Y de eso habla “La la land”, como habla “Whiplash”, de los
sacrificios que somos capaces de superar, si es menester, para alcanzar nuestro
sueño, nuestra obsesión, nuestro objetivo, pero aquí esos sueños se ponen a la
misma altura que el amor, por lo que la reflexión sobre ese conflicto es
interesante, especialmente en el contraste con su anterior obra.
Para Chazelle el amor no puede convivir con un sueño, porque
un sueño lo es todo, define lo que somos. Un sueño requiere toda la atención,
plena dedicación, como toda pasión, y dos pasiones no pueden convivir sin que
una se vea mermada o ceda un tanto. Sin concesiones no hay forma, por tanto, la
cuestión es si se está dispuesto a ceder y en qué.
Todo ello plantea interesantes matices en la obra de
Chazelle, hasta el punto de preguntarte: ¿por qué no es posible compaginar todo
ello? Lo entendemos en “Whiplash”, donde ambos parecían tomar caminos
distintos, pero en “La la land” vemos como Mia compagina amigos, familia y
estrellato sin aparente problema… El hecho es que esto lo vemos una vez
cumplidos los éxitos, pero es el camino hacia esos sueños lo problemático.
Porque los personajes se enfrentan a un socorrido dilema que
hemos disfrutado en un montón de películas, cuando al sueño de nuestra vida se
le enfrenta otro sobrevenido y con el que no contábamos, y pueden llegar a
terminar opuestos… Eso les ocurre a Sebastian y Mia, que tenían muy claros
sus sueños, sus objetivos, pero se encuentran el uno al otro y pasan a
convertirse a prioridad.
Pero analizando el conjunto, entendemos que ese destino juguetón los unió única y exclusivamente para que ambos consiguieran su sueño, ya que si no se hubieran conocido ninguno de los dos lo hubiera logrado. ¿Y por qué? Pues porque en los momentos de flaqueza y zozobra, Sebastian será el flotador y el motor para Mia, la animará a no rendirse, a seguir persiguiendo su sueño. Es por ello que hará la obra de teatro, que es un aparente fracaso, pero le posibilita la audición para la película que la llevará al estrellato. Del mismo modo, es Mia la que hace reaccionar a Sebastian cuando parecía acomodarse al éxito y renunciar a sus principios y sueños, un éxito que buscó para complacerla, pero que finalmente será beneficioso porque le proporcionará el montante económico necesario para comprar el local soñado, como la propia Mia había supuesto que haría. Es decir, de forma directa e indirecta le saca de la condena en la que estaba destinado a vagar eternamente, tocando Pop para otros para poder comer. Es decir, si no se hubieran conocido jamás habrían llegado a cumplir sus sueños, seguirán tocando en bandas de mala muerte o vendiendo cafés… El resto es la vida…
A partir de ahí los dos se limitarán a seguir los dictados
del destino, reticentes de inicio, pero obligados finalmente. Es lo que
impulsará a Mia a abandonar repentinamente a su novio para encontrarse con
Sebastian en el cine, en esa maravillosa y satisfecha mirada y sonrisa de
ambos, como reconociendo el hogar. Lo hará al escuchar la misma melodía que la atrapó por la calle, una circunstancia imposible estando en un restaurante. Puro destino juguetón.
Seguiremos el periplo de dos
soñadores, dos postulantes a cumplir su sueño, de esos que esperaban en el
atasco inicial, que se verán zarandeados por las circunstancias, tentados para
abandonar su propósito, que deberán superar dificultades y negativas, que se
sumirán en la duda. Un músico y una actriz.
Fascinados como ellos pasearemos
por un estudio cinematográfico, cuando Sebastian se lanza a la aventura y busca
la cafetería donde trabaja Mia. Decorados de múltiples géneros, un rodaje,
conversaciones de sueños por cumplir y dónde y cuándo se gestaron, pequeñas
frustraciones… Atentos a esa mirada al decorado inaccesible que lanza Mia
mientras un cartel gigante pasa tras la pareja, es la mirada del sueño
intangible, tan lejos y tan cerca, de la ilusión y la impotencia.
Veremos a Mia ser rechazada en
infames audiciones, pasar por otras “audiciones” menos profesionales, buscando
un padrino en fiestas, en los garitos de moda buscando estrellas a las que
acoplarse. Mia caerá en esa tentación a la que invitan sus compañeras de piso,
pero renunciará a ese camino pronto.
Algo parecido sufrirá Sebastian
cuando saboree las mieles del éxito. Antes también le veremos ceden en sus
principios para ganarse los cuartos. Nos dedicará los míticos teclados del
“Take on me” de a-ha, que también ha sonado fuerte en la excelente “Sing
street” (John Carney, 2016). Lo que más podría odiar un escrupuloso y clasicista
obseso musical, tener que traicionar sus principios, ceder en sus postulados
para ganar unos dólares. Ese hilarante inserto sobre el rostro de Ryan Gosling,
magnífico, dice más que cualquier comentario. Sin desperdicio su look. Cómica y
excelente escena.
Sebastian se someterá a lo que
siempre odió por complacer a su amada. Aceptará la proposición de Keith (John
Legend) y se sumará a un grupo de jazz fusión, modernito y comercial, que
volverá loca a la gente, pero lo que sorprende es que cuando Mia vea una
actuación de ellos demostrará el profundo conocimiento de su pareja y se sumirá
en la inquietud, porque no lo ve asqueado, parece disfrutar, interpretándolo
como una posible traición a sí mismo. Y es cierto, Sebastian sonríe y se
complace de ese éxito, donde lo que hace gusta, recibe elogios y llena recintos.
Se puede interpretar, así lo hace
Mia para que su extrañeza no vaya a mayores, como un goce en busca de su
verdadero propósito, conseguir dinero para poder cumplir su sueño de comprar el
local y hacer allí la música que siempre quiso, porque de lo contrario
confirmaría esa traición a sí mismo, a todo aquello que la había inculcado,
para lo que la había convencido, una traición también a ella misma. Usar esa
nueva tesitura para conseguir dinero es una postura inteligente, pero todo será
más complejo y Sebastian caerá en la complacencia y comodidad del éxito, aunque
no le guste del todo lo que hace.
Y sobre todo este epígrafe tenemos
la escena crucial, donde se genera el gran conflicto del film y pone a prueba
los principios y la fuerza de los sueños de ambos. Es la cena sorpresa que
Sebastian hace a Mia. Unas dudas que se transforman en sorpresa romántica para
acabar en conflicto.
Observen cómo la planifica
Chazelle la escena. El inicio de la conversación incluye a los dos en los
planos y contraplanos, escenificando su unión, la felicidad por la sorpresa, su
complicidad, el momento romántico, su vínculo, sus sueños y esperanzas…
Cuando Mia diga: “Así que va para largo”, toda la planificación cambiará. Justo cuando diga esa frase,
Chazelle cerrará los planos sobre los rostros de ambos, que inundarán los
encuadres, en solitario, y respetará escrupulosamente dicha planificación hasta
el final de la secuencia, escenificando así el conflicto y la sentida traición
(hay un pequeño inserto sobre el disco que suena como pausa, como un
paréntesis, porque la escena también comienza con el disco).
La filosofía de él parece haber
cambiado radicalmente, como intuimos en la actuación en vivo que le vimos con
su grupo, seducido por el éxito y la comodidad, por la aceptación del público
que tan intrascendente era para él, aquello que nunca tuvo. Una repentina
renuncia a lo que había enseñado y mostrado a su novia, lo que la había hecho
creer, sobre lo que había logrado convencerla, su integridad artística, su
compromiso sin concesiones, su idealismo y su firme persecución de su sueño…
pero eso ahora parece impostado.
Mia le creyó y asumió todas
aquellas ideas, sus postulados, apostó por su propia integridad artística,
porque los dos persiguieran sus sueños, se arriesgó con su propia obra sin
apoyo ninguno, fue a vivir con él, aprendió a saborear y apreciar el Jazz… y
ahora ve como él renuncia a todo aquello, dispuesto a abandonar su sueño por la
estabilidad y la comodidad.
Sebastian llegar a pedir a Mia que
le siga, lo que implicaría que ella también renunciará a su sueño. Es un mazazo
para ella, inconsciente de lo que bullía en la cabeza de su pareja, con su
trabajo, aquel chico obsesivo y tenaz en busca de un sueño que la convenció de
que todo era posible si se mantenían firmes y juntos.
Sebastian la acusará injustamente
de ser la causa de su decisión, y aunque puede tener que ver, lo cierto es que
ella jamás se lo insinuó, fue todo decisión propia. Por tanto, Mia lo ve como
una traición a ella y a él mismo, sin saber cuál de las dos es peor.
“Puede que sólo te gustara cuando me iba de culo porque eso te hacía sentir mejor”.
Todo esto se confirmará cuando Sebastian no acuda a la obra que tanto tiempo y esfuerzo estuvo dedicando Mia, dejándola sola en su vergüenza y frustración, escuchando humillantes comentarios, haciendo de esa soledad (era un monólogo) algo desolador, y todo por hacer unas fotos promocionales… haciendo lo opuesto a lo que pregonaba. La decepción y la vergüenza. Todo ello junto hace comprensible el caldo de cultivo que aleja a Mia de Hollywood, en una transición viajando hacia el desierto, a su casa junto a su padres, donde veremos su habitación de niña, que da buena cuenta de cuál era su sueño y pasión.
Por supuesto, la redención y
reacción llegará. Cuando todo parecía perdido, una llamada, de nuevo el destino,
llevará a Sebastian a Nevada, sin apenas señas para encontrar a Mia, para
avisarla de la nueva audición. Un gesto de amor sincero.
“Una cambia sus sueños y madura”. “Eres
buena”. “Sí lo eres”.
Y es que, después de todo,
Sebastian terminó abandonando aquel grupo y apostó por su sueño, ayudando a Mia
con el suyo.
¿Y qué mejor manera de visualizar
el amor de la pareja que con la escena más recordada y mágica del film? Esas manos
en el cine, ese beso interrumpido por la velada película que sirve para unir la
ficción de “Rebelde sin causa” con la mágica realidad, continuando ellos su
propia película en el mismo decorado que veían, en el Observatorio... Y llegar al
culmen romántico, mágico e irreal. Idealizada y bellísima al máximo. Estrellas,
romanticismo, dobles de baile, flotar, volar y el beso con un fundido a negro
de un círculo cerrándose.
Tras esto, ambos se dedicarán con
pasión a sus sueños. Es el amor. Ella escribirá una obra de teatro propia, él
tocará en buenos garitos… de otros. Ella irá a vivir con él a su pequeño
cuartito...
-Sebastian: Yo también te querré
siempre.
Esa mirada de Emma Stone a Ryan
Gosling en el Parque Griffith, de día, es la definición misma del amor.
Con una sencilla escena en forma
de eco sabremos que Mia se ha convertido en estrella. La vimos al inicio fascinada y
sorprendida al ver a una gran estrella pedir un café en su cafetería, pero
ahora es ella la que deja patidifusa a la chica que ocupa su lugar en esa misma
cafetería, aunque no descubriremos su rostro hasta que se dé la vuelta.
Al mismo tiempo, descubrimos que
Sebastian ha comprado su propio local, decorado con todas esas fotos que vimos
en su apartamento y el tan querido taburete de Hoagy Carmichael, tocando su
Jazz, y bautizado como Mia quería, en un último guiño amoroso. Seb’s. Pero cada
uno por su lado. Mia casada y con una hija, Sebastian solitario como siempre,
pero con sobrina.
La ambición materializando los
sueños al fin. Como en “Whiplash”, el sacrifico, el trabajo, la voluntad,
llevará a los protagonistas a lograr su objetivo, su sueño, su propósito, pero
una vez logrado esa pareja no parece tener sentido, ya que sólo tenían sentido
en el tránsito, en el camino. La escena final, con ese expresionista recurso
lumínico, escenifica un íntimo diálogo entre ambos sobre lo que perdieron,
sobre lo que pudo ser y cómo pudo conducirse su vida, sobre un amor que se
mantiene vigente pero quedará soterrado, en un idioma encriptado en notas
musicales que sólo ellos comprenderán.
Se ha criticado a Mia en ciertos
aspectos, pero no hay razón, y menos por los pecados que se le achacan. Han
hablado de ella como una soñadora superficial, como si cada uno no tuviera
derecho a tener los sueños que quiera, pero lo cierto es que los persigue hasta
el final, a pesar de las dudas. La dudas, que tienen todos los personajes de
Chazelle en ese duro camino al éxito, desde Mia a Sebastian pasando por Andrew,
el batería de “Whiplash”.
Al final, Mía mostrará una
determinación absoluta, que la llevará a dejar a tras a Sebastian porque “así
es la vida”. No tiene que ver que una viaje y el otro no, hay parejas de
actores y músicos por todo el mundo, simplemente vivió su vida una vez su sueño
le da una oportunidad, pero…
¿Y si Mia, quizá, sólo quizá, no
comprendió que se había convertido en un sueño aún más intenso para Sebastian
que abrir su club, hasta el punto de estar dispuesto a sacrificarlo por ella? Que
ella sustituyó en importancia al sueño primigenio. Conservarla, darla una vida,
tener dinero para estar juntos. Al fin y al cabo, Sebastian renuncia a su local
por ella, cuando se mete en una banda de Jazz, y sólo cuando ella lo olvida se
lanza a él definitivamente, manteniéndose solo, sin pareja. Es Mia la que “olvida”
o deja atrás a Sebastian. Y Sebastian lo comprende, porque sabe mejor que nadie
lo que es un sueño, pero que a su local lo llame “Seb’s”, como ella le dijo, es
una señal más que podría confirmar esta tesis, y la tesis inicial mencionada de
ese conflicto irresoluble en el cine de Chazelle, donde amor y sueño
profesional no compaginan bien.
Esa mirada de pesar de Sebastian
parece indicar aquello, el dolor y la comprensión, y lo que vemos en ese
idealizado final quizá sea un mensaje de reconocimiento de errores y
manifestación de cuál era su verdadero sueño, es decir, un mensaje de él a
ella.
Quizá, ¿quién sabe?
O puede ser que a él le faltara
valentía, que se acobardara y no estuviera dispuesto a seguirla, como vemos en
la idílica ensoñación, embargándose a unos matices absurdos que lo anclaron en
Los Ángeles, cuando podía haberlo tenido todo aunque fuera en Europa,
renunciando al pack completo por una obsesión enfermiza en la que sólo tenía
cabida el fetiche (Seb’s) para el amor… Quizá.
¿Qué habrá ocurrido en esa
maravillosa elipsis, en esos 5 años que Chazelle nos roba? La vida, nos separa.
Quizá no pasó nada, simplemente la relación se apagó y lo que queda es la
nostalgia, el grato recuerdo y un inmenso cariño… O un amor imposible. Una
elipsis que da para otra película.
Hay una acerada crítica a ese mundillo snob donde se valora más al cultureta, al naïf, al que pone la pose, a lo comercial, al enchufado, al flipado, al que aprovecha el momento que al verdadero talento. Hay muchos ejemplos: El músico de Jazz que contrata a Sebastian pese a las reticencias iniciales de este, como si intuyera en él una especie de Mefistófeles jazzero que no entiende sus ideas y principios, que acaba logrando una buena repercusión y sumiendo a nuestro protagonista en la desidia y el conformismo del éxito con un Jazz fusión comercial, alejado del clásico reivindicado por Sebastian. O en ese escritor que conoce Mia en una fiesta y que está de moda y muy valorado por su capacidad para “crear universos” que pueden dar franquicias sobre “Ricitos de oro”…
Un lamento por ese talento
evidente, objetivo, puro, que pasa desapercibido, obviado, por incompetentes,
envidiosos o señores colocados en los lugares importantes que deciden a
conveniencia absurdamente. Y te preguntas: ¿por qué éste sí? ¿Cómo es posible
que éste no? El talento que se pierde en el olvido, el silencio o el anonimato,
el gran talento.
Esa escena en la que Ryan Gosling pasea por el puente, cantando, ha hecho que me enamore de él para siempre ( aunque sea rubio!)
ResponderEliminarNo ha caído bien a todos el muchacho en la película. Jejeje
Eliminar*NoS ha caído bien, quería decir.
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