martes, 5 de marzo de 2013

Crítica: MIENTRAS NUEVA YORK DUERME (1956) -Parte 2/4-

FRITZ LANG










Walter Kyne hará acto de presencia, el hijo de Amos Kyne, jefe del emporio, y poco valorado por su padre para mantener el negocio familia. Walter Kyne, interpretado por el siempre excelente Vincent Price, es un "viva la virgen", un hedonista que no piensa complicarse la vida, aunque por supuesto querrá dejar claro quién manda, hacerse valer. Como no quiere molestias ni dedicarse a ese negocio que nunca le interesó decide crear el puesto de director ejecutivo, así se iniciará una pelea por tan ansiado puesto que sacará a relucir la peor cara de los directores de la empresa, una competición donde la ambición lo es todo. Price hace un papel que le va como anillo al dedo y en el que le hemos visto en varias ocasiones.




La escena se iniciará y concluirá con el acomplejado hijo mirando, retador, el gigantesco retrato de su padre que cuelga en el despacho, empequeñecido, aunque con ínfulas, por la personalidad y labor de éste. Lo que hace grande la escena es que no sabemos el sentido ni contenido de la primera mirada, en cambio cuando la escena concluya y veamos la segunda sí que sabremos su significado, habrá reto, duelo, frustración, rencor, venganza, envidia…



Por el despacho de Kyne irán pasando los directores, John Day Griffith, editor del Sentinel y consejero de otros 9 periódicos más de la empresa. Mark Loving, director de la agencia de noticias. Harry Kritzer director gráfico. Edward Mobley, el conductor del programa televisivo y principal candidato del padre de Walter a sucederle, algo que conoce su hijo. El descubrimiento del apodado ”asesino del pintalabios” será la prueba definitiva que decidirá quién ocupará el ansiado cargo.

Uno de los rasgos y movimientos de cámara más habituales en la cinta son los travellings con panorámica, de esta forma el director recalca la importancia del nuevo encuadre, tras situar la acción, la composición del cuadro tendrá una mayor significación, como iré comentando.

Seguiremos conociendo las relaciones entre los personajes, por ejemplo la que hay entre Mobley y Nancy. También sabremos que Loving tiene algo con Mildred, pero eso no le impedirá coquetear con la propia Nancy.


La competencia sin afectos y en toda su crudeza comienza, las amistades que se manifestaban orgullosas, como la de Loving y Griffith, reducidas a cenizas por el puesto en juego. Ya nadie confía en nadie… o casi. Un tema muy de Lang, la desconfianza como un cáncer para un entorno.

El dibujo de los personajes es absolutamente perfecto, así como el desarrollo de su psicología. El personaje interpretado por George Sanders (Mark Loving), ya se mostró frio al respecto del caso, lo seguirá siendo, no le interesan ni las víctimas ni los sucesos, sólo lo que supondría descubrir al asesino para su beneficio. Esto es algo común a todos, pero al menos Griffith tendrá unas aspiraciones y principios más elevados. No querrá el puesto por poder o por fardar, sino por amor al periodismo.


Todo esto va en contra de lo propugnado por el jefe Kyne, como vimos antes de su muerte.

Griffith, Thomas Mitchell, mantendrá la misma fiereza por el puesto, pero desde una posición más honesta y no cediéndolo todo a la ambición, aunque en ocasiones se le nuble el raciocinio. Mobley (Dana Andews) mantendrá su postura poco ambiciosa, aunque esto es relativo, como ya comentaré. Más elementos en el dibujo de los personajes. Lang se cuida mucho de idealizar a nuestro protagonista, lo muestra débil con el sexo femenino, o al menos con Lupino, por la que es tentado y se dejará tentar. Además veremos como el tercero en discordia tiene menos méritos que nadie, pero una posición privilegiada por ser el amante de la mujer de Kyne (la exuberante Rhonda Fleming), lo que le permite explotar esa influencia. Él es Harry Kritzer (James Craig).


Seguramente se casaron para averiguarlo”.

Edward Mobley, además de presentador del programa de televisión del emporio Kyne, es premio Pulitzer, alma de escritor, poeta… quizá de ahí venga su cierto idealismo y falta de ambición. En cualquier caso es un personaje mucho más complejo de lo que aparenta, capaz de cualquier cosa también para alcanzar su propósito, hasta de arriesgar la vida de su prometida sin despeinarse. Muchas dobleces y aspectos relativos muy interesantes de examinar. Al pobre se le caerá la baba con Lupino, incluso al lado de su novia, un ejemplo lo tendremos en ese bar al que recurren a refugiarse tras el duro trabajo periodístico y que será uno de los principales escenarios del film, donde se exponen los sentimientos y confidencias más auténticos.



Un Andrews borracho intentará seducir a su intachable novia, en su flirteo le veremos hacer exactamente el mismo gesto que el asesino en el crimen que presenciamos, dejar abierto el seguro de la puerta de su víctima para poder entrar posteriormente. Este momento es absolutamente magistral ya que, efectivamente, Andrews, Mobley, entrará a continuación pero no con la intención de sorprender a su novia para algo relativo a su relación, sino que ya está pensando en cómo pudo hacerlo el asesino, una prueba que nos va mostrando que su pareja está en un segundo plano con respecto al caso del que decía no querer saber nada (lo disfrazará relativamente argumentando que pretende protegerla, algo que seguramente también es cierto).


Además ese vínculo entre Mobley y el asesino, entre uno de los personajes más positivos que pretenden descubrirlo y el criminal, no es baladí, ya que al final de la cinta Lang logrará el propósito de que veamos tan despreciables a unos como al otro.

Esta escena es brillante hasta su conclusión, con la seducción y petición de matrimonio de Andrews a su novia, y la aceptación de ella. Además hará avanzar la investigación. La escena está rodada con planos generales que se van haciendo más cortos conforme la conversación se hace más íntima. Mobley apuesta por el periodista de corazón, Griffith, así que decidirá ayudarle, aunque Nancy deba mostrarse seductora para ello.




Howard Duff interpreta a Burt Kaufman, policía amigo de Mobley que le ayuda en lo que puede. Se ayudarán mutuamente. En la escena donde Mobley y Kaufman conversan en la comisaría por primera vez, Lang usará el mencionado recurso del travelling con panorámica según entra Mobley en el despacho. De esta manera la relajada cámara, que esperaba sentada pacientemente, se activa para centrar a los dos personajes en su conversación, poniendo todo su interés.

Allí el agente Kaufman explicará las dificultades que encuentra ahora la policía para detener criminales por la cantidad de información que éstos poseen, desde la televisión (elemento muy importante en esta cinta y en posteriores del director como comentaré), a las novelas negras, donde se dan todo tipo de detalles sobre procedimientos policiales y los errores más comunes en los crímenes.

Nueva muerte. Nueva escena del crimen. Nueva pista. El asesino no dejará un mensaje con pintalabios pero sí una revista llamada “El estrangulador”, con una chica estrangulada en la portada. Un juego demente.


Como ya he comentado Lang se centrará de forma especial en el funcionamiento y guerra interna en la agencia de información y los periodistas, muy por encima de la trama del asesino. Así, en esta forma casi documental y de noticiario que pretende Lang veremos el cuidado y esmero en el trabajo periodístico y el respeto a las reglas. Mark Loving saldrá raudo para cancelar una información que creía le haría merecedor del puesto, al filtrarse erróneamente que el asesino era el portero del edificio. Una información que supondría una denuncia por difamación con casi toda seguridad. Esta ética profesional en estos despiadados seres que nos va desnudando Lang no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta cómo está ese tema en la actualidad, donde podrían recuperarse algunas de estas costumbres.



Ya destaqué una mirada sutil de Dana Andrews a George Sanders en la escena donde Amos Kyne muere, ahora tendremos otra con los mismos protagonistas al llegar el primero a la redacción (sonrisa incluida).

Como apunte debo decir que siento un placer especial con las películas de periodistas y periódicos, sobre todo con el sonido de una redacción y de las teclas de las máquinas de escribir de fondo. Ese olor y sabor del cine clásico que lo hacen tan eterno.


Griffith nos demostrará que Mobley no se equivocaba con él, es un periodista de vocación y gran dignidad, un hombre honesto que hará lo correcto. Aunque dice que pisotearía a cualquiera por el puesto, sin que Mobley medie palabra cederá la información que éste le da a Loving como muestra de honestidad profesional.

Aunque Lang se centre en los tejemanejes de los periodistas esto no significa que obvie la trama del psicópata. Lang salpicará la película de interesantes y sugerentes aspectos, inquietantes en su mayoría, sobre el asesino y sus asesinatos (esas pistas que va dejando), y también sobre su psicología, como se muestra en la escena de éste con su tierna madre tras verse retratado por Mobley en televisión. Este aspecto podría chirriar, incluir elementos psicológicos y centrarse en aspectos freudianos o pseudofreudianos es algo que sobraría, pero Lang no hace hincapié en ello, lo resolverá en una única escena donde dibuja escuetamente la perturbación y el posible origen de ésta que tiene nuestro psicópata. Este personaje interpretado por John Drew Barrymore, se mostrará satisfecho al ver como sus fechorías se hacen famosas, ese ego complacido del que tiene complejo de inferioridad, pero enseguida su rostro tornará crispado al verse retratado por el periodista.


La televisión.

Es momento de mencionar la importancia de la televisión en la cinta. Aparecerán aparatos de televisión en muy distintos momentos, en la muerte de Amos Kyne, en el despacho de Loving, en la habitación del asesino... Nuestro protagonista es presentador de televisión y aparece en pantalla también. Todo esto indica la consciencia de Lang sobre los nuevos tiempos, sobre la importancia emergente de ese nuevo aparato y método de comunicación, de ese gran rival que le estaba saliendo al cine de una dimensión que prometía ser tremenda. En su siguiente película, “Más allá de la duda” (1956) o en “Los crímenes del Dr. Mabuse” (1960), esto tendrá su eco y los aparatos de televisión tendrán importancia en las tramas, aunque integradas en el estilo Lang, por supuesto.





La televisión, como en muchos casos los espejos, tiene además una función reveladora, en todos los sentidos, incluso para que los delincuentes vean su verdadera cara, como en el caso que nos ocupa. También en “Furia” (1936) mediante el uso de un documental.


2 comentarios:

  1. Gracias por este repaso a los clásicos.

    Bonita escena de la sombra!!!

    Qué guapas las actrices…

    Un beso sensei!!!

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