¿Dónde fue aquel verano? A veces me lo pregunto. ¿Se fue?
¿Lo abandoné yo? ¿Lo perdí? ¿Fue de esas relaciones que se distancian sin
darnos cuenta hasta que se convierten en un nostálgico recuerdo?
Los veranos son los fines de semana vitales, pero en algún
momento del camino cambian, se transforman, pasan a ser otra cosa mucho menos
seductora que cuando los conocimos por primera vez, en la infancia.
Viajes hacia la libertad, encuentros con desconocidos,
exploraciones aleatorias con bicicletas aventureras (no las de Fernán Gómez), bañadores
llenos de arena mojada, walkmans para mi chulería íntima, juegos en los
parques, partidos interminables, helados a destiempo y en abuso, cafés robados,
sol incitador, árboles a los que escalar, gafas de sol reflejándome. Las
comidas eran molestos trances por los que era obligado pasar a horas concretas
y que no hacían más que fastidiar con chorradas como “no sé qué de la digestión”.
Todo era misterioso y fascinante. ¡Hasta el aburrimiento tenía misterio!
Íntimas conversaciones en noches eternas que nos ocultan del
mundo junto a unas cómplices estrellas, ligues intensos y fugaces, egos
saciados en besos que hacen flotar, pechos salados de agua de mar, sexo a la
luz de la luna, el tiempo que se expande y se contrae a voluntad...
¿Dónde está la arena mojada del bañador? ¿Dónde quedan
aquellos caminos que llevaban a la aventura? ¿Dónde está mi reflejo en las
gafas de sol? ¿A dónde han ido aquellos ligues fugaces y playeros? ¿Qué fue del
misterio sin aburrimiento y del aburrimiento con misterio? Veo los parques,
pero no el juego; veo el juego, pero siento el cansancio; los helados vienen a
su hora disciplinadamente; los cafés son ofrecidos; el sol quema y embarga...
Puede haber sexo y pechos, pero ¿dónde está la sal y las estrellas? ¿Se fue la
sensualidad veraniega?
No sé cuando desapareció aquel verano, es imposible dar una
fecha concreta, pero sé que desapareció y lleva tiempo desaparecido, quizá
desde que las obligaciones combaten denodadamente contra la inmadurez. En esa
dulce época donde no vivíamos para generar recuerdos y almacenarlos en
terabytes, sino que los creábamos sin proponérnoslo.
Esa nostalgia de los pasados veranos nace de la felicidad
que se fue, lo que dice poco de nuestras vidas, de nuestras estresadas vidas,
que suponemos gozan de mayor calidad en muchos aspectos, pero que parecen no
satisfacernos por completo nunca, anhelando aquello que se perdió en el tiempo.
Soy consciente de la falacia de que cualquier tiempo pasado
fue mejor, con las excepciones que queramos. Sólo suele serlo en nuestra
nostalgia y nuestra imaginación, pero desde una perspectiva puramente
individual puede ser una verdad incontestable.
Esa añoranza me acosaba, confirmaba categóricamente que
aquellos veranos eran mejores, y estaba convencido de que lo eran, pero, ¿hasta
qué punto querría volver a ellos?
Sí, ahora los veranos son esos artificiales y estresantes
viajes turísticos guiados; ver a mi tripa peluda, ante el televisor, sosteniendo
una cerveza, ansiosa de que la ingiera para que deje de refrescarla por fuera y
lo haga por dentro; consciente de que pensar en hacer deporte me cansa tanto
como hacerlo; y lo de la playa, con sexo o sin él, me resulta un engorro incómodo
y desesperante con esa arena indiscreta que pretende introducirse por donde no
debe.
Lo de las juergas y el trasnochar sigue estando bien, pero
siempre que sea de una forma más moderada, menos frenética y, sobre todo, menos
ruidosa.
¿Cuál es el problema entonces? ¿Insatisfacción vital? ¿Crisis
de los 20, 30, 40 o 50? ¿Pura cesión a esa constante humana de la queja
perpetua?
He deseado que volviera aquel verano mientras me comportaba
con la satisfecha seguridad de que jamás volvería, a medio camino de la nada.
Y es que el verano nunca se fue, simplemente se hizo
intangible delante de mis ojos, condenándome a marchitarme alejado de aquel paraíso
que fue o a consumirme con un mal focalizado recuerdo.
Es posible que la vuelta, ambiguamente deseada, de aquel
verano, pueda ser real a través de los hijos. Un reflejo de aquello, una simple
caricia de aquel verano, pero reconocible. Un verano quizá extenuado, sí, pero
disfrutable visto desde los ojos de mi pequeño. Sería el eterno retorno de ese largo y cálido verano que se me hizo inaccesible, guiñándome un ojo juguetón. Un verano
distinto, cambiante, como uno mismo, pero indudablemente verano.
Pero, ¿y si no me conformara con un reflejo? ¿Y si no me
conformo con una caricia? ¿Y si lo que pretendo es volver a sentirlo todo en
plenitud? Podríais pensar que se trata del complejo de Peter Pan, del miedo a
madurar o crecer, y puede que tengáis razón, que todo ello no tenga que ver con
el verano, sino conmigo, con mis miedos e inseguridades.
Me ha llegado a dar igual, he deseado con fuerza ese
regreso, hasta que me di cuenta de que lo que me atraía de ello era la pura
idealización, que en realidad no lo quería, no de aquella manera. Quiero el
verano, pero de otra forma. Me sigue gustando la arena, pero no su molestia, me
gusta el café, robado o concertado…
Simplemente, aquel frenesí, aquella intensidad, aquel
romanticismo, se manifiestan de manera distinta. El sexo puede que no sea tan intenso,
pero tampoco tan fugaz, puede que ya no haya tantos pechos playeros salados,
pero los que hay están bien sazonados… El verano se desvela así como un estado
de ánimo que está en cada uno, dócil, siempre con la intención de complacerte.
Simplemente hay que vivirlo.
Porque quizá aquel verano debe estar donde está, en el
recuerdo, que es donde más cálido y agradable resulta.
Los recuerdos, las realidades. Tgo tendencia a idealizar el recuerdo, haciendo q pese más q cualquier realidad y, quizá (y solo quizá) como dijo aquel noble vividor "la nostalgia es un error".
ResponderEliminarDejar a los recuerdos en su sitio justo, recordarlos con cariño, sin demérito del aquí y ahora, es un arte.
Muy bien escrito, como todo lo q construyes.
Disfruto leyéndote y, como tantas veces, haces q reflexione. Y q vea cuánto m queda por aprender.
Gracias por traer este texto, y mucha suerte.
Bss
Creo que es una tendencia general, sobre todo si el pasado fue feliz o agradable. Me alegra que le texto te llevara a la reflexión, era la idea. No soy contrario a la nostalgia, pero con tiempo moderado jajaja.
EliminarUn beso, Reina