
Entre estas reflexiones tendríamos la que se hace acerca de la identidad, de su vinculación con la imagen, de la importancia de ésta en aquella, como la identidad acaba siendo definida por algo más profundo, una reflexión sobre el conflicto entre “imagen” y “fondo” con respecto a la identidad y la importancia de ambas.
Habla de grandes principios siendo un entretenimiento puro y duro, generosidad, sacrificio, amor, renuncia, deber, honor, entrega, todo con suma naturalidad.
Este aspecto, el de la naturalidad, es uno de los puntos fuertes de la película, eso y su frescura y ligereza. Se ve en todo, en la propia trama, en los rasgos de humor, las interpretaciones…
La fase de exposición es sumamente inverosímil, se excede en las coincidencias y hechos estrambóticos, y el espectador debe aceptarlos para disfrutar de toda la trama, evidentemente es un defecto, aunque al ser en la fase de planteamiento se acepta mejor. Con todo, su naturalidad la hace algo más creíble que el remake realizado en 1952 por Richard Thorpe.
John Cromwell es un magnífico artesano que nos ha regalado extraordinarias obras en distintos géneros, así tenemos las estupendas “Las aventuras de Tom Sawyer” 1930, “Cautivo del deseo” 1934, la famosa “El pequeño Lord” 1936, “Argel” 1938, “Sin remisión” 1950 o “Callejón sin salida” 1947. Hiciese lo que hiciese se mostraba competente. Un buen director. Aquí tiene uno de sus grandes éxitos en el género de aventuras, género que frecuentó más veces.
Producida por David O. Selznick, la película además de entretenida es un lujo visual, grandes decorados, castillos, lujosos salones, magnífico vestuario para adornar una trama con confusión de identidades, luchas a espada, manipulaciones, engaños… De todo un poco.

Por lo demás todos los aspectos técnicos están cuidadísimos, la puesta en escena de Cromwell es magnífica, de brillante frescura, con soluciones visuales tan acertadas que serían copiadas sin reparo alguno por el remake de 1952, y hace gala de un oficio y talento tremendos. La fotografía es verdaderamente notable y los decorados, ya mencionados, espectaculares.
Las escenas de acción son más limitadas de lo que lo serían en el remake de 1952 y Colman también está menos ágil que Stewart Granger, pero esto no desmerece un conjunto de frescura extraordinaria.

Se disfruta desde el punto de vista de intriga, aventurero e incluso por su sentido del humor, quizá el tema romántico algo menos, aunque su triste final es también muy bueno. La parte final del film es lo mejor, desde el rescate al rey al romántico epílogo. 20 minutos finales realmente magníficos, una escena perfectamente estructurada donde todo funciona, ritmo, suspense, tensión creciente y clímax final.

No se escatimaron medios para este clásico del cine de aventuras de todos los tiempos, un sano entretenimiento que no desagradará a ningún amante del género.