Aquí tenemos una película navideña sin ser una película
navideña. La clásica película de buenos sentimientos ideal para estas fechas
tan señaladas. Correspondería al grupo de películas navideñas en los que se
pretende pervertir tópicos formales de la Navidad para acabar defendiendo sus
mismos valores. Aquí la Navidad no se menciona pero sí se juega a pervertir
tópicos cristianos y católicos para acabar defendiendo los mismos valores. Ese es
el juego, simpático pero sin mucho misterio. Con todo resulta una película
agradable y emotiva.
Es muy posible que sin la presencia del gran Bill Murray,
“St. Vincent” hubiera pasado muy desapercibida, pero el gran actor
norteamericano vuelve a dejar una interpretación excepcional, tan divertida
como conmovedora. En realidad las interpretaciones son el gran aliciente y
virtud del film, ya que su metáfora pervertidora de tópicos se antoja algo
manida, como explicaré a continuación.
La santidad y dónde radica ésta es la columna vertebral del
concepto de la película, y el personaje que interpreta Bill Murray la esencia
de la pretendida perversión. Vincent es, precisamente, todo lo contrario de lo
que se supone un santo. Desastrado, alcohólico, borde, maleducado, timador,
retorcido, inmaduro, irresponsable, grosero, mentiroso… lo opuesto a un modelo
de conducta que, en cambio, mostrará y dejará patentes los valores necesarios y
que verdaderamente valen la pena, que coinciden en su casi totalidad con los
cristianos o católicos en su esencia. Y el que los apreciará será un niño, como
no podía ser de otra forma.
Vincent sería una especie de San José en esta perversión de
la tradición cristiana, un buen hombre más allá de la superficie de sus
sentimientos. Esto se dejará claro cuando se le vincule con la madera en
un detalle muy divertido, con su vecina destrozándole la rama de su árbol y su
cerca (que en realidad había destrozado él mismo) en la mudanza, elementos de madera, precisamente, por los que Vincent
pedirá contraprestación. Tiene relación con una prostituta que baila en una
sala de strip-tease, que además está embarazada sin que se sepa quién es el
padre. Vincent está dispuesto a cumplir con tal papel… No hace falta explicar
los sacrílegos paralelismos.
Una virgen convertida en prostituta embarazada y un padre
que no lo será del hijo de Dios, sino de un anónimo cliente, incluso habrá tres
Reyes Magos para adorar al niño recién nacido, Maggie, Oliver y el amigo del
último, Ocinski (Dario Barosso)… La evidente equivalencia con la Sagrada
Familia. Habrá confesiones, con Maggie contándole sus desgracias a todo aquel
que escucha. Mención especial a la escena en la que lo hace con el profesor de
su hijo y el director del centro, donde confesará que su hijo es adoptado.
Melissa McCarthy está sensacional. Siguiendo con estos guiños religiosos,
Vincent también será un alter ego sacrílego, en cierta medida, de Cristo,
padecerá una milagrosa embolia justo en el momento en el que iba a recibir una
paliza de la que quizá no se recuperaría, y renacerá de sus cenizas. Un milagro
adecuado.
La escena final con esa disfuncional familia celebrando su
felicidad y las sutiles ironías cristianas, como la interrumpida plegaria y las
dificultades para santiguarse de Oliver, rubrican el cuadro.
Vincent no es feliz ni tiene dinero para mantener a una mujer y al crío que viene, ahí radicará su angustia, recurriendo a las apuestas
en las carreras de caballos para intentar solucionar sus problemas. De hecho, está endeudado con un prestamista para complicarlo todo. Sus rezos antes de las
carreras son otro guiño irónico-transgresor.
Es solitario, torpe, desastrado, una imagen paupérrima que
sacia en alcohol y bailes en soledad en su bar favorito, como ese memorable
“Somebody to love” de Jefferson Airplane. Su retrato tras cristales visualiza a
un hombre roto. Posteriormente iremos descubriendo porqué.
Vincent sólo aceptará la presencia de su gato y luego del chico protagonista, Oliver (Jaeden Lieberher), testigos de su torpeza. La cara de felicidad de Vincent cuando le llevan a su gato durante su convalecencia tras la embolia, lo dice todo. Adicto a los seres indefensos, el gato, el chico, su mujer con alzhéimer… Inculto, algo que indicará el propio Oliver, que cuestionará su nivel cultural o al menos en referencia a la literatura infantil; aficionado a las series, le vemos dedicando su tiempo a las irrepetibles “Las chicas de oro”, y luego con capítulos antiguos de “Abbott y Costello”, que apasionarán a su joven amigo... También veremos una foto de Kennedy en su piso, otro católico. Su accidente casero en su etílica soledad es tronchante y antecederá al de los responsables de la mudanza con su cerca y su árbol, lo que aprovechará para intentar sacar algo de dinero.
“Mi vida es problema mío”.
“Este país no fue fundado por amantes de los árboles”.
Las escenas de Vincent con la que descubriremos su mujer,
que ya no le recuerda, son conmovedoras y dan un giro radical al personaje.
Sorprende el giro pero no la idea, ya que sabíamos que se iría edulcorando el
retrato de ese misántropo, pero no se espera de forma tan repentina y luminosa.
Se hará pasar por doctor para estar con ella, esperanzado en que de
repente lo recuerde aunque sea brevemente. Durante 8 años hará su colada sin
faltar un día.
En esta fase de la película hay otro buen detalle de puesta
en escena, la larga mesa en plano frontal que separa a Vincent de la directora
del caro centro que acoge a su mujer, resaltando sus diferencias cuando a
nuestro protagonista le falta el dinero para acometer los pagos, con lo que deberá
sacar a su mujer de allí. El frío formulismo de la burocracia. De alguna forma, que su mujer muera antes de que eso suceda tiene algo de milagroso, se intuye
una mano divina en su oportunismo, ya que aunque le hará tocar fondo, llegar al
fondo de su depresión, será a su vez el inicio de su recomposición y redención
final.
Bill Murray hace una interpretación ejemplar, como suele ser
habitual. Es conocido su magistral dominio de los tempos en la comedia, un
gigante del género, pero además resulta francamente conmovedor en los momentos
más dramáticos y emotivos. Su tartamudez tras la embolia, su cinismo resentido
y amargado, asqueado consigo mismo, especialmente tras la muerte de su mujer,
son retratados de manera deslumbrante por el actor.
Oliver es un chico tremendamente maduro, sensible, solitario
y con miedo al llegar a un sitio nuevo sin saber si será aceptado. Esto hará
creíble que se agarre a la amistad de su “niñero”. Hijo de padres divorciados
ha llegado a una nueva ciudad para comenzar de nuevo junto a su madre, que
trabaja sin descanso para poder mantener su custodia.
Esta madre es Maggie, una sensacional Melissa McCarthy que
está francamente conmovedora y divertida. Trabaja como enfermera en un hospital
y hace horas extras para conseguir más dinero. Se verá obligada a confiar el
cuidado de su hijo en las horas donde ella no está a un desconocido poco
recomendable, en teoría, como Vincent.
Naomi Watts interpreta a Daka, la streeper embarazada que
acabará perdiendo también su trabajo. Es maleducada, brusca, de malos modos e
irascible, pero de buen fondo. Además será la embarazada más activa del mundo,
dejará la casa de Vincent extraordinariamente limpia para desconcierto de
nuestro protagonista tras su embolia. Una frívola bondadosa y algo seca, como
demostrará en su engaño a Vincent fingiendo un parto para que acuda a su gran
homenaje.
“Es una de las maneras más honestas de ganarse la vida”.
Más personajes, el entrañable padre Geraghty (Chris O’Dowd),
ejemplo de tolerancia religiosa y saber hacer como profesor. Divertido,
simpático y comprensivo, será clave en el entendimiento de Oliver hacia su
amigo, al ser capaz de apreciar sus valores tras la hojarasca de amargura que
intenta ocultarlos.
Extraña, en uno de los detalles de guión menos conseguidos,
el retrato que se hace de la escuela, que aunque se mencionan deberes de otras
materias, todo parece girar sobre una exposición acerca de los santos y la
santidad, parece como si no dieran otra cosa allí, todo para preparar el
emotivo y previsible final. Es un subrayado excesivo que llega a resultar ridículo
en ocasiones. Es decir, en cuanto se menciona el tema de la santidad en la
escuela sabemos que Vincent va a ser declarado santo, como el título indica
además… Pocas sorpresas.
En un contexto de crisis, que no se explicita, pero se
relacionaría con los problemas de dinero del bueno de Vincent, es el ideal para
apelar a esos valores cristianos de generosidad, unidad, amor, fraternidad, apoyo…
que se irán desgranando durante la película a través de todos sus personajes.
Todos estos personajes en apuros y dificultades, rotos
incluso, unos por el dolor de la pérdida de seres queridos, por recuerdos
dolorosos, por un futuro desesperanzado, por el miedo a perder un hijo, por el
dolor de un divorcio… sacarán a relucir sus grandes valores, esos que nadie apostaría que tuvieran. Así Daka cuidará a Vincent cuando padezca una embolia, con la
ayuda de sus amigos; Vincent se ocupará de su mujer con alzhéimer hasta el fin
de sus días y además, a pesar de estar en quiebra, cuidará a Oliver y apoyará a Maggie
y Daka; Maggie hará lo que sea por su hijo, luchando a fondo, trabajando hasta
altas horas para poder mantener su custodia y también ayudará a Vincent cuando vengan
mal dadas… Una familia disfuncional que remite a la Sagrada Familia sacrílegamente en la forma, pero no en el fondo.
Una vez presentadas las circunstancias de todos los
personajes nos deslizamos hacia una previsible película de madurez y buenos
sentimientos, un tipo de película que hemos visto cientos de veces, con la
relación de un adulto desastrado y un niño que van afianzando una amistad que
recompone a ambos. Por citar algún ejemplo, “Gran Torino” (Clint Eastwood,
2008), “Un niño grande” (Paul y Chris Weitz, 2002), “The kid” (Jon Turteltaub,
2000)… Una dificultad lógica cuando se trata de adaptar la vida de soltero sin
mucho dinero con el cuidado de un niño repentinamente.
Dos caminos paralelos destinados a encontrarse que aunque no
impide que la película resulte agradable sí la hace muy previsible. Tropiezos
iniciales, sobre todo con la madre, buen detalle visual es ese donde tras
cuidar a Oliver por primera vez Vincent conversa con la madre a través de la puerta que
ejerce de barrera, de muro de prejuicios que deberán ir derribando. En las
siguientes escenas ya veremos a Maggie en el interior de la casa. La escena
donde ella se sincera y cuenta entre lágrimas sus dificultades es muy bella,
con una sonrisa cómplice entre ambos y un sensacional momento de Melissa
McCarthy.
Vincent irá ejerciendo de padre con ese chico que pasa
dificultades en sus primeros días de escuela, ridiculizado y humillado,
especialmente por uno de sus compañeros, haciéndole tener confianza en sí mismo
y ayudándole a darse a valer. Le defenderá de los abusos y le enseñará a pelar,
cosas que aplicará y surtirán su efecto, con lo que el cariño hacia esa extraña
y difícil persona irá creciendo. Es otro buen detalle ver cómo Oliver va matizando
sus opiniones sobre Vincent verbalmente, de su reticencia inicial a una continua
y mayor complicidad.
Juntos realizarán un milagro, conseguirán ganar una triple
apuesta en las carreras de caballos, lo que alimentará la generosidad de
Vincent, que incluso abrirá una cuenta al chico tras pagar ciertas deudas. Poco
durará debido a sus necesidades, momento en el que el personaje toca fondo
sableando al pobre crío… Aunque no deja de ser lógico, el pequeño no lo
necesita.
La conversación tras el cristal de un coche entre Oliver y
Vincent sobre tener cabeza o tener corazón, adelanta el que será un vínculo
irrompible entre ambos personajes. El momento de orgullo y satisfacción de
Oliver tras haber aplicado con éxito las enseñanzas de Vincent en una pelea es
un gran momento que además hará nacer la amistad entre agresor y agredido, en
otro detalle de buenos sentimientos.
El humor es eficaz sin querer ser excesivo, clave de su
eficacia. Ejemplos los tenemos con el accidente casero de Murray al inicio ya
mencionado, la escena del jardín donde Oliver pasa el cortacésped, la
tronchante escena donde Maggie enseña cartulinas a Vincent como ejercicio para
mejorar el habla tras su embolia o el hilarante momento donde Vincent disimula tras haber conseguido un suculento dinero en las apuestas con la intención de
que pase desapercibido a su prestamista… Toda la parte de la recuperación de la
embolia, dentro de su dramatismo, es muy divertida, sobre todo cuando vemos a
Murray sin poder vocalizar.
Divertido es también el juicio por la custodia de Oliver,
única vez donde vemos al padre del chico. De tintes surrealistas.
Hay ciertas reminiscencias al cine de Alexander Payne en
esta cinta, en el uso de los planos frontales y el humor contenido. Un ejemplo
más, la visión de las bragas de Daka al inclinarse convenciendo a Vincent para
aceptar sus cuidados. Otro más, la entrañable escena en el hospital con la
vulgar Daka sacando chocolatinas con el dinero de Maggie.
“¿Dónde está todo mi polvo?”
En el segundo tercio el dramatismo va cobrando fuerza con
el descenso a los infiernos de ese sui generis santo. Es brillante la elipsis
que marca el fracaso de la nueva apuesta en las carreras, la que hizo con el
dinero de Oliver. El reflejo en el cristal del banco visualiza su mala
conciencia, desvirtúa su personalidad. Habrá varios espejos significativos en
esta parte, un retrovisor, por ejemplo.
Las relaciones se resquebrajarán temporalmente tras la
muerte de la mujer de Vincent, para recomponerse con el homenaje final. Es otro
gran detalle elíptico cómo muestra Theodore Melfi la muerte de la mujer de
Vincent, un mensaje en el contestador que no menciona nada explícito y que
derrumba, literalmente, a nuestro protagonista. Extraña que tarde tanto en
escuchar los mensajes del contestador tras regresar a casa de su convalecencia.
El homenaje llegará a través del conocimiento, Oliver
indagando en el pasado de su amigo y entrevistando a los que le conocen. Es la
escena cumbre de la película y, aunque algo sensiblera, conmueve y emociona,
resulta plenamente eficaz. Vincent (Bill Murray) entrará justo cuando se inicie
el encendido elogio de Oliver, manteniéndose fuera en la enumeración de sus
múltiples defectos. Su sacrificio en el ejército, su amor inmortal por su
mujer, su apoyo a los que quiere…
Los largos planos finales, donde Vincent parece
autobautizarse, son la rúbrica al homenaje a los santos malhumorados y llenos
de defectos que pueblan el mundo. Gran banda sonora usada de forma eficaz y
descriptiva. Ahí tendremos también el “I fought the law” de The Clash o la
despedida al ritmo de Bob Dylan.
Una película tan previsible como entrañable, ideal para
fechas navideñas y cuando apetezcan suaves emociones de lágrima alegre y
sonrisa satisfecha. Una película donde destacan las interpretaciones y que en
su convencionalismo deja un buen sabor de boca, siempre que olvides su obviedad
y previsibilidad. No es mucho, pero tampoco es poco.
Qué aburrio eres Sambo... Queremos Mad Max, Jurassic World (para ponerla a parir), Los Vengadores 2 (también para ponerla bonica) ... Ya sabes, superproducciones and cine palomitero. En verano es lo que pega.
ResponderEliminarNo sé si ver esta peli de está última crítica que has hecho. A mí es que Bill Murray me echa para atrás. De siempre. Que no se entere Tallahassee, el de Zombieland xDDD
Jajaja Mad Max no tardará en llegar, aunque debo dar salida a otras que tengo hace tiempo. No solo de mainstreams y blockbusters vive el hombre, querido El Salvilla jajaja.
EliminarUn saludo!
A todo esto Sambo. En la época que tenía twitter, creo que me dijiste que tenías la crítica de El club de la lucha. Nunca llegué a encontrarla aquí, ni siquiera por el buscador jajajaj. Si la tienes pásame el enlace, por favor. O a lo mejor me dijiste que la gente te insistía en que la hicieras. Ya no lo sé. Un saludo y gracias como siempre por responder.
ResponderEliminarNo la tengo! Me la han pedido o preguntado por ella bastantes veces, pero no me he lanzado a hacerla. De Fincher sólo toqué PERDIDA y comencé MILLENNIUM. Está claro que tendré que hacerla!!! Jajajaja
EliminarUn saludo!
No tienes que dar las gracias por eso, querido amigo, no me supone ningún esfuerzo, al contrario, es un placer.