lunes, 9 de noviembre de 2015

Crítica: CON LAS HORAS CONTADAS (1950) -Parte 1/2-

RUDOLPH MATÉ











Imprevisible, trepidante y excelente thriller que nos vuelve a regalar esa inagotable fuente de maestría que es el cine clásico. Una película francamente brillante y sorprendente que evoluciona de una desconcertante frivolidad lindante con un planteamiento cercano a las recientes “Resacón en La Vegas” (Todd Phillips, 2009) para ir tornando en trágica pesadilla kafkiana de atmósfera cada vez más asfixiante. Apasionante.

Cuando Frank Bigelow declara a la policía que ha sido víctima de un asesinato, los agentes quedarán perplejos, pero una vez relate los sucesos de lo que en principio iban a ser unas inocentes vacaciones de soltería, se darán cuenta de que lo que dice ese hombre es plenamente coherente y existe un asesino.

El pulso narrativo de la cinta es excelente, con una atmósfera enrarecida que sobrevuela el conjunto en todo momento, incluso cuando la película parece surcar las aguas de la comedia, haciéndola parecer un antecedente de la también kafkiana, y freudiana, “¡Jo, qué noche!” (1985) de Martin Scorsese. Una vez abandonamos ese tono frívolo del primer tercio, la película se transforma en una pesadilla asfixiante, agobiante, que resulta realmente satisfactoria, brillante y apasionante, engrandeciendo el conjunto una vez se valora en su totalidad.




Narrativamente la película es excelente, va como un tiro, con un ritmo implacable una vez todo se dispara a la media hora, pero tarda un poco en arrancar. La primera media hora se hace algo morosa, sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, sentando las bases de la pesadilla kafkiana que seguirá a continuación. Así, tras la divagación del primer tercio no habrá distracciones, la película será directa y sin concesiones.

Largos travellings presentan la película a la entrada del desdichado protagonista en la comisaría. De espaldas, siguiéndole. Sólo veremos su rostro, en primer plano, cuando diga “A mí”, en relación al asesinado que vino a denunciar. Sorprende la poca sorpresa del jefe de policía ante tamaña declaración, que él es un muerto, que le han asesinado.




Se inicia así un flashback donde Frank Bigelow (Edmond O’ Brien) relatará lo sucedido, con una planificación coherente con la propia trama, de plano corto a general. Una fase más cómica, de enredo amoroso, donde se nos presenta a la prometida de Frank, Paula Gibson (Pamela Britton), que deberá sufrir las insinuaciones de las clientas a su novio, abogado, como los coqueteos de la poco sutil peluquera morena que además pretende cuidar la rubia melena de la secretaria.



He comentado la extrañeza que sugiere la película, comportamientos poco justificados en apariencia, raros, misteriosos, chocantes, en esa aparente frivolidad. Por ejemplo, las repentinas vacaciones que Frank quiere emprender en solitario de un día para otro y sin dar explicaciones, hablando vaguedades sobre que no quiere que ella sufra. Un caradura que deja a su novia inquieta, dudosa, angustiada y, evidentemente, extrañada. No se entienden los motivos ni el por qué de su forma de actuar. Es una laguna de guión, pero a la vez una virtud, ya que beneficia esa atmósfera enrarecida donde todo resulta extraño, oculto… Es lo que pensamos, que Frank oculta algo y de ahí su comportamiento. Ella, Paula, en cambio, lo interpretará, acertadamente, como el vértigo antes del compromiso. Una buena chica.


Nadie puede negar que el enfado de ella ante este comportamiento es comprensible y justificado, es más, lo que no encaja tanto es su reconciliación y comprensión posterior, ya que no logra sacar una sola explicación a su atribulado, desconcertante y desconcertado novio. Una escena en la que supuestamente bendecirán su amor en cerveza, que él tomará de un trago.

Es con este planteamiento donde parece que vamos a sumergirnos en una historia de amor, madurez, sentimiento de culpa o algo similar, entroncando con los referentes mencionados tipo “¡Jo, qué noche!” o “Resacón en Las Vegas”, con Frank yendo de fiesta en solitario a no se sabe muy bien qué.



Frank se comunicará ocasionalmente con Paula por teléfono, y a través de esas conversaciones Maté logrará transmitir extrañeza y misterio, generando esa atmósfera enrarecida tan acertada. Siempre habrá una doble vertiente, personal y profesional, en esas llamadas. En la primera conversación ella hablará de una extraña llamada que recibió, y le notaremos una sonrisa de extraña satisfacción cuando interpele a su prometido de forma personal. De alguna forma se llega a sugerir, intuir, que ella tiene algo planificado para él o que incluso ella también oculta algo… No será así, pero esa capacidad de sugerencia de la película y su atmósfera lo hacen posible, en uno de los grandes aciertos del film.


La dirección de Rudolph Maté es clásica e invisible, convencional, en la que dejará algunos apuntes más que notables a través del encuadre, por ejemplo a la llegada de Frank a San Francisco, donde pasará sus vacaciones, y ese plano general que encuadra la puerta con sus tentaciones fiesteras mientras Frank habla por teléfono con Paula, que menciona, precisamente, el sentimiento de culpa. Brillante. Del mismo modo, cuando el tema de la conversación pase de lo profesional a lo personal, el plano se reducirá, pasando de uno más general a otro más corto.

Otro rasgo muy interesante en la dirección de Maté son los planos secuencia vertebrados en panorámicas, honor a su estilo clásico, y los largos travellings que retratan la angustia de Frank una vez cae dentro de su mortal pesadilla. Una huida por escaleras y calles abarrotadas seguida con precisión por Maté.

La segunda vez que Paula se comunique con su novio, tras su escapada al garito con los vecinos de habitación que conoció la noche anterior, un garito francamente bien ambientado (humo, planos cortos, música desenfrenada...), será a través de una nota y unas flores, evitando la infidelidad de Frank, que había ligado con una rubia la noche anterior. De alguna forma, la película parece conducirnos a una fábula moral, y aunque puede que algo de eso tenga, la historia se tornará oscura al máximo.



La tercera llamada será la primera tras descubrir Frank que ha sido envenenado. No se mostrará muy afable, como es lógico, y su angelical informadora seguirá desarrollando la trama, ya que le comunicará que aquel hombre que intentó ponerse en contacto con él, el de la extraña llamada que comentó en su primera conversación, ha muerto…


La cuarta llamada supondrá un nuevo impulso a una investigación en apariencia bloqueada. Paula funciona narrativamente como motor e impulso del personaje a todos los niveles, ya sea dramático o puramente funcional y narrativo, ya que sus revelaciones e informaciones son claves para que Frank evolucione en sus investigaciones. En esta ocasión Frank será algo más cariñoso.


Los dos últimos contactos de la pareja certifican la más que aceptable evolución y madurez de su relación a lo largo del metraje. La primera de estas dos será de nuevo por teléfono, con Frank amenazado a punta de pistola y donde se mostrará más cariñoso y entregado con Paula que nunca. Quizá por ese motivo se decida a emprender el viaje exprés para verle en persona, en el que sería su último contacto. Emotivo. Una escena romántica con declaraciones de amor explícitas y un Frank que por fin se comunica y manifiesta, por fin seguro de lo que quiere. Ver llorar a Paula en la calle en un aparte, en soledad, transmite la consciencia de la fatalidad, como si supiera que todo está a punto de terminar aunque con la satisfacción de llevarse el amor de Frank.




San Francisco, el viaje de vacaciones de Frank, se convertirá en un pequeño compartimiento del infierno, repleto de tentaciones, amenazas y muerte. Según llegue allí nuestro protagonista será el objeto de miradas lascivas e interesadas de las mujeres, y no será por la belleza de Edmond O’ Brien, precisamente. Habrá detalles divertidos, como ese marido o novio celoso que aparta a su chica de recepción cuando la ve observando con interés a Frank. Esto no es voluntario, pero si hilamos fino podríamos argumentar que este hecho también incide en esa atmósfera enrarecida, ya que si un grupo de mujeres se queda mirando a Edmond O’ Brien es que algo no encaja.









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