lunes, 21 de abril de 2014

Crítica: GUERREROS DE ANTAÑO (1994) -Parte 1/2-

LEE TAMAHORI













Lee Tamahori sorprendió a propios y extraños con esta dura y contundente película que le llevó al éxito y a Hollywood. Allí, haciendo cintas de James Bond por ejemplo, fue donde le conocí, por eso al encontrarme con esta película de sus inicios la sorpresa fue mayúscula. Su paso al cine más comercial no fue todo lo acertado que cabría esperar pero en “Guerreros de antaño” demuestra un gran talento y autenticidad. El homenaje al cine negro que fue “Mulholland Falls. (La brigada del sombrero)” (1996); “El desafío” (1997), con guión de David Mamet; “Muere otro día” (2002) su aportación a la saga Bond, con un comienzo llamativo y una Halle Berry espectacular, o “Next” (2007), con Nicolas Cage, son algunas de sus obras. Luego llegarían las polémicas y la dispersión, detención por prostitución mientras iba vestido de mujer incluida...

Guerreros de antaño” relata la vida de los nativos neozelandeses de distinta consideración y que recuerdan a sus antepasados de forma muy diversa. La historia se centra en una familia en concreto, que vive en los suburbios, casi marginales, en el nuevo orden de Nueva Zelanda, donde parecen tener poca cabida. Una familia desestructurada, sin motivaciones ni ambiciones, regodeándose en el alcohol, la violencia y la búsqueda de una identidad.

El primer plano de la película no puede ser más brillante, describe con asombrosa lucidez el estado de las cosas y plantea ya la situación en la que vive nuestra familia protagonista. El plano de un idílico paisaje que parece mostrar las virtudes de Nueva Zelanda, un entorno natural, verde, que pasa por verdadero, desmentido en un travelling de retroceso de la grúa, donde descubrimos que no era más que un simple cartel publicitario. En ese mismo movimiento vemos el verdadero entorno que acoge a los protagonistas, en los márgenes de una autopista, la modernidad, lo urbano y la industria se han apoderado de todo, relegando a esos nativos a los suburbios. Un contraste perfecto y una magistral manera de plantear la película y desarrollar las ideas de la misma desde lo visual. Un póster que es un anhelo, un sueño.



El zoom que nos lleva desde la mirada de Beth (Rena Owen), la madre, a sus hijos al otro lado de la autopista, marca también visualmente esos lazos y a la vez esa desestructuración familiar que veremos desarrollada en la película.



La forma de presentar a los personajes no puede ser más vistosa, un poco al estilo Leone o Tarantino, donde un rótulo muestra en llamativas letras el nombre de los actores, que no de los personajes, según estos aparecen. Rena Owen, Temuera Morrison, Mamaengaroa Kerr- Bell.






Un inicio que describe el entorno, el mundo de los suburbios, del hampa, con la delincuencia, el alcohol, las drogas y la violencia como íntimos amigos de todos los que allí conviven.


Tamahori dota de una indiscutible personalidad y carisma a sus personajes, además del excelente trabajo interpretativo de estos. Lo vemos en pequeños detalles, como esa forma de abrir las cervezas que tiene Beth.

Con precisión y gran ritmo Tamahori va describiendo a sus personajes, la sensible, soñadora e inquieta Grace (Mamaengaroa Kerr-Bell), leyendo un cuento inventado por ella a sus hermanos; el despreocupado, inmaduro, estúpido, asilvestrado, visceral y salvaje Jake (Temuera Morrison), gastándose parte del dinero de su despido en marisco para la familia; la sensual, carnal y responsable Beth, enamoradísima de su marido, sobrellevando las penurias, ilusionándose con las pequeñas cosas y desesperándose con ese despido que no preocupa a su marido… Una bonita escena entre Jake y Beth donde la pobreza y las apreturas interrumpen la pasión.



Una familia modesta pero no exenta de sueños.

La industria, el entorno industrial, aparece de forma constante, pero como en segundo plano, como un eco que recuerda a los personajes por qué están donde están, sometiéndolos de alguna forma, si bien es cierto no se hace hincapié en este aspecto en ningún momento, es algo tangencial, con planos industriales de situación que acaban incluyendo a los protagonistas. Planos que van desapareciendo conforme avanza la cinta. Un ejemplo lo tenemos en el paseo de Grace para ver a su amigo Toot (Shannon Williams).





La autoridad jamás será mostrada de forma amenazante en la película, al contrario, policías y abogados, directores de reformatorios… siempre serán agradables y amables, aunque esto no evitará que sean mirados con resquemor por los personajes, si bien en algunos casos lograrán la complicidad, como ocurre con Bennett (George Henare), que lleva el caso de Boogie/Mark (Taungaroa Emile).



El bar, la taberna, los parroquianos, las historias de violencia (casi todas las historias que se cuenten los “parroquianos” serán batallitas violentas, supuestamente heroicas, egocéntricas historias de peleas o bravuconadas para intentar despertar la admiración de los demás), las peleas, las cervezas, el karaoke, las bravuconadas… un ambientazo… es la rutina por la que Jake vive. Un egocentrismo que radica en un éxito, suponemos, adolescente, donde su fuerza, la de Jake, se ha hecho famosa en su círculo, por ello le apodan “Músculos”, algo que es suficiente para sentirse complacido, importante, en ese entorno.



Llama la atención la gran presencia de leopardo en el vestuario de la película (blusas, pantalones, sábanas…), look de los suburbios, también muy de moda en los 70, que desgraciadamente vuelve a estarlo en la actualidad. La demostración de que las modas, por horteras que sean, siempre vuelven.


Todo es decepción y lamentos en la vida de los personajes, penas familiares de Beth en casa, lamentos egocéntricos de Jake en el bar… En la descripción de “El Músculos” falta la demostración de fuerza, que no tardará en hacerla para defender a su amiga cantante ante los malos modos de un ex convicto recién liberado en busca de camorra. Alimento para su ego.






La decepción vital, sólo matizada por leves sueños e intentonas de aspirar a algo mejor o ser feliz con lo que se tiene, queda perfectamente reflejada en la escena donde Beth hace lánguidos esfuerzos por verse más bella ante un espejo.



Los verdaderos guerreros encaminando su fuerza para el día a día, no hay mucho margen para el mimo propio. Los cuatro hijos en la misma habitación es buen muestra de cómo están las cosas. Vida underground.


Jake vive su vida ajeno a cualquier responsabilidad, cada cierto tiempo organizará desfasadas fiestas en su casa, sin complejos ni apuros porque sus hijos duerman en la habitación de al lado. Fiestas que pasan por todas las fases posibles, desde los momentos de camaradería y cariño a la violencia y las disputas conforme el alcohol hace mella. Jake es un adolescente que no madura, con responsabilidades. Su orgullo por la paliza dada al chico en el bar retrata al personaje. Su ídolo es Mike Tyson, una declaración de intenciones.






Grace es sensible, absorbe todo lo que hay a su alrededor, la vimos soñando, contando cuentos a sus hermanos y su amigo y la veremos feliz por la alegría que intuye en sus padres en la fiesta. En su habitación, junto a sus hermanos, vemos posters de “Arma Letal 3” (Richard Donner, 1992), “Los blancos no la saben meter” (Ron Shelton, 1992), fotos de Edward Furlong... Siempre responsable, compensando la irresponsabilidad de sus padres, de su padre. Es fascinante su pureza, digna de elogio en ese ambiente, pervertida por él. Grace representa la pureza, cuando Bully (Cliff Curtis) la viole, esa pureza resulta pervertida y por tanto es incapaz de existir. Un personaje alegórico muy bello y trágico.

Todos los hijos muestran una gran dignidad a pesar de sus circunstancias, gestionando lo que ocurre a su alrededor como buenamente pueden, sin lograr permanecer ajenos, pero siempre conservando una gran capacidad de empatía.


Todos ellos buscan suplir sus carencias afectivas, su necesidad de familia, de sentirse parte de algo, de salvar su desarraigo, de distintas formas. Nig con la banda; Boogie por casualidad bajo la tutela de bienestar social, donde encauzará su frustración y se entregará a la cultura maorí, y Grace con su amigo Toot, siempre preocupada por los demás, flotando a su alrededor, intentando ser el nexo, el motivo de cohesión.

La familia acaba siendo un nido de mentiras, soledades, frustraciones, por eso los hijos buscan otras, sustitutivos, endurecerse, ser insensibles, blindarse ante ese entorno desolador que les machaca. Otra escena ejemplar, ya que recurre a la acción, a lo visual, por encima del diálogo para mostrarlo, la tenemos cuando Boogie recibe la noticia por parte de su madre de que al final no van a poder ir a visitarlo con una mentira, acto seguido la reacción del chico será practicar sus ejercicios con más fuerza y rabia que nunca, buscando en las raíces ancestrales maoríes lo que no logra encontrar en su familia.




Los sustitutivos que encuentran los hijos varones, uno buscado el otro sobrevenido (la banda y el centro de bienestar social), acaban salvándoles la vida. Por el contrario, Grace no tendrá sustitutivo al que agarrarse, lo intentará con Toot, pero al malinterpretar sus intenciones terminará aplastada por el desarraigo, sin un lugar al que recurrir, sin un sustitutivo como el de sus hermanos al que agarrarse. Grace no logrará gestionar todo eso, por lo que la consecuencia lógica no puede ser más que trágica.




Nig tendrá su ritual de iniciación, una prueba de sangre donde es apalizado para ser aceptado. Boogie tendrá algo parecido, con su tutor y sin sangre. Los rituales, ceremonias y bailes que vemos hacer a Boogie y sus compañeros se han hecho famosos y pueden ser conocidos por algunos gracias al equipo de rugbi de Nueva Zelanda, los All Blacks.



La música tendrá mucha presencia en la película, en la vida de los Heke y su entorno, los veremos cantar y disfrutar de canciones en no pocas ocasiones, como si de un ritual fuera. Curiosamente la música siempre será la antesala pacífica a una decepción o brutal rapto de violencia, el aviso, la gestación… Vimos la actuación interrumpida en el bar que desemboca en la paliza de Jake al ex presidiario; veremos cómo tras otra canción en la fiesta casera Jake le da una paliza a su mujer; otra canción en los momentos de felicidad de la familia cuando van a ver a Boogie termina en decepción cuando Jake cambia de opinión; una nueva canción antecederá a la bronca y rapto violento que Jake tendrá con su hija, gota que colma el vaso de su desesperación; Jake gusta de la música en directo, pero aborrece la enlatada, por ello acabará destrozando la máquina del bar.

Tamahori subraya el contraste entre los chicos y sus padres, entre la intimidad de su habitación y la bulliciosa fiesta. Dos inocencias corrompiéndose. La de los chicos, inconsciente producto de ese ambiente, y la de la fiesta conforme la bebida surta efecto.


La degeneración de la fiesta llega a su clímax con una de las secuencias más espeluznantes de la película, la brutal paliza que Jake le da a su mujer, sin sentido, por llevarle la contraria, demostrando no entender nada del entorno familiar y lo que sucede en él, sólo pendiente de sí mismo. En la escena final tendremos un nuevo ejemplo, cuando se ponga del lado de su amigo y en contra de su esposa, aunque lo pagará con creces en esa ocasión, en una bofetada de realidad. El enlace mediante el montaje de la paliza con unos perros que buscan comida en la basura es tremendamente expresivo.





Beth quedará con el rostro deformado por la agresión y no podrá acompañar a su hijo al juicio, una vez más el vínculo familiar roto por la propia familia. A la vez es un acto generoso, ya que pretende evitar perjudicarle.

Julian Arahanga interpreta a Nig Heke, el mayor de los hijos de Beth y Jake. Él buscará evadirse de ese entorno, buscar su propia familia, algo que harán casi todos los hijos mayores, entrando a formar parte de una banda.

Ya conoces las reglas, mantén la boca cerrada y las piernas abiertas”. Sociedad machista, primitiva más bien.


 


Dedicada a Patetric, que apreció esta película y me la pidió hace mucho tiempo.





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