
Una interesante visión sobre la transformación
de la mafia, sus distintos tentáculos y
formas de ver el “negocio”, su evolución y conflicto para congeniar todos. De
los modos violentos donde los problemas se resolvían por la fuerza y sin
contemplaciones, algo representado por el excelente personaje que encarna
Robert Ryan, ahora la mafia ha pasado a adaptarse a los nuevos tiempos y usa el
sistema y sus recovecos para instalarse y valerse de él. Grandes e invisibles
hombres de negocios que mediante sobornos y chantajes logran estar
infiltrados en todos los estamentos y poderes del estado. Esto viene
representado por “el anciano”, ese jefe que nunca veremos, en un grandísimo
detalle de guión.
La primera escena muestra como la lucha contra la corrupción
también tiene múltiples jerarquías. Es el propio gobernador el que debe dar el
visto bueno para situar a la gente más competente en la lucha contra la
corrupción y las mafias. Sin ese paso, que en contra de lo que debería ser
normal, supone una actitud valiente debido a las influencias que los
delincuentes tienen en todos los estamentos, no se podría hacer mucho. Unos
pocos hombres honestos e insobornables son el comienzo del éxito. Esta escena
está rodada con planos muy cortos, muy cerrados, primeros planos casi opresivos
que muestran la soledad de la honestidad, de esos hombres sueltos que se
enfrentan a toda la maquinaria mafiosa y sus subordinados sobornados y
deshonestos.

Este conflicto entre formas de ver las cosas dentro de la
mafia, las viejas maneras violentas de no dejar cabos sueltos contra los nuevos
hombres de negocios, dirigentes invisibles de empresas que sirven para ocultar
todo tipo de trapicheos, con abogados, senadores, políticos o fiscales a sueldo
mediante sobornos, chantajes y subterfugios legales, es de lo más interesante
de la película.

La presentación del gran Robert Mitchum llega cuando nos
acercamos a los 20 minutos de metraje. Cromwell no se apresura en absoluto para
centrarse en su héroe. Mitchum interpreta a Thomas McQuigg, un duro y honesto
policía que no se parará ante nada para acabar con el delito, la mafia y la
corrupción. Debido a su escrupulosidad y competencia, y gracias a los contactos
de los mafiosos, va siendo trasladado de sitio en sitio cuando comienza a poner
en dificultades a la Organización. Con la decisión firme del gobernador de
luchar contra la corrupción, McQuigg se sentirá más respaldado para concluir su
labor, o una de ellas.

El enfrentamiento, esperado, entre Ryan y Mitchum nos deja
una de las grandes escenas de la película, un duelo en todo lo alto de dos
grandes intérpretes y donde Cromwell vuelve a sobresalir con su puesta en
escena. Iniciará la secuencia con dos primeros planos de cada uno de los
personajes, el primer contacto visual y su reacción para luego irse
inmediatamente a un picado general donde los vemos separados y cada uno en un
lado el encuadre. Es el duelo. La explicación visual a las miradas y reacciones
que vimos en los planos anteriores. Luego un movimiento de grúa, desde ese picado, los
obligará a acercarse, se juntarán en el centro de la estancia, pero siempre
veremos a Mitchum en posición de predominancia, de dominio, ya sea de pie o
sentado por encima de Ryan, ejemplificando su mayor categoría moral. Ryan
comerá de forma exagerada una manzana, el símbolo de la tentación.

El reto de McQuigg a Scanlon no tardará en traer
consecuencias. En otra pequeña estampa de vida cotidiana, en esta ocasión en la
casa de McQuigg, seremos testigos del atentado a la casa del policía donde su
mujer resulta herida. Una mujer tan dura y valiente como su marido, una auténtica
mujer de policía, otra pasta. Ya en el plano general de Mitchum saliendo de su
casa, Cromwell logra hacernos intuir y transmitir la amenaza, que algo va a
ocurrir.


Esto obliga a que los policías bordeen y a menudo sobrepasen
los límites de la ley para lograr sus propósitos, límites que sirven a los
mafiosos o corruptos para salirse con la suya, lo que plantea interesantes
cuestiones, aunque aquí no se desarrollen. Digamos que aquí la idea de que un
policía haga lo que tenga que hacer para capturar a los malos está bien vista…


Tanto el hermano de Ryan, Joe Scanlon (Brett King), como el
periodista amigo de Johnson, Dave, están fascinados y se sienten tremendamente
atraídos por la misma mujer, la estupenda Lizabeth Scott, que interpreta a la
cantante Irene Hayes. Esta infravalorada actriz con un gran parecido con Lauren
Bacall, aunque menos atractiva, ya colaboró con John Cromwell en otra cinta de
cine negro, esa joya mencionada que es “Callejón sin salida”. Aquí vuelve a
estar magnífica.
Robert Ryan está pletórico, desprende violencia incontrolada
por los cuatro costados.


Más detalles de talento en la puesta en escena los tenemos
en el uso de Cromwell de los segundos planos, la planificación de escenas donde
un plano corto se abre para acabar de dar un sentido completo a la escena etc.
Un ejemplo de esto lo tenemos en la escena donde Johnson espera en su casa la
llegada de los matones de Scanlon, cuando vemos en segundo plano aparecer el
coche de los mencionados matones. Toda esa escena, su planificación y
resolución en fuera de campo, es otra maravilla.
“Hay que cerrar la boca a esa cantante”.

Uno de los momentos culminantes y más poderosos de la
película, de mayor impacto emocional, es la muerte del honesto y brillante
policía Bob Johnson. El llanto de la mujer al enterarse tras una puerta cerrada
es un ejemplo perfecto de sensibilidad. Una de las escenas que hacen grande la
película.


Los planos largos son una constante de la película, una
brillante muestra la tenemos en el plano final con Mitchum saliendo de la
comisaría, besando a su esposa y el carro que limpia las calles, simbólico,
como un nuevo comenzar, que cruza por el encuadre. Espléndido.
Una nueva corrupción más difícil de vencer y localizar,
aunque la mirada es esperanzada.
Un buen título muy recomendable para los amantes del género
negro.
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