Sí, de pequeño siempre fue mi James Bond. Crecí con él. Sus películas
eran las que más me gustaban. Con él conocí a esos héroes solitarios,
seductores y autosuficientes, siempre ingeniosos para salir airosos de los
apuros que lo ponían al límite. El Indiana Jones trajeado, otro aventurero que
encendía mi imaginación. Roger Moore era un guapazo de una pieza.
Seguramente fuera porque muchos de sus títulos eran más
infantiles, naïf, también más espectaculares, con una acción más elaborada, más
acorde a los tiempos en los que crecía, los 80, más dinámicos, graciosos, menos solemnes, pero aunque me bebía todas las películas
de Bond ya estrenadas, que eran casi todas, revisando y escrutando con
detenimiento las estanterías de mis videoclubs (sí, iba a varios), las de Roger
Moore eran mis preferidas, sin que impidiesen que las de Sean Connery me
encantaran también. A George Lazenby lo dejo aparte, si bien tampoco me
disgustó.
Quizá es que con un guaperas es más fácil identificarse. ¿Qué
sé yo?
Sus películas eran más disparatadas en muchas ocasiones,
guiñando al cómic en otras, pero prendía la mecha imaginativa, dejando ver a
Bond en las aventuras más inesperadas, en todo tipo de situaciones, de esas que
sólo crees poder visualizar en sueños infantiles. Con él vimos a Bond andar
sobre cocodrilos, hacerse amigo de tiburones con dientes de acero y pelear con
pulpos, ¡viva el agua! Con él vimos como las espías lo amaban y lo adoraban,
cómo toda dama que se cruzaba en su camino quedaba irremediablemente seducida,
sobre todo si eran exuberantes afroamericanas, con él viajamos al espacio y
salvamos muchas veces el mundo… aunque esto último lo han hecho todos los
Bonds, lo que ya es una vulgaridad.
No, en absoluto pretendo llevar la contraria a quienes creen
que Connery es el mejor y el único Bond, simplemente explico por qué Moore es
el mío.
No era un gran actor, muy lejos del gran Sean Connery, pero
su distinción, su elegancia, su réplica siempre acertada oportuna, su humor e ironía british, la credibilidad
que rezumaba todo cuando las damiselas caían rendidas a sus pies con sólo verle
levantar una ceja… lo hacían encajar de una manera especial en el papel.
No parecía tan duro como Connery, pero nunca lo vi blando. Contundente en las peleas y hábil en el amor. Le bastaba con que el traje le
quedara tan bien como le quedaba, con ser un guapazo y con poner su rectilíneo mentón
con hoyuelo ante la cámara.
No se recicló como sí hizo Connery, de manera ejemplar y muy
meritoria, algo normal teniendo en cuenta el talento interpretativo de uno y
otro. Perdió su estrella con el personaje de su vida, pero suyos fueron los 70 y los 80,
convertido en el James Bond que más se puso el esmoquin. El más James Bond.
Era más que adecuado para el papel, venía de interpretar a Simon
Templar, “El santo”, durante siete años para la televisión y alguna película.
Su belleza le abría camino por donde iba, desde su academia británica hasta la
televisión, donde hizo varias series, y el cine, donde debutó como centurión en
1945 en “César y Cleopatra” (Gabriel Pascal), una película protagonizada nada
más y nada menos que por Vivien Leigh, Stewart Granger y Claude Rains, y “Separación
peligrosa” (Alexanader Korda).
“Vive y deja morir” (1973), “El hombre de la pistola de oro”
(1974), “La espía que me amó” (1977), “Moonraker” (1979), “Sólo para sus ojos”
(1981), “Octopussy” (1983) y “Panorama para matar” (1985). 12 años
interpretando a James Bond, al que encarnó por primera vez con 46 años y al que abandonó con 58, por motivos de edad, sustituido por Timothy Dalton.
No sólo participó en Bond y “El Santo”, como ustedes ya
saben, lo hizo en interesantes películas, una británicas, como “A mitad de
camino” (Daniel Birt, 1949), en un papel testimonial, “Tinieblas” (Basil
Dearden, 1970), “Patos salvajes” (Andrew V. McLaglen, 1978) o americanas, como “La
última vez que vi París” (Richard Brooks, 1954), “El ladrón del rey” (Robert Z.
Leonard, 1955), “Melodía interrumpida” (Curtis Bernhardt, 1955), la discreta,
aunque con gran reparto, “Lobos marinos” (Andrew V. McLaglen,1980), “Los locos
del Cannonball” (Hal Needham, 1981)… aunque pocas obras maestras, desde luego.
Aunque en los últimos años aparecía intermitentemente en
algún título, estaba básicamente retirado del cine, dedicado a actividades
humanitarias. La última película en la que lo vimos parece un epitafio: “El
último acto” (János Edelényi, 2016).
Nos ha dejado a la edad de 89 años por culpa de un cáncer,
pero yo, que sigo siendo un nene, estoy seguro de que sólo es un subterfugio de
avispado agente secreto, y que en cuanto me dé la vuelta y ponga “La espía que
me amó” estoy convencido de que él acudirá sin falta.
No es mi Bond favorito, pero ciertamente marcó una época, y era tremendamente simpático, con él muchos disfrutamos del personaje, un icono que defendió con solvencia, y le debemos esos buenos ratos de la infancia. Guapísimo de joven (El Santo, qué tío tan atractivo!) maduró con elegancia. Una gran pérdida. Descanse en paz.
ResponderEliminarGracias por recordarle.
Bss
Gracias a ti, Reina. Ciertamente era un tipo realmente guapo y dio su toque al personaje, por eso tantos le recuerdan aún! Se hizo eterno.
EliminarBesos.