martes, 11 de febrero de 2014

Crítica: 12 AÑOS DE ESCLAVITUD (2013) -Última Parte-

STEVE MCQUEEN












Objetos y arte.

Mencioné la importancia que tenía el violín, un objeto, en el mantenimiento de la esencia del protagonista, contendor de esa esencia, de quién es en realidad. En el violín grabará el nombre de su mujer, Anne Margaret Alonzo (Kelsey Scott). El violín y la música que sabe extraerle lo representan plenamente, es su último reducto. La música el arte y el violín como símbolo de quién fue, de su familia y su amor por ella, por su mujer. El violín, de hecho, acabará destruido por Solomon tras la brutal paliza a latigazos a Patsey, renunciando a su esperanza, completamente frustrado y desolado, resignado.

Del mismo modo otros objetos serán importantes para darle esperanza, también vinculados con la cultura, la creación y el arte del alguna forma, aunque de manera práctica. Serán el papel que logra robar y la madera con la que aspira a escribir en su esperanza de enviar una carta, precisamente, a su familia y su gente.


Por tanto, el mundo del arte y de la creación quedan definidos como esenciales en la gestación del ser humano, de su individualidad y personalidad.

McQueen, sabedor del universo asfixiante y opresivo que retrata, sitúa planos breves de transición con paisajes, exteriores naturales, bellos, que contrastan con esos opresivos interiores y la asfixiante presión a la que son sometidos los esclavos, momentos de oxígeno, de paz, de alivio momentáneo para el espectador.


Patsey, interpretada por la nominada al Oscar por este trabajo como mejor actriz de reparto, Lupita Nyong’o, representa los límites máximos del sufrimiento sometida a la esclavitud. Deseada por el dueño, despreciada y perseguida por la mujer de éste, querrá morir pero no encontrará valor para quitarse la vida ella misma. Su petición a Solomon para que sea él quien la mate es un momento realmente desolador y muy duro, el perfecto retrato de la impotencia y la desesperación. El patético pago que ofrece para que Solomon lo haga redunda aún más en todo ello.




Cuando Solomon y sus compañeros lleguen a la casa del juez a quien Epps los cede hasta que se recuperen sus cosechas, retomaremos la narración en el punto donde se inició la película, con Solomon intentando escribir y el sexo furtivo…

La conversación que mantienen Solomon y el juez marca perfectamente desde la puesta en escena la jerarquía de ambos y, sobre todo, la condición del esclavo protagonista. El juez hablará desde lo alto de la escalera mientras Solomon se mantiene abajo, como también vimos hacer a la mujer de Epps con él en una escena anterior. El juez bajará y se acercará, es un hombre cercano y respetuoso, quizá homosexual, incluso le ofrecerá dinero por tocar el violín, pero siempre se mantendrá en una posición de superioridad. Un nuevo ejemplo del perfecto uso de la puesta en escena.


Solomon encuentra aire fresco cada vez que se aleja de Epps (Michael Fassbender). Al servicio del juez se ganará la vida como músico de nuevo, aliviando algo sus penas. Alivio breve. Tristeza permanente.








En el regreso todo seguirá igual, en esa escena tendremos un momento de cinismo e ironía cuando veamos a Patsey con el rostro herido mientras Epps, su agresor, juega sensible con una niña negra. Eso sí, Patsey sigue siendo la “reina del algodón”. Fassbender plantea la recolección de algodón como una competición, una competición que a Solomon no se le da bien, no es bueno en ello. Es un hombre de arte, una adaptación difícil.



La desesperación y la debilidad.

La agudísima reflexión sobre la debilidad humana y sus facetas llega a un punto culmínate con la aparición de un trabajador blanco. Una debilidad producto de la desesperación de tocar fondo, que lleva a las personas a agarrarse a cualquier clavo ardiendo, sin reflexión, sin capacidad de análisis, reduciendo su visión a la compasión y a los buenos sentimientos del prójimo, cediendo su vida a cualquiera que parezca tratarlos bien, tener buenas formas o aparentes sentimientos. Es por ello que Solomon cometerá la inconsciencia de confiar en ese trabajador blanco que ansía ser capataz y le contará la verdad sobre él mismo, su vida pasada y que sabe escribir, para que envíe una carta a sus conocidos. Temerario.





Esto nos dejará dos escenas deslumbrantes donde la fotografía será la clave simbólica de la puesta en escena, un uso magistral de la misma. La primera es con el aterrador momento donde Epps le dice a Solomon que el nuevo trabajador, Armsby (Garret Dillahunt), le ha contado todo el asunto de la carta. Una escena iluminada con el candil que porta Epps (Michael Fassbender), y resalta la amenaza que supone para Solomon (Chiwetel Ejiofor), que demostrará su inteligencia para salir del apuro. El momento en el que Solomon queda a oscuras cuando se aleja Epps es francamente terrorífico.




La segunda es cuando Solomon quema la carta que había logrado escribir, su esperanza. Un plano sostenido sobre su rostro y, especialmente, sobre la carta consumiéndose, de una belleza formal y simbólica francamente excepcional. Una carta que se consume como las esperanzas de Solomon, un rostro que poco a poco se va oscureciendo según las llamas pierden fuerza. Un momento insuperable.






Afortunadamente para Solomon, Armsby se precipitó al acusarle…

Vienen a la cabeza dos nombres de directores en algunos de los momentos de la narración, Terrence Malick en algunos de los oníricos planos exteriores, y Paul Thomas Anderson en la enfermiza densidad e intensidad de la historia.

Muerte rutinaria


Muertes funcionales, personas convertidas en objetos, en máquinas, donde su desaparición poco importa más allá de la molestia que ocasiona… El rezo por el alma de uno de los trabajadores da paso a una fase donde se reflexiona sobre la fe titubeante del protagonista, que acompaña las plegarias con resignación y luego tiene una escena llena de fuerza, otro de los grandes momentos de esta parte final de la película, el himno que canta. Es un primer plano donde Solomon no canta al inicio el himno religioso pero poco a poco va contagiándose, un deslumbrante momento de actor para Chiwetel Ejiofor. Pasando de la resignación e indiferencia a una rabiosa pasión desgarrada cantándolo a pleno pulmón…


Brad Pitt, productor de la cinta, tiene una pequeña y crucial aparición al final de la misma, será el salvador de Solomon. Dan ganas de aplaudir sus peroratas y la defensa de los esclavos, su condición de iguales y de seres humanos… Bass (Brad Pitt) es el único personaje de los que vemos en la vida de esclavo de Solomon que es ajeno a la institución esclavista. Por ello Solomon se aferrará a él, otra licencia a la confianza y la esperanza, pero en esta ocasión con éxito. Bass es un hombre libre en todos los sentidos.





Un clímax tan insufrible como brillante. El miedo.

McQueen usa el plano secuencia en no pocas ocasiones, uno de sus rasgos de estilo junto a los encuadres cuidados, los planos sostenidos y los pocos movimientos de cámara, sólo cuando se requieren de verdad y con significación. Es lógico que con estos parámetros los planos secuencia sean usados por el director. Hay varios ejemplos brillantes comentados con anterioridad, la escena de la compra de esclavos con Paul Giamatti, la agresión del carcelero a Solomon una vez fue secuestrado al inicio de la película… Pero este recurso estilístico tiene su sublimación en la secuencia del castigo a Patsey.




Un primoroso, espeluznante, terrorífico e insufrible plano secuencia de más de seis minutos donde se va desarrollando el horror en primer plano.

Una escalofriante escena con el sonido de las chicharras de fondo y una pastilla de jabón como leit motiv. Los celos enfermizos de Epps y la presión de su Lady Macbeth particular desembocarán en un castigo a latigazos desgarrador, donde obligará, incluso, a Solomon a ejecutarlo. Que Solomon acepte hacerlo a pesar de sus sentimientos es comprensible desde el punto de vista del miedo, el gran mal que los atenaza a todos, haciendo algo despreciable para protegerse él y a los otros de las amenazas de su dueño. Con todo resulta extraño el respeto de Epps a Solomon, al cual amenaza pero no agrede ni ajusticia… supongo que quiere proteger su propiedad. En cualquier caso, tal y como está planteada su relación, resulta raro.








McQueen logra que cada latigazo se incruste dolorosamente en la espalda del espectador de la misma forma que lo hace en el cuerpo desnudo de Patsey. Además lo logra sin que veamos las consecuencias de dichos latigazos, sólo con los movimientos de los verdugos, el sonido del látigo, los gritos de Patsey y su cuerpo tembloroso. Solamente al final de la escena veremos un rápido plano del impacto del látigo en la espalda de la chica, un planteamiento similar al castigo que sufrió Solomon en la cárcel tras ser secuestrado.



La escena, en plano secuencia, finaliza con la soga y la pastilla de jabón encuadrándose en el suelo cuando desatan a Patsey, una rúbrica maestra que muestra la excusa absurda y nimia por la que se juega con la vida y la integridad física de una persona. La libertad de la soga a través de la brutalidad.





Tras esta experiencia Solomon perderá toda esperanza, renunciando al último contenedor de ella, de su esencia, su violín, que destrozará.

Es brillante la elipsis temporal que realiza McQueen a través del trabajo de carpintería que realizaban Bass (Brad Pitt) y Solomon (Chiwetel Ejiofor). Solomon, tras ver la paliza, de la que participó, a Patsey, pierde toda esperanza, simbolizado en la destrucción del violín, es por ello que no confía en que Bass cumpliera ya su palabra. Con esa elipsis parecen confirmarse sus peores temores, un paso del tiempo terrible y silencioso de respuestas.







Esta resignación tendrá otra escena sublime, el plano sostenido donde McQueen encuadra a Solomon a un lado de la pantalla, con la mirada perdida, distraída, haciéndola vagar por el horizonte, sin rumbo, sin salida, sin esperanza, hasta que la posa frente a la cámara, rompiendo la pared que separa al espectador de la historia que nos cuentan, haciéndonos partícipes de ese dolor, de esa resignación, de ese momento, impotentes testigos de lo que ocurre. Un momento rápido, fugaz, pero intenso, que se hinca en el corazón del espectador, le hace sentir un escalofrío. Un instante perturbador, demoledor y brillante.



La liberación de Solomon, cuando toda esperanza parecía perdida, es también una liberación para el espectador, que quiere salir corriendo con Solomon de allí, del aliento de Epps (Michael Fassbender) e incluso llevarse consigo a Patsey, algo imposible. La despedida, el abrazo y la mirada última entre Patsey y Solomon duelen contenidamente.

 


McQueen se permite un momento emotivo sin matices en la escena final, una piña familiar que va creciendo poco a poco, que se funde en un abrazo y que consuela el desconsolado llanto de Solomon. El regreso, la unión al lugar deseado, la calma tras la pesadilla y el horror, el ansiado paraíso. Precioso momento.





Solomon Northup fue de los pocos que logró regresar a la libertad tras haber sido secuestrado y vendido como esclavo, incluso llevó a juicio a sus secuestradores, con poco éxito, y se convirtió en un firme activo en contra de la esclavitud.




McQueen ejecuta una película tremendamente sobria, contenida, sin una concesión a la sensiblería. Tan solo en esa escena final renunciará a esa rígida exigencia, que en ocasiones hace que la película parezca en exceso cerebral, agarrotada, para sacar el dolor que lleva dentro. La emoción sincera.



Una obra notable donde todo está en su perfecta medida, demasiado calculada, pero donde la calidad resulta indiscutible, guión, fotografía, interpretaciones, la bella música de Hans Zimmer y, sobre todo, la dirección. Aunque falta de genialidad es digna de todo elogio.




 





2 comentarios:

  1. Sin haber visto "Gravity", "12 años de esclavitud" es, para mi, la mejor película -con mucha diferencia- de todo el año.

    Pese a su muy agotado tema, McQueen lográ una película que se deja ver y que transmite muchas emociones. Hacía algún tiempo que un servidor no visionaba una escena tan dura como la de los azotes al final, filmada con gran calidad.

    Además, la película no se hace larga y, la fijación en ciertas imágenes no desentona para nada en el global.

    Dos peros a esta gran película. Por un lado, la banda sonora. Habrá pocos admiradores más profundos que yo del señor Zimmer, y soy el primero que, por experiencia propia, entiende que en un mismo compositor exista cierta esencia común en sus obras. Pero una cosa es eso y otra es calcar una partitura de otra película y transmitirla tal cual. Que le funcionara con Gladiator/Piratas del Caribe no significa que esté bien. Para mi, un error del germano y una no nominación totalmente comprensible (los premios son a la mejor banda sonora ORIGINAL).

    El segundo pero es a la actuación de Ejiofor. Pese a ser correcta, me parece que daba mucho más de si. Creo que tanto DiCaprio, como Bale, como McConaughey como, sobre todo, Hanks en Captain Phillips (la mejor de todas), están muy por encima de él en sus papeles. Aún así, me cuesta dar con el nombre de un actor afroamericano que hubiera hecho mejor papel, quizá es que sus predecesores -Morgan Freeman, Denzel Washington, Samuel L. Jackson- han puesto el listón demasiado alto.

    Un saludo y felicidades por la gran disección de la película.

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    1. Muchas gracias DAunes. No comparto en la misma medida tu pasión por ella, pero es indiscutiblemente una gran obra con una dirección magnífica. Tu crítica a Zimmer no es la primera que oigo, tienes razón, aunque me gustó con todo.

      A ver si logro que me dé tiempo a poner una entrada con las nominadas y ponéis vuestra quiniela, será interesante.

      Un abrazo, amigo.

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