Siempre he sentido una especial devoción por Ang Lee, devoción
que comenzó al ver esa obra maestra que es “Sentido y sensibilidad” (1995), una
película que me enamoró, marcó e incluso supuso un buen impulso en mi pasión
cinéfila. Esto me llevó a indagar en su filmografía, las pocas películas que
había hecho en Taiwán me confirmaron lo que había visto en la película
protagonizada por Emma Thompson, en especial “El banquete de boda” (1993) y “Comer,
beber, amar” (1994). Un director con un talento excepcional y una sensibilidad
especial. Desde ahí cada título de Ang Lee siempre lo he esperado con
entusiasmo, si bien es cierto que la pasión fue cediendo paulatinamente en
líneas generales.
Ang Lee ha regalado grandes joyas tras estos primeros
títulos así como otras cintas mucho más irregulares o fallidas, pero se ha consolidado
como uno de los directores más reputados de la actualidad. La profunda “La
tormenta de hielo” (1997), la bella y espectacular “Tigre y dragón” (2000), la
arrebatada “Brokeback mountain” (2005) o esta que nos ocupa, son ejemplos perfectos
del talento del director. La fallida “Hulk” (2003) o la irregular “Cabalga con
el diablo” (1999), son ejemplos de los pequeños patinazos que también ha
cometido.
La familia, sus conflictos; la madurez; las odiseas vitales;
la transformación; el amor; el conflicto de dualidades, muy del gusto del
director, son algunos de los temas que apreciamos en la obra de Ang Lee.
“La vida de Pi” ha resultado una tremenda sorpresa,
recompensada con 11 nominaciones a los Oscar, lo que en principio la debería
haber convertido en una de las favoritas, aunque en realidad parece no contar a los
premios más importantes. Una historia original, entretenida
y visualmente sorprendente, muy bella. También buenas dosis de reflexión.
Una película que posee el mejor 3D que se ha visto hasta el
momento en una pantalla, junto al de “Avatar” (James Cameron, 2009) y “La invención de Hugo” (Martin Scorsese, 2011), absolutamente memorable y que
transforma radicalmente la experiencia de ver la cinta, muy recomendable verla
así. El look visual, los efectos especiales y la fotografía tienen poco rival
este año.
En “La vida de Pi” se nos cuenta el crecimiento y odisea de
Pi Patel, que pasó 227 días por el Pacífico en un pequeño bote junto a un tigre
llamado Richard Parker, tras naufragar el barco en el que viajaba con su
familia. Una historia que un Pi adulto contará a un amigo escritor, para
inspirarle y hacerle creer en Dios.
“La vida de Pi” resulta una fusión entre el estilo naíf y
ligero de “Amelie” (Jean-Pierre Jeunet, 2001), sobre todo en el primer tercio
de película, y el planteamiento del conflicto entre realidad y ficción de “Big fish” (Tim Burton, 2003). Pi contará dos historias y el espectador tendrá que
elegir, algo básico en la cinta, la elección, con cual se queda. Dos historias
difíciles de creer, pero una de ellas, tristemente, más realista.
La película de Ang Lee es, sobre todo, una reflexión sobre la
fe, sobre la necesidad de trascendencia y de encontrar algo superior a lo que
agarrarnos, sobre el arte de narrar, de contar historias. Una reflexión metalingüística,
por ello nos fascinará la historia de Pi y será un escritor, contador de historias,
quien la escuche para inspirarse.
La necesidad de lo elevado, de creer, la importancia de la religión, que plantea interesantes reflexiones teológicas, si bien es cierto que aquí no pretendo extenderme en estos aspectos. Pi se empapará de todas las religiones que va conociendo, hinduismo, cristianismo, judaísmo, islamismo… Todas le aportarán cosas interesantes para acercarse y descubrir a Dios. Esta es la idea de que todas las religiones en el fondo son iguales, el sincretismo que está muy de moda, pero que es profundamente incierto. Estas reflexiones también las despierta “La vida de Pi”. La idea de que todo vale, de que puedes elegir lo que te apetezca de cada creencia o religión y adaptarla ti mismo…o no creer en nada. Todo esto es la base del relativismo moral que ahora nos acucia. Lo cierto es que las religiones no son iguales ni van por los mismos caminos, esto lleva a la duda, aspecto sobre el que reflexionará Pi y que es la base para afianzar las creencias. ¿Cuál es la fe verdadera? Si da igual por donde vayas, si es lo mismo un Dios que invita a la guerra santa que uno que manda a su hijo para morir en nuestro lugar, si sus concepciones sobre lo que está bien y mal don distintas, ¿qué sentido tiene todo? La necesidad de discernir la verdad para poder elegir, la necesidad de elegir. Esto se plantea con el final de la cinta, cuando Pi invite al escritor a elegir una de las historias, historias que tienen el mismo fondo, donde “ninguna explica lo que causó el hundimiento del barco y nadie puede demostrar qué versión es cierta y cual no, en ambas historias el barco se hunde, mi familia muere y yo sufro…”, historias que tienen como único testigo a Pi.
La necesidad de conocer la verdad.
Esta idea de creer en todo es criticada por el padre de Pi, que
dirá que creer en todo es lo mismo que no creer nada, concepto que podríamos relacionar,
precisamente, con el relativismo moral mencionado. El padre es racional,
incitará a ello a Pi. Una enfermedad de niño y la medicina que lo curó le
hicieron escéptico con respecto a los temas de la fe.
Así, en esa decisión y elección tenemos el salto de fe, en el
que es imprescindible no conocer la verdad, no saber qué paso, donde la esencia
de la misma radica en el profundo convencimiento sentido en el interior de cada
uno, pero sin datos a los que agarrarte. El conocimiento elimina la fe.
El tema de la fe, por otro lado, es muy denostado en la
actualidad, pero hay que aclarar que la fe es imprescindible para todo en esta
vida, para la evolución y para la convivencia, y no me refiero a la religiosa.
Sin ella sería imposible avanzar, si tuviéramos que comprobar todos los avances
científicos y realizar las mismas investigaciones para asegurarnos sería
complejo ir más allá, entraríamos en un bucle… hasta para cruzar un semáforo
necesitamos creer en nuestro prójimo. Aplicamos la fe, la confianza, en
personas, cosas o circunstancias a diario, de forma constante y a menudo sin
darnos si quiera cuenta.
Debo añadir que tanto director como escritor, Yann Martel,
fueron educados en el catolicismo.
Una reflexión sobre la supervivencia, la fe, la aceptación,
la adaptación, sobre el arte de la narración, sobre la madurez, sobre el
conflicto entre fe y no fe… sobre la vida en suma.
La narración comienza con imágenes de animales en un zoo, el
de la familia de Pi suponemos, así como una conversación entre Pi y su amigo
escritor (Rafe Spall). Todo tendrá ese tono desenfadado con toques de comedia y
estilo ligero que lo emparenta con la mencionada “Amelie”, donde Pi (Irrfan
Khan), nos explicará en un flashback de donde viene su nombre, nada que ver
con el término matemático, aunque para darse a valer lo usará así. Su nombre en
realidad viene de una piscina frecuentada por su padre. Un nombre por el que
deberá soportar las burlas de sus compañeros de colegio.
Podríamos dividir “La vida de Pi” en tres partes, esta
primera con la vida en la India del joven Pi, una segunda con su peripecia
junto al tigre Richard Parker, y la última con el epílogo.
El agua será un eco constante en la vida de Pi, una piscina
inspirará su nombre, lo veremos ser lanzado a ella, también lo veremos junto al
mar en no pocas ocasiones y en escenas donde la lluvia es protagonista, el agua será el elemento primordial de la apuesta que su hermano Ravi le hace, posibilitando que conozca a Cristo, sin
mencionar su odisea en alta mar…
Pi es cultivado y analítico, observador, lo veremos leer a
Dostoievski, Albert Camus (El extranjero), Julio Verne (La isla misteriosa)… No destaca por su discreción ni conformismo,
eso le impulsará a hacerse notar para evitar las burlas en el colegio
escribiendo innumerables decimales del número Pi, hacerse leyenda para no tener
que someterse a complejos. También será leyenda para los navegantes por su supervivencia
en alta mar.
En esta primera parte prima el desenfado y los toques de
comedia, así se nos explicará de donde procede el nombre de Richard Parker, una
confusión burocrática que le dio el nombre de su cazador. La gracia de la
circunstancia hizo que la familia de Pi mantuviera el nombre. Lo cierto es que
este nombre está relacionado con muchos casos de canibalismo que leyó el autor
de la novela, así como de una novela de Poe (“La narración de Arthur Gordon Pym”),
sobre aventuras náuticas. Con este tono ingenuo y naíf se incluirán los pasos por
las distintas religiones de Pi, de los 33 millones de dioses del hinduismo al
cristianismo, pasando por el islamismo y el judaísmo. Todo muy simpático y con un
ritmo ágil y casi impresionista.
Entre las historias que inspiraron a Martel está la novela
de Moacyr Scliar "Max y los felinos", que ha creado cierta
controversia. Todo vino de una reseña de John Updike.
Pi dirá que llegó a la fe a través del hinduismo y al amor a
Dios a través de Cristo. Sus dificultades iniciales para entender el sacrifico
de Cristo le marcarán. Cristo, su figura diferencial con respecto al resto de
religiones, que hace a Dios más accesible, la que supone la búsqueda de
Dios a las personas y no al revés, algo que no se
encuentra en otras religiones. No podemos comprender a Dios en su inmensidad
pero sí a Cristo.
Para Pi la fe es una habitación con muchas habitaciones que
la duda mantiene viva. La duda es necesaria e imprescindible. Para reducir su
idealismo y misticismo el padre de Pi (Adil Hussain), dará una lección a su
hijo para demostrarle que el alma que cree ver en los ojos de los animales en
realidad es el reflejo del suyo. Aquí se vuelve a contrastar ese idealismo de
Pi con la salvaje realidad, el tigre matando y comiendo a una pobre cabra.
Se inicia la segunda parte de la película, el viaje a Canadá,
la venta del zoo y la renuncia a todo lo asentado, incluyendo un floreciente
amor de Pi por la bailarina Anandi (Shravanthi Sainath).
Se nos presentará en el barco a dos personajes, un desagradable
cocinero interpretado por Gérard Depardieu y un jovial budista. El conflicto
con las preferencias vegetarianas de la madre acaba resultando al final de la
cinta, cuando se nos cuente la segunda historia, de una truculenta ironía.
La escena de la tormenta que hunde el barco en el que va la familia Patel junto a sus animales es absolutamente espectacular. Aquí empieza el derroche para disfrutar de un 3D memorable y unos efectos deslumbrantes, perfectamente entregados e integrados a la fantástica y fascinante historia que cuenta Pi. Grandes grúas y planos largos, como el que muestra saliendo a Pi al exterior del barco a contemplar la tormenta o cuando se le sigue en su intento de rescate a su familia bajo el agua. Su familia atrapada, animales sueltos (sin explicación), una cebra saltando al bote de Pi y rompiéndose una pata, el cocinero cayendo por la borda… el tigre llegando a nado.
En esta larga secuencia tendremos el plano de la película y,
posiblemente, el más bello del año. La belleza y el horror unidos, algo que Lee
usará en otras ocasiones durante la narración, cuando Pi (Suraj Sharma) observa
bajo el agua como el iluminado barco en el que va su familia se hunde en las
profundidades, antes de reaccionar y volver a la superficie para poder
respirar. Magistral.
Igualmente magistral será la escena con las peleas entre
animales y la aparición de Richard Parker, incluidos sus ataques a Pi. Otra
escena tensa e impactante, desasosegadora.
El miedo, la hiena, el tigre, el sueño… Al principio Richard
Parker se mantendrá sereno, parecerá que no está, algo coherente con la
narración final de Pi, ya que saldrá cuando la hiena se enfrente a la hembra de
orangután e intente comerse a la cebra. La hembra de orangután llegará subida
en fardos de plátanos, aspecto que será cuestionado por los japoneses enviados
por la naviera para investigar las causas del hundimiento, pero que Pi
mantendrá en las dos versiones.
Pi mantendrá siempre la fe, incluso para calmar al
orangután, Zumo de Naranja, apenado por la desaparición de su pequeño. “Tranquila,
mis padres lo habrán visto y lo habrán recogido”. De esta forma pretende dar
paz en su ambigüedad.
Pi se convertirá en un Robinson Crusoe (Daniel Dafoe), y se
pondrá manos a la obra para adaptarse a la situación y evitar los peligros de
los depredadores que están con él en el bote. Seguirá las instrucciones del
librito que viene en la caja de suministros y se mostrará muy competente. Así
construirá su bote auxiliar.
Las imágenes que nos deja “La vida de Pi” son absolutamente
maravillosas, de una belleza sublime, una forma estética de acercarse a Dios
parece ser la intención. Un mar en calma que se confunde con el cielo, al cual
refleja, colores anaranjados, azulados o verdosos, fluorescentes, y un 3D
excepcional hacen de la cinta una experiencia visual de primer nivel.
Pi escribirá un diario, manifestación artística y puramente
humana, la necesidad de expresarse. Diario que perderá en la segunda tormenta.
Un chico atrapado junto a un tigre, sin salida ni ayuda, como se muestra en ese
bote lanzado al agua inmóvil con un mensaje. Entregándose a Dios, algo que hará
en repetidas ocasiones.
Me acabas de convencer para no ir a verla.
ResponderEliminarBien está Freman, bien está, aunque seguro que te echarán de menos en la sala de cine.
EliminarEs una peliculas bellísima y transcendente. No recomendada para menores de edad mental.
ResponderEliminarMe alegra que le gustase, Anónimo, un saludo.
EliminarAhora mismo la veo, parece linda.
ResponderEliminarEspero te guste, Anónimo. Un saludo.
EliminarVan por el Pacífico hasta América, allí tienen el naufragio. El bote debe desviarse y termina en México, que es donde lo encuentran finalmente.
ResponderEliminar