Emotiva y conmovedora película de un director que merecería más reconocimiento al haber entregado obras como “Hampa dorada” (1931), esa obra maestra que es “Soy un fugitivo” (1932), “Senda prohibida” (1942) o “Quo Vadis” (1951). Como en el caso de “Soy un fugitivo”, “Niebla en el pasado” es una nueva odisea de un personaje, en esta ocasión a través de su propio pasado y su memoria. Nuestro protagonista además de intentar recuperar la memoria realiza un viaje para encontrarse consigo mismo.
Lo más reseñable de esta cinta, que es fascinante en muchos aspectos, son los personajes femeninos, especialmente el protagonista. El protagonista masculino vertebra toda la narración, es la piedra angular pero a la vez es accesorio, su problema crea la posibilidad de un gran drama pero sólo deambula un poco a merced de las circunstancias, las que tienen verdadera profundidad e iniciativa son las mujeres. Es una película de contrastes en la relación entre los personajes, si bien el hombre parece dejarse llevar por las circunstancias siempre es el que debe tomar la iniciativa, aunque sea casi más como un sacrificio que como un propósito, en cambio las mujeres, que se muestran siempre decididas y activas, no son explícitas con respecto a él, se limitan a manejar la situación para provocar en él una reacción. Un aspecto de guión que me parece brillantísimo.
Un soldado participante en la 1ª Guerra Mundial (Ronald Colman), es ingresado en un manicomio militar, ha perdido la memoria y espera con ansia que alguien que sepa quién es vaya a sacarle. Una noche decide escapar y se encuentra con una chica (Greer Garson), que le ayuda y protege. Ella intentará que recupere la memoria y en el proceso se acaban enamorando. Cuando nuestro soldado parece tener la vida solucionada sufre un accidente de coche que le hace recuperar la memoria anterior pero perder la más reciente, es decir, su vida con la chica que le ayudó.
Evidentemente el planteamiento de la película lleva a situaciones de melodrama intenso como es de suponer, pero como casi siempre en el cine clásico tratado con tacto y exquisita sensibilidad.
Centrada en las consecuencias de la 1ª Guerra Mundial, estando inmersos en la 2ª, no se hace mayor hincapié en el tema.
Colman está notable pero sin alardes, bien en su vulnerabilidad no acaba de caer simpático en ningún momento, más bien se le coge cariño por esa vulnerabilidad que por sí mismo. Greer Garson está estupenda.
En un principio esa relación se fundamenta casi en un instinto maternal de Garson hacia Colman, indefenso y totalmente perdido, ella es incapaz de abandonarle a su suerte. En todo momento vemos en ella un cariño especial hacia él, que su enamoramiento es inevitable, pero jamás se lo hará saber de forma explícita, hará gestos, tendrá detalles, se le escaparán cosas, tendrá descuidos pero enseguida intentará explicarse o rectificar, hasta que es él el que da el paso. Un detalle que me encanta.
Lo mismo le sucederá con la chiquilla que se enamora de él una vez Colman ha recuperado la memoria, ella sí será más explícita y él deambula sin saber muy bien qué hacer, hasta que se decide… Y nuevamente se volverá a repetir con Garson cuando ésta le encuentra, en ningún momento le dirá explícitamente quien es y lo que quiere, intentará que se dé cuenta y recuerde por sus propios medios, como al final ocurre. Un hallazgo de guión que me parece excelente. Hay muchos detalles de guión que lo son, un guión con toques de folletín perfectamente llevados.
Otro momento destacable de guión es la aparición del personaje interpretado por Greer Garson como secretaria de Colman. Al verla aparecer en escena sin que ninguno haga ningún tipo de gesto de reconocimiento y a la vez como si su relación se hubiera gestado hace tiempo, crea una sensación de desconcierto en el espectador, de sorpresa y como de cierta ensoñación, de irrealidad, que es magnífica y permite ir desarrollando toda la desgarradora historia que queda, hasta el conmovedor final.
Un ambiente tétrico y tenebroso nos introduce en el manicomio, un lugar siniestro. La presencia de la niebla, que también está en el título, se maneja como evidente metáfora de los problemas de memoria del protagonista.
La dirección es brillantísima, los decorados de exteriores, la ambientación, ya sea en momentos de tenebrismo o de celebración por el final de la guerra… Una dirección clásica, sobria y que transmite seguridad y emoción.
Colman interpreta en un principio a alguien traumatizado pero casi puro, que confía en todo el mundo y hace buena la frase de “Un tranvía llamado deseo”: “Siempre he confiado en la amabilidad de los extraños”. Confía ciegamente en esa chica que se entrega en cuerpo y alma para ayudarle. La narración continúa con la evolución de dicha relación y los momentos más felices, culminados con un matrimonio y un niño.
A partir de aquí entramos en el nudo duro de la trama, con la recuperación de la memoria y el olvido de lo que acabamos de presenciar por parte del personaje principal. Esto nos lleva a su vida anterior, una vida sin problemas y confortable en la que puede elegir a qué se dedica sin problemas. Se sume en un trabajo que le gusta y tiene éxito pero lo más importante de esta historia es su relación con Kitty (Susan Peters), una joven menor de edad que enseguida se siente fascinada por nuestro protagonista y su misteriosa historia. Una chica que también será fiel y demostrará con hechos sus sentimientos, que nunca son frívolos como pudiera parecer, y mantiene la paciencia hasta que el bueno de Colman se decide a dar el paso.
Kitty es otro personaje fascinante, una lolita realmente encantadora, pero sin perversión alguna, que entiende y es capaz de ver en el interior del personaje de Colman (Smithy, como le llama Garson), como ninguna, es esto lo que la llevará a rechazar el compromiso. Las mujeres se muestran decididas en lo negativo, no en lo positivo, donde quieren ver una demostración por parte del embobado protagonista. Con ella tenemos los mejores y casi únicos momentos de humor del film. Se acaba sintiendo un cariño especial por la chica, es un acierto que Mervyn LeRoy no la haga insoportable para el espectador, sino que elabore un personaje complejo y con matices. En esta ocasión volvemos a ver la evolución de esa relación y momentos de felicidad en el personaje protagonista, pero que cuando están culminando con el compromiso matrimonial entran en contraste con la mencionada aparición del personaje de Greer Garson (Paula).
En el comienzo de la película está muy bien mostrado el mundo de Paula, con sus parroquianos, el dueño del bar, un bar muy bien rodado además, y todo lo que rodea a su trabajo. Paula, como comenté antes, no disimula sus sentimientos pero nunca es explícita de palabra, en cualquier caso su sacrificio por él es mayúsculo abandonando su trabajo y dedicándose en exclusiva a él. Sólo alguien muy empanado como es el personaje de “Smithy” no se enteraría de nada. Un sacrificio que no se sabe muy bien hasta que punto merece ese extraño personaje que vemos y que tampoco se muestra excesivamente agradecido nunca. No acaba de caer simpático y palidece al lado de los personajes femeninos, especialmente, como ya he comentado, con respecto al de Greer Garson. En la escena de la declaración matrimonial se hace especial referencia al atontamiento constante del personaje de Colman.
El proceso final de recuperación de la memoria yendo hacia atrás es, evidentemente, adecuado al propio funcionamiento de la misma, algo que en “Memento” (2000) de Christopher Nolan, quedaría magníficamente expuesto.
Mencionaremos la breve aparición del ángel de “Qué bello es vivir” (1946) Henry Travers, en el papel del médico que atiende a Greer Garson en el parto.
Los conflictos familiares a colación de una herencia y la aparición de “Smithy” en el momento oportuno, sólo son tratados en la escena de la llegada de éste y nada más se sabe de ellos, parecen asumirse al final de buen grado las disposiciones de la herencia, pero parece que falta algo de desarrollo al plantear ciertas tiranteces en un principio por la mencionada oportuna aparición.
El personaje de Colman en ningún momento se muestra drástico en su negativa con respecto a Kitty, lo cual no deja de ser curioso, aunque puede pensarse que es debido a un simple divertimento, la cosa no acaba de encajar cuando vemos que en realidad va en serio, y no encaja porque la diferencia de edad entre ambos se hace excesiva en apariencia aunque según el guión no sea tanta.
A través de cartas y unos recursos visuales muy acertados para mostrar el paso del tiempo, LeRoy va desarrollando y definiendo la sinceridad de los sentimientos de Kitty hacia “Smithy”.
El tormento interior de Paula centra la parte final de la película, es con el personaje que nos identificamos, por su lucha, tenacidad y amor sin condiciones, sufrimos por ella, sentimos la misma impotencia y frustración que ella y nos emocionamos en el mismo momento que ella. La satisfacción final es la misma que ella siente. Esto es mérito de LeRoy y lo bien que maneja el punto de vista cambiándolo a voluntad y haciéndonos identificarnos con cada uno de los personajes cuando le conviene. Así en un principio sentimos la enfermedad de “Smithy”, luego la emoción y enamoramiento de Paula, posteriormente los sentimientos tanto de Kitty como del propio "Smithy" y concluimos con los mencionados de Paula.
Aunque se ha tachado a la película de ñoña, en realidad no es nada complaciente, una prueba es la muerte del niño que Paula y “Smithy” tuvieron en los breves momentos de felicidad que disfrutaron antes de la recuperación de la memoria de éste. Como tampoco es complaciente el sufrimiento que la fría declaración de matrimonio supone para Paula. Todo sería muy culebronesco si no estuviera detrás alguien con tacto exquisito.
Las motivaciones poco definidas para el comienzo de la búsqueda de “Smithy” de aquel tiempo que no recuerda, invita a la reflexión sobre la propia individualidad y esa alma que nos define por encima de circunstancias externas. Un destino predeterminado e inevitable, una reflexión agudísima sobre el mismo que nos muestra los sentimientos más íntimos como nuestra verdadera razón de ser definitoria, algo que nunca podremos olvidar.
La escena de la despedida en el tren transmite toda la pérdida y a la vez el deseo porque “Smithy” reaccione. La niebla volverá a aparecer cuando más cerca está “Smithy” de ir recordando, vinculando otra vez las dos cosas. Volvemos a tener una ambientación cercana al terror y al suspense. Una vez la niebla se levanta llegaremos a la conclusión.
La conclusión exacerba todos los sentimientos contenidos hasta entonces, la maquinaria del cine clásico funcionando al 100 por 100. Una cinta romántica, preciosa, profunda y conmovedora.
Me encanta descubrir esas pelis de un cine q ya no se hace, o que difí ilmente volverá a hacerse.
ResponderEliminarUna vez más, gracias por esta crónica...mi lista de pelis x ver se amplía!!!
Un beso sensei!
"Niebla en el pasado" es una obra maestra. La volví a ver hace poco en DVD y me sigue gustando. Ronald Colman es un actor por el que siempre he sentido debilidad, y está, como siempre, magnífico, lo mismo que Greer Garson.
ResponderEliminarUna corrección: el que hace de médico (que es, efectivamente, el ángel de "¡Qué bello es vivir!") no es Thomas Mitchell, sino Henry Travers. Saludos.
R, muchas gracias, si la ves creo que te encantará, ya me diras.
ResponderEliminarAnónimo, muchas gracias, imperdonable error, no sé en que estaría pensando para confundir a Henry Travers, con el oscarizado borracho de LA DILIGENCIA. Proceso a editar. Muchas gracias.
Cuando era niño, mis padres me la nombraban siempre. Cuando la vi, me entusiasmó. El amor al cine se lo debo a ellos,como tantas cosas. Es un puro deleite esta película. Todo de acuerdo, como siempre.
ResponderEliminarDe grandes padres salió un gran hombre, José. Puedo decir lo mismo de los mios, gracias a Dios.
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