Mia y Sebastian son dos redomados románticos que creen en la
magia. Sus proyectos son alocados, pero prueban suerte, aunque sepan que es
difícil. En ese camino dudarán, titubearán, parecerán rendirse y caerán en profundas
contradicciones, pero finalmente triunfarán, porque alguien debe hacerlo…
Del alguna forma, ambos transitan caminos opuestos que debían
confluir, con una Mia que acaba asumiendo las ideas de Sebastian y un Sebastian
que acaba traicionándolas, hasta que encuentran el camino.
A Mia no le gusta el Jazz, algo que ofende a Sebastian, por
lo que se pondrá manos a la obra para subsanar ese defectillo. Le explicará su
sentido, la pasión que expresa, el conflicto que subyace en su interpretación,
en la improvisación de los distintos instrumentos, la libertad que transmite,
el sentimiento, desmontando el prejuicio de Mia, que la consideraba música de
ascensor, de mero acompañamiento, poniendo a Kenny G. de referente… Finalmente,
Sebastian logrará su objetivo y conseguirá que a Mia le guste el Jazz. Un
trabajo que acontece en el “The Lighthouse café”, que parece el club de las
buenas noticias, porque allí son felices, se produce el vínculo y una oferta de
trabajo.
-Sebastian: ¿Qué vas a hacer ahora?
-Mia: Nada.
Curiosamente, Mia, como si viviera en Hamelin, se siente atraída por la música, por la música de Sebastian. Se parará en plena calle y entrará en un local para escucharle. Volverá a acercarse al oír el "Take on me" en una fiesta para volver a descubrirle, y saldrá corriendo hacia el cine cuando vuelva a escuchar las notas de su tema. Siempre la música.
Los dos buscan cumplir sus sueños, dos sueños distintos en
forma y fondo, pero absolutamente lícitos ambos. Esto lo digo porque algunos
han cuestionado la visión que se da de los actores en el film para criticar a
la película, algo francamente absurdo porque sería poner la misma crítica a
obras incontestables como “Cantando bajo la lluvia” (Stanley Donen, Gene Kelly,
1952), por poner un ejemplo. Sebastian busca la absoluta integridad artística,
simbolizada en ese garito que quiere recuperar para su causa, la del Jazz
clásico. Mia quiere convertirse en actriz, entrar en el
mundillo y ganarse la vida con ello.
Podemos coincidir más con uno o con otro, admirar más a uno o a otro, pero no hay nada censurable, cuestionable ni corrupto en ninguno,
ambos son íntegros y honestos en sus planteamientos y en los medios por los que logran su sueño. Y quién crea que una gran estrella no tiene acceso a los mejores
proyectos o a lanzar los suyos propios… es que vive en Marte… Porque la película es calculadamente ambigua para que todo lo que nos planteemos tenga dos interpretaciones distintas, sobre las motivaciones de los personajes, sus decisiones, el final, para que cada uno se quede y reflexione acorde a su propia personalidad.
No hay nada mejor para fundamentar una relación, para que una pareja de cine funcione, que
encontronazos, malentendidos y la apariencia de llevarse mal, de chocar. Esto es lo que tendremos inicialmente. Y entre estas
cosas, pequeños cebos, como cuando Sebastian, teclado en forma de guitarra en mano y
con su ridículo look ochentero, le dice a Mia “te veré en el cine”. Exacto. Allí
la verá de todas las formas posibles.
Entre “borderíos”, vaciles y burlas, esos dos perdedores encontrarán la afinidad en Mulholland drive. Es en esta escena donde más explícitamente se expone la idea de destino, definiendo cierto aspecto del carácter de los dos protagonistas. Sebastian mencionará lo extraño que resultan sus encuentros fortuitos, las coincidencias que los llevan a encontrarse, preguntándose si significará algo, pero Mia desecha esa idea enseguida, con lo que Sebastian le dará la razón. En ese diálogo parece insinuarse un carácter más romántico en Sebastian que en Mia, más práctica, pero el diálogo posterior, despreciando la belleza de las vistas en Mulholland drive, lo que de verdad manifiesta es el miedo a entregarse a ese romanticismo que bulle en su interior, que sin duda sienten, encubriéndolo en cinismo ambos.
“Da cáncer, pero encuentras el coche más rápido”.
Gosling y su punto cómico, el toque hilarante del personaje.
Su relación, como suelen ser tantas que funcionan a la
perfección en la ficción, comenzará con encontronazos. Quejas y desplantes en
el atasco del inicio, un feo gesto de Sebastian cuando le despiden en ese
mágico momento en el local de J. K. Simmons, y otras escenas más de burlas y
bromas de uno a otro, como en la fiesta donde Sebastian toca el “Take on me” de a-ha. Todo cambiará en Mulholland drive y sus caracteres se matizarán.
Sebastian es un talentoso músico de rígidos principios y un sueño muy definido. Comprar un antiguo y prestigioso local de Jazz que se ha convertido en un garito de Samba y Tapas, y llamarlo como él quiere (al final renunciará a ese nombre en honor a Mia y lo bautizará como ella dijo, “Seb’s”). Un romántico idealista e ingenuo, que piensa que su oportunidad llegará, que se niega a renunciar a sus principios. Ingenuidad que le llevará a ser estafado. Vive en una casa sin decorar, poco cuidada, a la que su hermana Laura (Rosemarie DeWitt) intenta poner remedio además de buscarle pareja. Está sin un duro y endeudado. Lo único importante para él son sus fetiches, sus discos, sus fotos de Jazz y su taburete de Hoagy Carmichael.
Es profundamente idealista, casi fantasioso, tiende a inventarse la realidad o sublimarla, un optimista empedernido. Así lo comprobamos cuando su jefe lo despide, corrigiendo lo que dice, interpretando a su arbitrio lo que en realidad quiere decir. Lo mismo ocurre cuando Mia le cuenta su historia, de donde viene su pasión por la interpretación, calificándola de "niña prodigio dramaturga" (hilarante), o cuando escucha la conversación de Mia con su madre e interpreta que ella quiere que abandone su sueño y se estabilice, cuando jamás Mia insinúa tal cosa.
"Oigo lo que dices, pero no dices lo que quieres decir".
-Sebastian: Tú misma lo has dicho. Eres una niña prodigio dramaturga.
-Mia: Eso no es lo que yo he dicho.
-Sebastian: Ya, porque eres muy humilde, pero es la verdad.
Es impulsivo, hace cosas contra toda lógica. Se verá obligado a ciertas concesiones ante las que se rebelará de inicio, pero que luego le provocarán contradicciones. Primero suplicará ser readmitido por su jefe, interpretado por J. K Simmons, para ganar un poco de dinero, pero renunciando a sus principios y su música, para tocar música de fondo, villancicos y canciones populares. El detalle donde él mismo pone dinero en la urna para que no esté vacío es genial y real. Luego, en un inesperado arrebato, dejará de tocar villancicos para deleitar con una de sus composiciones, desaprovechando otra oportunidad y siendo despedido… Esa impulsividad lo lanzará a esa simpática escena donde aparece en la cafetería del estudio de la Warner para citarse con Mia.
Posteriormente, se meterá en un grupo Pop tocando éxitos
ochenteros que repudia por unos cuantos dólares, lo que despertará las burlas
de Mia. Mia tendrá su venganza tras el desplante sufrido, y tras verle tocar “Take on me” de a- ha pedirá
“I ran” de A flock of seagulls. Hilarante momento.
No es baladí esta escena, ya que denota un profundo
conocimiento de lo que le ocurre a Sebastian por parte de Mia. Después de esto
será la primera vez que hablen.
Se rebela ante la posible muerte del Jazz clásico, quiere
ser el “salvador del Jazz”, pero en contradicción cederá a participar en la
banda comercial de su amigo, que le reportará gran éxito. Ese amigo ante el que
se muestra reticente porque lo ve como un mal ejemplo, una peligrosa tentación
mefistofélica.
Y es curioso, muy acorde con la personalidad contradictoria de Sebastian, tan fascinante. Un objetivo tan ambicioso como salvar el Jazz contrastado con uno tan minimalista en su forma de conseguirlo: abrir un club de Jazz. No quiere ni busca fama, ni dinero, es puro romanticismo ejecutado de forma minimalista para llegar a todo el universo. Esto lo entendemos bien los románticos, solitarios y reflexivos.
Y es curioso, muy acorde con la personalidad contradictoria de Sebastian, tan fascinante. Un objetivo tan ambicioso como salvar el Jazz contrastado con uno tan minimalista en su forma de conseguirlo: abrir un club de Jazz. No quiere ni busca fama, ni dinero, es puro romanticismo ejecutado de forma minimalista para llegar a todo el universo. Esto lo entendemos bien los románticos, solitarios y reflexivos.
“¿Cómo vas a ser
revolucionario si eres tan conservador?” “Te aferras al pasado, pero el Jazz es
futuro”.
Cederá para complacer a Mia, sin que ella le pida nada, al
oír una comprensiva conversación que ella mantiene con su madre, para que no tenga que sufrir una incertidumbre materna, ya que Mia jamás le reprocha
nada.
Su obsesión, su empecinamiento, su respeto a sus propios
principios e ideas, creará problemas, dificultades e incomodidad con casi todos
los que no tienen su visión, con este amigo, con su jefe J. K. Simmons y con la
propia Mia, que al principio queda extrañada pero acabará entendiéndolo
plenamente.
Aunque también es impulsivo, perderá este rasgo de carácter
en cierto momento de la narración, cuando renuncia a ver la obra de su chica y
se somete a las mieles del éxito. No tardará en redimirse.
Ryan Gosling hace un magnífico trabajo que le ha valido una
merecida nominación al Oscar y el Globo de Oro, donde canta, baila y toca el piano él mismo, sin
truco, como podemos comprobar en esos planos sin corte, algo para lo que ha
trabajado mucho. Os parecerá una tontería, pero tiene un mérito enorme que se ha llevado todos mis respetos. También es cierto que no tiene el peso dramático de otros
papeles de este año ni el de su compañera de reparto.
Aquí nos deja varias marcas de la casa, como esa especie de
autismo ensimismado en un rostro hierático. Lo cierto es que deja algunos
momentos hilarantes, como esos gestos frustrados tocando villancicos que no le
llenan o complaciendo al cantante del grupo Pop. O esos sustos, hasta tres se
pega en la película, que remiten al cine mudo.
Emma Stone parece haberse abonado a cintas con largos planos
secuencia, sólo hay que recordar la oscarizada “Birdman” (Alejandro González
Iñárritu, 2014).
Aquí interpreta a Mia, una aspirante a actriz, soñadora y
romántica, aunque se niega y encubre tales características a duras penas. Es
tenaz y positiva, así como muy impulsiva. Verá como su ilusión merma cuando
nada le salga como espera, la madurez irá eliminando en ella los prejuicios y
el snobismo, por ejemplo cuando menosprecia el papel en una serie del tipo
“Mentes peligrosas” y “O.C.” para luego verla de otra manera una vez la llamen
para una segunda audición.
Como digo, es muy impulsiva, se guía por instintos, un sensor romántico que intuye las pistas del destino. Hasta en tres ocasiones se marchará de una cena o dejará plantados a sus acompañantes. Primero cuando va a la fiesta con sus amigas tras haber declinado inicialmente la invitación; luego dejando a su novio, práctico y poco soñador, en la cena con su hermano donde se dedica a criticar el cine, ir al cine, corriendo a los brazos de su “rebelde sin causa”; luego se irá de casa del propio Sebastian al sentirse traicionada. Un chica que actúa por arrebatos, como ese que la llevó a entrar en el garito donde tocaba Sebastian o el que la lleva a pedir a su marido que se desvíe para terminar encontrando el ansiado local de su ex pareja, Seb’s.
Emma Stone hace un trabajo maravilloso, y sólo por disfrutar de
su frenillo cantando ya merecía la candidatura, pero raro será que no conquiste
la estatuilla.
Dos actores que es la tercera vez que coinciden juntos,
demostrando una química excelente. “Crazy, stupid, love” (Glenn Ficarra, John Requa,
2011) y “Gangster Squad” (Ruben Fleischer, 2013) son las anteriores.
Habrá vínculos visuales para los dos, ese destino juguetón
en la ciudad de las estrellas y los sueños. He comentado el asunto del neón
rojo que acaba guiando a Mia hasta el local donde Sebastian se rebela y está a
punto de ser despedido, pero también habrá ecos visuales, como ese fugaz plano
picado sobre una taza de café que vemos en la cafetería de Mia y en la casa de
Sebastian.
Vínculos estilísticos, como esos recursos lumínicos
expresionistas que los aíslan con un foco en sus momentos de gloria: el solo de
piano de Sebastian, la audición de Mia. O los movimientos de cámara,
travellings circulares o que parecen abrazarlos cariñosamente por el cuello en
sus momentos de esplendor, como los citados anteriormente. O esa iluminación
expresionista que los aísla en la escena final…
¿Y ese final?
La amargura del final, algo matizada con la última mirada,
ha frustrado, desconcertado e incomodado a muchos aficionados, que hubieran
preferido un final feliz en honor a los musicales clásicos, que no hubiera
dudado en rubricar su vitalidad con una conclusión satisfactoria que sumar a su
ligereza, energía, jovialidad e, incluso, superficialidad aparente, que no real,
como ocurre también en esta “La la land”.
Un final que parece surgido de la teta de “Cantando bajo la
lluvia” y que contiene a su vez una numerosa cantidad de homenajes. Esos
decorados, esa forma de contar la historia escenográficamente, y con beso
hitchcockiano incluido para el comienzo de ese idílico epílogo. Al pasado, lo
que pudo ser, lo que debió ser, lo que hubiera gustado que fuese...
Es una bonita historia de irrealidad y ficción, coherente
con ese constante juego que propone la película, donde esa realidad y esa
ficción se funden en una ciudad mágica y real a la vez. Una idealización donde
todo sale a la perfección, donde la realidad es laxa y las posibles lagunas se
obvian, como en toda buena ficción, para llegar a un buen final feliz, pero que
aquí choca con esa realidad que nos lleva a veces por otros caminos, aunque el
destino sea el mismo en ciertos aspectos.
¿Y por qué demonios no quedan juntos como queríamos todos?
¡Pues porque esto es la vida! Me gusta que no haya un motivo concreto, que
simplemente la vida los separase, porque en esa última mirada está un vínculo
más férreo y eterno que cualquier otro. No nos engañemos, un final feliz en el
Parque Griffith, por ejemplo, restaría enjundia, impacto dramático y emoción,
haría que posiblemente la película se olvidara antes y esa fusión de realidad y
ficción se diluyera, pero con el epílogo, ¡ay, amigo!, con ese epílogo no
resulta indiferente en absoluto, porque lo que vemos no es otra cosa que la
vida misma. Su alegría y su tristeza. Un lapso de cinco años, la vida pasó. La vida.
Y porque ellos juntos sólo tienen sentido en el camino, en el tránsito hacia ese sueño, que de no haberse encontrado (recuerden, el destino), no habrían conseguido. Una vez realizado no tienen sentido juntos.
Y porque ellos juntos sólo tienen sentido en el camino, en el tránsito hacia ese sueño, que de no haberse encontrado (recuerden, el destino), no habrían conseguido. Una vez realizado no tienen sentido juntos.
Y sean sinceros, ¿cambiarían la feliz historia de Mia con su
marido por la que han visto con Sebastian? Saben que no, ¿y por qué lo sé yo?
Pues porque me pasa lo mismo, porque yo también deseé que terminaran juntos,
porque su historia y su relación me llegó y me emocionó.
Esa última mirada, eco del cebo de aquella otra en el cine,
con los roles cambiados, donde Mia busca en lo alto de la platea a Sebastian en
la grada de la sala, mientras que aquí es él el que está subido a un escenario
y despide a su chica con una sonrisa.`Fue el inicio, ahora es el final.
Una mirada de despedida, de sueños cumplidos y amores rotos.
Hay hasta tres miradas que traspasan la pantalla. La final, en el cine para ver "Rebelde sin causa" (Nicholas Ray, 1955) y en su segundo encuentro cuando Sebastian es despedido.
Hay hasta tres miradas que traspasan la pantalla. La final, en el cine para ver "Rebelde sin causa" (Nicholas Ray, 1955) y en su segundo encuentro cuando Sebastian es despedido.
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