Antes de que se diera esta orgía televisiva repleta de
series de distintas calidades, la llamada “era de oro” de la serie televisiva,
donde muchos actores pasan del cine a la televisión o se reciclan en la pequeña
pantalla para impulsar su carrera, hubo actores que consiguieron la fama en
series y luego pasaron con éxito a la pantalla grande, sin que su pasado
televisivo repercutiera o supusiera complejo alguno, como ocurría en aquello tiempos.
Procedente de una familia de inmigrantes judíos, su carácter
artístico (se dedicó al dibujo y a las caricaturas), y su admiración por
Chaplin, le llevaron por el camino de la interpretación.
Tras ejercer de alumno, compartiendo clase con Steve
McQueen, y profesor en el Actors Studio, donde enmendó la plana a Jack
Nicholson entre otros, hizo sus pinitos en el teatro y alguna serie televisiva americana.
No debió verle malas maneras el maestro Hitchcock cuando le
hizo debutar en el celuloide en un sugerente y ambiguo papel de villano en la
imprescindible “Con la muerte en los talones” (1959). Pocos pueden decir que
han debutado en una obra maestra así con un papel importante (hizo algún título
más como secundario ese año).
Aquel papel de asesino despiadado y sexualidad ambigua, no logró
darle el impulso que deseaba, por lo que tuvo que volver a las series
televisivas, a las que se resistía porque lo que él quería hacer era carrera en
el cine (rechazó el papel de Spock para Star Trek), apareciendo
ocasionalmente como secundario en algunas producciones cinematográficas,
algunas destacadísimas como “Cleopatra” (Joseph L. Mankiewicz, 1963).
La que sí le dio el definitivo impulso, aunque ha tenido
varios, fue la exitosísima serie “Misión Imposible”, ahora convertida en
franquicia cinematográfica, en la que interpretaba a Rollin Hand, una especie de Mortadelo
serio, maestro del disfraz y los acentos.
Se negó Landau a ser considerado miembro permanente del
reparto por si le surgía una nueva oportunidad en el cine, por lo que estuvo
apareciendo como “estrella invitada” en la primera temporada.
Tras el éxito, los humos del visceral Landau se apaciguaron,
por lo que pasó a formar parte del reparto permanentemente y a disfrutar de
su éxito… hasta que quiso más dinero. Esta disputa salarial le alejó de la
serie, en la que fue sustituido, cosas de la vida, por Leonard Nimoy, el actor
que terminó encarnando a Spock, aquel papel que rechazó.
Volvió ocasionalmente a la televisión, ya fuera en apariciones
episódicas, en algún capítulo o como personaje principal. Se recuerda “Espacio: 1999”, una serie que ahora muchos consideran de culto, pero que tanto la
crítica como Landau criticaron con saña, saliendo de la parrilla tras dos
temporadas. También un telefilm a las órdenes de Steven Spielberg, “Savage”, en
1973.
El marcado rostro de Landau, esos ojos claros, esas cejas
diagonales que enmarcaban una mirada siempre inquisitiva, ese gesto rudo y algo
amargo, le hacían un candidato especial para papeles de villano. Con los años y
las canas su rostro se fue ennobleciendo, por lo que adquirió un aire de entrañable distinción sin resultar nunca sensiblero, con lo que abarcaba todo tipo de registros, algo que
explotó bien Tim Burton, hasta llevarle a su único Oscar en 1994 con la
excepcional “Ed Wood”.
No fueron sólo Hitchcock, Mankiewicz y Burton los grandes
directores que contaron con Landau. George Marshall, Lewis Milestone, John
Sturges o Henry Hathaway contaron con él en sus inicios para esos villanos (o
no) del western y el bélico donde se fogueó (con Marshall hizo una comedia).
“La historia más grande jamás contada” (1965), donde recibió
órdenes de David Lean y George Stevens, fue otro de sus títulos destacados en
esos primeros tiempos.
Su carrera languideció. Si bien nunca dejó de trabajar, sus
proyectos eran muy discretos, hasta que a finales de los 80 y principios de los
90 una serie de grandes directores lo recuperaron e impulsaron reivindicando su
figura y permitiéndole legar a la posteridad varios papeles extraordinarios.
Coppola con “Tucker, un hombre y su sueño” (1988), papel con
el que ganó el Globo de Oro y consiguió una nominación al Oscar, Woody Allen con esa obra maestra que es “Delitos y faltas” (1989) y Tim Burton con uno de
sus papeles iconográficos, el de Béla Lugosi en “Ed Wood”, hicieron reverdecer
su prestigio.
Después participó en múltiples proyectos, de todo tipo y calidad,
mezclando mediocridades con algunas joyas donde podemos destacar “Rounders”
(John Dahl, 1998), su participación en ”Expediente X: enfréntate al futuro”
(Ron Bowman, 1998) o “Sleepy Hollow” (1999) de nuevo con Burton, con el que
repetiría en “Frankenweenie” (2012), prestando su voz.
No dejó de trabajar hasta el final, desplegó su distinguido
y algo desgarbado porte por la gran pantalla hasta este mismo año, donde tiene
previsto estrenar “The last poker game”.
Este secundario de lujo murió en Los Ángeles este sábado 15
de julio por “complicaciones inesperadas” que lo llevaron apresuradamente al
hospital, con la muerte en los talones.
En cualquier caso, Martin Landau visitará mi casa a menudo,
mi pantalla, como todos los grandes actores que se nos van, porque mantener la
réplica al gran Cary Grant y decirlo todo ante James Mason sin un gesto de más
y sin palabra alguna, está al alcance de pocos.
Descanse en paz, Martin, siempre te recordaremos.
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