Es evidente que al pobre Frank se le irán los ojos y los
pies en esa infernal pero tentadora San Francisco. Jazz, la música del
demonio, rumbas, extraños fiesteros de la habitación de al lado que lían a
nuestro protagonista para que se sume a la celebración, tugurios para el desenfreno
y la orgía musical, esposas provocativas, maridos celosos… asesinos.
En dicho garito se presentará a otro misterioso personaje de
espaldas, como se hizo con el protagonista en la primera escena, que casi
compartirá espacio, espalda con espalda, precisamente, con él. Un hombre misterioso con
abrigo largo y bufanda que envenenará la bebida de nuestro protagonista. El
truco, la forma de hacerlo, resulta poco conseguida, algo tramposa.
El malestar con que se levanta Frank al día siguiente hará
cambiar toda la historia y el tono de la cinta, que se convierte en una
pesadilla nada complaciente a los 25 minutos de metraje. Malestar, sueño,
inquietud, dolor, visita al médico… Los elementos intrigantes y hábiles desde
la puesta en escena no cesan, generando una extrañísima ambigüedad donde no
acabamos de creerlo todo real debido al tono desenfadado del inicio. Un ejemplo
lo tenemos en las extrañadas miradas inquisitivas de la enfermera en el
hospital que atiende a Frank, como si le conociera de algo… Le han envenenado,
le queda, a lo sumo, una semana de vida. Un veneno irreversible y mortal que
hizo su efecto por la tardanza en ir al médico, recordemos que se durmió tras
la noche de juerga.
El segundo doctor al que visita, y que ya hace dudar de que
todo sea un engaño, parece más bien un “segurata” de discoteca que otra cosa.
Lo cierto es que atienden rápido los médicos en San Francisco.
“Creo que no lo entiende, señor Bigelow. Le han asesinado”.
A partir de ese momento la película entra en el terreno del
cine negro, donde Frank se convierte en un detective que rastrea el camino para
averiguar cómo se ha llegado a eso, para descubrir un asesinato, con la
particularidad de que es el suyo propio. Un cine negro con uno de sus elementos
más clásicos tratado de forma excepcional, asfixiante y agobiante: la
fatalidad. La fatalidad de un hombre que se sabe muerto y cuya única motivación
es la venganza antes de la muerte.
Frank irá pasando por todos los lugares de la noche anterior
interrogando gente que le irán descubriendo una turbia trama. Todos parecen
haber desaparecido.
Los más cinéfilos disfrutarán de un decorado mítico en esta
película, el edificio Bradbury, que aparecerá en varias ocasiones y será
testigo del clímax. Es el edificio que también fue testigo de otro clímax, uno
legendario de una de las mejores películas de la historia, el de “Blade Runner”
(Ridley Scott, 1982). Un vuelo exprés a Los Ángeles.
Como un detective privado intentará sonsacar y seguir el rastro del difunto que intentó ponerse en contacto con él, ya que Frank se ocupó de algunos de sus asuntos. Reacciones extrañas como las de la secretaria de Halliday; entrevistas, como al propio Halliday (William Ching), al que veremos en plano de superioridad ante Frank; información sobre la muerte de Philips, el hombre que trató de localizarle y murió, un suicidio lanzándose por la ventana; la viuda de Philips sin respuestas y el inquisitivo hermano; un tal Renals que pretende hacer desaparecer las escrituras del trato con Philips que guardaba Frank; secretarias mentirosas y cínicas retratadas ante espejos para resaltar su falsedad, lascivas amiguitas del difunto compinchadas con el tal Renals… Frank no tendrá aparentes respuestas pero ciertos detalles le servirán de pista cuando su adorada Paula dé nuevo impulso a su investigación. Un derroche de personajes y un sucio mundo oculto que Frank irá escarbando para encontrar a su asesino. La aparente frivolidad y ligereza tornando en perversa maldad conforme avanzamos en la investigación junto a nuestro protagonista.
El papel de la mujer de Philips es interesante, aunque sale
poco. Una dama negra sofisticada y elegante, pero mala actriz. Frank, que agudiza
los sentidos ante la inminencia de su muerte, captará todos los matices de la
perversidad que le rodea, grandes detalles de guión, como que dicha viuda no
muestre curiosidad por cómo averiguó que existía una escritura.
Es comprensible la actitud chulesca de Frank, aunque a veces
se excede y llega a ser un tanto desagradable. Una falta de tacto alarmante,
actuando como si estuviera solo. Hay un momento al final de la cinta donde se
monta en un autobús y al sentarse golpea a la señora que está a su lado sin
miramientos… Tosco, falta de tacto y de clase. En su chulesco transitar, Frank
siempre tendrá una última frase que llevarse a la boca, una última reflexión,
justo cuando se va a ir de cada habitación que visita en sus entrevistas. Del
mismo modo, varias de las mujeres con las que se entrevista tendrán reacciones
que Maté nos enseña tras irse Frank: angustia en la viuda ante las dudas de
nuestro aspirante a detective, y la extraña sonrisilla de la amante de Renals.
Si Frank Bigelow no dice la última palabra revienta. Todo lo dicharachero que
es con los demás no lo era con Paula.
Una de las escenas más brillantes desde el punto de vista
visual la tenemos con el tiroteo en el almacén a la salida del fotógrafo donde
Frank descubre que la foto que lleva no es de Renals, sino de un tal Rakubian,
mismo apellido de la amante de Philips. Travellings, brillantes panorámicas,
ruidos, juego con las alturas... una excelente y contundente escena de tiroteo
con Frank persiguiendo al pistolero sin rostro que esperaba para matarle y que
dejará una oportuna pista en forma de caja de cerillas.
El encuentro entre Frank y Majak descubre nuevas sorpresas: la presencia de la amiguita de Philips y que Rakubian lleva 5 meses muerto,
nada más y nada menos. Sabiendo esto, Frank debe desaparecer.
La secuencia que sigue a la reunión de Frank con el mafioso
Majak (Luther Adler) -la condena donde el esbirro Chester (Neville Brand), que
habla en tercera persona de sí mismo y es bastante cortico, tiene el encargo de
ejecutar a nuestro protagonista-, está dividida en dos partes y resulta
irregular. El viaje en coche es una torpeza de puesta en escena o estupidez del
asesino, con un plan bastante poco preparado donde conduce el
propio Chester, con la dificultad logística para controlar a su víctima que
esto plantea… Por supuesto Frank no tardará en huir y la escena en la tienda donde se resuelve este conflicto sí resulta muy notable. Chester
encontrará la muerte. Es decir, uno de los momentos más mediocres de la cinta
rubricado con uno de los más aceptables. Planos subjetivos, uso de las sombras,
brillantes travellings… Una escena francamente bien rodada. La escena del coche
está rodada en plano frontal con los dos personajes en cuadro, que pasa a
primeros planos individuales separándolos cuando Chester comience su retahíla
de amenazas.
El eficaz Frank Bigelow descubrirá las relaciones ocultas,
la de la secretaria con Stanley (Henry Hart), el hermano de la víctima, que
también ha sido envenenado como Frank pero tiene tiempo de salvarse, y al
responsable de todo, Halliday (William Ching), el socio de Philips y amante de
su mujer, con el que acabará en el edificio Bradbury, como Dios manda, y al que
veremos con su abrigo y bufanda para que reconozcamos en él al envenenador y
asesino.
Un clímax con brillantes persecuciones, como la del coche al autobús donde se refugia Frank, gran juego de segundos planos para generar suspense con los villanos y el seguimiento del coche a dicho autobús, y algún truco de guión, como la oportuna aparición del policía en la parada para salvar a nuestro protagonista.
La conclusión, de vuelta del flashback, no puede ser más
fría y seca, impacta, con la muerte repentina de Frank y el informe
sentenciador de la policía. “Ingresó cadáver” (como el título original: D.O.A). Se nos explicará en los títulos
de crédito que el veneno utilizado en la película es real y causó víctimas.
Un excelente thriller que maneja muy bien sus elementos,
sublima sus virtudes y sorprende siempre, con una narración trepidante y sin
concesiones una vez termina la fase de planteamiento a los 25 minutos. Muy
recomendable.
Ufff. No le he pillado el punto. Será porque hay demasiado Kafka…
ResponderEliminarPor cierto, el poster es muy original: una película tan impactante como su título.
D.O.A. es Dead On Arrival. Ese "ingresó cadáver" del final.
:-)
Bss,
He puesto aquí varias muestras que desmiente ese tópico de que el cine clásico terminaba siempre bien. Merece la pena, Reina, y tanto su desarrollo como su final es excelente.
Eliminar