La Locanda Trattoria
Estamos en Florencia, en un
momento indeterminado de los 60, en el Hostal La Mirandolina, un local que regenta
la propietaria del mismo nombre, tras haberlo heredado de su padre. La
guapísima y presumida patrona, ayudada por su fiel empleado Fabrizio, atiende a
los viajeros y es cortejada por casi todos los hombres que allí recalan. En el
hostal se hospedan el Marqués de Forlipopoli, un aristócrata sin un duro pero
con mucha alcurnia, y el Signore Albafiorita, un comerciante enriquecido y
amante de la opulencia. Ambos, cada uno en su estilo, cortejan a Mirandolina
que, simplemente, se deja querer y juguetea con las ilusiones de ambos nadando
entre dos aguas. Un buen día llega el Cavaliere Ripafratta, misógino
empedernido que se ríe de los dos pretendientes y trata de sacarle defectos al
servicio, con el fin de mostrarse ajeno a los encantos de Mirandolina.
A todas estas, asistimos a las
quejas de un celoso Fabrizio, que también ama a Mirandolina, a quien recuerda
que su padre le prometió su mano. Mirandolina responderá que es propietaria,
independiente y que tiene derecho a vivir siguiendo sus decisiones, sin que
esto suponga rechazar a Fabrizio, sólo pedirle algo más de tiempo.
Dos actrices llegarán al hostal, y viendo lo que allí se cuece se plantearán engañar al Marqués haciéndose pasar
por nobles, sin renunciar a intentar aprovecharse económicamente del
comerciante.
Pan, amor… y macarrones
Esta adaptación fue una delicia
de principio a fin.
Y es que el precioso espacio
gótico de la Biblioteca se convirtió en una plaza florentina, con su kiosko,
sus persianas, sus toldos, en la que se situaban las mesas del local donde los
comensales/espectadores debían sentarse compartiendo mesa y mantel, pasándose
el programa de la obra, en formato de menú.
La obra era coral en sus
interpretaciones, con unos actores (segundo reparto, con cambios en los papeles
masculinos) vestidos con trajes que recordaban las fotos de nuestros padres
jovencitos, y unas actrices que aportaban color y cardados en esos moños
sesenteros tan característicos.
El reparto estupendo. Todos con
ese aire de comedia italiana, especialmente el dúo protagonista, recordando al
gran Marcello Mastroianni y a Sofía Loren.
Mención especial al papel de
Jordi Llovet como Marqués de Forlipoppoli, hilarante aristócrata venido a menos
(lo que le ponía en una posición de, digamos, “poca generosidad”), que hablaba
en un castellano relamido, muy castizo y chulapón, esclavo de las apariencias y
siempre mirando a los demás por encima del hombro, con unas escenas memorables cuando
pretendía agasajar a las que creía nobles damas invitándolas a un vino
exquisito en una botella… del tamaño de las del mini bar en un hotel. Una de
sus frases repetida varias veces: “yo
soy… quien soy”, dicho mirando al infinito y poniendo mucho énfasis e
histrionismo…
FICHA TÉCNICA
Dirección y versión: Pau Carrió
Intérpretes: Laura Aubert (Mirandolina), Júlia Barceló
(actriz), Oriol Guinart (Albafiorita) , Jordi Llovet (Marqués de Forlipopoli),
Alba Pujol (actriz), Ernest Villegas (Ripafratta) y Pau Vinyals (Fabrizio)
Escenografía: Sebastià Brossa y Pau Carió
Iluminación: Raimon Rius
Vestuario: Sílvia Delagneau
Arreglos musicales: Arnau Vallvé
Proveedor de macarrones: Pere Carrió – El Gat Blau
Sala: Teatre Biblioteca de Catalunya
Producción: La Perla 29
Por @MenudaReina
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