Sam Wood es un artesano de talento excepcional. Nunca ha
sido considerado como merece en parte por no tener un gran número de obras
maestras, pero su saber hacer en cualquier tipo de cinta y con cualquier
material, sus innovaciones y frescura narrativa, son un auténtico placer
cinéfilo. No me refiero simplemente a sus colaboraciones con los Hermanos Marx
(“Una noche en la ópera” de 1935, “Un día en las carreras” de 1937), sino a
muchos otros de sus títulos. Por ejemplo, la frescura de “Caballero y ladrón”
(1939) y ese montaje tan vistoso, o la misma que nos ocupa, con innovaciones
metalingüísticas atrevidas. Un artesano de un descomunal talento narrativo y
que mezclaba cualquier género con su virtuosismo para la comedia, casi siempre
presente.
La historia que nos cuenta en “Sinfonía de la vida” no puede
ser más sencilla. Una historia costumbrista sobre el paso de la vida en una
ciudad cualquiera durante 13 años, de 1901 a 1913.
La película se inicia con un excelente travelling, un
larguísimo plano que presentará a nuestro narrador. Los virtuosismos narrativos
y de puesta en escena abundan. Aquí un buen ejemplo. Este narrador (Frank
Craven), omnisciente, es uno de los grandes hallazgos de la película, un
excepcional recurso metalingüístico que nos dejará multitud de detalles y
ocurrencias brillantes. Viajamos al pasado, a 1901, lo veremos en un solo
plano, cómo en un plano general se transforma la ciudad.
Los detalles metalingüísticos referidos aparecerán
intermitentemente durante la narración. Además de al inicio, veremos como el
narrador interrumpe a la señora Webb y la señora Gibbs en una de sus
conversaciones, con miradas de ellas a cámara incluidas.
En otro momento el narrador pausará la historia de estas
familias para hacer intervenir a un profesor y al señor Webb, para que nos
instruyan sobre las características más significativas de la ciudad, sobre
geología, historia, antropología, política, sociedad… Incluso en este momento
se permitirán diálogos con el espectador, al pedir que hagamos preguntas si
tenemos alguna curiosidad, preguntas que se harán y serán contestadas. Curioso
y brillante, si bien es cierto que la escena queda tremendamente larga y lastra
la narración.
También intervendrá para abrir cada episodio, después de
cada elipsis temporal, para situarnos en el lugar y fechas concretos donde
reanudaremos la narración.
En otro momento llegará a tapar y destapar el visor de la
cámara para introducirnos en el flashback que nos cuente como George y Emily se
comprometieron.
Nuestro narrador se despedirá del mismo modo en que se
presentó, dando una estructura circular al relato.
Son muchos los recursos estilísticos que usa Wood desde la
dirección. Un ejemplo, los planos detalle a objetos o elementos concretos, la
jarra de leche, el gato… vinculados. Todo ello nos va retratando la vida
cotidiana, la rutina de esa ciudad, el reparto de leche, los cotilleos…
Thomas Mitchell interpreta al doctor Gibbs. Esta secuencia
se estructurará a base de encuentros sucesivos entre personajes que se irán
dando el relevo. Primero el lechero se cruzará con el médico y éste con un niño
repartidor de periódicos, con el que Wood se quedará momentáneamente para
contarnos su historia con brevedad, cosa que hará encuadrándolo en un picado
mientras lo vemos desaparecer del plano por un camino, símbolo de su futura
muerte mencionada por el narrador en ese preciso instante. Un detalle soberbio.
Retomaremos la narración con el doctor, padre de una de las
dos familias en las que se centrará de forma más concreta la historia. Las dos
familias son los Gibbs (Thomas Mitchell y Fay Bainter) y los Webb (Guy Kibbee y
Beulah Bondi), con dos hijos cada una. Vidas cotidianas, desayunos, paseo hacia
el colegio… Los hijos de los Gibbs son el desastrado y deportista George
(William Holden) y la coqueta y ahorradora Rebeca (Ruth Tobey), los de los Webb
son la vanidosa e inteligente Emily (Martha Scott) y el aplicado Wally (Douglas
Gardner). El montaje es tan ágil que puede dificultar saber en qué casa estamos y
quién es hijo de cada uno.
Wood repartirá sus toques de humor por toda la narración,
como ese paralelismo que hace entre las gallinas y los andares de Rebeca por
exigencia de su madre. También en la mencionada escena donde el narrador hará
intervenir a un profesor y a otro miembro de la comunidad para que nos cuenten
cosas a nosotros los espectadores, como comenté.
En multitud de escenas Wood colocará objetos de forma
predominante en el plano, por delante de los personajes, que parecen inundados
por ellos, como si fueran un todo con su entorno, utensilios de cocina, libros,
incluso personajes desenfocados…
Otro rasgo distintivo son los encuadres dentro del encuadre,
ventanas, una anciana entre unas mecedoras, Emily a través del brazo de George
que le hace de marco… Centran la acción o al personaje.
Llegamos a la tarde. El amor surgiendo entre Emily y George.
Los jóvenes van creciendo y con ellos su interés por el amor. La noche, un
viaje a lo largo del día que concluye. La religión, el coro, el niño travieso,
la soñadora y estudiosa Emily, el apurado George, la ahorradora Rebeca limpiando
sus monedas… Se siguen desgranando aspectos de los personajes que los definen
cada vez más.
En el coro se introducirá otro personaje, el director del
coro, mostrando insistentemente su sombra, que presagia su desdichado futuro.
Un músico borracho que diluye su pesar en la bebida, su decepción vital por no
haber logrado lo que pretendía. Hastío. Sus escenas tienen una mezcla de humor
y esperpento que resultan conmovedoras. En otra posterior lo volveremos a ver
unido a las sombras, está borracho y busca ocultarse en ellas de las miradas
escrutadoras de la gente. Le fascinan las sombras, son su hogar, ya le vimos
fascinado con la suya propia, como si la muerte fuera algo deseado. Por
supuesto, sus continuas borracheras serán la comidilla de la ciudad. Acabará suicidándose, precisamente.
Veremos los contrastes de personalidad de Emily y George,
una soñadora y enamorada, el otro realista, campechano y limitado, además de
estar también enamorado. Wood nos mostrará sus nocturnas conversaciones,
soñadoras miradas y anhelantes pensamientos sobre el futuro.
La cinta tiene momentos realmente tiernos y detalles de gran
lucidez, como la escena en la que el señor Gibbs (Mitchell), recrimina
sutilmente a su hijo George (Holden), haciéndole ver lo poco que ayuda su madre.
Tras esta escena tendremos otro ejemplo de encuadre dentro de un encuadre, la
ventana oculta por el periódico de Thomas Mitchell y la aparición de su mujer
con unas amigas al fondo.
El retrato de Wood no deja nada en el olvido, mostrará la
falta de miedos, cómo se dejan las puertas de las casas abiertas por las noches y cómo eso
va cambiando conforme avanzan los años.
1904. 3 años después.
Pocas cosas parecen haber cambiado, la misma rutina, el
lechero, el gato, las familias… George es un gran bateador, se va a casar. El
vínculo entre las dos vecinas familias se estrecha más, el lechero, el gato… un
boda.
Wood reflexiona sobre el conservadurismo, sobre la vida en
una ciudad cualquiera donde sus gentes se relacionan con el vecino que acabará
siendo su marido y formando una nueva familia allí mismo, un conformismo
plácido de la sociedad americana de principios de siglo que irá cambiando. Los
Gibbs rememorarán su vida, los miedos y las inseguridades en los inicios
matrimoniales ante el inminente enlace de su hijo, un ciclo que se repite.
Conservadores, tradicionales. También el padre de Emily reflexionará junto al
futuro marido sobre el matrimonio en una escena con simpáticos diálogos.
“Aquí casi todo el mundo acaba casándose. En Grovers Corners
no hay excepciones”.
Siguiendo en la senda de las reflexiones sobre la tradición
de esta parte de la película, veremos estos aspectos subrayados el día de la
boda, en cómo las familias impiden al novio ver a la novia porque da mala
suerte y así ha sido siempre. Aún conservamos mucho de todo esto y tenemos más
de tradicional de lo que parece a simple vista.
En este momento Wood volverá a alterar el tiempo de la
narración y usará un flashback para ver cómo se llegó al compromiso, una
libertad narrativa total, incluso aleatoria. Tenemos elipsis, flashback,
recursos metalingüísticos…
El inicio del flashback será sobre un puente, con la pareja
dialogando, como en la secuencia con el largo travelling que inicia la cinta.
Se da, por tanto, al puente un significado iniciático, el andar vital. En la
heladería George y Emily tendrán una sincera conversación que desembocará en
compromiso, una escena donde vuelven a aparecer multitud de objetos en el
encuadre junto a los personajes. Un plano frontal señalará el momento
culminante en el que ambos se declaran su amor. Esto se usará para los momentos
más significativos de la conversación, aunque haya otros con plano y
contraplano. Una estupenda escena donde se desnuda la vergüenza, la tensión, la
inseguridad, la timidez… en esos momentos. Siempre con objetos presentes, en
especial los dos helados de fresa que los novios toman a la vez.
Más detalles en una cinta que se basa en los detalles, ya
que apenas hay historia. En este caso para seguir describiendo al pueblo, su
forma de ver la vida y a sus gentes, la total confianza que hay entre todos,
todos se conocen… Esto queda expuesto en ese bonito momento en el que George se
da cuenta de que no puede pagar y el heladero, el señor Morgan, que no es otro
que nuestro narrador, no pone ningún problema al asunto… ya lo pagará.
La boda.
Otro recurso narrativo, Wood nos introducirá en los
pensamientos de varios de los personajes, del párroco que casará a nuestros
protagonistas, de la madre de Emily, de la propia Emily, de George… Pensamientos
sobre rutinas, miedos, apegos a la vida anterior, a la infancia, añoranzas,
miedo al porvenir, inseguridades... Se contrasta la tranquilidad del párroco
con la de los futuros cónyuges.
Todos los miedos de Emily desaparecen y Wood nos lo muestra
con una sencilla sonrisa de ella cuando ve a su novio llegar al altar, una
sonrisa que cuando la veamos no dejará lugar a dudas. Aceptación de ambos,
aunque sólo la de ella será en primer plano.
1913.
Cambios, declive, éxodo a ciudades más grandes… aunque el
resto cambia poco. Es momento para reflexionar sobre la muerte. En el inicio, la
narración se centró en los nacimientos, de las relaciones, del amor; en el
segundo acto fue la madurez, el matrimonio, el compromiso; ahora será la muerte y no
hay mejor forma de introducirlo que con la mención a la Guerra Civil. El suicidio
del director del coro borracho, el cementerio, las ilusiones perdidas,
reflexiones sobre lo eterno que nos dedicará el narrador… un tono más oscuro.
Nacerá el segundo hijo de Emily y George, pero ella está enferma y parece que
va a morir, adecuado al tono mencionado.
Esta fase vuelve a usar grandes recursos narrativos, aunque
puede resultar algo parsimoniosa. Conversaciones entre los muertos y las
lápidas. Los padres muertos, la supuesta y poética muerte de Emily, el funeral,
la lluvia, las estrellas, los espíritus… Emily hablará con sus conocidos
desaparecidos en un aparente viaje al otro mundo. La película adquiere el tono
lúgubre de la muerte.
El trabajo de los actores es excelso, ente ellos podemos ver
a Thomas Mitchell, Beulah Bondi y Fay Bainter, que ya coincidieron en “Dejad paso al mañana” (1937) del gran Leo McCarey.
La memoria, la nostalgia, los recuerdos que no queremos
perder al irnos, al alcanzar la muerte, al tener que asumirla. Sobre todo esto
irá la parte final de la película, donde el supuesto espíritu de Emily vaga por
uno de sus recuerdos más gratificantes, su cumpleaños, donde veremos la rutina
habitual, al lechero. Un día hermoso de hermosos planos nevados.
Emily rememorará la infancia, sus sentimientos, recuerdos
que creía perdidos, reflexionará sobre la dura realidad del envejecimiento,
sobre la ilusión de la juventud. Un cúmulo de sentimientos y sensaciones
contradictorias. La esencia de la nostalgia en la emotiva mirada al pasado, a
los buenos recuerdos.
“Nunca me di cuenta de que la vida estaba transcurriendo.
Nadie se daba cuenta”.
Emily se da cuenta de la importancia de valorar y vivir lo
más intensamente posible cada momento, por discreto o intrascendente que
parezca, una simple mirada de una madre, una caricia de tu pareja... Vivir la
vida con los ojos y el corazón muy abiertos.
Todo esto despertará las ansias de vivir de Emily, que tan
solo quedó inconsciente, su hora no ha llegado. Tendrá a su hijo y podrá
disfrutarlo con ese nuevo aprendizaje.
“Sinfonía de la vida” es una bella película magníficamente
interpretada y dirigida, de reflexiones profundas, pero también es cierto que
presenta ciertos problemas de ritmo en esas alargadísimas digresiones que
aportan poco al conjunto, que quedaría igualmente claro con una mayor brevedad.
Hay mucha verbalización y reflexiones en alto, lo que da la impresión de ser
una película excesivamente literaria (no en balde es una adaptación de la obra
teatral de Thornton Wilder, por la que ganó el premio Pulitzer, que ya ganó
anteriormente en narrativa), y esto a pesar del derroche de recursos narrativos
que ofrece Wood. Con todo, y a pesar de estar lastrada por estos motivos, es
una película más que aceptable.
RECUERDO ESA PELI!!
ResponderEliminarHaberla visto hace añísimos, cdo llevaba trencitas con lacitos. Recuerdo la frase q destacas sobre q no nos damos cta de q la vida es eso q se nos ha escapado cdo nos ponemos a recapacitar…
No la entendía…me parecio rarísimo: "pero si es un 'mayor' puede hacer lo q quiera!! Pq no aprovecha?!"…ahora q mis trenzas solo son un recuerdo en una foto b/n sé perfectamente a q se refiere.
Es una peli suave, llena de detalles a los q tan bien aportas luz. Recuerdo los andares d la gallina, pero no me había fijado en los encuadres dobles. Muy interesante las escenas finales, con los recuerdos, el espíritu. Me dieron algo de miedo. Ahora son tremendamente familiares.
Gracias por traer pequeñas joyitas así. Tú no lo sabes, pero esos clásicos me gacen recuperar la infancia bajo una nueva luz.
Un beso!!!
Había mucha alma en las películas de antes, especialmente las que se hacían con este cariño, volver a ellas debe ser obligatorio porque tienen toda la verdad.
EliminarMe congratula que te haya gustado, lo escribí hace tiempo y leyéndolo ayer creo que quedó muy bien porque tiene muchos detalles a todos los niveles, visuales, narrativos, pero sobre todo conceptuales para reflexionar a gusto.
Un besazo, Reina.