miércoles, 7 de agosto de 2013

Crítica: LA CIUDAD DESNUDA (1948) -Parte 1/2-

JULES DASSIN










Otra muestra de la maestría del gran Jules Dassin. Otra vez enmarcada en el cine negro, pero desde una óptica bien distinta. Con esta cinta Dassin encadenó cuatro títulos de cine negro verdaderamente excelentes y distintos entre sí, la concepción sumamente documentalista y realista de la que nos ocupa en 1948; la fatalidad alegórica y también realista de “Mercado de ladrones” (1949), una perfecta evolución; el destino fatal y expresionista de la negrísima, desoladora y pesimista “Noche en la ciudad” (1950); y la deslumbrante, rigurosa, detallada y, por supuesto, también pesimista recreación de un robo por parte de ladrones de guante blanco en la sublime “Rififí” (1955).




La ciudad, el decidido camino hacia un destino fatal de sus protagonistas, el entorno opresivo que acaba haciendo sucumbir a sus personajes, las variantes estéticas, el compromiso social, el realismo de fondo… Todo ello tienen en común estas obras tan dispares aparentemente aunque englobadas en el mismo género y realizadas de forma consecutiva.


A Dassin le quedaba poco para tener que irse de Estados Unidos por causa de la Caza de Brujas del senador McCarthy, pero su inspiración estaba a pleno rendimiento.



Aquí nos cuenta una historia sobre un asesinato cometido a una bella joven que sirve de excusa para que veamos con precisión y estilo documental los procedimientos policiales de investigación para alcanzar a los culpables, todo guiado por una voz over omnisciente del productor de la cinta, una de las peculiaridades de la película, y por los policías protagonistas, el estupendo Barry Fitzgerald como el veterano, y Don Taylor como el novato y voluntarioso.



La clave de la película y principal intención del director es la de hacer de Nueva York un personaje más. Una ciudad que fascinaba a su director como evidencia en la cinta. Todo esto, y otras cosas más, nos las cuenta nuestro narrador y guía personal, el productor Mark Helliger, que estará omnipresente durante la narración. Él nos dará los nombres de los principales participantes y creadores del film, ahorrándonos los títulos de crédito.



La película se inicia con unos maravillosos, realmente maravillosos, planos aéreos de la ciudad, algo ideal y coherente con esa idea del narrador omnisciente ajeno a la trama y el protagonismo de la propia ciudad. Una original presentación a la cinta.

Otra de las peculiaridades de “La ciudad desnuda”, que también nos cuenta nuestro narrador, es que nada de lo que veremos estará rodado en estudio, y podemos dar fe de ello. Gran parte de la narración es en las calles de la ciudad, rodeados de la gente de a pie que miran sorprendidos a los actores en muchas ocasiones, así como los interiores dan a las verdaderas calles de la ciudad, siendo estos casas y habitaciones de los edificios de la misma. Todo en aras de dar mayor realismo en ese estilo documental influido por el neorrealismo, como confesó el propio Dassin… Todo ello en un relato de cine negro puro, sin tener nada de la estética habitual del género, sus claroscuros, sus juegos de luces y sombras etc. como exploraría en “Noche en la ciudad”, por ejemplo.

En muchas ocasiones llegamos a confundir si estamos ante un plano documental de ambiente o hay algún actor involucrado que pasa como uno más sin subrayado, integrando ficción y realidad en un mismo plano.





La voz over, redundante en ocasiones, especialmente en el inicio, nos habla de la vida en la noche mientras Dassin nos va mostrando estampas de esa vida, de la gente que trabaja en ella cuando la actividad parece cesar, un retrato realista y social, apegado a ciertas inquietudes de Dassin, sin bien es cierto que muchos de los conceptos más sociales que albergaba la cinta parece ser que fueron eliminados en el montaje final. Gente que se divierte en el trabajo, otra que protesta… y otra que asesina.



La voz over es un recurso original y una magnífica idea metalingüística.


El talento visual de Dassin se desmanda desde el mismo inicio, como ejemplo ese encadenado del grifo de la bañera en la casa de la joven asesinada a la manguera del camión de la basura que limpia las calles. Una perfecta unión simbólica sobre el acto cometido y la opinión que le merece al director. Acto seguido tenemos una de las escenas más brillantes de la película, el asesinato de uno de los asesinos a manos del otro (eran dos los asesinos que mataron a la chica). Una escena en un plano único, con el asesino agresor de espaldas, sin mostrarnos su rostro, tras unas cuerdas en el muelle y que Dassin ocultará pudorosamente en el momento de la agresión, cometiéndose ésta tras un bolardo.


También oiremos algunas otras voces en off que reflejan pensamientos de gente anónima de la ciudad, pero será muy ocasional y tan solo en este inicio.

Tras toda esta introducción la película se centrará en el caso de la chica asesinada, una vez el cuerpo es encontrado por su asistenta. Aquí empezaremos a conocer a nuestros protagonistas y Dassin nos mostrará con detalle, uno de los rasgos autorales del director como comprobaremos en “Rififí”, los modos y el trabajo de la policía en un caso de homicidio, la búsqueda de huellas dactilares, los interrogatorios, las pistas, los indicios y cómo se tratan estos, el seguimiento de la investigación paso a paso y con precisión, como si de C.S.I se tratara. Todo perfectamente mostrado y descrito.


Dassin recurrirá a la clásica relación entre el veterano y el novato para sus dos policías protagonistas, Fitzgerald con su habitual sentido del humor y el bueno de Don Taylor con su cara de ingenuo aprendiz.  Esta relación puede recordar de alguna forma, guardando las distancias, a la que Akira Kurosawa mostraría en “El perro rabioso” (1949).





En el interrogatorio a la asistenta tendremos un buen ejemplo de dirección clásica y precisa por parte de Dassin, planos generales que pasan a cortos cuando dicho interrogatorio se centra en la asistenta, para posteriormente alejarse cuando este cese e intervengan otros personajes, sin movimientos de cámara, desde el montaje.




De la investigación más científica a la investigación de campo, Fitzgerald se encargará de las decisiones e interrogatorios importantes, así como analizará todas las pruebas que vayan cayendo en sus manos, trabajo de deducción, mientras Taylor, el detective Halloran, se “pateará las calles” en busca de cualquier indicio o pista que sea útil.


Howard Huff interpreta a Frank Niles, un mentiroso patológico y tremendamente vanidoso delincuente de tres al cuarto que gusta de aparentar y seducir ingenuas jóvenes, como le ocurrió a la joven asesinada y a su inconsciente prometida, Ruth Morrison, interpretada por Dorothy Hart. El cúmulo de mentiras que es capaz de decir este hombre, y que según las descubramos iremos avanzando para la resolución del caso, es asombrosa, hasta el punto de provocar la sonrisa. Muy avispado no es. Un buen personaje.




Todo esto está relacionado con la investigación y sus distintas aristas, sospechosos, interrogatorios, testigos posibles, comprobación de datos, seguimiento de rastros, autopsias… En medio de todo esto tendremos tiempo para un poco de humor con la escena de esa loca testigo que dice tener información de cualquier caso, algo con lo que la policía se encuentra a diario. Algo parecido vemos en “Brigada 21”, otra cinta que muestra la vida cotidiana de una comisaría. También veremos testigos falsos y falsas confesiones, otros aspectos con los que debe tratar a diario la policía y que lastra su función. Un retrato veraz y fidedigno del trabajo policial en todos los ámbitos.


La narración se vertebra en un pilar claro, la fusión entre la vida cotidiana en la ciudad, las estampas de dicha vida (gente en el metro, en sus trabajos, por las calles…), un caso de asesinato y cómo influye lo uno en la otra.

Sobre los aspectos de la vida cotidiana Dassin no se resistirá a mostrar los de la joven pareja que forman Halloran y su mujer, lo que sirve a la perfección para señalar cómo influye también la vida de un policía en la rutina familiar. La mujer de Halloran está interpretada por Anne Sargent.



El metódico análisis de todo el proceso policial nos lleva también a duros momentos como el reconocimiento que los padres deben hacer de su hija asesinada, un momento que Dassin rodará en un picado muy marcado y lejano, con la idea de mostrarse discreto a la par que subrayar el intenso momento. Luego los padres y los policías se dirigirán al muelle, a un lugar muy parecido a donde el asesino mató a su compinche, aunque ahora el ambiente no será brumoso y podremos disfrutar, en unos magníficos planos, del puente de Brooklyn, algo que nos puede recordar a “Manhattan” (Woody Allen, 1979). Un lugar que parece un vínculo con la muerte, es el lugar de un asesinato y donde padres y policías conversan tras ver el cadáver de la hija de los primeros. Habrá otro picado, algo después, sobre los cansados y decepcionados policías, un respetuoso plano solidario que también expresa la frustración reinante. Este uso de los picados abriendo escenas será un recurso utilizado por Dassin en varias ocasiones, además de las mencionadas tenemos otro ejemplo en la escena donde el detective Dan Muldoon, solitario, mira por su ventana de la oficina a unos niños que juegan en la calle, de hecho será un doble picado, ya que la presentación de la escena con la oficina y el propio Dan también es en picado.





 


Dedicada a mi amigo Pepe William Munny, algo que me satisface enormemente.

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