Hubo un tiempo, finales de los 90, principios de 2000, donde
llegué a pensar que rara iba a ser la película de animación que no fuera una
joya o cuanto menos algo apreciable, pero esta fugaz idea sólo era producto de
mi entusiasmo por la irrupción de Pixar y mi tendencia a la esperanzada
positividad. Uno es un ingenuo, en realidad. Los “Toy Story” y toda Pixar en
general, “Shrek”, los productos orientales de Miyazaki… Todo esto esperando las
Navidades para los estrenos, pero el éxito llevó a una expansión global y una paulatina disminución, como es lógico, de la calidad. Así surgieron
subproductos mediocres o intrascendentes que en muchos casos parecían pretender
copiar o servirse de éxitos pasados. Disney buscando afinar con productos más
que prescindibles, como “Chiken little” (Mark Dindal, 2005), un éxito bastante vulgar; Dreamworks buscando su sitio, que con la salvedad de “Shrek” ofrecía títulos
discretos: “El espantatiburones” (Bibo Bergeron, Vicky Jenson y Rob Letterman, 2005), “La ruta hacia el dorado” (Bibo Bergeron, Don Paul, 2000),
“Spirit: El corcel indomable” (Kelly Asbury, Lorna Cook, 2002), “Madagascar” (Eric Darnell, Tom McGrath, 2005) o esta que nos ocupa,
“Bee movie”, un título mediocre e insulso que sólo parecía tener el aliciente
de la presencia de Jerry Seinfeld, conocido por la serie de culto “Seinfeld”,
creador de la historia, que además prestaba su voz al personaje protagonista. Aquí
el protagonista fue doblado por Arturo Vals.
Los parecidos con “Hormigaz (Antz)” (1998) han sido
resaltados, pero quedando a mucha distancia de la película dirigida por Eric
Darnell y Tim Johnson, también en Dreamworks.
Una abeja recién salida de la universidad, Barry B. Benson,
tres “bes”, aspira a algo más que al rutinario trabajo de abeja, hacer miel,
con lo que no se le ocurre otra cosa que demandar a los humanos por consumir su
producto.
La presentación del protagonista y su mundo, como no podía ser
de otra manera, es fresca, con apuntes simpáticos: ese acicalamiento y la
relación con sus padres, las bromas temporales por la limitada vida de las
abejas, sus tópicos, la muerte tras usar el aguijón…
Una estética melosa acorde con esa sustancia que vertebrará
la narración, pero lo cierto es que la película vaga hacia ninguna parte,
buscado bromas con irregular acierto. Toda la descripción del mundo de las
abejas, su división del trabajo, resulta eficaz, pero poco llamativa,
visualmente coherente, pero sin brillantez. Los planos voladores, sostenidos y
en ocasiones subjetivos, resultan de lo mejor en el aspecto visual del film.
Una animación que no es para enmarcar precisamente.
Se marca la diferencia de nuestro protagonista con respecto
al resto, que asume con felicidad su rutinaria vida, robótica y ordenada,
preestablecida y obediente. Una sociedad perfectamente organizada en la que un
espíritu libre, un amante del libre albedrío, no tiene cabida. Barry, en
cambio, es más “artístico”, un espíritu libre que a veces se insinúa como un
vago. Su carácter fanfarrón, bromas sexuales con abejas que son primas lejanas…
pretenden dar encanto y lustre al inicio de la película. Aventurero e
intrépido, bien dibujado sin excesivas profundidades. Otra cosa es el sentido y
la coherencia de este inicio de la trama, así como del resto de la película.
Esas coincidencias con los jugadores de tenis, esa decisión de que acompañe a
los recolectores, la relación con la mujer… En esa búsqueda por encontrar
bromas efectivas se recurren a demasiadas tonterías sin sentido y sin la
pretendida gracia.
Mi escena favorita es la de las pelotas de tenis y todo lo
que ocurre a continuación, con mención especial a esa petición de socorro a
cámara lenta.
La broma sobre Ray Liotta es buena y da inicio al conflicto
principal de la película, su supuesta originalidad, la denuncia a los humanos
por consumir miel. También es simpático el momento en el parabrisas del coche
junto a otros insectos, un clásico de la vida. La versión abeja de Larry King
es otro punto divertido. Más famosos:
Woody Allen o Sting en el juicio. En dicho juicio, Liotta está tronchante, con
mención a “Uno de los nuestros” (Martin Scorsese, 1990) incluida. Winnie de Pooh también
recibirá su merecido.
“Solamente un terrón, son la competencia”.
La insinuación de una historia amorosa entre la abeja y la
chica sencillamente ofende. Tampoco se le saca partido a esa sociedad de abejas
que prometía muchos tras la presentación.
La parte del juicio, entre chascarrillos, resulta débil e
intrascendente, paso previo a la resolución del conflicto sobre el equilibrio natural.
La sentencia es otro ridículo lamentable de la película. El objetivo
reivindicativo del héroe se antoja una chorrada, un monumento a su ego sin
sentido alguno que se vuelve en su contra recibiendo una lección moral. El
caso es que tanto lío para todo esto deja un poso de vacuidad en toda la
película. Que la abeja Barry recurra a un argumento sencillamente científico
tras haber ganado un juicio donde esos aspectos se omitieron tranquilamente nos
lleva al absurdo completo, algo no justificable ni siendo generoso con las
reglas de la propuesta, porque es una incoherencia que va más allá de ellas. Si
no hay polinización todo se ve afectado… ¡Un hallazgo!
Es decir, la película acaba dejando todo como estaba
previsto al principio, con una aventura vacua de por medio. Con todo, no debe
considerarse una apología del conformismo, sino de la aceptación del rol que
cada uno tiene, especialmente con sus obligaciones. Lo peor de todo es que la
broma final, con Barry de abogado asociado a Vanessa, consiste en reiterar el
error cometido en su absurda aventura, es decir, defender vacas que piden
remuneración por su leche y todos los productos que se hacen con ella etc.
-Vaca: ¿También es abogado?
-Mosquito: Señora, yo siempre fui un parásito chupasangre, no
más me faltaba el maletín.
Lo mejor es que la película puede, y debe, entenderse como
una crítica al absurdo del ecologismo, una crítica a esos movimientos ridículos
de amor a la naturaleza que no hacen sino perjudicarla, poniendo prioridades
surrealistas y jerarquías absurdas que no llevan más que al patetismo. Ese
ecologismo que no ama la naturaleza, simplemente no la entiende, capaces de
anteponer un animal a una persona, la asepsia buenista al orden y el equilibrio
natural, la demagogia barata que tanto daño hace en todos los ámbitos.
La escena del avión roza el ridículo, pero supongo que
satisfará a los niños, si bien no parece una película en su fondo muy destinada
a ellos. Al menos nos despedimos con una versión del “Here comes the sun” que
escribió George Harrison. Renée Zellweger pone voz a Vanessa, Matthew Broderick
a Adam. También aparecen John Goodman y Chris Rock entre los dobladores.
Un título repleto de gratuidades de guión, contradicciones,
vulneración de sus propias normas, saltos absurdos e ilógicos, una estructura
errática y caprichosa salpicada de algunas bromas efectivas. Según vamos
descubriendo cosas la película se va hundiendo. De más a menos sin volar nunca
a gran altura. Una película que cumple y poco más, que sirve para pasar el rato
a duras penas gracias a algún sketch fresco y si no le exiges mucho, o más bien
nada.
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