En la polarización acabamos despreciando la normalidad, nos
acaba pasando inadvertida, la infravaloramos y caemos en la contradicción de
anhelarla en la catástrofe cuando la ignoramos el resto del tiempo.
Damos muchas cosas por sentadas sin percatarnos ni
preguntarnos por qué son así, disfrutando de ese estado de bienestar que sólo nos
sacude cuando se perturba el statu quo, para incomodarnos, como cuando el metro
no llega cuando normalmente lo hace o las calles dejan de estar limpias, como
cuando éramos pequeños y la comida llegaba a su hora y todo estaba en su sitio
sin que nos planteáramos mucho el trabajo que nuestros padres hacían, como los canes
del kafkiano relato “Investigaciones de un perro”, que disfrutan de su alimento
caído del cielo por un poder invisible. Cuando lo que damos por sentado se
trunca la gente que está detrás de todo aquello parece hacerse presente, como
los ecos lejanos de un legado perdido que deberíamos tener presente. Entonces
entiendes el sacrificio que hay detrás, que aquello no llega por arte de magia,
y te golpea la realidad de esos grandes valores. La normalidad y el trabajo.
Nacho, hoy sales de lateral izquierdo. -Sin problema.
Nacho, hoy vas a salir de central diestro. -¡Genial!
Nacho, hoy te necesitamos de central zurdo. -¡A sus órdenes!
Nacho, hoy juegas en banda derecha. -Me parece perfecto.
Aquí encontraríamos a Nacho Fernández Iglesias. Puro
madridismo. Él es el hombre que está detrás, el hombre que siempre cumple sea
cual sea su cometido, que no brilla en apariencia pero siempre realiza su
trabajo con total pulcritud y depuración, sin innecesarios ornamentos, buscando
el disfrute del resto. Ese hombre invisible que sienta las bases y sirve de
pegamento en una plantilla hasta hacerla sólida. Así se forja un club. No
inventará la penicilina, pero tendrá el laboratorio limpio y el reparto a
tiempo para que sirva de algo.
Como aquellos jugadores que tanto gustaban a Bernabéu, Nacho
es puro sentido común, profesionalidad y normalidad. Un sensato hombre de
familia, casado con su novia de siempre y con dos hijos, estudiante de Ciencias
de la Actividad Física y del Deporte (INEF), de esos pocos a los que Xabi
Alonso se encontraba en sus viajes a la biblioteca de Valdebebas, y bien
peinado y aseado, limpio y pulcro, sin estrafalarios adornos. Un hombre de
club, de aquellos que se dice que ya no existen, porque la normalidad parece
haber emigrado de este deporte y ahora aparece casi como una excentricidad. Un
chico al que don Santiago admiraría.
Y en esa ausencia de foco, confetis y botellas de champagne
estallando entusiásticamente, descubrimos a un profesional de primer orden, un
ganador, un madridista de pura cepa que ha pasado por todos los equipos de la
cantera, que subió al Castilla a 2ª División, que fue campeón de Europa con la
Selección sub-17 y sub-21 y subcampeón mundial en 2017 también en categoría
sub-17…. Que es internacional, a pesar de no ser titular con el Real Madrid,
por derecho propio y merecimientos.
Además, Nacho debería ser considerado por el madridismo como
un talismán. Con él, como con la venida de Mourinho, acabó la que prometía ser
una larga travesía en el desierto, y junto con el entrenador portugués, que le
hizo debutar en primera división, ganó la Copa del Rey en 2011 acabando con la
sequía de títulos en el mismo estadio en el que debutó ese año, Mestalla.
Aunque no sería hasta la temporada siguiente cuando pasó a ser integrante de la
primera plantilla, también de la mano de Mourinho.
No sólo fue Mourinho quién aprobó las actitudes del
canterano, para Ancelotti también fue un jugador indispensable en la plantilla,
aunque no fuera titular. Así llegarían las Champions, de las cuales la Undécima
vino junto a su segundo hijo, que nació pocas horas antes de la final.
Porque muchos con más talento se quedaron por el camino,
casi todos, pero el silencio y el esforzado trabajo dieron sus frutos y lo
llevaron a donde todos anhelan. Nacho hace de la parafernalia futbolera algo
tan respetable y honesto como trascendental desde la absoluta normalidad y
profesionalidad. Por eso no le sobra a nadie.
Incluso ha redimido a parte de la afición madridista,
desnudando cierta madurez en ella que muchas veces permanece oculta, cuando ha
puesto el acento en la labor de jugadores como él, esos que nadie parece ver
porque no hacen regates vertiginosos, ni pierden el balón haciendo un
imposible, ni meten goles por la escuadra, pero que siempre están para cumplir
cuando se les necesita y para lo que se les requiere, porque indica que ven más
allá del polvo de estrellas, que saben apreciar algo más que los goles y las
victorias al día, que aprecian cosas que darán victorias que perduren, que
valoran la profesionalidad.
Nacho es el hombre normal, el hombre natural, que tal y como
están los tiempos parece una extravagancia. El profesional, un señor lobo sin
prepotencia que desde el banquillo sólo resuelve problemas donde se le necesita.
Un fijo en todo entrenamiento voluntario, un fijo en
Valdebebas cuando la plantilla tiene el día libre, un fijo en disponibilidad
porque nunca se ha lesionado… y es que hay cosas que influyen en el rendimiento
y tienen consecuencias… buenas consecuencias.
Y todas estas cualidades “normales” hacen de Nacho un
jugador excepcional, distinto y extraordinario.
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