sábado, 26 de noviembre de 2016

A TRAVÉS DEL ESPEJO

RELATO










Sentía una mezcla de miedo, curiosidad, angustia y excitación. Desde hacía un mes, todos los martes recibía un paquete con un objeto, un regalo sin aparente sentido de alguien desconocido.

Su miedo y su angustia procedían de sus recuerdos, que le jugaban malas pasadas. Esos misteriosos detalles le recordaban a su anterior pareja, tan detallista, tan atento, que la agasajaba con regalos y atenciones constantes en los inicios de su noviazgo…

La curiosidad y la excitación venían el propio misterio, de la atractiva idea de gustarle a alguien de nuevo, de iniciar algo lleno de incertidumbres, de volver a seducir y sentirse plena. Ella nunca se consideró especialmente guapa, una chica normal, aunque en aquella oscura época no quería ni mirarse a los ojos. Y aún hoy le costaba asimilar su reflejo.

Cada uno de los regalos que llegaban puntualmente a su casa tenía que ver con ella de una forma íntima y a la vez acogedora. La persona que los enviaba parecía conocerla bien, pero no sólo en lo referente a sus gustos, también en lo concerniente a aspectos de su vida que reservó a su grupo de amigos más cercano y a sus familiares. Unos regalos que la llevaban al pasado y a momentos duros, pero desde un prisma positivo. Era toda esta ambivalencia la que la tenía agitada y expectante cada martes.

El primer envió que recibió fueron dos entradas para un concierto de su grupo favorito. Desde luego ella iba a ir al concierto, pero aún no había podido comprar las entradas porque llegaba apurada a fin de mes. Ese concierto, de Coldplay, fue al que no pudo ir hace cuatro años cuando estaba preparada, tenía las entradas compradas y sus amigas la esperaban, porque a Él no le gustaba como iba vestida. La única música que escuchó aquella noche fue la de los golpes de Él impactando contra su cuerpo. Recuerda su impotencia y su sorpresa más incluso que su dolor. Él generalmente no era así, había visto malos modos y desplantes, pero nunca había llegado a eso. Lloró, se recompuso como pudo e inventó una torpe excusa para sus amigas disculpándose por no poder acompañarlas…

El segundo martes le llegó un libro de historia. La carrera que nunca pudo cursar. Siempre le apasionó la historia. Era una buena estudiante, no extraordinaria pero sí aplicada, y siempre había sentido una especial inclinación por los temas históricos. Por ello, se matriculó en esa carrera hasta que Él decidió que no valía para “esas cosas”… Esa amargura siempre la ha llevado consigo, sentirse inútil y con un apetito nunca saciado.

Si este segundo regaló la intrigó, el tercero la dejó tocada. El martes a primera hora llegó un nuevo paquete que contenía una muñeca. La muñeca de su infancia que Él destrozó sin miramientos en una de aquellas noches infernales de alcohol y golpes. Esa muñeca era la posesión más preciada de su infancia, un regalo de su padre, al que perdió cuando aún era niña, y que conservaba desde entonces con absoluto fervor. Él lo sabía y por eso la destrozó cuando se enfadó con ella por el motivo que fuera… Esta muñeca era una réplica exacta y la historia sólo la conocían unos pocos, lo que hizo volar sus pensamientos hacia sus más íntimos. Indagó, pero nadie parecía saber nada…

Todo esto tenía un punto inquietante, pero volver a aquellos recuerdos ya no la dañaba, aunque la agitase en cierta medida. Nunca olvidaría todo aquello, pero su efecto llegaba anestesiado.

El último envío fue un espejo. Odiaba esos objetos del demonio y el reflejo que le devolvían. Se había odiado, se había despreciado, se había visto como Él decía. Horrorosa, fea, acabada. Cuando perdió toda ilusión, en lo último que pensaba era en arreglarse, y le horrorizaba mirarse al espejo, una fobia que aún conservaba.



Todos estos objetos llegaban de forma anónima y sin mensaje alguno, en una sucesión tan extraña como sugerente, tan inquietante como atractiva. Con esta expectativa esperaba ansiosa la llegada del cartero. Era martes, por lo tanto debía llegar un nuevo envío. Esperaba tensa, sentada a la mesa con su café y su cigarro, deseándolo y temiéndolo.

Llamaron a la puerta.

No era el cartero, sino el portero de su bloque de pisos para entregarle un sobre sin remitente con una carta dentro. No dio más explicaciones. Ella lo abrió con ansiedad y comenzó a leer.

Era de Marco. Uno de los chicos de su grupo de amigos. El más silencioso y discreto de ellos, el que se azoraba y ruborizaba cuando le hablaba, el que apenas emitía palabra, al que había confiado pocas cosas pero siempre escuchaba, al que los otros habían informado de casi todo, el que se había comunicado con regalos…

En esa carta explicaba lo que sentía por ella, los motivos de sus regalos, que efectivamente tenían que ver con aquel turbulento pasado, la decisión de mandarlos los martes porque fue el día en el que abandonó a aquel desgraciado (un martes, 25 de noviembre de 2014), al tiempo que justificaba su particular manera de proceder por el temor que le producía parecer indiscreto y su proverbial carácter tímido y vergonzoso. Una declaración de amor en toda regla.

No quiero que seas mía, pero me encantaría estar junto a ti”.


Su mirada se perdió al fondo de la cocina, pensativa, meditabunda. Tras unos pocos minutos se levantó y se acercó a los objetos que habían ido llegando esas semanas. Los miró con atención, los acarició. Cuando llegó al espejo dudó, pero terminó cogiéndolo. Con cierto temor puso su rostro frente a él, y cuando vio reflejada a aquella mujer supo que ya estaba preparada para cruzar al otro lado.


2 comentarios:

  1. Qué romántico. Ese mirarse al espejo, triunfal…
    Ay Sambo.

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    1. Sí, un paso hacia delante. Muchas veces creemos superado algo que en realidad no lo está porque nos instalamos en eso que llaman zona de confort.

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