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viernes, 29 de julio de 2011

Crítica: EL EXTRAÑO VIAJE (1964)

FERNANDO FERNÁN-GÓMEZ



El tan denostado cine patrio, especialmente denostado el clásico, tiene en realidad innumerables obras maestras olvidadas, y a menudo menospreciadas, que poco a poco van alcanzando el sitio que se merecen.
Con la música de una orquesta Fernán Gómez nos introduce, mediante un soberbio travelling con grúa, en un bar de pueblo llamado irónicamente “El Progreso”. Allí vemos a las veteranas del lugar y a las puritanas escandalizarse por el baile de una joven por el robo de un corsé. El retrato del puritanismo en los pueblos de la España profunda está muy bien conseguido, con brillantes detalles como los tapices en distintas habitaciones de la casa de los tres hermanos que rezan “Deja la lujuria un mes y ella te dejará tres”.
La carga de profundidad crítica de la película es enorme, un reflejo de una España puritana, encerrada y llena de prejuicios que acaba provocando los terribles sucesos que se narran. “El extraño viaje” es, sin duda, una película especial y sui generis, arriesgadísima y extraña. Unos pueblos y unas gentes que aún hoy existen, y que es posible que en el fondo no desaparezcan nunca. Fernán Gómez se atreve a juguetear con el género de terror mezclado con comedia negra y algo de esperpento, se atreve con el travestismo, y todo ello contado con un pulso narrativo excelente.
Ignacia (Tota Alba), Venancio (Jesús Franco) y Paquita (Rafaela Aparicio), son tres hermanos de clase alta que viven en un pueblo de la España profunda, no se relacionan mucho con sus paisanos y son mirados con cierta extrañeza. Ignacia empieza a comportarse de forma extraña y esto lleva a pensar a los otros dos hermanos que ella quiere deshacerse de ellos. A todo esto se suma el personaje del músico interpretado por Carlos Larrañaga, enamorado de la mercera del pueblo (Lina Canalejas), pero que esconde más de lo que parece.
Sin renunciar al gusto estético o precisamente basándose en él, Fernán Gómez hace una planificación extraordinaria, con brillantes movimientos de cámara y la naturalidad como rasgo de estilo. Por ejemplo, en la primera escena vemos pasar la cámara como si tal cosa por delante del músico protagonista, Carlos Larrañaga, sin hacer el menor hincapié, o cuando vemos la presentación de Ignacia y en el interior de la habitación hay una persona que sólo se ve cuando la puerta se abre algo más de la cuenta muy sutilmente, tanto que si no se está atento ni se ve…
El retrato de Ignacia y todo lo relacionado con ella está rodado al modo del género de terror, con sombras, apariciones repentinas, aves disecadas que se superponen al personaje, su vestuario enlutado, o las referencias de otros personajes que incluso la denominan “la Drácula”. Ese talento se manifiesta a la misma altura en el retrato costumbrista de la comunidad que nos muestra. Memorable el diálogo de uno de los parroquianos con un chaval y la pregunta clásica de los pueblos… ”¿Y tú de quién eres?
Los elementos de terror realzados desde la dirección son múltiples y en muchos casos destilados con humor, sutiles travellings, suaves panorámicas que acrecientan el suspense, planos oblicuos…
Por el contrario, algunos elementos expresionistas quedan algo artificiales, poco naturales, además de algunas actuaciones.
La ironía inunda toda la película, que tiene también un magnífico sentido del humor. No sólo es el nombre del bar el que contrasta con lo que vemos en el interior, también lo es el de la mercería llamada “La Parisiene”.
El elemento costumbrista es de lo más destacado de la cinta, los cotilleos, las costumbres, la misa, el baile como único escape de entretenimiento en el pueblo, las críticas de los más viejos, incluso las críticas que contradicen otras críticas dichas poco antes por la misma persona. La crítica como vicio, como forma de pasar el tiempo.
Ese retrato entrañable, amable en muchas ocasiones, tiene su contraste, en especial en las clases altas, encerradas en sí mismas, basadas en las apariencias, apariencia de integridad que esconde las pulsiones interiores de cualquier persona, pero que acaban desembocando en las peores atrocidades por la represión, ya sea social o autoimpuesta. El personaje de Angelines, la joven bailarina que tiene perturbado al pueblo, de la cual pensarán mal por el mero hecho de ser más libre, aunque curiosamente es moralmente intachable según los propios principios del pueblo, es un buen ejemplo en el análisis de estos temas. Un pueblo donde el denominador común es la hipocresía, como en casi toda represión, y donde los que critican serán los primeros en intentar aprovecharse, espiar a la chica (Angelines) o esconder en sus casas las mayores perversiones. De la simpatía con que se trata al pueblo en exteriores, al tenebrismo de los interiores.
Las interpretaciones son notables, con una gran Rafaela Aparicio, aunque también es cierto que en ocasiones caen en el exceso y la parodia.
El sentido del humor tiene como objetivo quitar tensión y rebajar el impacto de las terroríficas cosas que en realidad se cuentan en la película, un nuevo contraste que dota a la misma de originalidad y brillantez. La dirección de Fernando Fernán Gómez es impecable, el guión está bien ajustado, donde los diálogos brillan especialmente, y tiene unos personajes excelentes.
La mercera jefe (María Luisa Ponte), es el retrato fidedigno del puritanismo, de la crítica, la injuria y los prejuicios. Una líder “moral” que si bien puede parecer inofensiva, no lo es en absoluto, un personaje que encuentra consuelo en la crítica para sobreponerse a sus propias frustraciones, y que si no tuviera qué criticar se lo inventaría. Un personaje excelente, y en absoluto paródico, aunque sólo se retrate esa faceta de su carácter.
Los hermanos son en sí mismos otro contraste más de la película. Ignacia es autoritaria y los otros dos sumisos, infantilizados. Tanto Venancio como Paquita son los dos mejores personajes de la cinta, confiados, seguros en su encierro, añoran su juventud porque es cuando fueron más felices, de ahí su infantilismo, y que por todo ello son vulnerables, como una metáfora de la dictadura. Esos dos hermanos han entregado sus derechos por la seguridad, pero cuando ven peligrar ésta creen que su mundo se acaba. Es por ello por lo que los sumisos hermanos acaban rebelándose.
El dibujo que se hace de la familia es también bastante desolador, la hermana mayor decide abandonar a sus hermanos en cuanto le sale una opción mejor, sin el más mínimo escrúpulo. Los otros dos, con ese aire cómico e incluso inocente, no sólo son capaces de matar, sino que cuando lo hacen su mayor preocupación será qué les va a pasar a ellos, mucho más que el hecho en sí de la muerte de su hermana. Basta comprobar lo felices que son poco tiempo después ante la perspectiva de irse a Paris, parece que todos sus males se fueron. Es la única familia que se nos muestra en toda la película.
Beatriz es el personaje más comprensivo y una auténtica victima de ese mundo de engaños y mentiras, de falsedades e hipocresías. Es la que comprende a Angelines y su juventud, sus sentimientos siempre son buenos, como con el hermano ficticio del personaje de Carlos Larrañaga o en la forma en que trata el tema del robo del corsé. La película es moral sin duda, porque aunque ella sufre, no merecía a un tipo como Larrañaga, que la utilizó y no fue capaz de ser sincero con ella. Éste al menos se redime.


El resto de parroquianos es excelente, el grupo de cotillas y criticones, el retrato amable del cura y la iglesia, una película que huye de tópicos o que los utiliza para ridiculizarlos.
El mayor defecto del film está en su final. Si bien la película está excelentemente narrada y planteada, el tipo de estructura detectivesca cae en el tópico de la confesión final, una resolución que resta tensión aunque en ningún momento interés, pero que además es excesivamente larga.
Película de contrastes, vertebrada en los contrastes, una gran forma de retratar la España de esa época, pero que además no plantea las cosas de forma particular sino perfectamente universalizada.



No llega a ser una obra maestra, pero sin duda se queda realmente cerca. Otra de las destacadas en la historia del cine patrio. Una de las mejores películas de Fernando Fernán Gómez si no la mejor. Un gran legado de uno de nuestros mejores artistas.


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