
Arrebato. Pico. Orgasmo.
La voz de Ana irá desapareciendo para imponerse la de Pedro
en el magnetófono. De ahí pasaremos, otra vez con una breve transición en
video, como cuando vimos el coche estrellándose, a otro flashback, esta vez de
la vida de José y Ana. En el video se ve el rostro de ella y especialmente su
boca, sus labios, el símbolo de la sensualidad. Lo primero que vemos al entrar
en el flashback, ya con imagen “real”, es un orgasmo, esa otra forma de arrebato,
de la pareja. También seremos testigos de la iniciación de Ana en las drogas.
Ella es de carácter dependiente, cualquier cosa hace de ella una adicta, la droga,
el sexo y sobre todo José, que fue quien la introdujo en ese mundo.

Para calmar su mala conciencia por su marcha sin despedida
del chico, le regalará un pulsador temporal que colmará las expectativas de
Pedro, una forma de “calmar, domar…” el tiempo. Una revelación.
Ana y José preparan “La maldición del hombre lobo”, van a
ver a Pedro de nuevo. Las frases de la tía Carmen son realmente divertidas y
brillantes, un personaje muy simpático.

Pedro intentará arrebatar a Ana. Veremos un coche y una
lámpara roja que pasará a ser el lugar donde nuestro protagonista colocará un
pequeño decorado de la obra “El flautista de Hamelin”, que Ana presenció de
pequeña, un decorado exactamente igual al que ella vio. Es muy adecuado que se relacione esa
obra con Ana, una dependiente enfermiza que se deja seducir casi por cualquier
flautista (drogas, sexo…).
José traerá otro regalo a Pedro, un blandiblup que sustituya
a lo que él tenía, siguiendo con esa metáfora de manipulación sobre la realidad
y el tiempo.
Volvemos al mundo de la infancia en esa búsqueda por el
objeto adecuado que pueda arrebatar a Ana. La infancia, el vehículo del
arrebato. Pedro vive en su propio mundo y necesita los “polvitos”, la droga,
para entrar en el de los demás. Lleva otro ritmo.
Pedro elegirá una Betty Boop para arrebatar a Ana mientras
la música infantil, que ya oímos anteriormente, vuelve a hacer acto de presencia. Mientras Ana disfruta de su arrebato José y Pedro parecen tener sexo.

Venecia, la India, Méjico, Hollywood… un mundo en video.
Zulueta vuelve a jugar con el espectador en ese diálogo metalingüístico y así
la música que creíamos extradiegética la convierte en diegética, mostrando de
nuevo las fisuras de la “realidad”, la naturaleza de la ficción, derrumbando
las barreras entre ambas, derrumbando el concepto de lo real. Punto clave de la
película.


Pedro parece ser, como los vampiros, capaz de navegar en el tiempo,
de ahí que logre localizar los objetos exactos que provocan los arrebatos
infantiles. De hecho acaba chupando la vida de José por completo.
José se dispone a ver la película pero otro cúmulo de
pequeñas desgracias parece impedirlo, la pantalla se cae, la bobina sale
rodando… como si no quisiera mostrarse en aquella situación de tensión entre
Ana y José. Juntos esnifarán la reconciliación de la alfombra.
Zulueta sitúa el flashback que vimos con Ana un año antes
del momento actual.

Pedro mantiene sus relaciones sociales a través del cine
exclusivamente, mostrará imágenes aceleradas, entre ellas unas líneas de coca,
momento en el que José se tocará la nariz. Como si esa relación que Pedro
pretende a través del cine se manifestara en José de forma real.

“Quería poseerlo todo”.


Pedro relatará su caída al vacío, cómo lloró como nunca. En
ese momento José parará el magnetófono, se siente identificado y lo comprende,
él también ha perdido esa pasión.
De tocar fondo a resurgir en un fotograma. El fotograma rojo
vuelve a situar a Pedro donde quería, el valor de lo nimio, de lo mínimo, de lo
no filmado, el comienzo del tránsito hacia el otro lado de la realidad. Ese
momento, no discernible e indescifrable, cuando algo nos colma.
Pasamos de la reproducción del proyector a meternos en la
pantalla, un flashback que se confunde, un nuevo juego metalingüístico que hace
imposible discernir en qué lugar de esa “realidad” estamos, ¿en la proyección
que ve José?, ¿en los sucesos y punto de vista de Pedro?, ¿en ambos?

Ante el espejo tendremos otra referencia al vampirismo.
Pedro se mirará el cuello, sospecha que aquello que la cámara no filma es algo
que viene a chuparle la sangre, a consumirle, y extrañamente lo desea porque
puede ser la forma del paso, tan deseado, hacia el otro lado, un paso del que
no era plenamente consciente. La conversión. Se referirá también a su auténtica infancia como
explicación a lo que ocurre y veremos el blandiblup pegado al espejo. Siempre
la infancia como ideal.
En este juego de espejos y multiplicación de realidades que
vacían de contenido al concepto, tendremos otro plano significativo. Pedro
reflejándose en un cristal superponiéndose a un protector para los ojos, que usará para dormir, tras quitarse sus
gafas de sol. Una representación de sí mismo. En el escaparate, bajo el
protector, veremos unos pequeños labios rojos, como los de Ana.
Cada vez los elementos infantiles están más presentes en su
habitación, el caballito de juguete, ositos, peluches, él con una camiseta de
Mickey. Reiniciando una regresión.
Ahora son 10 los fotogramas rojos, unos fotogramas que
parecen invadir la película y a la vez chupar la vida de Pedro que se siente
totalmente identificado con ello. Esas películas acaban siendo él mismo, o
parte de él por ahora, lo que supone un paso definitivo para la identificación
con la cámara, con su causa final.
Dedicada a Percival, complace que recordase una película tan personal y poco comercial.
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