lunes, 12 de septiembre de 2016

CAI, MI PERRITA

RELATO












Mi tío me hizo el mejor regalo de Comunión posible. Me lo dio en las vacaciones de verano, cuando fuimos a Cádiz como todos los años. Una perrita yorkshire educada y cariñosa que acompañó a la familia durante cerca de 20 años.

En el viaje de regreso, con el nuevo miembro de la familia pasando agonías en el coche, mi madre tuvo un rapto de inspiración. Decidió llamarla “Cai”, que viene de Cádiz, la ciudad de sus amores. La bautizó en pleno camino, el que nos llevaba de la Tacita de Plata a Madrid, donde estaba nuestra casa. Y si mi madre decía que se llamaría “Cai”, pues “Cai” habría de llamarse. Y “Cai” se llamó.

Ni que decir tiene que disfrutamos de nuestra perra con indescriptible gozo, ese que bien conocerán los que han tenido perritos desde pequeños. Nunca nos dio problemas y adquirió una distinción sorprendente, supongo que por aquello de que los perros se acaban pareciendo a sus amos. No lo tomen como signo de prepotencia, es por buscar una explicación...

El caso es que descubrimos que nuestra perra tenía tendencia a ponerse en celo en verano, que se apoderaban de ella los calores y los efluvios lascivos veraniegos, como le puede ocurrir a cualquiera de los mortales. Esto, de común natural, nos creó un pequeño problema, ya que por ninguna circunstancia queríamos aumentar la familia perruna, aspecto sobre el que mi madre se mostró categórica.

Es por ello que cada temporada vacacional en casa de mi abuela y mis tíos, se convertía en una odisea tratando de proteger la virtud de nuestra perrita, que se mostraba especialmente coqueta en su tierra gaditana natal, rodeada de sus hermanos, uno de los cuales era macho…

Y cuando uno quiere algo de verdad se le despierta el ingenio. Fueron numerosos los caseros cinturones de castidad con los que vestimos a nuestra desdichada perra, trapos de todo tipo en forma de pañal para evitar desgracias, penetraciones y encuentros furtivos que nos regalasen una camada a destiempo.

Amenazaron con sacarnos en el carnaval al ver a “Cai”, pizpireta, corretear por el pueblo con sus trapos, pañales, camisetas rotas y demás prendas protegiendo la zona de conflicto, como si de una motorista sexual se tratara.

El caso es que dio resultado durante muchos años, con sufrido esfuerzo, porque siempre existía la amenaza latente de “Currito”, su hermano y perro seductor por antonomasia, que vivía allí con nosotros.

Tuvieron sus escarceos, pero la cosa no llegó a mayores… hasta el día del bautizo de mi primo Jesús.

Era un día de celebración, de moderada fiesta, con gente que paseaba por el patio de nuestra casa, bien vestida, alegre, relajada, tras haber bautizado a mi primo. Pero faltaba algo, había algo en el ambiente, una carencia, que impedía de alguna forma que la fiesta fuera completa. Cuando apareció mi perra todos supimos que ya nada nos faltaba...

Repentinamente, “Cai” apareció para celebrar el acontecimiento con nosotros, pero llevaba algo despreocupadamente enganchado detrás suyo, como la que carga con un remolque indiferentemente, arrastrándolo sin misericordia.

Sí, mi perra llevaba a “Curro”, el perro seductor, a cuestas mientras se paseaba con sorprendente desinterés por las estancias, incluso a la carrera. El perro, que no podía despegarse ya, parecía entregado a su suerte, con su cabeza mirando al lado opuesto de la de mi perra.

En un momento dado, “Cai” nos vio y se arrancó en vigoroso trote hasta nosotros, incorporándose sobre dos patas para saludarnos, lo que dio con la cabeza de "Curro" en el suelo. Así, de pie sobre nuestros muslos, nos miraba entre azorada y cariñosa, como la que pide perdón cuando ha sido pillada en una indiscreción, como diciendo “ya ves cómo estamos, ¿y vosotros qué tal?” No parecía incómodo el pobre perro, que aceptaba con resignación su situación una vez cumplida su segunda actividad vital favorita: fornicar. La primera era dormir. Así, con la cabeza en el suelo y haciendo el pino en imposible postura, parecía pensar “bueno, yo ya he percutido, así que…”, y podía haberse quedado frito tranquilamente entre paseo y paseo de mi perrita.

Es evidente que la imagen no era muy edificante para los allí presentes. Señoras mayores miraban con desconcierto e interrumpían sus risas nerviosas para decir “que simpática la perrita”… En cambio, para los niños que allí estaban, todo esto resultó francamente divertido.

No así para nosotros, que tras años de sufrimiento intentando evitar con pañales que nuestra perra se entregara a la lujuria, veíamos nuestro fracaso arrastrarse de aquí para allá con jovial y displicente trote.

Me asombra el desapego perruno para esto del sexo, su frivolidad e indiscreción, su naturalidad. Se olisquean obscenamente, no tienen lugares favoritos para dar rienda suelta a su pasión y, una vez pegados, su indiferencia es escalofriante, especialmente la de la perra, que se pone a hacer sus cosas como si no tuviera nada tras ella… El desprecio que demostraba mi perra por la integridad física de su amante me dejaba perplejo, lo que provocaba cierto conflicto interior. Estaba ofendido por el ultraje, con ese perro mancillando la virtud de mi perrita, pero sentía empatía por el animal y los pesares que padecía en aquel erótico encuentro.

Debo hacer un inciso para hablarles de “Currito”. “Curro” era un asesino silencioso, un perro la mar de respetuoso y educado, no molestaba en absoluto y se pasaba la mayor parte del tiempo tumbado y medio dormido. Cuando quería algo no se aupaba como los demás perros, sino que parecía posarse, casi como pidiendo permiso. Un perro de ademanes amanerados, lánguidos. Supongo que ese sigilo era una de sus armas de seducción, porque en el amor era un asesino implacable, y cuando la desdichada perra quería darse cuenta ahí tenía a “Curro” ya sobre su lomo, percutiendo y bombeando entre bostezo y bostezo.

Era un gran follador, pero nada presuntuoso, para él estas cosas eran rutina entre sueño y sueño. Se despertaba, copulaba, como el que va a trabajar, y volvía a dormirse. Además, su acierto fecundador era conocido allende los mares, un acierto legendario.

Tal es así, que tras su affaire bautismal con mi perra, mi primo Mauricio, ducho en estas cuestiones, ante nuestra preocupación por la posible venida de un nutrido grupo de perritos, trató de tranquilizarnos diciéndonos: “¡No os preocupéis, muchas veces fallan y no se quedan preñadas, no es raro!”, para preguntarnos a continuación:

-¿Cuándo ha sido, con algún perro de por aquí?

-“Curro”, ha sido “Currito”, el muy (exabrupto animal), - contestamos raudos, mi hermano y yo, ante ese atisbo de esperanza.

Nada más oír el nombre, el rostro de mi primo cambió, se oscureció, palideció, como si un temor reverencial le subiera desde los pies. Torció el gesto, negó con la cabeza y dijo: “Pues dadla por preñada. Si “Curro” la mete, manada que saca”.

Nuestra desolación fue tremenda. Mauricio debió percatarse de nuestro compungido gesto y, con la única intención de darnos consuelo ante lo inevitable, ya que sabía que hiciera lo que hiciese mi perra estaba condenada, se inventó allí unos recursos caseros con jeringas y agua que debían introducirse por no sé donde que, por supuesto, de nada sirvieron.

Así regresamos a Madrid, con nuestros abuelos acompañándonos y un posible “alien” a bordo.

Mi abuelo vino con nosotros por un asunto médico, y mi abuela lo acompañó, como es lógico. Aquí esperamos pacientemente a ver si los tratamientos veterinarios de mi primo Mauricio habían surtido efecto.

No nos lo esperábamos, pero mi abuelo, a traición, pretendió quitarnos toda esperanza cuando a las pocas semanas, y desde su silla favorita del salón, dijo categóricamente y señalándola con entrañable indiferencia: “esa perra está preñada”. El alma a los pies.

Ante esta descorazonadora noticia, corrimos presurosos al veterinario, que no tardó en calmarnos. -Tranquilos -nos dijo-, esto no es más que un embarazo psicológico.

¡No sabéis la tranquilidad que esas palabras nos dieron! Y es que no era la primera vez que ocurría. Mi perra ya había tenido algún embarazo psicológico donde presentaba un buen número de síntomas de gestación natural, por lo que el hecho de que tuviera lechecilla en los pechos y la tripa algo más rellena, no era algo nuevo.

Con estas gratas noticias volvimos a casa para corregir a nuestro sabio abuelo. “Esa perra está preñada”, nos dijo mi abuelo, nada más oír el relato de la científica opinión del veterinario… Mi abuelo era escueto, pero nadie puede cuestionar que su opinión era clara y firme.

¡Hasta tres veces nos hizo ir mi abuelo con su cabezonería al veterinario!, que se mostraba igualmente tenaz y, finalmente, iracundo. “Con todos los respetos, ¿quién va a saber más, su padre o yo, que soy veterinario?”, llegó a decirle a mi madre.

Así, una noche, a altas horas de la madrugada, un ajetreo, unos ruidos, unos gritos ahogados de mi madre, nos despertaron a mi hermano y a mí… Mi hermano, que tenía la cama al lado de la puerta, alcanzó a abrirla justo en el momento en que “Cai” cruzaba el pasillo con algo colgando tras de sí… No sé de dónde sacó la afición esta perra a llevar perros colgando tras de sí...

Cuatro, cuatro estupendos perros yorkshire tuvo mi perrita de su fortuito encuentro gaditano con el infalible "Curro", a lo que mi abuelo sólo replicó: Por supuesto.

Se los llevamos a nuestro querido veterinario, los cuatro, pero aún así se mantuvo obstinado, en sus trece, y gritó furibundo: “¡Eso no son perros! ¡Eso son perros psicológicos!

Decidimos no ir más a ese veterinario, como es lógico, porque pase que no supiera distinguir un embarazo psicológico de uno real, que no supiera discernir que nuestra perra estaba preñada, pero hablar así, con esos malos modos, a una recién parida con los posibles trastornos psicológicos que podría acarrearle no era nada profesional.

Regalamos tres de los cuatro perros, el otro lo vendimos. Todos ellos dieron buena compañía a sus respectivos dueños, nos consta, y seguro perpetuaron la saga de mi perrita.


Cai”, por su parte, no volvió a saborear el dulce néctar del sexo, ni de “Currito”, porque los pañales fueron reforzados adecuadamente tras la experiencia. Lo que sí es indudable es que hasta que murió fue la perra más querida del mundo y recibimos todo su cariño, que era mucho, dejando una huella tan indeleble que su recuerdo y figura se mantiene tan vigente y tangible como aquel día en el que mi tío me la regaló.


8 comentarios:

  1. Jaaaajajajajaja!!!! Hilaranteeeee.
    Una buenas risas sntes de iniciar el viaje!!
    Gracias!!
    Bss

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    1. Jajajaja gracias a ti! Me alegra que te divirtiera. Yo me lo pasé muy bien escribiéndolo y recordando!

      Besos.

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  2. Pues no tenia ni idea de que caí y currito estaban liados! Lo que si se es que esta historia me ha emocionado y me has trasladado por un momento a mi infancia,recordándome a mi abuelo sentado en aquel butacón, a la alegría que siempre nos entraba a mi hermana y a mi cuando nos enterábamos que los primos venían de camino, a currito mordiéndome los tobillos si me daba por correr, a unas palas te tenis y a un balón de fútbol en pleno salón... En fin, el talento de mi gran primo Jorge me ha echo hoy dar un paseo por mi infancia feliz y eso es de agradecer. Un abrazo

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    1. Pues sí que se liaron, Jesús! Aunque no sé si es el Currillo que tú piensas o conoces, porque creo que tu padre le ponía Curro a todos los perros macho que tenía jajaja. Hubo tres Curros fácil.

      Me alegra haberte hecho recordar, siempre es buen ejercicio, así que mejor hacerlo con humor para que no embargue la nostalgia!

      Un abrazo!

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  3. Pues no tenia ni idea de que caí y currito estaban liados! Lo que si se es que esta historia me ha emocionado y me has trasladado por un momento a mi infancia,recordándome a mi abuelo sentado en aquel butacón, a la alegría que siempre nos entraba a mi hermana y a mi cuando nos enterábamos que los primos venían de camino, a currito mordiéndome los tobillos si me daba por correr, a unas palas te tenis y a un balón de fútbol en pleno salón... En fin, el talento de mi gran primo Jorge me ha echo hoy dar un paseo por mi infancia feliz y eso es de agradecer. Un abrazo

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  4. Me ha encantado, primo!
    Me he reído a carcajadas leyéndolo, sobre todo en ese momento en el que mencionas a mi pobre perro (no estoy ya seguro de si era mi Currito o no, pero desde luego el mío fue un gran follador de incontables hijos repartidos por Benalup y cercanías).

    Como dice mi hermano, me ha hecho recordarlo y eso me ha hecho feliz. Al igual que al mencionar a los abuelos.

    Gracias! Te quieroooo!

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    1. Jajajaja entonces, si fue un gran follador y dejó manadas por buena parte de Cádiz, es posible que fuera el mismo, porque tu querido padre le ponía a todos Curro y uno ya no sabe...

      Me alegra que te gustara, preciosísima, esa era la idea, un poco de nostalgia pero matizada con humor.

      Yo también te quiero. Un beso.

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  5. Corrijo: a mi perro dando de cabeza con el suelo*

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