Sentía una extraña y plena satisfacción por el fracaso ajeno
porque sabía que en muchas ocasiones era gracias a su influjo. Le hacía
sentirse importante. No sentía el más mínimo remordimiento ni la más mínima
culpa por este hecho. Era su naturaleza, un sentimiento genuino que retrataba
su pureza, lo que debía considerarse una virtud.
Siempre estaba en los grandes momentos de sus amigos. Nunca
quería perderse ninguno porque podían saciar su anhelo, ese placer incontenible,
desbordado, que se esparcía por todo su ser cuando el fracaso se hacía patente.
No, no es envidia, habida cuenta de la consciencia del
hecho. Él no había nacido para hacer, pero sus amigos sí, o eso pretendían.
Esto era puro placer físico, la sensación de domino, de poseerlos por un
momento, de impregnarse de puro éxtasis, de éxito, en su naufragio.
Y aún así siente un profundo desprecio por todos ellos, por
aquellos que le provocan ese inmenso placer, aunque parezca paradójico. Los ve
débiles, manipulables, insustanciales, insignificantes…
Él sabe bien lo que ven en él; porqué lo aceptan. Porque no
lo conocen. Ven lo que él quiere que vean. No lo conocen porque es capaz de adoptar
múltiples formas, de camuflarse, de tocar los puntos débiles de todos sus
amigos, de todas sus víctimas. Se sabe un gran manipulador, siempre pone buena
cara. Con él todo son dádivas y lisonjas, hasta que llega el momento crucial. Un
ser frankensteniano formado a partir de debilidades ajenas para alcanzar su vampírico
propósito de beber la sangre del fracaso. Es inflexible, intransigente, de inquebrantable
carácter, decidido y falso, poseído por el instinto.
Ellos nunca le culparán, preferirán auto flagelarse por ese
fracaso, cobijándose incluso en su cálido abrazo, poniendo todo tipo de excusas
para sentirse mejor. Una vez vacíos él pasará desapercibido, cándido.
Un fiel y leal compañero que nunca falta. En ese crucial
examen oral, ahí suele estar él fijando su mirada y su sonrisa irónica en su
amigo; en ese tiro libre decisivo allí está él, indiferente y frío, atento centinela;
no faltará a la cita en esa importantísima entrevista de trabajo donde la
imagen y la desenvoltura lo son todo; incluso en esa primera cita con la chica
ideal, donde nada puede fallar y se quiere mostrar la mejor versión de uno
mismo, aparecerá inmisericorde…
Ahí estará él siempre, aparentemente solidario, comprensivo,
indulgente, para ir viéndolos caer uno a uno, suspender el examen, errar el
tiro libre, no conseguir el trabajo ni a la chica…
Y a pesar de todo, en ocasiones, antes de lanzar el tiro
libre, de contestar en el examen, de citarse con la chica de sus sueños, algunos
se vuelven hacia ese guardián despiadado para enfrentarse a sus fríos ojos con mirada
pura y sincera sonrisa y, entonces, como si una cruz ante el vampiro o una bala
de plata ante el hombre lobo fueran… El Miedo se desvanece y cae en el olvido.
Cómo me recuerda esta historia a mi antiguo grupo de amigos... que bien hace uno en desprenderse de amistades tóxicas ;)
ResponderEliminarSí que los hay así, aunque pretende ser alegórico jeje. Un saludo.
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