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domingo, 15 de julio de 2018

ADIÓS, CRISTIANO

FÚTBOL










Dos anécdotas leídas recientemente definen a Cristiano, a lo que ha demostrado en el Real Madrid y por lo que se ha convertido en leyenda. Lo esencial, lo importante, lo único, eso que muchos no valoraron.

Contaba Patrice Evra, que fue su compañero en el Manchester, que si por casualidad recibíamos una invitación de Cristiano para comer, dijéramos que no. Sin más. Lo decía en tono socarrón recordando el día que lo invitó a él.

Después de un entrenamiento, Cristiano invitó a Evra a comer. En la mesa tan solo encontró una ensalada, pollo y agua. Evra quedó un tanto extrañado, pero Cristiano sostenía que aquello era muy sano, que comiera. El invitado suponía que luego llegarían viandas de más calado, pero no. Ensalada, pollo y agua. Sano sí, pero rico, lo que se dice rico… Nada de refrescos o un buen filete, que es lo que le apetecía tras el entrenamiento y en casa de un colega…

Tras la decepcionante comida, Evra se disponía a pasar una agradable sobremesa de charla o jugando a la Play Station, esas cosas que hacen las estrellas del fútbol. Antes de que terminara de comer, apareció Cristiano con un balón diciéndole que se pusiera enfrente, que iban a dar unos toques… El jugador francés no salía de su asombro y, con el pollo aún en la boca, preguntó discretamente si podía terminar de comer... ¿Me da agua y ensalada y ahora quiere que juguemos al fútbol? Sí, a dos toques. Pas, Pas.

Y allí estaba el bueno de Evra dando toques al balón tras su frugal comida hasta que el bueno de Cristiano se cansó… Por fin, pensó. Cuando iba camino de uno de los agradables sofás de la casa de Cristiano, éste lo cogió y lo metió en la piscina a hacer largos… “Este tío es una máquina, no piensa más que en entrenar”.

La segunda anécdota tiene que ver con Rio Ferdinand. Los jugadores del Manchester pasaban ratos libres jugando al ping-pong en una mesa que tenían a su disposición. En una de esas partidas, Ferdinand ganó a Cristiano, para jolgorio del resto de la plantilla. Cristino no olvidó la afrenta.

Mandó a su primo a comprar una mesa de ping-pong que instaló en su casa, y se dedicó a jugar obsesivamente durante dos semanas… Cuando volvió nadie volvió a ganarle.





Estas dos anécdotas definen a una persona, un jugador, con una mentalidad y profesionalidad fuera de rango, que sorprende a sus propios compañeros. Un hombre al que le apasiona el deporte, que le gusta y disfruta, para el que nada tiene que ver con una obligación, sino con una pasión. Lo mismo que demuestra esa ambición y carácter ganador que le han llevado a estar donde está, a ser quien es: El mejor jugador del mundo, el mejor jugador de la historia del mejor club deportivo (junto a don Alfredo), y uno de los más grandes de toda la historia de este deporte.

Siempre me quedé y me quedaré con eso, porque eso fue lo que marcó el desarrollo de su talento.

Cristiano vino aquí cuando pintaban bastos. Con un Barcelona dominante a una Liga diseñada para ellos y un Madrid hundido y necesitado de recomposición. Aquella decisión de un jugador que era estrella en Manchester ya delataba su talante. 451 goles y 120 asistencias después, una media de 60 goles por temporada, 70 si nos centramos en su etapa dura (omitiendo el primero año con lesión y estos dos últimos con más rotación), y con 128 goles más que el segundo máximo goleador en siete temporadas menos (323 marcó Raúl), deja al Real Madrid en su segunda mejor etapa histórica, con la mayor hegemonía conocida en el fútbol mundial moderno, salvando la del propio Madrid de los 50 y 60, y al club como el mejor del mundo, algo que, más allá de la historia, no era a su llegada.

Aunque finalmente se ganó el respeto de todo el madridismo, no ocurrió lo mismo con el cariño, que se le resistió en ciertos sectores. Desde el principio recibió escepticismo y desprecio por muchos. Aún hoy, en el reconocimiento, algunos prefieren la ironía, el insulto o el gesto altivo y chulesco, que tanto reprochaban al portugués, para despedirle. A muchos madridistas les convencieron de que un gesto, una pose, un rumor falso o una discusión con su entrenador eran más importantes que su profesionalidad, talento y lucha en el campo. El tiempo, como tantas veces, puso y pondrá las cosas en orden.

No caíste bien. Ni siquiera cuando llegaste para que te recibieran 80.000 personas, más que a nadie. Tuviste que oír que el bueno, el que marcaría la diferencia, sería Kaká. Luego llegó lo de egoísta, chupón, chulo, “cierradiscotecas”, que no aparecías en partidos importantes, que no le marcabas al Barcelona, que sólo metías penaltis y faltas, luego que las faltas no las metías, que no te ibas en regate seco o húmedo, que perdías velocidad, que estabas acabado, en declive… Ahora te despiden algunos, que llevan tiempo queriendo hacerlo, recalcando desde hace meses que tienes 34 años, cuando te faltan siete para cumplirlos… Que patético, que ansias por perder de vista a una leyenda que da tanto cada año. Qué ignorancia… A todos ellos, entre los que se encuentran muchos madridistas, callaste la boca sistemáticamente, con esfuerzo y dedicación, sin pausa, durante nueve años seguidos, en la más grande lección de regularidad y excelencia vista en el mundo del fútbol (porque hay que añadir las temporadas en Manchester).

Te pidieron que te amoldases a lo que ellos querían y pretendían, porque aceptarte como eras les suponía un costo excesivo... Había que adecuar el discurso para que resultara lo más lesivo posible al Madrid, y tú eras el vehículo perfecto.

Te sobraron cosas, sobre todo esas quejas y esas insinuaciones públicas que bien podrían haberse resuelto en privado, sobre todo teniendo como tienes tu vida y la de toda tu progenie más que resuelta. Sinceramente, nunca les di demasiada importancia. Esas niñería, del niño que nunca dejaste de ser, sólo me parecieron una consecuencia más de tu carácter, forjado en la infancia, esa donde nada fue fácil ni para ti ni para los tuyos. Sí, también he escrito mucho sobre eso…

A mí no se me ocurrió pedirte jamás humildad o modestia. La primera la demostraste desde el primer día con tu intachable profesionalidad, entrenando como si tu vida dependiera de ello, como si padecieras una sed insaciable. Una profesionalidad pocas veces vista en este deporte. Llegabas antes que los porteros de la ciudad deportiva y te largabas el último. ¡Las llaves eran tuyas! ¡Hasta estimulaste a Benzema para el entreno! La segunda, la modestia, sólo la pedían los que no pueden aspirar a otra cosa, temerosos ante el espejo de su mediocridad, como expliqué en no pocos artículos que te dediqué. Te pedían humildad y modestia, sin entender la primera y a pesar del absurdo de la segunda. Te has hartado de demostrar humildad con esfuerzo y resultados. Rechazaste la modestia, porque los excepcionales no tienen motivos para serlo.

Es lógica, aunque a alguno le pueda extrañar, esta sensación de orfandad con su marcha. ¿Cómo no se va a echar de menos al jugador que nos enseñó lo que no existía, que llegó donde no se podía, que ha hecho creer a muchos que lo legendario era lo normal? Uno está un tanto hastiado de los tópicos. Por supuesto que la institución está por encima de todo, pero la institución son personas, y en esta etapa, en esta última década, hemos compartido pasión con una de las más grandes que han pasado por este club centenario que tanto amamos. No es poco. Ni él es cualquiera. No es uno más.

Esas reivindicaciones y apelaciones al club, como si fuera un ente abstracto o extraño a sus componentes, a sus más ilustres componentes, es un absurdo de moda en el que todos caemos, como para consolarnos o infravalorar… El Real Madrid y lo que simboliza es lo que aglutina entorno a ese escudo, porque ese escudo, sin eso que aglutina, no es absolutamente nada. El Madrid son sus jugadores, directivos y aficionados, los buenos y los malos, que así los ha habido y los habrá en todos los ámbitos. Y, joder, Cristiano ha sido de los mejores, en el campo, donde se forja leyenda y ensancha escudo, y fuera de él, llamando a más y más fans de todo el mundo a sumarse a la familia madridista. Que nunca se nos olvide, sobre todo ahora que no está aquí.




Dices que tienes 23 años de edad biológica. De ahí lo de retirarte a los 41. Te creo, tus actuaciones así lo confirman, contradiciendo a los que veían tu declive casi desde que llegaste… que habías perdido velocidad… Nunca comprendieron ni tu evolución ni tu adaptación a nuevos estilos de juego. No comprendieron casi nada, más allá del número de goles. Para colmo este año marcaste un gol de tijereta al alcance de… nadie, y batiste el récord de velocidad marcada a un jugador a sprint en un partido de competición, el que jugaste contra España en el debut del Mundial… Inaudito en un tipo de 33 años. No hay parangón.


Te vas a Turín, allí donde aplaudieron un gol de ensueño, algo que seguro has tenido muy en cuenta… Pues…

Te equivocas, como lo hace el Madrid. Te equivocas si te vas por dinero o por la presión que sufres de propios y extraños que parecen desear tu declive. Puedo comprender tu enfado si mañana viene uno a hacer croquetas, con amigos de juergas y escapadas imprevistas a cobrar bastante más de lo que estaban dispuestos a pagarte a ti… pero te equivocas.

La decisión tomada es absurda, y lo es en todos los sentidos. No te faltaba nada, aunque no lo veas ahora. Aquí lo tenías todo, y es donde podías tener más. Y aunque ganes cosas, que no me extrañará que lo hagas… no hay nada como ganarlas en el Madrid. Eso, querido Cristiano, es otra cosa, es otro nivel, y tú lo sabes mejor que nadie. Me resulta triste que por unos cuantos millones o unos problemas con Hacienda que, aunque te sorprenda, muchos tienen, y con menos medios, que con una tonta excusa de cambio de aires y nuevos retos te desvíes del camino. Nos pediste comprensión en tu carta de despedida, pero no explicaste qué debíamos comprender.

Y me resulta absurdo que el Madrid te dejara escapar, por mucho que tú quisieras o pidieras. Si el Madrid no hubiera querido jamás habrías podido irte, tenía el toro por los cuernos.

A pesar de la decepción, no permitiré que otros aspectos se antepongan a lo esencial. Para mí, como para muchos otros, la mayoría, eres una leyenda, desde hace mucho. Algo que no te niegan ya ni tus detractores, a los que callaste sistemáticamente la boca. Aquella final contra la Juventus derrumbó cualquier oposición dialéctica. Eres una leyenda que llevaré grabada a fuego en mi pequeño alma madridista.

Cuánto me hubiera gustado no tener que escribir este artículo, o al menos no haberlo hecho tan pronto. Yo soy y seré de Cristiano. Nos merecíamos, al menos nosotros, los que siempre te defendimos, verte aquí hasta el final, hasta el declive, que atisbo lejos aún, hasta la suplencia y la retirada. Lo merecíamos porque lo queríamos.

Desde luego querré que te vaya bien, que te vaya muy bien… y que sigas viendo las victorias madridistas, aunque ahora las veas saboreando el amargor de la derrota.

No sé qué habrá pasado, pero sí sé que te arrepentirás con el tiempo, aunque no lo reconozcas. Como sé que volverás. El que mama esto queda contagiado y poseído de por vida. Tú te fundiste y entendiste este club como pocos. Por eso te arrepentirás. Y volverás.


viernes, 6 de julio de 2018

LA HERENCIA

RELATO










A mi abuelo le encantaba el fútbol. Disfrutaba contándome sus historias, sus recuerdos, hablándome de equipos, partidos, alineaciones, jugadores y sucesos. Aquello me entusiasmaba de pequeño, me sumergía en un mundo que apenas conocía, obnubilado por aquella pasión y la fuerza de su relato.

Desde que dejó España ver partidos se convirtió en una quimera, por lo que recordar y contar era una salida y un bálsamo. Era una forma de recuperar algo que se le había robado. Allí, en los Estados Unidos, el soccer no era un deporte muy popular, apenas llegaban partidos, por lo que relatar aquellas vivencias recuperaban esa parte hurtada que echaba de menos. Yo me bebía sus relatos embelesado cuando dejaba vagar su memoria, y él sabía que me gustaban aquellas historias.

Pero si algo le gustaba más aún a mi abuelo, era sentarse en su porche con su mecedora y observar a la gente de su calle. Personas normales haciendo cosas de personas normales, con sus mismas rutinas día tras día.

Gozaba viendo cómo sus amigos fruteros descargaban la mercancía, especialmente esas enormes y esféricas sandías de las que luego daría buena cuenta, cómo se las pasaban de unos a otros e introducían en enrejados carros.

Reía a mandíbula batiente con la pareja de dentistas, irremediable y temido destino de todos y cada uno de los vecinos, mientras discutían señalándose con el dedo, dándose pechadas y gesticulando exageradamente.

Allí, como siempre en días de descarga o a la hora de la salida de los niños del colegio, estaba Miller, el agente que cuidaba del tráfico haciendo trinar su silbato rítmicamente, poniendo orden y un poco de musicalidad al conjunto.

Le entusiasmaba ver a los chicos corretear por las calles y aceras, o reunirse para vitorear y jalear una pelea de escarabajos. Esa algarabía parecía hacerle sentir más vivo.

Allí sentado se embebía de aquel ambiente, de todas las sensaciones que le transmitían, recuerdos que evocaba, pensamientos que surgían. Así iba adormeciéndose en los atardeceres, entre ese barullo, con una sonrisa en la cara, acunado por el calor menguante de un sol menos enrabietado e impotente ante el techado porche ensombrecido y el sonido de los insectos y los aspersores que regaban los jardines vecinos.

Nunca entendí bien de donde provenía esa pasión, ese goce que se irradiaba desde su rostro. Lo miraba curioso en su plácido éxtasis, preguntándome qué me perdía en aquellas estampas.

Ahora el abuelo soy yo. Hace muchos años que regresé a España y convertí en realidades aquellas ilusiones e imaginaciones que mi abuelo construyó en mi cabeza. En esos días en los que acude mi familia a pasar el día, siempre invito a mi abuelo desde la ensoñación. En mi modesto jardincito de húmedo césped, contemplo las carreras que dan mis nietos persiguiendo el balón que les regalé, mientras charlo con mi hijo, que es policía, sobre lo divino y lo humano, cada uno en su hamaca, tomando fruta o cualquier otra cosa. Y comentamos el partido que vamos a ver o que hemos visto, citamos jugadores y alineaciones, criticamos y nos quejamos, rememoramos otros encuentros que vimos hace tiempo… recuerdo a mi abuelo como quizá me recuerden a mí en herencia.

Tardé muchos años y necesité muchas experiencias, pero ahora creo entender qué es lo que veía mi abuelo sentado en su mecedora. Mientras, el balón de mis nietos sigue rodando.



jueves, 5 de julio de 2018

ES LA GUERRA

RELATO










El general había diseñado la táctica que debía llevarles a la gloria, la había meditado y pensado concienzudamente, cada movimiento propio y del rival, sin dejar nada al azar. Se preparaba, serio y taciturno, para hacer el discurso motivador antes de que se disparasen las hostilidades.

Sus hombres estaban nerviosos, tensos en esa insufrible calma antes de comenzar que tan bien conocían. Sus rostros crispados, su mentón apretado, su sudor… pero también había determinación en la mirada. Los soldados se acomodaban sus uniformes, comprobaban sus protecciones, dejaban cada prenda a su gusto en gestos que buscaban relajación, olvidarse de todo en esos segundos de espera con aquel rival enfrente.

El general miró orgulloso a esos hombres, firmes con sus impolutos uniformes, prestos y dispuestos a lanzarse a la batalla. Las banderas ondeaban al viento, el escudo en todo lo alto. Por aquello debían vencer, aquello lo significaba todo. Miró aquellos símbolos y se regocijó. Era el momento.

Allí estaba el ejército rival, igualmente uniformado, con sus símbolos erguidos, orgullosos, desafiándolos… Empezó a hablar, primero con calma, luego subiendo la intensidad, para terminar en una arenga enfatizada que enardeció a todos los presentes, deseosos de lanzarse al campo de batalla.

Salieron en tromba, las líneas muy juntas adelantando la parte central de las tropas para enfrentarse a las legiones rivales, más poderosas y físicas, que afrontaron el choque con energía. Aquellos lanzaron ataques aéreos, con flechas y catapultas, que fueron frenando sus avances, hasta que llegó un punto en el que tuvieron que parar para defenderse. Con orden y calma, fueron retrocediendo, movimientos coordinados y perfectamente planificados, dejando que el rival avanzara mientras la línea defensiva se combaba. Las legiones rivales progresaban con decisión, en formación tortuga, sin pausa.

En aquel momento, el general, que había mantenido los flancos en calma, ordenó su avance, que atacaran los costados del enemigo, para aprovechar la superioridad y fortaleza que tenían en esa zona con su caballería.

Mientras aquellas recias tropas a las que se enfrentaban embestían con determinación por el centro, hundiéndoles por esa zona, la caballería lanzaba contraataques vigorosos y decididos por los flancos, mermando los costados del ejército contrario. Aunque la retaguardia se veía exigida, se mantenía con firmeza. La lucha táctica estaba dejando la contienda en un equilibrio muy inestable, ya que si algunas de las legiones desfallecían podía conducir al fracaso.

El enemigo parecía tenerlo todo controlado en su avance por el medio, con una oposición discreta, que iba retrocediendo, consintiendo el dominio de la zona, pero no se percataban de lo que estaba sucediendo por izquierda y derecha, donde la caballería les estaba minando.   

Comenzó la lluvia, los cuerpos se apilaban en el terreno, pero otros venían a cubrir sus huecos. Todo era confuso y embarullado, era una lucha de poder a poder donde ningún ejército parecía imponerse sobre el otro ni desnivelar la contienda. El barro cubría rostros y trajes, provocaba resbalones y ralentizaba los movimientos.

Cuando los enemigos quisieron darse cuenta estaban rodeados. Intentaron desviar soldados para apoyar a los agonizantes flancos, por lo que secciones traseras de las legiones recibieron órdenes de reforzar ambos costados, dirigiéndose desde el centro hacía allí para hacer la cobertura de apoyo. Aquello terminó por desequilibrar aún más la situación, ya que facilitó la contención por el centro mientras los flancos izquierdo y derecho siguieron siendo masacrados.

El enemigo, poco a poco, quedó cercado. Al mandar retrasar el general intencionadamente la parte central formando una C, la caballería iba sellando el círculo por los costados y la parte trasera, dejando al ejército rival en el centro y sin posibilidad de salida.

El avance se hizo incontrolable, los cuerpos caían, superaban línea tras línea, aquel territorio estaba conquistado… y así llegó el GOL.


domingo, 1 de julio de 2018

VIVIR RODANDO

RELATO










No me gusta el fútbol, ese juego tosco, donde muchos van persiguiendo absurdamente una pelota como si les fuera la vida en ello. No quiero parecer intolerante, sé que no debería cerrarme atrás para defender mis postulados, ni poner el autobús para impedir los ataques rivales, pero es que no lo aguanto, yo prefiero salir a disfrutar, a divertirme, a vivir la vida con un juego vistoso, sacándole todo el partido, cambiando el juego.

Mi renuncia e indiferencia hacia el fútbol y los futboleros me han costado más de una desgracia, por lo que coloqué una barrera para evitar el lanzamiento de improperios y desprecios. No hacía falta, pero esas actitudes antideportivas me reafirmaron en mi decisión de dejar mi interés por el fútbol en el banquillo. No paraban de insistirme para que jugara. Me hacían ofertas, los equipos de chavales que se reunían en los aledaños de mi casa siempre parecían necesitar gente, pero no cedí… Y aun así nadie me creía, me acusaban de simulador, de piscinero, sostenían que el fútbol me encantaba.

Lo que es cierto es que tanta obsesión, tanta insistencia, tanto acoso futbolero, de alguna forma me hizo sentir como un extracomunitario. En fuera de juego.

A mí lo que me va es el jogo bonito. Mi hermano es mi cómplice en ello, lo fue siempre, desde pequeño. Nos entendemos sin mirarnos. De niños éramos bastante asilvestrados, dedicados a corretear y hacer el bestia con cargas legales y codazos malintencionados. Mi querido hermano era bastante intenso, hacía unas entradas escalofriantes y daba a sus golpeos un efecto mortal, claro que yo no me quedaba corto, acudiendo como un kamikaze a cualquier balón suelto en el área o colgado a la olla. A menudo todo esto era castigado por mi madre con alguna tarjeta.

Mi madre era bastante estricta y sería, y aunque yo no soy de hablar de los árbitros, creo que era excesivamente rigurosa conmigo. Era una mujer recia y firme, con las ideas claras, que sudó la camiseta para superar todas las adversidades, yendo partido a partido. Eso fue lo que la impulsó a fichar a mi padre, un buen hombre algo pendenciero y golfo. Cuando empezó a dejarse querer por otros clubes mi madre le rescindió el contrato.

Mi abuela vivía con nosotros y ocupaba casi toda la casa.  En su silla de ruedas, no paraba de moverse y bascular de un lado a otro. Vigilante concienzuda, era casi imposible ganarle la espalda. Lanzaba desmarques e intentaba el regate, pero no era nada fácil zafarse de su marcaje. No había manera de engañarla, era un férreo defensor, siempre alerta ante cualquier fisura en el mediocampo, atenta a cualquier desmán que a mi hermano o a mí se nos ocurriera, presta para achicar el peligro.

Nuestra casa era pequeña, apenas había lugar para la intimidad. Mi familia me sometía a una presión asfixiante, achicando espacios, aunque yo procuraba abrir el campo para tener margen de maniobra.

Cuando mi padre se fue, las dificultades aumentaron y nuestra humilde casa se resintió. Tanto la lluvia como los animalillos penetraban por todas las zonas del campo sin apenas oposición, por culpa de las grandes lagunas que tenía nuestro sistema defensivo en puertas, ventanas, paredes y tejado.

La cosa es que yo salí a mi padre, al menos cuando era jovencito. Y en lo que respecta a las mujeres. Me encantaban... Me gustaban todas, sobre todo Isabella, una chilena muy guapa. Siempre tuve la aspiración de ser un pichichi, pero la mayoría se me resistía, especialmente ella. Aunque era cortés conmigo, parecía preferir a Gabriel. Gabriel era feo y no jugaba a nada, pero siempre fui consciente de que no hay rival pequeño. Siempre me mostré tenaz y nunca me rendí, sabedor de que los partidos duran noventa minutos y hay que darlo todo. Con ella probé el tiquitaca y el contraataque, analicé su juego y planteé las más sofisticadas tácticas ofensivas, pero no hubo forma de llevar el balón al fondo de las mallas. Hay veces que no quiere entrar. No sé cómo pudo pasar, porque tuve la posesión la mayor parte del tiempo… En cualquier caso, es lo que sucedió, y aunque no soy de poner excusas, el estado del césped y el tiempo me perjudicaron claramente.

He tenido un hijo pasados los cuarenta. Llegó en la prórroga y de penalti, pero desde luego fue un gol por toda la escuadra. Ahora todo el mundo está pendiente de él, se siente la estrella, le jalean desde las gradas hasta por tomarse un potito u orinar entre los tres palos…

Han pasado muchos años, pero no me quito el sambenito, mi entorno no me cree, dicen que no entienden por qué finjo, por qué exagero mis quejas y me retuerzo sobre el césped insistiendo en que no me gusta el fútbol. Sinceramente, no entiendo nada, ¿de dónde sacarán que a mí me pueda gustar ese deporte?


viernes, 29 de junio de 2018

ALAS INVISIBLES

RELATO










Desde el principio fue consciente. Nació así. Desde el inicio se adaptó a ser diferente y a vivir alejado de casi todo. Desde el mismo origen vivió anclado a las limitaciones. No hacía falta que se lo dijeran, lo notaba en cada gesto, en cada resignación. Él no podía hacer lo que hacían los demás, no podía llegar ni alcanzar. Él tenía que esperar, que pedir, que ceder…

Sus padres le daban todo su amor, pero no hacían que se sintiera mejor. Ellos confirmaban todo aquello aunque no lo pretendieran. Un pez protegido fuera de la pecera, a la que sólo podía mirar. Alguien a resguardar, alguien que no podía.

Todo iba demasiado rápido, todo estaba demasiado alto, todo parecía en exceso dinámico, todo quedaba demasiado lejos. Y él permanecía en la frontera, detrás del cristal, al borde de aquello que nunca alcanzaría, esperando lo que nunca emprendería… siempre a escasos centímetros de la vida, sólo al alcance de la indiferencia o mirada compasiva, como una fotografía, estática, impotente por no ser película.

Criarse mecido por la compasión, la condescendencia, la burla, la repulsa o el desprecio forja un carácter, un carácter que podía llevarle por caminos antagónicos: el que lo convirtiera en un débil acomplejado aplastado por el entorno y su circunstancia, porque es fácil sucumbir a la culpa, el complejo y la resignación, o alguien endurecido por su propia rebelión ante todo eso, fortalecido en la lucha y el sacrificio. Él terminó cogiendo el segundo desvío.

Todo esto lo aprendió pronto, desde que tuvo consciencia, como aprendió que para vivir debía dejar a un lado buena parte de la realidad, o le aplastaría.

Ver aquellos partidos que jugaban los chavales en el parque cercano a su casa era una pequeña evasión, pero un gozo amargo, como ese dolor que a la vez nos provoca placer o viceversa. Le encantaba aquello, le encantaba el fútbol, pero no podía practicarlo, no podía alcanzarlo, tenía que mantenerse al margen, soñando en lo que nunca iba a ser.

Aquellos partidos… por los que entrenaba en secreto, en solitario, como si tuviera que ocultar una vergüenza más que la que todos veían. Un crío insaciable, constante, nervioso, activo, que construía puentes en el aire para atravesar aquella frontera incorpórea, que no aceptaba la señal de prohibido y pujaba en silencio por incorporarse al tráfico de la vida.

Fortaleció su cuerpo, pero sobre todo su mente. Jugaba esos partidos en sus sueños, en sus distracciones. Mientras veía o hacía cualquier otra cosa, él los jugaba. Hacía los regates, los remates, se tiraba en plancha, robaba el balón, hacía entradas… Se ensimismaba tanto en su ficción que sentía los golpes, el impacto del balón, ese objeto deseado que sólo era su amigo en la intimidad.

Y aún tenía miedo, el miedo atenazador fuera de la burbuja íntima, paralizador, que le impedía sumarse, dejar de ser aquel guardia de un faro invisible. Nadie daría ese paso por él, porque todos daban por sentado que no se podía. Sólo su voluntad conseguiría cambiar aquello. Y él sabía que lo lograría en algún momento.

Cuando ese día apareció, ni siquiera lo había pensado. Surgió, como cualquier amanecer, por pura inercia. Agazapado en la banda, una vez más, en aquella trinchera en la que había construido su hogar, veía de nuevo pasar el balón de un lado a otro, travieso y tentador, con su descaro habitual, pero aquellas cadenas de las que nunca logró desasirse se rompieron sin darse cuenta. Simplemente pasó. Al inclinarse hacia delante no hubo nada que lo retuviera, sencillamente avanzó. Cuando impactó con aquel esférico que se había acercado hacia él, cuando lo condujo como poseído zigzagueando entre las piernas de los chavales perplejos, esas que a él le faltaban, impulsado por aquellos brazos fortalecidos que las sustituían, se liberó, fluyó… sintió que volaba.


jueves, 28 de junio de 2018

UNA VIDA FELIZ

RELATO










Desprendía carisma por cada poro. Una fiesta no estaba completa sin él, de hecho sin él no había fiesta realmente. Era ingenioso, dicharachero, divertido, ocurrente, lograba que el foco siempre estuviera pendiente de él, pero también era duro, soez incluso, excesivo, desfasado. Había un evidente ego que manifestaba de aquella manera, que casi nadie captaba disfrutando de su encanto arrebatador, en el que parecía incluir a todos. Casi se peleaban por una atención suya, cuando la realidad es que los consideraba mero público. Únicamente estaba allí y hacía aquello porque le satisfacían aquellas atenciones, elogios y risas que provocaba. Necesitaba todo eso, pero aquel vínculo era puro fuego de artificio, pura superficialidad, nada auténtico o genuino, algo que se desinflaba en cuanto se iba, aunque sólo él era consciente de ello.

No se perdía ninguna celebración, y cada vez que podía estaba en el bar dejándose la vida con su ingenio y energía. Sobre todo bajaba los fines de semana, cuando tenía libre y ponían los partidos, o los días de Champions. En esos días se explayaba, sacaba todo su arsenal, ese que dejaba sin resuello y casi sin posibilidad de réplica. Sólo estaba él.

Siempre parecía feliz, contento, satisfecho, tranquilo con una vida que le permitía ser extrovertido, amigo de todos, y a la vez celoso de su intimidad, íntimo de nadie. Aunque pasábamos mucho tiempo de ocio con él, en realidad le conocíamos muy poco, más allá de circunstancias superficiales, su dedicación y algún hobby. La gran mayoría de esas cosas ni siquiera salían de su boca. Su madre había fallecido, trabajaba en un mercado, no tenía pareja, aunque tenía éxito con las mujeres, y se llevaba muy mal con su padre. Por eso me sorprendió tanto cuando su viejo fue a vivir con él.

No me caía bien. Era una de esas personas que parecen necesitadas de esa notoriedad, que tienen que eclipsarlo todo para constatar que existen. Siempre me dio la impresión de que esas personas escondían algo turbio, quizá su propia insustancialidad. Él escondía algo, desde luego.

No lo eché en falta cuando comenzó a aparecer menos por allí. Era como un ligero alivio, un permiso en el que los demás podíamos ser alguien al fin, donde podíamos dejarnos oír o simplemente relajarnos sin tener que reír gracias. No me pregunté siquiera a qué se debían sus ausencias, sólo las disfrutaba.

Estoy convencido de que gozó con mi perpleja cara cuando me pidió aquello. Quedé desconcertado y en fuera de juego. Aquel era el verdadero motivo por el cual había dejado de ir al bar. El motivo por el que casi desapareció, por el que las mujeres ya no aparecían a su lado. Aquel fin de semana no podía cuidar de su padre porque la enfermera libraba y él tenía que ausentarse para resolver ciertas gestiones en la ciudad, por lo que necesitaba mi ayuda.

¿Por qué a mí? De alguna manera, mi actitud distante, mi desconfianza, llamaron su atención. Yo era el que no le seguía el juego ni reía todas las gracias, el que se mantenía al margen… el único que le gustó. Fue una sorpresa, un impacto, que acepté sumido por completo en el desconcierto.

Su padre estaba impedido, postrado en cama, de la que no se levantaba nunca, con algunas lagunas mentales. Se le veía decaído, abstraído, deprimido. Su hijo me dio instrucciones y trató de facilitarme la situación con todo lujo de detalles y un exhaustivo informe sobre las circunstancias que podrían acontecer y cómo resolverlas.

Una vez allí, el padre no me dirigió la mirada en ningún momento. Estaba sumido en su mundo. Preparé la comida que me habían dejado, acomodé al hombre en su cama, le ahuequé la almohada, pregunté en vano si necesitaba algo... Intenté darle conversación, aunque fui perdiendo fuelle con las horas. Mantuvo la mirada perdida y lejos de la televisión encendida. Me pareció que aquel hombre estaba muy lejos de allí, en la autista resignación del que lo ha perdido todo, especialmente la esperanza.

Él llegó antes de cenar, me saludó afable y comenzó a hablar con su padre. Éste pareció reaccionar vagamente, contestándole con monosílabos. La escena me fascinó, ir viendo cómo iba seduciendo a aquel anciano que parecía anclado y abstraído en su oculto universo. Me ofreció quedarme a cenar, y aunque en circunstancias normales no habría aceptado, la curiosidad que me produjo aquella escena me impulsó a hacerlo.

De repente, y ante mis ojos, aquel tipo carismático y blindado pareció convertirse en otro hombre. Se le había derramado la carcasa que exhibía en público en la misma puerta de su casa. Ahora sí había una voluntad de generar un vínculo. Estaba a gusto y relajado, no necesitaba ser el centro de atención, aunque lo fuera, ni estar en posesión de la palabra constantemente, dirigiendo el debate.

Cambió de canal y puso el partido que se jugaba esa noche. Vi un destello en los ojos del anciano cuando lo hizo. Su hijo también lo vio, aunque él sabía que lo vería. Quería removerlo para sacarlo de su encierro psicológico y su pesadumbre. Se convirtió en pura ternura. La manera en la que lo hablaba, la forma en la que lo tocaba y cuidaba, su mirada, me presentaba a una persona completamente distinta. Rescató en pocos minutos a su padre del pozo depresivo y disperso en el que estaba, logrando que participara en las bromas, que se metiera con los jugadores y el árbitro, siguiera sus ocurrencias y, sobre todo, lanzara las suyas propias. Me vi envuelto por todo aquello, hasta el punto de verme participando y aportando mi granito de arena a ese ambiente lúdico, agradable y desenfadado.

No sé cómo sucedió, simplemente y de forma natural era uno más, como de la familia, aceptado por ambos. No recuerdo el resultado de aquel partido, ni siquiera los equipos que jugaban, pero fue el partido más bello de cuantos he visto.


miércoles, 27 de junio de 2018

MI PIEL

RELATO










Aquí no tenemos de nada salvo toda la libertad del mundo. Podemos hacer de todo, nos divertimos, pero ese todo tiene poco que ver con el de los que no viven aquí.

Podemos correr arriba y abajo, sin límites ni fronteras que nos paren, sin impedimentos ni ataduras, pero en nuestros descalzos pies y nuestras manos sólo hay arena y algún palo o roca con los que distraer nuestras ocurrencias.

Aquí no hay guarros porque todos olemos igual. Nos pasamos el día metidos en el río, aunque casi no hay agua corriente ni caliente. Tampoco hay gordos, salvo Dakarai, mi mejor amigo, que está rollizo aunque no sabemos por qué, ya que los alimentos escasean y desde luego no son buenos.

Tenemos bastante imaginación, ciertamente se nos ocurren muchas cosas, pero no tenemos con qué hacerlas realidad. Las utilidades que a los palos de madera y las piedras se pueden dar son limitadas... De todas las distracciones, la que más nos gusta es el fútbol. Jugamos con frutas o con algún balón que hacemos nosotros mismos con trapos. Las porterías se marcan con palos o piedras y no hay reglas ni faltas, corriendo descalzos sobre la arena de punta a punta de un campo indeterminado.

Todos son del mismo equipo menos yo. Todos se hicieron del Manchester United cuando uno de sus jugadores vino en viaje humanitario, pero yo soy del Real Madrid.

Cuando apenas tenía uso de razón, mi padre me llevó a la ciudad. Ha sido la única vez que he ido. En un bar estaban poniendo un partido. Era del Real Madrid. Desde aquel día me hice fanático de ese juego y de ese equipo. Un jugador del Manchester United regalando camisetas no me iba a convencer.

Siempre me sentí diferente por ello, lo que me encantaba, por otra parte. Los chicos de mi edad se pavoneaban delante de mí con su camiseta del Manchester, lo hicieron durante años, incluso cuando ya tenían más agujeros que tela.

El día que un campamento militar se asentó a pocos kilómetros de nuestro poblado, la curiosidad y las pocas atracciones me llevaron allí junto a tres amigos. Ya habíamos crecido, y nos creíamos los más fuertes, menos Dakarai, que seguía estando gordo.

Allí había otros chicos, hijos de militares, que se divertían como podían. Jugaban partidos de fútbol en sus ratos libres ¡con balones de verdad en un campo de verdad! Jamás había tocado un balón de fútbol real… o parecido, claro que tampoco había tenido nunca una camiseta de mi equipo. En realidad nadie tenía nada, salvo los que cogieron las camisetas de aquel jugador del Manchester, ahora deshilachadas.

Hicieron buenas migas con nosotros, pero nunca nos dejaban jugar en sus pachangas, ya que tenían jugadores de sobra. Eso fue lo que me dio la idea. Formar mi propio equipo para jugar contra ellos y poder tocar un balón de verdad.

Busqué entre los mejores jugadores del poblado, busqué a siete para sumarlos a mis tres amigos. Dakarai sería el portero. La verdad es que no había ninguno bueno, de hecho no podían ser peores, pero eso me daba lo mismo. A ellos también. Sólo con la idea de poder ponerse su raída camiseta del Manchester United para jugar contra un equipo y con un balón de verdad era suficiente aliciente.

El equipo que logré hacer era un cuadro. Un equipo de inútiles. Cuatro de ellos no habían jugado nunca, aunque tenían su camiseta oficial del Manchester... más o menos; dos estaban cojos, uno porque se destrozó la rodilla cuando cayó intentando trepar un peñasco y otro porque se le infectó un clavo que pisó un día; los demás, salvo dos, no habían tocado nunca un balón de verdad… Luego estaba Dakarai, que además de orondo estaba medio ciego, por lo que no confiábamos mucho en que parase alguna.

Todo esto me daba igual, yo no quería ganar el partido, sólo quería jugarlo. Me pasé dos semanas planteando la táctica, que fue un suplicio, porque todos querían ser delanteros. ¿Cómo convences a un tipo que no ha jugado nunca y sólo ha oído hablar de meter goles de que tiene que ser lateral derecho o central? Al final me di por satisfecho cuando tres de ellos aceptaron quedarse cerca del portero. Dos eran los cojos, por supuesto, por aquello de correr menos.

Conforme se acercaba el partido, la idea de jugarlo con la camiseta de mi equipo se apoderó de mí por culpa de mis amigos, que no hablaban de otra cosa. Iban a usar la suya por fin para lo que había sido concebida: jugar un partido de verdad en un campo de verdad. Fue oyendo todas aquellas ilusionadas conversaciones cuando sentí el anhelo de tener la mía. Todos tenían camiseta menos yo, incluso Dakarai encontró la forma de tener un atuendo de portero, pero yo me negaba a jugar mi primer partido con una camiseta que no fuera la del Madrid. O jugaba con el escudo madridista en el pecho o jugaría desnudo.

Así que hice las dos cosas. El día del partido me presenté sin camiseta, pero con el torso pintado de blanco. Fue complicado que aquello quedase bien, pero encontré la forma de hacerlo gracias a la ayuda de la gente de algunas tribus cercanas. Para hacer el escudo le pedí ayuda a Dakarai, que aunque está mal del pulso y de la vista hizo lo que pudo.

Así fui a jugar, lleno de orgullo y completamente eufórico, mirando altanero al resto de mis compañeros, llevando mi camiseta en la piel.

La pintura se fue quitando con el sudor, del escudo sólo quedó un manchurrón y nos metieron una paliza, pero jamás olvidaré el primer partido que jugué sudando la camiseta de mi equipo.


lunes, 24 de octubre de 2016

NACHO, EL HOMBRE NORMAL

FÚTBOL









En la polarización acabamos despreciando la normalidad, nos acaba pasando inadvertida, la infravaloramos y caemos en la contradicción de anhelarla en la catástrofe cuando la ignoramos el resto del tiempo.

Damos muchas cosas por sentadas sin percatarnos ni preguntarnos por qué son así, disfrutando de ese estado de bienestar que sólo nos sacude cuando se perturba el statu quo, para incomodarnos, como cuando el metro no llega cuando normalmente lo hace o las calles dejan de estar limpias, como cuando éramos pequeños y la comida llegaba a su hora y todo estaba en su sitio sin que nos planteáramos mucho el trabajo que nuestros padres hacían, como los canes del kafkiano relato “Investigaciones de un perro”, que disfrutan de su alimento caído del cielo por un poder invisible. Cuando lo que damos por sentado se trunca la gente que está detrás de todo aquello parece hacerse presente, como los ecos lejanos de un legado perdido que deberíamos tener presente. Entonces entiendes el sacrificio que hay detrás, que aquello no llega por arte de magia, y te golpea la realidad de esos grandes valores. La normalidad y el trabajo.

Nacho, hoy sales de lateral izquierdo. -Sin problema.

Nacho, hoy vas a salir de central diestro. -¡Genial!

Nacho, hoy te necesitamos de central zurdo. -¡A sus órdenes!

Nacho, hoy juegas en banda derecha. -Me parece perfecto.

Aquí encontraríamos a Nacho Fernández Iglesias. Puro madridismo. Él es el hombre que está detrás, el hombre que siempre cumple sea cual sea su cometido, que no brilla en apariencia pero siempre realiza su trabajo con total pulcritud y depuración, sin innecesarios ornamentos, buscando el disfrute del resto. Ese hombre invisible que sienta las bases y sirve de pegamento en una plantilla hasta hacerla sólida. Así se forja un club. No inventará la penicilina, pero tendrá el laboratorio limpio y el reparto a tiempo para que sirva de algo.

Como aquellos jugadores que tanto gustaban a Bernabéu, Nacho es puro sentido común, profesionalidad y normalidad. Un sensato hombre de familia, casado con su novia de siempre y con dos hijos, estudiante de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte (INEF), de esos pocos a los que Xabi Alonso se encontraba en sus viajes a la biblioteca de Valdebebas, y bien peinado y aseado, limpio y pulcro, sin estrafalarios adornos. Un hombre de club, de aquellos que se dice que ya no existen, porque la normalidad parece haber emigrado de este deporte y ahora aparece casi como una excentricidad. Un chico al que don Santiago admiraría.

Y en esa ausencia de foco, confetis y botellas de champagne estallando entusiásticamente, descubrimos a un profesional de primer orden, un ganador, un madridista de pura cepa que ha pasado por todos los equipos de la cantera, que subió al Castilla a 2ª División, que fue campeón de Europa con la Selección sub-17 y sub-21 y subcampeón mundial en 2017 también en categoría sub-17…. Que es internacional, a pesar de no ser titular con el Real Madrid, por derecho propio y merecimientos.



Además, Nacho debería ser considerado por el madridismo como un talismán. Con él, como con la venida de Mourinho, acabó la que prometía ser una larga travesía en el desierto, y junto con el entrenador portugués, que le hizo debutar en primera división, ganó la Copa del Rey en 2011 acabando con la sequía de títulos en el mismo estadio en el que debutó ese año, Mestalla. Aunque no sería hasta la temporada siguiente cuando pasó a ser integrante de la primera plantilla, también de la mano de Mourinho.

No sólo fue Mourinho quién aprobó las actitudes del canterano, para Ancelotti también fue un jugador indispensable en la plantilla, aunque no fuera titular. Así llegarían las Champions, de las cuales la Undécima vino junto a su segundo hijo, que nació pocas horas antes de la final.

Porque muchos con más talento se quedaron por el camino, casi todos, pero el silencio y el esforzado trabajo dieron sus frutos y lo llevaron a donde todos anhelan. Nacho hace de la parafernalia futbolera algo tan respetable y honesto como trascendental desde la absoluta normalidad y profesionalidad. Por eso no le sobra a nadie.

Incluso ha redimido a parte de la afición madridista, desnudando cierta madurez en ella que muchas veces permanece oculta, cuando ha puesto el acento en la labor de jugadores como él, esos que nadie parece ver porque no hacen regates vertiginosos, ni pierden el balón haciendo un imposible, ni meten goles por la escuadra, pero que siempre están para cumplir cuando se les necesita y para lo que se les requiere, porque indica que ven más allá del polvo de estrellas, que saben apreciar algo más que los goles y las victorias al día, que aprecian cosas que darán victorias que perduren, que valoran la profesionalidad.

Nacho es el hombre normal, el hombre natural, que tal y como están los tiempos parece una extravagancia. El profesional, un señor lobo sin prepotencia que desde el banquillo sólo resuelve problemas donde se le necesita.

Un fijo en todo entrenamiento voluntario, un fijo en Valdebebas cuando la plantilla tiene el día libre, un fijo en disponibilidad porque nunca se ha lesionado… y es que hay cosas que influyen en el rendimiento y tienen consecuencias… buenas consecuencias.


Y todas estas cualidades “normales” hacen de Nacho un jugador excepcional, distinto y extraordinario.



miércoles, 24 de agosto de 2016

TUERCEBOTAS

FÚTBOL









Con esa palabra definía mi abuelo a todo el fútbol moderno, de improviso, sin anestesia, cuando menos lo esperaba, mientras veía distraído un partido en la televisión, un resumen o jugaba con mis muñecos distraídamente.

¡Tuercebotas! ¡Son todos unos tuercebotas!- decía, y yo quedaba tan perplejo como fascinado, con la boca abierta y, supongo, con cara de idiota, ante tan descriptiva palabra, captando más su sentido por su juguetona forma, su tono ridículo y, quizá, su contexto, que por la evidente realidad que escenificaba. Una palabra frívola, ligera y de prístina contundencia.

“Tuercebotas”. Sí, así los llamaba mi abuelo, para acto seguido recitar todas las alineaciones del Athletic de Bilbao de su época de carrerilla, una cosa siempre ligada a la otra, como si pretendiera invocar a aquellos jugadores talentosos para redimir el desastre actual. Para él eran “tuercebotas” todos los que no pertenecían a su juventud, sin excepción. No sé qué momento o fecha concreta, quizá una nebulosa temporal donde perdió interés por el fútbol, es la que marcó el límite para mi abuelo, pero está claro que en un momento de su juventud los jugadores pasaron de ser genios a “tuercebotas” para él.

Eso sí, también se sabía las alineaciones del Madrid de su época, para que no se diga...

Desde la grada, el banquillo o el salón de nuestras casas, la dificultad no existe. Un sentimiento ancestral, especialmente entre los que somos futboleros futbolistas, los cuales pensamos en nuestro fuero interno que lo haríamos mejor que cualquiera de esos profesionales, y cuando vemos algo reseñable asentimos con solemnidad y suficiencia, no porque se considere que lo ejecutado sea especial, sino porque ese futbolista ha hecho lo que nosotros, de estar en su lugar, hubiéramos hecho o, simplemente, por hacer lo que debía hacer.

Esto en el madridismo alcanza cotas extraordinarias, hasta fundar tribus, como los numerosos “piperos”. ¡Qué raros somos los madridistas!

Con el paso del tiempo y una mayor perspectiva, llega el momento de reivindicar esta denostada figura, la del “tuercebotas”. Esos jugadores que son cuestionados, criticados o zarandeados por sus limitaciones técnicas, sus errores o su bajo rendimiento, y que al final incluye a una gran mayoría de los que pasan por el Bernabéu. Yo reivindicaré algunas figuras que merecen estar en el Olimpo de los “tuercebotas” madridistas, porque en todo hay niveles y jerarquías. Un sentido homenaje para ellos, porque con el paso del tiempo la nostalgia y el cariño nos embargan y, al fin y al cabo, todos fueron madridistas.

Mi primer gran impacto con un “tuercebotas” fue con el fichaje de Vitor, el “nuevo Cafú”. Un fichaje improvisado de Ramón Mendoza que aseguraba que ese chico era aún mejor que la estrella brasileña (a la que no pudo fichar), y que subía la banda tan rápido como la bajaba. Cierto, la subió una vez y la bajó otra, porque tras jugar un par de partidos desapareció de la faz de la Tierra. Cuenta la leyenda que algunas personas lo han visto en el Tour del Bernabéu, desorientado, aturdido entre tanta copa y como buscando una salida. Yo, particularmente, nunca le vi al recorrerlo…

Pedrag Spacic, espléndido central serbio que marcó una época en el madridismo por su vicio a meter goles en propia puerta. Al menos pudimos disfrutar de su extraordinaria belleza... Ricardo Rocha enamoró al madridismo con su vigor y fortaleza, esa energía que hizo rememorar a Goyo Benito, lanzándose al suelo y deslizándose por el césped para rebañar cada balón. Un hombre de pelo en pecho y mostacho frondoso que debía asustar a los rivales con su aflautada voz de “castrati”.



Los centrales siempre dan juego como “tuercebotas”. Woodgate, un central con muy buena pinta que fichamos lesionado, esas cosas que nos pasan a veces... Samuel, “El Muro”, que fue llegar aquí y convertirse en coladero. Como “muro” sólo pareció conservar la velocidad. Nando, por el que nos peleamos con el Barcelona; Julio César, un central invisible… Iván Campo, partícipe en dos Copas de Europa y que fue famoso por sus esmerados y arriesgados intentos de sacar bien jugado el balón, para taquicardias de los aficionados; Heinze cumplió, pero llegó veterano. Jugó tanto de lateral zurdo como de central.





Los laterales tampoco están mal. Al mencionado Vitor añadiremos al bueno de Villarroya, que de estrella en el Zaragoza pasó a ser el estandarte del jugador torpe pero voluntarioso; Lasa, que llegó a meter un gol desde el mediocampo al Sevilla, aunque se ve claramente que es por no seguir corriendo hasta el área contraria... Drenthe, el “nuevo Ronaldinho”, que nada más llegar estampó su coche en las calles madrileñas… En el campo, como si de un logaritmo neperiano se tratara, le costaba mucho resolver la compleja cuestión de hacer bicicletas. ¿Y Secretario? Un auténtico mito entre los “tuercebotas” madridistas, muy recordado siempre. Faubert, el “nuevo Roberto Carlos” (nos encanta poner lo de “el nuevo algo” a todo el que llega), que aunque era diestro y algo rollizo tenía un color de piel que quizá…





Gago, “el nuevo Redondo” (un no parar); Celades, un ilustre miembro de La Masía que nos dejó “valors” y poco más; Pablo García, Flavio Conceiçao o Emerson para dar músculo al medio campo, destacados jugadores en sus equipos de origen que aquí desesperaron al personal. A Karembeu es difícil decirle algo, porque su palmarés no puede ser mejor, eso sí, con todas las cualidades del “tuercebotas” y convertido en socorrido ejemplo cuando se habla de jugador limitado pero exitoso. De Altintop siempre recordaré con cariño su maravillosa “barbitilla”, que no se sabía si era barba o patilla… Fulgurante fue la carrera de Federico Magallanes (2 partidos), pero le dio tiempo a lucir melenaza. Gravesen le cayó muy bien al madridismo a pesar de no ser muy brillante, incluso le perdonó sus rarezas con los medicamentos porque nos regaló maravillas como la “gravesinha” y un ímpetu sin igual. Un tipo afortunado que es multimillonario en Las Vegas gracias a unas acertadas inversiones.

De todos los centrocampistas, merece honor especial Makelele. De Makelele se comentaba (aparte de las dimensiones de su pene) que tenía el súperpoder de robar el balón al rival como si no costara para devolvérselo pocos segundos después, en un gesto de inusitada generosidad. No soy yo de meterme con aficiones ajenas, como esta de Makelele, pero esas cosas me dejaban patidifuso. Lo cierto es que cuando se fue se le echó, y mucho, de menos.

En la parte de arriba no han escaseado tampoco los “tuercebotas”. Otro de los más reivindicados es Perica Ognjenovic, “El Átomo”, del que vi varios vídeos y me dejó flipado con su regate, pero que ha terminado pasando a la historia del madridismo como uno de sus más nefastos fichajes y “tuercebotas” ejemplar. Munitis y sus musculadas piernas, con las que cascaba nueces de titanio, llegó al Bernabéu con el Racing, se regateó a todo el mundo, le fichamos y ya no se fue de nadie más… Saviola fue recibido como una súper estrella en Barcelona, pero se demostró un jugador limitado que pasó sin pena ni gloria también por el Bernabéu. Canabal, ¡nuestra versión de Julio Salinas!

Pedro León nos dejó muy claro que no era ni Maradona ni Zidane; Canales dejó claro que era guapete; Petkovic, más conocido como “Rambo”, no me disgustaba en absoluto, pero quizá su rostro de boxeador no le ayudó mucho.

Diogo, Congo, Bizarri… se suman orgullosos a esta selecta lista de “tuercebotas”.

Ha habido otros jugadores que, a pesar de su indiscutible talento y grandes perspectivas, resultaron un sonoro fracaso por ellos mismos o por no entrar en el equipo con una dinámica ganadora. Son los casos de gente como Prosinecky o Hagi, dos futbolistas que terminaron jugando en el Barcelona. El primero encadenó lesión tras lesión, frustrando lo que prometía ser una exitosa carrera. El “Maradona de los Cárpatos” era un magnífico futbolista que me gustaba mucho; un gran talento, muy chupón, que se convirtió en la estrella del equipo que perdió la primera Liga en Tenerife, donde incluso marcó.

De Anelka sólo parecía destacarse que era raro y taciturno, pero siempre se le recordará como pieza fundamental de la Octava; Baljic, de la escuela yugoslava, tenía un buen golpeo de balón, pero no le gustaba mucho correr. Vino de la mano de Toshack, que decía saber “lo que le gustaba al Bernabéu”; Dubovský, un eslovaco fichado por hacer brillantes partidos contra nosotros, también pasó desapercibido. Tristemente fallecido a la temprana edad de 28 años.

Sahin, con el que había muchas esperanzas al ser nombrado mejor jugador de la Liga alemana y que aquí resultó un desastre; Baptista, que siempre dio la impresión de que se le desaprovechaba; Freddy Rincón, otro que venía a revolucionarlo todo y liderar el equipo…

Posiblemente sea Kaká el caso más sangrante, un Balón de Oro del que se esperaba marcase una época y que aquí nunca rindió al nivel esperado.

Aunque algunos os reiréis de muchos de estos nombres, hubo un tiempo en que se pedía que “menos estrellas y canteranos inexpertos” y más “clase media”, que fue el término que se puso de moda en su época. Es más, todos estos eran buenísimos en sus equipos, reivindicados por medios y aficionados… hasta llegar aquí, por supuesto, porque como bien saben ustedes nuestro amado equipo tiene la extraña facultad de convertir en “tuercebotas” a todo jugador que llega.

Como seguro habrán entendido, esta lista busca la sonrisa y el tono lúdico para que se sumen ustedes y añadan sus favoritos, algunos olvidados u opinen sobre los elegidos, que siempre es un saludable ejercicio de madridismo histórico.

Puede sumar algunos de los que han pasado recientemente, ¿qué sé yo? ¿Illarramendi? ¿Alguno de la actual plantilla?


No sé qué pensaréis de los jugadores actuales. Yo, desde luego, los considero muy buenos a todos, pero sé a ciencia cierta que mi abuelo no dudaría ni un instante en aseverar con rotundidad que son todos unos “tuercebotas”.



domingo, 24 de julio de 2016

TITANES MADRIDISTAS

FÚTBOL









“Es muy caro, no merece lo que se ha pagado por él, es un insulto ese desembolso, viene a cerrar discotecas, es un chupón, un egoísta, sólo busca meter goles y le da igual el equipo, no entiende el juego, no se asocia, sólo busca su gloria…"

Si os preguntara si os suenan estas cosas, si os preguntara a quién iban destinadas, estoy convencido de que me diríais que sí, y unos contestarían que a Cristiano Ronaldo y otros que a Gareth Bale… y ambos grupos tendrían razón, porque se las dedicaron a los dos, no se molestaron ni en cambiar la plantilla…

Con Bale se ahorraron lo de las discotecas, pero sumaron una hernia y que no se integra por negarse a hablar español... Majísimos, ¿verdad?

¿Cómo hay que entender algo que va contra toda lógica, que resulta tan absurdo, estas acusaciones tan gratuitas? Pues desde el puro antimadridismo, desde la pura envidia, desde la rabia… Desde el miedo, en definitiva, a dos jugadores que saben determinantes.

Ambos han sufrido en sus carnes los beligerantes ataques del periodismo más infausto y del antimadridismo, un clásico recibimiento a toda estrella madridista, pero sostenido en el tiempo e impertérrito ante sus incontestables números y merecimientos.

Estos dos cracks se han enfrentado de forma opuesta a estos ataques, uno de los motivos por los que los aficionados los han mirado de manera distinta, incluso dentro del madridismo.

Bale ha apostado por pasar olímpicamente del ruido de toda esta gente, de sus acusaciones, infamias y mentiras, de sus vacuas valoraciones absurdas, mirándoles como si no estuvieran, traspasando con su mirada sus insignificantes figuras para posarla en su único objetivo: triunfar y ganar muchos títulos con el Madrid.

Para ello se ha limitado a comportarse como el profesional ejemplar que es, dejar constancia de sus números, mantener una postura tan natural como ajena a todo lo que parece soliviantar a ese periodismo herniado.

Cristiano Ronaldo, por su parte, también decidió ser él mismo, y su vehemencia se ha enfrentado contundentemente con todo esto, retándoles con altivez y golpeando sin misericordia a todos los ataques. Pasando por encima de ellos como una apisonadora. Este comportamiento se cuestiona entre el madridismo de radio y falso señorío, que prefiere poner la otra mejilla eternamente, pero Ronaldo no funciona así, y por eso es quién es.

Cuando atacan a Bale, éste se limita a meter más goles, dar más asistencias y colocarse su coletilla. Cuando atacan a Ronaldo, éste mete más goles, da más asistencias… deja de hablar a los periodistas, lanza micrófonos de medios que le acusan de abuso de menores a un lago, saca músculo y se señala el muslo… Cuando los pitan en el Bernabéu, porque han pitado a ambos jugadores, Cristiano pone caras y se señala la oreja, mientras que Bale se va al mediocampo tras el partido a devolver aplausos (aunque alguna vez no lo hizo decepcionado). El yin y el yang.

En ellos dos radica toda la esencia madridista de toda la vida. La caballerosidad y la vehemencia, el saber estar y la garra desbocada, el espíritu ganador y la ambición sin límites, la conciencia de ser el mejor y el orgullo de serlo. Las dos posturas y formas de proceder me parecen maravillosas y seductoras, pero no puedo evitar sentir especial simpatía por la visceralidad de Ronaldo, porque es la que pide el cuerpo en la intimidad y es la que más solivianta a todos los que pretenden hacer daño, que se adjudican todas las libertades que no permiten al Real Madrid ni a ninguno de sus componentes.

El antimadridismo, que nunca ha sido muy aficionado a los datos ni los números, prefiere quedarse con las vaguedades y las hipótesis, con las mentiras o invenciones que nos desprestigien. Es obstinado y hace como dos de los tres monos sabios: se tapa oídos y ojos, pero nunca la boca para seguir sosteniendo que Franco nos ayudó en su día y que Cristiano no aparece en los momentos importantes…

Bale: 12 asistencias en 2013/2014, 10 asistencias en 2014/ 2015 y 11 asistencias en 2015/2016.

Cristiano: 12 asistencias en 2010/2011, 15 en la 2011/2012, 11 en la 2012/2013, 16 en la 2013/2014, 18 en la 2014/2015, 13 en la 2015/2016…

¡Qué falta de generosidad la de ambos!

Bale: 22 goles en la temporada 2013/2014, 17 en la 2014/2015 y 19 en la 2015/2016… Y llevar a Gales a rozar una final de la Eurocopa, arrastrando pesadamente una hernia… ¡A Gales!

De Cristiano no pondré el número de goles y su porcentaje porque resulta insultante, no se ha visto nada igual y ha batido todos los récords en el Real Madrid. Pero además es que ha batido una cascada de récords también en la Eurocopa, el último el de goles en fase final, y ha llevado a Portugal a su segunda final de Eurocopa (la primera también fue de su mano)… Una vez conquistada, y en la forma en que se ha producido, ha sido un auténtico placer surcar ese océano de bilis surgido del antimadridismo… ¡Con Portugal!

Estos son los datos, que son tozudos e incontestables, orgullosos y firmes. Lo demás son poesías de la infamia, el rencor y la envidia, muy habituales.

Cristiano Ronaldo.

Cristiano Ronaldo, aún hoy, debe aguantar acusaciones que deberían sonrojar a quienes las realizan. Nunca cayó del todo bien a cierta parte del madridismo por ese aire chulesco -que tiene, por supuesto-, esa arrogancia del que se sabe mejor, pero no han sido capaces de captar la humildad subyacente que demuestra exigiéndose al máximo para lograr serlo, machacándose como una bestia en los entrenamientos y demostrando su compromiso en el campo.

Se acordarán ustedes de las críticas: La espaldinha para humillar rivales; los gestos prepotentes como señalarse el muslo o sacar músculo; que no regateaba en seco o en mojado; que sólo marcaba de falta o penalti; luego que si no marcaba de falta; que si era un egoísta que solamente buscaba engordar sus estadísticas; un chupón; que no celebraba los goles de los compañeros; que ponía etiquetas en los chándal para escenificar pulsos al club; lo mal que hacía en contestar a los gritos racistas y ofensivos de las gradas; que no daba la talla en los partidos importantes, tampoco marcaba contra el Barcelona; sus goles eran intrascendentes… En definitiva, un ser despreciable que no merecía el más mínimo reconocimiento, sobre todo si el Real Madrid “no daba nada a cambio”, como reconoció el subdirector del diario As…

También recordarán que esto cambió cuando esos mismos que le atacaban se enteraron de su enfrentamiento con una bicha mayor, Mourinho. Entonces los gestos y su afición por el gol pasaron de egoísmo a ambición bien entendida. Se produjo una increíble transformación en Ronaldo, según contaban, donde… seguía haciendo los mismos gestos ante compañeros, rivales y aficiones.

Claro, sostener que no rinde en los partidos importantes cuando ha marcado en todas las rondas de Champions League varias veces, incluidas las Champions que ha ganado, batiendo el récord de goles de la competición; o que no le marcaba al Barcelona, cuando ni siquiera jugaba contra ellos al estar en Inglaterra, después de ser el jugador que más ha goleado a los azulgrana de forma consecutiva convirtiéndose en la peor pesadilla del club culé; o que es un chupón que sólo busca goles cuando suele ser el mejor asistente del equipo… marcando más goles aún… resulta hilarante.

Hasta empezó a parecerles barato… generoso… entregado… ¡Un cambio radical! Hasta el punto de que en su metamorfosis ha pasado de pagar tratamientos a niños con cáncer cuando era un "despreciable chulo" a hacerse donante de médula cuando dejó de serlo. ¡Qué… sutiles!

Las discotecas pasaron a mejor vida cuando se descubrió a un profesional como han pasado pocos por aquí, y lo sé de buena de tinta.

Una vez marchó Mourinho, el periodismo y el antimadridismo han podido centrarse otra vez en despreciar a Cristiano, obtusos e indiferentes a los incontestables datos, algo a lo que se presta jovial cierta parte del madridismo, que con su encantador respeto habitual ahora ha cambiado su mantra para despreciarle llamándole “acabado”; o criticarle por no irse de nadie (en su reedición de 2016); o por vincular en exceso el juego del equipo, que rinde menos con él en el campo (seguro que os suena, es otro mantra legendario). Ahora debe jugar centrado para evitar el desastre absoluto, o no jugar. Lo curioso es que Ronaldo está jugando más centrado desde hace tiempo, e interviene menos en la gestación de jugadas, cargando sobre sí la atención de las defensas rivales, moviéndose por todo el frente de ataque, especialmente por el centro… Pero todo da igual, si no escarmientas con los cabezotas números y los hechos, ¿cómo vas a escarmentar con otra cosa?  Él, por su parte, se limita a seguir cerrando bocas.

Ha batido todos los récords con el Madrid, e incluso en las Eurocopas, ¡con Portugal! Nos ha traído dos Champions y la Liga de los récords, ha ganado una Eurocopa… Si no han venido más cosas, desde luego no será porque él no ha puesto todo de su parte…

Ronaldo, un jugador que lleva 10 u 11 temporadas seguidas en lo más alto, en la élite, sin altibajos y superándose en cada una de ellas, algo que no se ha visto en la historia del fútbol, y difícil será que se vuelva a ver. Un jugador  que en sus años en el Real Madrid ha facturado más de 50 goles por temporada, alguna más de 60 (con la salvedad de la primera por culpa de una lesión), y siendo habitualmente el máximo asistente.

Cristiano es un espejo que devuelve un reflejo difícil de asumir para los mediocres.

Gareth Bale.

Desde que Crono castrara a Urano sujetando sus genitales con la mano izquierda, esa ha sido considerada como la mano del mal agüero… Herencias mitológicas.

Esto fue así hasta que el Real Madrid vino a cambiar las cosas, y de la mano de otro héroe legendario, Paco Gento, los zurdos quedaron redimidos para siempre. Gareth Bale es heredero de esa heroica estirpe redimida con el hombre de las Seis Copas de Europa.

No es mal heredero. Tras recibir palos por su precio, poner en duda sus cualidades futbolísticas, su entendimiento del juego (todo el mundo sabe la necesidad de saber resolver logaritmos neperianos en esto del fútbol), ser azotado a golpe de hernia e insultado al grito de “atleta”, el bueno de Gareth nos ha traído dos Champions y una Copa del Rey en las que ha sido determinante… Cosas de atletas herniados...

Bale es el yerno perfecto, el novio que toda madre querría para sus hijas, pero esto no lo oirán en la prensa generalista –coto acotado para Casillas y, como mucho, Iniesta-. Un chico formal y sensato asentado con su familia y ajeno a la tentadora noche madrileña, para desgracia de periodistas deportivos y del corazón (si es que no son lo mismo). Un hombre de mirada limpia, tanto que observa a sus “odiadores” como si nos los viera. Los ignora sincera y benevolentemente.

Ya ha pasado a la historia -no de la ciencia médica por jugar herniado-, sino porque en su primera temporada marcó en casi todas las finales (Copa, Champions, Mundialito)… Por si fuera poco, en un gesto muy madridista por su épica, lanzó un penalti con la pierna hecha polvo en la tanda decisiva de la Undécima.

Ha sabido guardar un rol más secundario a la sombra de Cristiano Ronaldo, en una prueba más de su educada y respetuosa humildad, para ir cobrando protagonismo y refulgiendo cada vez más, siendo determinante desde su llegada, pero tirando del carro cuando tocó, como ha demostrado no sólo con Gales, una selección más que modesta, sino con el mismo Real Madrid, al que se echó a las espaldas en la parte final de esta temporada, sobre todo cuando no estaba Cristiano.

Las críticas le hacen más fuerte, las lesiones más poderoso, otro aspecto que lo une a Cristiano Ronaldo.

Bale es ya un insigne miembro de la saga de los grandes zurdos. Es su destino, y su cenit parece no tener límite. Listo para dominar Europa en los próximos años.


El Rey y el Príncipe, el uno y su contrario, se unen desde polos opuestos, se dan la mano formando el perfecto círculo madridista para forjar una dinastía que esperemos traiga muchos más títulos. Dos ganadores irremediables e insaciables. Por lo demás, confiemos en que el ruido de fondo antimadridista siga sonando, siempre es muy buena señal.