¡Ay! La ciencia ficción de serie B de los 50. ¡Cuántos
buenos ratos! Ya sea por esos títulos de increíble calidad que han trascendido
el tiempo, algunos incluso se han mantenido ocultos para el gran público, como
por los entrañables, ingenuos y descacharrantes desastres sinsentido que
produjo.
Aquí os traigo una que es modelo de los dos, una película
que no es del todo mala (tampoco buena), pero que tiene cosas absolutamente
surrealistas que dejan perpleja la mirada cariñosa e ingenua con la que la
vemos. Hay algunas buenas ideas y una estupenda atmósfera, pero también es
mediocre en muchos sentidos, y como ocurre en tantas series B de este tipo, el espectador debe ser
generoso, poniendo de su parte. Entiende lo que le quieren contar, aunque lo
que ve plasmado en pantalla resulta absurdo o incoherente.
Dirigida por Edgar G. Ulmer, director de la magistral “El desvío” (1945), “El ser del planeta X” tiene en los recursos estéticos,
expresionistas y atmosféricos sus más destacadas virtudes. La noche, las rocas,
los lugares escarpados y de difícil acceso, la niebla, que evita que se vean
las costuras (esos fondos pintados y discretos decorados, ese planeta que
parece hecho en una clase infantil de manualidades, la nave descubierta…) de la
misma forma que potencia el look y la atmósfera…
También en el encuadre destaca la dirección de Ulmer, como
en la presentación del protagonista, ocultando su rostro voluntariamente
(espalda, mano sobre el rostro, algún elemento del decorado que lo tapa…). La
planificación clásica es la constante, con secuencias largas sin corte o del
plano general a planos más cortos. Planos largos sin corte con personajes yendo
y viniendo a primer plano, es otro rasgo que podemos ver repetido.
En contrapicado John y el profesor Elliot tendrán su primera
conversación sobre las investigaciones del segundo y el misterioso planeta.
A ras de suelo, enfatizando el momento, encuadrará el
grito de la chica desde la distancia cuando entre en la celda donde tienen al
extraterrestre, logrando una mayor expresividad.
De inicio, la sencilla puesta en escena nos va llevando en
exteriores de lo normal, una agradable y plácida playa, a lo tenebroso, un
pantanoso y tétrico entorno para situar el castillo donde tendrá lugar la
acción, rodeado por la niebla. Es ahí cuando la voz over del protagonista, John
Lawrence (Robert Clarke), relatará un misterioso y terrorífico encuentro con un
extraterrestre y un futuro y próximo enfrentamiento con él.
Ulmer va introduciendo elementos extraños, narrativos y
visuales, para acrecentar la tensión y el suspense. La aparición de un
nuevo planeta extrañamente cercano a la Tierra que amenaza con colisionar y que
provoca el desconcierto. Hechos y ondas extrañas, rayos sin truenos y la
aproximación constante del planeta hacen temer lo peor, y todo parece
localizarse en una zona, Burry, investigada por el profesor Elliot.
Esa aparición del “Planeta X” descubierta por el profesor
Elliot (Raymond Bond), llevará al periodista John Lawrence a Burry para
visitarle, ya que el científico prometió cederle la exclusiva a él.
En Burry se nos presentarán al resto de personajes. La
chica, Enid Elliot (Margaret Field), hija del profesor; el propio profesor
Elliot y el siniestro Dr. Mears (William Schallert), que da mal rollo desde
que lo vemos por allí.
Enid y John se conocieron cuando ella era una niña. Han
pasado 6 años y el periodista ya se pone a ligar con ella, es decir, en cuanto
fue legal nuestro protagonista fue a saco… Él es americano, mientras que el
profesor y su hija son británicos.
Sobre Mears, que se presenta desde el inicio como el villano
de la función, aunque algo confusamente, se nos informará de ciertas
circunstancias de su pasado, para que quede claro que es el malo, aunque no
hacía falta porque Mears se esmera con denuedo en parecer siniestro. Un pasado
de exconvicto del que John y Enid hablarán como cotillas a sus espaldas, de lo
que Mears se enterará. Aquí sentimos más empatía por Mears que por los
cotillas, bien es cierto. La chica se deja llevar, pero el periodista es un
tiquismiquis bastante borde (con Mears especialmente). Lawrence llegará a
llamar a Mears “ambicioso”, que es como absurdamente nos lo han querido
mostrar, y el espectador enseguida piensa que se le podrían llamar cosas peores
si lo que se pretendía era insultarlo… Mears siempre se está ocultando, aunque
la mayoría de veces no sabemos por qué, ya que en la escena siguiente aparece y
habla de cualquier tema con total naturalidad... Ya su aparición en casa de los
Elliot es extraña, acogido por el profesor al verle desvalido y sin dinero…
Lo que pretende Mears no es nada extraño: investigar para
intentar reproducir el material del artefacto que encontraron al azar, que
tampoco es un delito, pero Lawrence lo mira como si le planteara resolver una
integral… La extraña máquina, que confundieron con un meteorito, es de material
ligero y más duro que el acero, desconocido en la Tierra, por lo que deducen
sagazmente que debe venir del espacio…
Enid es intrépida y osada, como demostrará acercándose sola a
la nave extraterrestre. Se merece el susto, pero bien por ella... Allí verá a
una criatura extraterrestre.
Esto llevará a una expedición donde se sumará el profesor
Elliot, que será alcanzado por una luz que parece someter su voluntad.
En estas idas y venidas hacia la nave y el extraterrestre,
con esos intentos de comunicación, hay cierta reiteración que sirve para
rellenar los 79 minutos que dura la película. En los primeros intentos de
comunicación, infructuosos, tendremos algunas de esas cosas irrisorias que nos
regala la película, como la repentina asfixia del extraterrestre, que tiene la última tecnología pero el tema de las válvulas no lo controla. Podría entenderse como un truco del alien, pero no
tiene pinta. El extraterrestre es una especie de E.T. para torpes.
Algunas de las apariciones del E.T son interesantes,
repentinas (en la nave), en off (tras la mirada aterrada de Enid)...
Hay múltiples lagunas de guión e incoherencias. Algunas ya
están citadas, otras irán apareciendo. Los tiempos no se manejan del todo bien,
como en la noche donde Mears pretende sacar información del extraterrestre y
acaba atacándolo y quitándole el oxígeno, donde no se define bien la duración
de la noche y la tardanza de Lawrence en ir a la farmacia, tras cambiar la
rueda al coche pinchado. Ambas situaciones no parecen concordar y la duración
de la noche se hace extremadamente corta. La escena del cambio de rueda resulta bastante ridícula, parece querer presentar al policía exclusivamente.
Las desapariciones comenzarán a multiplicarse, dándole un
nuevo impulso a la narración y un aceptable interés y suspense. Primero serán
Enid y el extraterrestre quienes desaparezcan sin dejar huella; luego dos
aldeanos que buscan otros dos (no estaba la cosa para tirar el dinero en
extras); más tarde Mears y la nave también se esfumarán. El profesor Elliot se
unirá a los desaparecidos cuando el extraterrestre se valga de Mears, una vez
lo tiene bajo su voluntad. El extraterrestre es capaz de anular la voluntad de
cualquiera para someterlo a la suya.
Auténticos zombies. Dos de ellos intentarán atrapar a
Lawrence, como hacen con otros para aumentar el ejército a las órdenes del
extraterrestre que está fortificando su nave. Todo esto ocurre con el pueblo
incomunicado, salvo por un mensaje lanzado in extremis a un barco que pasaba por allí,
mensaje que será recibido, por lo que inspectores de Scotland Yard y el ejército
llegarán para ayudar…
Aquí se les va la olla del todo. Al protagonista le dan 11
minutos para resolver la situación antes de ponerse a tirar bombas, que es para
lo que suelen salir los ejércitos en las películas. Urge, ya que han deducido
que los extraterrestres quieren invadir la Tierra para huir de su congelado y
moribundo planeta. Esta idea la hemos visto en miles de películas posteriores.
El caso es que todo es absurdo. Desde los juegos con la
válvula de oxígeno del extraterrestre a la misión del protagonista, que se
planta solo sin mayor problema junto a la nave y le va diciendo a los “zombies”
que se vayan de allí. Unos zombies desobedientes que en cuanto alguien les dice
que hagan lo contrario lo hacen sin problema. ¡Traidores!
Lawrence es cruel, porque ordena escapar a todos menos a
Mears, al que deja arrodillado hasta que acaba con el alien, para luego permitir que se
dirija hasta su salvación previo empujón.
Así tenemos que la única resistencia es un único alien
rodeado de un ejército, un alien al que físicamente le pueden todos, incluso
Mears, como vimos en el calabozo, pero mandan sólo a Lawrence a que resuelva el
asunto. Que uno piensa que mandando a tres o cuatro el problema se hubiera
resuelto antes y con mayor eficacia, pero así son las cosas y lo cierto es que
el protagonista hasta ese momento no había hecho nada heroico, así que había
que compensar.
Para que no hubiera dudas de la victoria y para aprovechar
el viaje, el ejército, una vez reducido el alien, se lía a lanzar bazucas y
misiles sobre la zona por si acaso ha quedado alguna piedra encima de otra.
Mears es un personaje sin sentido, su relativa o supuesta
maldad es absurda e incomprensible (no le vemos hacer apenas nada malo, salvo
comportamientos extraños, pero ser raro no es ser malo), dibujado penosamente y
totalmente prescindible.
Los drásticos cambios del alien también son de estudio. De
aparente amigo a querer invadirnos… Si el alien se enfadó, con no “ajuntarnos”
valía…
Regulera, mediocre, con su punto entrañable de “mega serie
B” y alguna buena idea muy utilizada en el posterior cine de aliens.
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