios y la sociedad biempensante, que oculta
una intolerancia radical cuando algo se sale de sus límites.
“¿La sinceridad te hace sentir incómodo?”
Pierre no se quedará atrás con respecto a Cybèle en su
gestoe irá a por el prometido gallo del
campanario, promesas idealizadas y eternas que calcan esos sentimientos
infantiles que todos hemos vivido… o deberíamos. Una vez Pierre esté recogiendo
el regalo de Cybèle se dará cuenta de que el vértigo desapareció, y si hacemos
caso al sabio Carlos eso implicaría que está curado… que ya no necesita mirar
al pasado para saber quién es, sino crear un nuevo pasado para hacerlo. Ese es
otro regalo que le hace la niña.
El momento en el que Madeleine recibe la trágica noticia es
realmente desgarrador, casi no se puede creer.
Desgraciadamente las conclusiones de Bourguignon no son
optimistas. La inocencia y los sentimientos puros no logran abrirse paso en una
sociedad pervertida, malpensada. Cuando Cybèle ve a su amado Pierre muerto
dirá: “Ya no tengo nombre. Ya no tengo nombre. ¡Ya no soy nadie! ¡No soy nada!
Este comentario sutilmente egoísta, en realidad sitúa a
Cybèle como una alegoría de la inocencia.
No es gratuito que el plano en el que acaban los títulos de
crédito sea el de la nieve blanca y pura.
Antes de concluir encaro la placentera misión de comentar un
poco uno de los elementos más increíbles de una increíble película ya de por
sí. Patricia Gozzi. La niña que interpreta a Cybèle te conmoverá hasta el
tuétano, una de las interpretaciones infantiles más alucinantes, frescas y
sorprendentes que se han visto en el cine. Cada gesto, la expresividad sin
límites de su rostro, te enamoran y rinden ante ella. Patricia Gozzi es la
auténtica personificación de la sinceridad y la espontaneidad. No exagero, lo
comprobaréis.
“Sibila” acaba significando también una maravillosa y
sensible apología de la diferencia, de lo distinto, de todo lo que se sale de
eso tan castrador que llamamos normalidad. Contra la intolerancia de la
normalidad, a favor de la pureza y lo auténtico.
Una auténtica joya imprescindible para los cinéfilos más
exigentes.
Dedicada a Rubén Redondo, un alma gemela en esto del cine.
Hermosa. Una película hermosa. Es la mejor manera de
calificar a esta desconocida película francesa sobre el amor puro, sobre el
encontrarse y reinventarse a sí mismo, sobre el sacrificio, sobre los
prejuicios sociales…
Un piloto padece amnesia al sufrir un accidente de avión en un
bombardeo sobre Indochina. Su novia, una enfermera que lo cuidó en su
convalecencia, intenta hacerle lo más llevadera posible su recuperación, pero
será una niña con la que se encontrará casualmente la que le devuelva las ganas
de vivir y le haga recuperar sentimientos que tenía olvidados.
Uno de los aspectos más reseñables de esta cinta viene desde
la puesta en escena, la forma de mostrar visualmente la perturbación de los
personajes, o su indefinición, su ausencia de personalidad, como le ocurre al
protagonista. De esta manera Pierre (Hardy Krüger), el piloto que nos guiará
por su amnésica historia, será mostrado tras objetos que lo difuminan o
distorsionan en muchas ocasiones, buscando transmitir esta sensación. Uno de los
muchos grandes detalles de puesta en escena.
Como ejemplo tendremos un tren que pasa delante de
él y sólo nos permitirá verlo intermitentemente, como los claroscuros que tiene
su memoria.
Pierre reaccionará emocionalmente a la presencia de una
niña, que contrasta con aquella pequeña que vio en su ataque aéreo en el breve
prólogo de la cinta. Un personaje que parece ajeno a lo que le rodea, y sólo la
presencia de la niña parece despertarle, hacerle salir de su mundo. Esto volveremos
a verlo perfectamente mostrado de forma visual en un encuadre que incluye a
Pierre sentado y a la niña, dejando fuera al padre de ésta. El ansia de Pierre
será que ella no llore, busca su sonrisa, parece necesitar de su pureza.
Pierre vaga sin un rumbo fijo por la parada de tren, no
parece tener otra cosa que hacer, pero esa niña y su llanto le hace reaccionar. Vencerá varias puertas para salir en su búsqueda e intentar darle un regalo.
Esa superación de puertas se antoja simbólica de lo que tendrá que ir logrando
para salir de su frustrante amnesia.
Pronto entenderemos el llanto de la niña. Va a ser encerrada
en un internado e intuimos, por la actitud del padre, que no piensa venir a
recogerla. El intrigado Pierre los seguirá por oscuras calles.
Otro de los aspectos de puesta en escena, y encuadre, más
destacados lo tenemos en esos planos a través de cristales o donde se limita el
encuadre con otro marco, es decir, un encuadre dentro del encuadre, como el
plano de Pierre en la estación de tren, una vez ha vuelto de su
investigación con la cartera que dejó el padre de la chica, y que nos muestra
su figura a través de un pequeño círculo. Con esto se indica su limitación, una
vida acotada por los recuerdos perdidos. Un mundo, el de Pierre, limitado. En
un principio nos parece algo corto, pero simplemente sufre una especie de
regresión frustrante.
A la vuelta del colegio donde el padre dejó a la niña, ya en
la estación de nuevo, presenciaremos un artificioso recurso de guión en el
diálogo de Pierre con el taquillero, que tiene la única intención, y se nota
demasiado, de decirnos a él y a nosotros que el padre no volverá.
En la escena siguiente tendremos otro detalle de gran
dirección en la forma que tiene Serge Bourguignon de mostrar los pensamientos
dispersos de su protagonista. Una cámara indecisa que se acaba posando en el
rostro de Pierre para luego hacer un contraplano del techo. Pensamientos que
vuelan, recuerdos que no llegan. ¡Cuántas veces habremos mirado distraídamente
nuestros techos, segmentos indeterminados de los mismos! Su amnesia le hace
infeliz.
La novia de Pierre es absolutamente encantadora, un
personaje profundamente conmovedor, imposible no enamorarse de esa chica y su
amor incondicional hacia Pierre. Tras una conversación íntima en la cama,
presidida por una foto que recuerda los pasados días bélicos, la pareja paseará
y Madeleine, la novia, se marchará por un simbólico puente al paso de un tren.
Es la transición, el momento de evolución en el que se encuentran los
personajes. Madeleine será clave. Es otro tren, como el que vimos al inicio y
como el que veremos posteriormente. Un tren que nunca vemos coger a los
personajes, en una especie de pausa vital. Madeleine (Nicole Courcel), resulta
muy sexy.
Un lugar frente a la casa de su sabio amigo Carlos, repleto
de árboles, es un reducto de paz para la hiperactiva mente de Pierre, un lugar
que nos sugiere el origen, lo primitivo, lo natural. Con su amigo Carlos (Daniel Ivernel) está
construyendo una pajarera, otro aspecto simbólico de lo que le sucede al bueno
de Pierre, construye un lugar para encerrar pájaros, de igual forma que querrá
encerrar sus recuerdos. Su evolución irá paralela a la construcción de la
jaula.
Carlos le hablará de los sonidos de percusión que escucha,
que se sabe de memoria, lo hará tras el enrejado, mientras que Pierre, sin
memoria, estará sin nada enfrente, así se entiende mejor el simbolismo de la
jaula, la necesidad de retener recuerdos para forjarnos. Pierre debe empezar a
forjarse de nuevo, está en construcción, como la jaula.
Poco después veremos otro plano de desvirtuación de la
personalidad de Pierre, cuando lo vemos tras un cristal ante el que se reflejan
los árboles que tanto le fascinan. Carlos y Pierre reflexionarán sobre el
vértigo que le produce mirar a los árboles, Carlos dirá que cuando deje de
sentir ese vértigo estará curado. En ese momento tendremos otro plano que
desarrolla la idea de esa personalidad difuminada de Pierre que debe ir
creándose, cuando lo veamos tras el enrejado, esta vez sí, del ascensor que sube
a recogerle y ante el que Carlos le obliga a superar ese vértigo.
La creatividad visual de la puesta en escena de Bourguignon
es tremenda, mimo en cada plano. Una pena no ver ese interés en el cine actual…
Un grandioso ejemplo lo tenemos en esa escena donde el encuadre es partido por
un retrovisor, de manera que en la parte derecha vemos lo que tenemos delante,
mientras que en la izquierda vemos lo que vamos dejando atrás a través del
mencionado retrovisor del coche en el que viaja la cámara. Una manera perfecta
de retratar el conflicto del personaje, el pasado y el presente, en el que
veremos al propio Pierre paseando.
Pierre comienza su relación con la niña y los paralelismos
entre ambos empiezan a sucederse. A la pequeña le han cambiado el nombre porque
el suyo no era cristiano. Su nombre será una incógnita hasta el final para
Pierre y para nosotros, pero ella de alguna forma queda despersonalizada con
ese gesto, y además tendrá un continuo miedo a desaparecer si Pierre no la
recuerda. Su nuevo nombre es Françoise (Patricia Gozzi). Dos personajes
despersonalizados que deben reinventarse, volver a empezar, ella por el
abandono de su padre, él por su amnesia. La escena donde se nos cuenta todo
esto está rodada en un extremo picado, siguiendo el paseo de la extraña pareja,
que se rubrica con un gallo, que será importante, situado, precisamente, al lado
de la cámara desde donde se encuadra a los protagonistas.
Cuando Pierre desvele la verdad a Françoise tendremos una
escena realmente tierna. El lloro de ella y la sensibilidad de él con su trato.
Ella desamparada y él confundido. El juramento y el secreto en que
fundamentarán su relación Pierre y la pequeña Françoise nos dejará otro buen
momento de puesta en escena. Rodada en la escalera fuera de la casa, la luz no
dejará de apagarse, un juego de luces y sombras que vuelve a exponer la
confusión en la vida de Pierre, esa parte suya olvidada, además de sugerir un
presagio de desgracia.
Pierre va a rescatar a la niña porque se identifica con ella
de alguna manera, por muchas razones, por su desamparo y porque
subconscientemente ama lo puro. Es por ello que no puede superar el hecho que
vimos al inicio de la película, con otra niña de por medio.
La influencia de la Nouvelle Vague está presente en la
cinta, especialmente en ese uso de los exteriores de forma continua.
Pierre y Françoise irán de excursión y marcarán la pauta de
lo que será su relación, sus rituales, rutinas y mitologías. Los planos desde
el agua vuelven a difuminar a Pierre, un reflejo de sí mismo. Los momentos de
la pareja en ese parque tienen un halo onírico, de ensoñación, de fantasía, el
mundo de los niños, de la ilusión, un mundo aparte generado por y para ellos en
exclusiva. Así habrá caballeros andantes, “trozos de estrellas” y otro símbolo
importante, los círculos.
Ya vimos como un pequeño círculo encuadraba a Pierre al
inicio de la película en la estación. Los círculos que se formen en el agua al
tirar una piedra serán simbólicos para la pareja, su forma de evadirse y
protegerse de un mundo que no los quiere o comprende. Dentro del círculo están
en casa. Planos que vuelven a desvirtuar a Pierre, pero que evolucionan, ahora
no son de confusión, son de protección y aislamiento del entorno junto a
Françoise.
Luego, un plano cogido desde el reflejo de la pareja en el
agua nos indica ese mundo irreal, imposible, que pretenden crear, imposible en
una sociedad prejuiciosa. Un reflejo inestable, que se tambalea, tan bello como
aparentemente frágil, tan frágil que una pequeña piedra lanzada lo hace
desaparecer. Un hermosísimo plano, de una belleza abismal y triste, que
presagia el futuro. Algo efímero, volátil, como un recuerdo…
Así Pierre y Françoise se evadirán constantemente de la
realidad, son dos niños, generan mundos increíbles, la falsa tumba del padre de
Françoise, los trozos de estrella, el idealizado futuro juntos, las fantásticas
historias de la niña… El caballero andante.
Un ciclista nos señala que seguimos en el mundo “real”, pero
es obviado completamente por la pareja.
Todo esto es simbolizado en esa mirada caleidoscópica que
vemos a través de la piedra que Pierre regala a Françoise, una mirada ajena a
lo convencional que parece necesitar todos los puntos de vista posible, todo un
universo al alcance de la mirada y el pensamiento. Pierre disfruta tanto que
olvida sus obsesiones, lo que le asusta, porque se había dedicado en exclusiva a
ello. Su evolución continúa, está generando su nuevo mundo y su nueva vida.
Estos miedos los expondrá en un deteriorado edificio, como su mente.
Dedicada a Rubén Redondo, un cinéfilo por el que ha merecido la pena entrar en twitter.