Se mantiene la coherencia en esas tres edades en las que
vemos a nuestro protagonista, donde cada actor dota al mismo de sus propias
características. Ese chico silencioso y solitario que será así en todo momento.
Un niño pequeño que no quiere volver a casa, avisando de ese entorno viciado y
pernicioso en el que vive (precario también, donde venderán la televisión y
tendrá que calentarse el agua con ollas). Se intuye cierta dependencia en ese
chico, que busca sentirse querido y aceptado de alguna forma, un clásico del
cine social, infantil y juvenil. Por eso vuelve a casa de Juan (Mahershala Ali) y Teresa (Janelle Monáe) ocasionalmente. Siempre lo veremos algo encerrado en sí mismo, solitario, poco
hablador, en las tres edades.
Un chico que encuentra en Juan una figura paterna, esa que
le falta, mientras que el propio Juan y Teresa lo adoptan como a un hijo. Un
protector y un guía al que descubriremos con “Little” sus contradicciones. Esa
familia le dará dinero, intentará ayudarle en lo necesario, dinero que su madre
le quitará para su consumo cuando lo descubra, como vemos en una escena de la
adolescencia.
La historia que le cuenta Juan en la playa tendrá
implicaciones futuras y pleno sentido para ese niño que se siente diferente.
Juan se derrumbará ante su cruda realidad hipócrita, que la
madre de “Little" dejará al descubierto y que él mismo se ve obligado a
reconocer a su joven protegido, intentando rescatarlo de una madre consumida
por la droga que él le vende… Es una escena con una coincidencia demasiado
forzada.
Un solitario sufridor que siente que no encaja en ningún
lado, por ello Jenkins lo sitúa a menudo en tierra de nadie, solo, en medio de
caminos, de parques, paseando, en andenes, en tránsito hacia no se sabe dónde,
solo en los encuadres. Acosado, burlado, vejado, perturbado, indefenso. Un chico
que busca su identidad, su sitio, que se siente diferente, que le atrae lo que cree no debería o no es bien visto en su entorno (ese sueño erótico).
Un chico acostumbrado a la decepción, no solo por su
familia, también con ese protector en el que creía que podía confiar y que
descubre vende drogas, eso que está matando a su madre, que la hace comportarse
así… Un desamparo enorme. Enjaulado.
Hay algo de perplejidad en su descubrimiento sexual, de
extrañeza, pero también de alivio, evasión y desahogo. Inquieta su amigo, un
buen tipo, pero débil, que en busca de la aceptación típica de la adolescencia,
de instituto, lo traicionará, cediendo al juego de los matones para su mala
conciencia.
Y de tirillas pasaremos al chico musculoso ya de adulto, con
dientes de oro como protección estética… En esa transformación se expone algo
más profundo. Ahora convertido en un matón, un mandamás, alguien importante y
bueno en su mundo, es una forma de quitarse complejos, que comenzó con la
venganza al malote del instituto… Complejos que no quedan atrás tan fácilmente.
Presumirá de su coche ante su amigo Kevin, se mostrará torpe
en las relaciones, comunicándose más con silencios que con palabras. Un tipo
sano, que sólo bebe agua y se cuida físicamente, puro, casi angelical, metido
en el negocio de las drogas...
La presentación de la madre (Naomie Harris, magnífica) ya manifiesta extrañeza. Su desapego y poco cuidado, desconfiada con ese extraño que le ha traído a su hijo, agradeciendo a duras penas tras oír su historia... Un entorno demencial, duro, insensible, precario, poco edificante, que lo zarandea, y en el que encuentra un pequeño oasis con un amigo y con esa pareja que lo acoge. Una madre drogadicta y prostituta, una madre a la que parece estorbarle, que no le da un mínimo cariño, que nunca es consuelo. Una madre posesiva que acentúa la sensación de soledad de su hijo… La sombra que cae sobre ella tras quitar el dinero a su hijo retrata el abismo en el que está sumida. Egoísta y manipuladora. Pecados de drogadicta.
La relación con su amigo es entrañable y plantea bien las
diferencias marcadas por la edad. Entrañable escena infantil donde Kevin (Jaden
Piner) incita a sacar el carácter a “Little”, ese que parece no tener y que es
el caldo de cultivo para el abuso del resto. Un alma sensible. Una cámara muy
cercana retratando sus juegos y peleas, en una confusa maraña esteticista de
camaradería. Una vez se reencuentren de adultos, descubriremos que Kevin ha
llevado una vida heterosexual, que tiene un hijo y que estuvo en la cárcel.
En la adolescencia tendrá un breve y sutil encuentro sexual,
anterior a la traición. Dicha traición es uno de los momentos más débiles de
guión, demasiado forzado, repentino, artificial, cediendo a las peticiones de
los malotes del instituto… Comprensible en su búsqueda de aceptación, eso sí.
En la venganza de "Chiron" volverá el excesivo esteticismo.
Del mismo modo, hay cierto defecto de punto de vista en el
tercer episodio. Una vez “Black” recibe la llama de Kevin (André Holland), que
lo perturba, porque el pasado vuelve a él, volverá a tener un sueño erótico,
pero en ese sueño le pone el rostro actual a aquel amigo que lo traicionó,
cuando hace 10 años que no se ven (como dice el propio Kevin, que además se
sorprende de lo musculoso que ahora está su amigo). Es un error… si al menos se
mencionara Facebook…
Hay muchos aspectos que denotan sensibilidad. Ese chico
silencioso que sólo parece hablar tras un buen plato de comida, y mejor si es
con Teresa, la sensibilidad femenina, como en esa citada escena llena de suaves
panorámicas en la mesa. Ocurre lo mismo en el final, algo que verbalizará
Kevin.
“¡Comes y hablas!"
La playa será el lugar predilecto de “Little”, un lugar que
resultará simbólico para él, de aprendizaje e iniciación. Allí aprenderá a nadar
con Juan, tendrá su primer y único encuentro sexual con Kevin (Jharrel Jerome), se
resguardará del mundo disfrutando de su soledad, la mirará con cariño y
añoranza en la escena final…
La escena en la playa aprendiendo a nadar es bella, pero
excesivamente enfatizada con esa cámara cómplice semiacuática. De nuevo las panorámicas con los efectos de sonido.
Es interesante la estructura impresionista, episódica, del
film, donde todo parece seguir igual, pero algunos personajes salen de escena
sin que se nos explique qué fue de ellos. Así ocurrirá con Juan. A Teresa no la
veremos en el último acto, aunque se la mencionará.
No es una película concluyente tampoco como relato
adolescente, ni siquiera como retrato del universo afroamericano. No da ninguna
visión original ni cuenta nada nuevo, zambulléndose en clichés y tópicos
clásicos (no significa que no sean reales), recorre terrenos manidos, si bien
lo hace con tacto.
El retrato de unas vidas remendadas, tristes, que
sobreviven, siguen adelante, sin una pasión definida, por puro instinto de supervivencia
o algo que los motiva (el hijo de Kevin), tirando por donde pueden más que por
donde quieren. Y en esa vida mediocre, Kevin haya la paz y la tranquilidad.
“Nunca hice algo que realmente quisiera hacer”. “Nunca he
sido yo mismo realmente”.
Y es ahí donde, reconociéndose también, “Black” confesará lo
que lleva dentro, una confesión que denota sufrimiento, ese secreto oculto del
que parecía no poder deshacerse, ante el que creía no podría encontrar
comprensión. Es muy bello ese plano casi paternal del amigo acariciando la
cabeza de “Black”. Será justo antes del plano final, con “Little” en la playa,
en una evocadora vuelta a la niñez, su lugar para la paz.
Buena película, correcta, realista, nada efectista, que huye
con acierto de los tópicos sensibleros, aunque puede resultar monótona en
muchas ocasiones, donde no hay denuncia ni se pretende. Es un retrato íntimo de
un sufrimiento y un sentimiento, punto de vista que está entre las grandes virtudes
del film. Pero todo suena a ya visto, sumado a esa poética estética ocasional
que no logra la coherencia deseada con su fondo. Que no termina de funcionar ni
en su vertiente reivindicadora de la identidad afroamericana, ni como retrato
adolescente. Una divergencia del estilo con respecto a lo que cuenta que
transmite cierta frialdad, que no conectemos del todo en ocasiones. Donde a
pesar de ser sutil lo sabemos todo, por lo que da la sensación de excesivo
ensimismamiento, lentitud, que podríamos llegar a lo mismo con menos tiempo… Es necesario recordar la notable “Los chicos
del barrio” (John Singleton, 1991).
Aunque parezca que no, quiere abarcar mucho, quedándose un
poco a medias en casi todo. Es apreciable sin duda, con algunos buenos
momentos, pero definitivamente sobrevalorada.
Lee aquí la 1ª Parte del análisis.
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