Pronto llegaron las primeras lluvias a Berlín. No era un día
feo, pero desde luego tampoco parecía uno de esos días perfectamente diseñados para
cambiar el mundo. Un día como cualquier otro, incluso algo tristón, pero
después de aquel día nada volvería a ser exactamente igual. A pesar de que nada
iba a cambiar en bastante tiempo definitivamente, aquel día fue un punto de no
retorno, un eslabón más del mecanismo inexorable que nos lleva al futuro.
Me puse elegante, bien guapa y distinguida, porque también
me gusta gustar, sentirme bella, de hecho estoy francamente orgullosa de mi
cuerpo, de mis pechos, de mi rostro, de mi belleza, aunque siempre
luché para ser algo más que mi apariencia. En aquellos días era básicamente lo
que debía tener una mujer, apariencia, si eso te faltaba, te podía faltar casi
todo, pero siempre supe que esa postura sólo llevaba a un pseudo respeto, a una
condescendencia opresiva ante la que me rebelaba instintivamente, sin ira
alguna, por impulso natural, que me llevaba a la arena a competir de tú a tú
contra lo establecido, lo establecido por quien fuera, sin esperar recibir la
egoísta limosna del que busca algo y tiene la sartén por el mango, a fuerza de
trabajo y talento.
Me recordaban a menudo aquello de las tres k (kircher,
kinder, küche), o sea, la iglesia, los niños y la cocina, que era el ámbito circunscrito
a la mujer, y no me parecía mal, no me parecen mal ni los niños, ni la iglesia,
ni la cocina, todo lo que sea añadir, sumar, me satisfacía, me enriquecía, lo
que no soportaba es que me limitaran, que ir a la cocina no me dejara entrar en
el estudio, que ir a la iglesia no me dejara ser científica, que tener niños me
impidiera trabajar simple y llanamente porque estaba así establecido, porque se
me imponía una elección que no tenía porqué tomar.
Recuerdo que temía no estar presentable por culpa de la
dichosa humedad, bien parapetada bajo mi paraguas camino de mi gran día, más
decidida y satisfecha que emocionada. Era algo que se me antojaba lógico, que
tenía que caer por su propio peso, algo que se imponía al hecho sin precedentes
que iba a acontecer.
Siempre pensé que una sociedad que limita a parte o a uno
solo de sus miembros está luchando contra sí misma, perjudicándose
absurdamente, limitándose, enfermándose. ¡Cuánto más a toda una raza, a todo un
género, especialmente a ese que contiene y da vida! Todo eso lleva a la
radicalización, a vivir sepultado en el pasado, anclado en lo reaccionario.
Fueron muchas las lágrimas contenidas e incontenibles,
muchos los desprecios y humillaciones obviados y pasados por alto, muchas las
palabras presas y amordazadas, los gestos esposados y amarrados ante cada obstáculo
del camino para no perder pie, para que el objetivo no se desvaneciera. Aún
quedaban muchos libros que firmar con anónimos, muchos avances que realizar sin
reconocimiento, muchos fingimientos a los que entregarse para seguir avanzando,
quedaban muchas absurdeces que soportar, muchas opresiones que gestionar… quedaba
un largo camino de espinas que transitar, pero ese siempre ha sido el sentido
de la existencia para todos, infinitos viajes donde cada uno, hombres y mujeres,
injusticias y problemas, tienen sus tiempos y sus lugares, pero todo llega,
irremediablemente, como acude la luz al sol.
Soy prueba viviente de que todo se puede lograr, de que los
muros se derriban, las convenciones se destruyen, los órdenes se pervierten,
las cosas mejoran. Tan sólo tuve que convertirme en la primera mujer ingeniera.
Una minucia…
Y allí me veo, ante la puerta de la sala en la que se me iba
a entregar mi título de ingeniería. La primera mujer que lo logró. Yo, Elisa
Leonida Zamfirescu.
Me fui hace 43 años. Fui especial en su día, pionera y
única, una de tantas mujeres pioneras y únicas, como Hipatia, Amelia Earhart, Tereshkova,
Fatima al-Fihri, Marie Curie... que andan por aquí discutiendo de sus cosas… Pero lo que
despierta la más satisfecha de mis sonrisas es haberme convertido en una
vulgaridad, en cierto sentido, porque aquello que logré, que logramos, ahora es
algo normal, incuestionable, lógico y natural.
Aquello que logré, que logramos, que sólo parecía un pequeño
paso para la mujer, pero que fue un gran salto para la igualdad.
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