Uno de los grandes maestros del melodrama clásico nos regaló
un buen número de títulos en el cine negro y la intriga al inicio de su carrera
en América, de los que he dado buena cuenta en este mismo lugar. Aquí traigo
otro que remite a las investigaciones detectivescas de Sherlock Holmes como
punto de partida para una entretenida intriga.
“La extraña mujer” (1946), “Pacto tenebroso” (1948), “Más fuerte que la ley” (1949), “Tempestad en la cumbre” (1951)… son algunos de los
thrillers, intrigas detectivescas o Noirs realizados por el excelente director
alemán donde, en una constante que se mantuvo vigente en buena parte de su
carrera, mezclaba crimen y drama en sus historias.
Aquí tenemos una aceptable y entretenida intriga de buena
realización desde sus estupendos títulos de crédito. Bien elaborada, con buenas
interpretaciones y un buen retrato de los procedimientos e interioridades de la
policía inglesa en plan C.S.I. Con referencias literarias, desde Baudelaire y
su atracción por la belleza de la muerte, a homenajes más o menos velados a
Sherlock Holmes. En definitiva, un buen entretenimiento.
“Una belleza que sólo la muerte puede realzar”.
Siete jóvenes han desaparecido, víctimas de un misterioso
poeta que pretende jugar al ratón y al gato con la policía, a la que manda
avisos en verso. El inspector Temple (Charles Coburn) contratará a Sandra,
amiga de una de las desaparecidas, para que sirva de cebo contestando a todos
los anuncios de periódico que parecen ser el reclamo utilizado por el criminal.
Ya sólo con los maravillosos títulos de crédito, puramente
expresionistas, gustándose con el contraste lumínico de una inquisitiva
linterna que indaga en paredes nocturnas para desvelar los nombres de los
responsables de la película, tendríamos un buen argumento para defender el film. Pero no se quedará ahí la cosa, ya que Sirk se esforzará con una extraordinaria
presentación de un Londres tenebroso, de calles húmedas, exigua iluminación con
radicales contrastes de luces y sombras, unas sombras que acompañan al
misterioso asesino continuamente, acentuando el sublime expresionismo típico de la
época. Eso sí, no se limitarán al asesino, las sombras serán constantes y se usarán
para todos los personajes y cosas, pero con el asesino se logrará y buscará el
contraste.
Lamentablemente esa potencia visual expresionista se va
perdiendo con el paso de los minutos, cayendo casi en el olvido.
Del mismo modo, Sirk utilizará los encuadres escindidos para
aumentar el misterio y dar sabor a la puesta en escena, en coherencia con la
trama de suspense. Aspecto que también va perdiendo fuerza, convirtiéndose la
dirección en algo más convencional salvo en momentos concretos.
Los procedimientos científicos usados en la investigación
por la policía están maravillosamente mostrados. Análisis de las cartas y cada
letra para determinar los rasgos de la máquina en la que fue escrita, el tipo
de papel, la cinta de la máquina, análisis químicos, huellas dactilares, el
doctor psicólogo que analiza las esencias de los textos, los incansables
interrogatorios para hacer titubear la resistencia de los sospechosos, las
excavaciones buscando cuerpos, los análisis forenses de los cadáveres... Mostró
un gran interés Sirk por los procedimientos policiales y legales en esta etapa
de su carrera, tal como vimos en “Más fuerte que la ley” o aquí mismo.
Sirk presenta un Londres amenazante, donde los exteriores
siempre resultan terroríficos, siniestros y peligrosos. Es en ellos donde
tenemos las situaciones más complicadas o violentas, donde se producen los
encuentros más tétricos (el inicio, el encuentro con Karloff, la pelea con
Moriany…).
La trama tiene cierta modernidad, con esas citas a través de
secciones de contactos que bien podrían ser tuiteras o a través de Meetic en la
actualidad. Lo que parece claro es que creaban cierta inquietud en aquella
época, ya que en muchos casos esas citas llevan a la desgracia o a tipos
raros.
El primer plano para presentar a Lucille Ball, que
interpreta a Sandra Carpenter, es un efectivo rasgo de estilo que hace
inconfundible quién va a ser la protagonista. Se nos presentará en su lugar de
trabajo, una sala de fiestas en la que entretiene a los clientes. La
presentación del frívolo mujeriego Robert Fleming, interpretado por George
Sanders, será poco después, despreocupado ante la noticia de la víctima del
asesino poeta, al contrario que su fiel escudero, Julian (Cedric Hardwicke)...
El reclutamiento de la chica es algo sonrojante. Una chica
del espectáculo que perdía la cabeza por ir a otro lugar más lujoso y con mejor
sueldo, que acepta sin dudar la extraña propuesta del detective, nada más
anunciarle que su amiga posiblemente ha sido asesinada, para que sirva de
cebo, de mujer detective cebo, para capturar al asesino poeta… en una comisaría
que “no gasta el dinero de los contribuyentes en lujos”. Muy acelerado y poco
creíble.
La obsesión de Sanders por Ball tampoco resulta muy
convincente. Un mujeriego al que parece haber obnubilado la voz y la
nacionalidad de la chica. Y quizá también que le colgara, azuzando su orgullo…
Aunque la chica dejará su trabajo, resulta extraño que no se despidiera de
nadie… Eso sí, era un proceder habitual, como oímos en segundo plano en la casa
de sir Charles (Charles Coleman) en el 18 de Kenilworth Square. Todo lo que
acontece en esa casa, con la subtrama del mayordomo, es una pequeña desviación
de guión que no funciona del todo bien.
La incursión de diversos detalles de humor para destensar
tampoco es el mayor acierto de la película. Está claro que Sirk pretende sacar
partido a la vis cómica de Ball, por ejemplo con las citas a las que acude. Sí funciona bien la progresión en esa fase de la película con las diversas
citas que se muestran. Así se pasará del humor al suspense, con ese Londres
nebuloso lleno de recovecos, rejas que acuchillan la luz con sus sombras,
picados, la noche y el tenebrismo, con la escena donde conocemos al personaje
que interpreta Boris Karloff, que no puede ser más siniestro. Un suspense que
se mezcla con truculento humor y una simpática resolución al desvelarse la
identidad de ese otro no menos inquietante personaje que es agente de policía.
Es el agente Barrett (George Zucco), y no puede ser más encantador pegado
siempre a sus crucigramas.
Karloff interpreta a Charles van Druten, un tipo que grita,
desconfía y pregunta de malos modos y tono tétrico cosas como: “¿tiene miedo cómo
todas las demás?” Es algo que no da muy buen rollo… Un diseñador perturbado, como se insinúa en su excesivo proceder y el plano que muestra su rostro
a través de un espejo.
Un nuevo sospechoso, el mayordomo Maxwell (Alan Mowbray),
aunque con un modus operandi y un físico que no se ajustan a la descripción que dio
la séptima chica muerta, amiga de la protagonista. Con él Sandra demostrará sus
grandes dotes de seducción y coquetería para sacar información. Allí saldrá el
nombre de Moriany (Joseph Calleia), que recuerda a Moriarty (aspecto que no sé
si voluntario pero que encaja bien en la trama detectivesca tributaria de los
relatos de Sherlock Holmes de sir Arthur Conan Doyle), y su barco Doriatys,
aumentando el número de sospechosos y tramas siniestras.
Se presenta así un nutrido grupo de sospechosos a asesino y
a poeta…
También hay muchas inconsistencias o debilidades de guión,
que se entrega en demasiadas ocasiones a la casualidad y al azar para resolver
o crear situaciones. Resulta harto improbable que la chica coincida en la ópera
con Sanders y su gestor, pero el enredo y la situación que desemboca en el
reconocimiento de ambos es profundamente artificial. Por si fuera poco, el otro
casual encuentro en casa de sir Charles riza el rizo del artificio, aunque
antes de la contratación de la chica viéramos por allí a Sanders haciendo
negocios.
El remate lo tenemos con la escena en el parque, donde
Sanders pelea con Moriany, y tras la lucha, repentinamente, la fría Sandra se
pone a llamar “cariño” a su salvador, completamente entregada… ¡Tanto que se
promete en matrimonio!
Julian, el socio de Sanders, también es siniestro, en él se
intuyen ciertas pulsiones homosexuales. Curiosamente, lo que se dirá es que se
enamoró de Sandra, aunque su comportamiento es misógino. Una maquiavélico
villano, que al sentirse atrapado intentará inculpar a su amigo, poniendo un
oportuno rastro para que la policía lo siga y termine deteniéndolo. En esta
parte tenemos un tramposo plano del chófer que no tiene ningún sentido salvo
hacer sospechar al espectador de sus intenciones. Un personaje que no había
aparecido y al que se deja en soledad en el encuadre mirando de soslayo…
En la parte final, con la resolución, se define bien,
verbalizándolo, la psicología de Sanders, que hemos visto y comprobado a lo largo
de la narración: Frívolo, superficial, mujeriego, vanidoso, orgulloso… y,
repentinamente, leal y enamoradizo. Del mismo modo se retrata la psicología del
asesino, Julian, estupendamente encarnado por Cedric Hardwicke. Una resolución
algo escapista y repentina, producto de la inspiración e interpretación
psicológica personal, no de la investigación y las pruebas, a pesar de dedicar
tiempo a los procedimientos policiales en tales cometidos, lo que decepciona un
tanto. Es gracioso recordar que al inicio es el propio Julian el que saca el
tema del asesino poeta a su amigo Fleming al leer el periódico…
Bien es cierto que la escena en el despacho de Julian deja
un buen duelo de actores entre Hardwicke y Charles Coburn.
El clímax tiene un estupendo suspense, aunque algunos puedan
oponer la torpeza del asesino no escapando y salvando su vida de toda sospecha, cediendo a su pulsión homicida al ver a esa mujer que tanto le atrae vulnerable
y expuesta en su propia casa… Una pulsión que, evidentemente, lo delata.
Como gusto personal, me permito manifestar que hubiera
preferido que Lucille Ball se quedara con Barrett (George Zucco), su protector
agente, antes que con Fleming, interpretado por el siempre efectivo George
Sanders.
Disfrutaremos de más características típicas del Noir: una
canción en uno de esos glamurosos garitos que tanto hemos disfrutado en la
pantalla y en blanco y negro.
El protector agente de policía, Barrett (George Zucco),
obseso aficionado a los crucigramas, está magnífico. Lo mismo que el inspector
jefe, Temple (Charles Coburn). Lucille Ball está encantadora.
Una entretenida película de intriga e investigación,
irregular y con lagunas, pero que llega a buen puerto gracias a sus muchos
atractivos desde el guión, la dirección y las interpretaciones.
Sirk es, desde hace muchos años, uno d mis dires favoritos; no he visto esta peli aunq no m parece demasiado enjundiosa. Mis favoritas son las q rodó con Rock Hudson, especialmente Escrito en el viento y Solo Dios lo sabe. Recuerdo haber visto un ciclo Douglas Sirk con estas pelis (entre otras) unas navidades, en una vieja tele B/N. Me encantaron y las recuerdo aun después d tantos años!
ResponderEliminarEstoy contigo en la fuerza expresionista q explicas (y q puedo valorar gracias al estupendo apoyo gráfico q siempre introduces), y me ha pasado como a ti (antes de leer tu comentario al respecto) con el parecido Moriany/Moriarty.
Nunca m gustó mucho Lucille Ball, aunq tu la encuentras encantadora, y Sanders siempre ha sido un gran galán, al igual q Karloff un gran actor d persoonajes "extraños".
Gracias x traer la peli!
Bss
Ese estilo y esa época fueron los de gloria de Sirk, pero es interesante saber que tenía un pasado distinto con géneros distintos. Lucille en esta peli está bastante bien, mejor que Sanders, que se limita a cumplir. Él es un actor que siempre me ha gustado. Kaloff era muy bueno, traeré algo de él y Lugosi pronto.
EliminarBesos.