Gregory Peck no se prodigó en exceso en la comedia, aunque
dejó algún clásico absoluto e imperecedero como “Vacaciones en Roma” (William
Wyler, 1953). Aquí tenemos una simpática muestra de cómo se manejaba en el
género uno de los grandes actores del cine clásico, versátil y carismático,
demostrando una gran solvencia sin ser uno de sus grandes papeles ni uno de sus
registros fuertes. Peck cumple en una cinta irregular.
Peck no iba a ser el actor elegido para protagonizar la
película, no se pretendía a una estrella americana con intenciones comerciales,
pero al pasar el actor una temporada en Europa los responsables de la cinta
aprovecharon la circunstancia.
Dirigida por Ronald Neame, un director que mamó cine desde su
tierna infancia al ser hijo de un director y una actriz de la época muda. Ha
trabajado de casi todo en la industria cinematográfica, mensajero,
guionista, director de fotografía, asistente de cámara, director o productor,
así como colaborador de dos de los más grandes directores británicos de todos los
tiempos, Alfred Hitchcock y David Lean. “El millonario” es una agradable cinta
que contiene una aceptable crítica social, aunque no resulta especialmente
inspirada. Nada del otro mundo, correcta… Neame dejó películas tan estimables
como “El hombre que nunca existió” (1956) o “Un genio anda suelto” (1958), así
como éxitos de la talla de “La aventura del Poseidón” (1972) u “Odessa” (1974).
Dos millonarios con mucho tiempo libre se dedican a hacer
apuestas como entretenimiento. Concretamente, el planteamiento inicial de la
apuesta que merece esta película consiste en dar un billete de un millón de
libras a una persona sin dinero y sin trabajo con la condición de que no puede
utilizarlo en un mes. El elegido es Henry Adams (Gregory Peck), un americano
que trabajaba en una constructora naviera y que llega a Gran Bretaña por
accidente.
Los dos hermanos millonarios que se entretienen haciendo
excéntricas apuestas son interpretados por Wilfrid Hyde-White y Ronald Squire,
que encarnan a Roderick y Oliver Montpelier respectivamente.
El elegante, afectado y sutil humor británico sobrevuela
toda la cinta, aunque en muchos momentos le falta algo de garra, peca de
convencional, previsible y moderado.
El inicio tiene un toque chapliniano, con Peck vagabundeando
en busca de algo que echarse a la boca, mirando con deseo rosquillas que pasan
ante sus ojos, pidiendo picotear algo en la embajada o recogiendo sobras, una
pera mordisqueada que una niña lanza al suelo… El Chaplin más necesitado de “La
quimera del oro” (1925) por ejemplo. Este vagabundeo será interrumpido por los
hermanos apostadores, que como halcones desde lo alto del balcón le han elegido
como “víctima”. Se le entregará el cheque, aunque no debe abrirlo hasta una
hora convenida, y no podrá usarlo, hacerlo efectivo, en un mes.
La dirección de Neame es convencional, sin rasgos
distintivos especialmente reseñables, aunque saca partido a algunos gags
visuales donde predomina la acción por encima de la palabra. Ejemplos de esto
lo tenemos en la mencionada escena del vagabundeo de Peck anhelando comida, la
reacción de Peck, los camareros y algunos clientes al abrir el sobre del millón
de libras en el restaurante o la del billete volador, una de las escenas más
divertidas y valoradas de la película y donde Chaplin vuelve a venir a la
cabeza, con Peck persiguiendo el billete como loco por las calles como si de un
Charlot redivivo se tratara. El amigo y ayudante de Peck será mudo, para
acentuar aún más este aspecto en la película.
Ignorante del contenido del sobre que contiene el cheque,
Peck, Henry Adams, no se cortará un pelo y entrará en un restaurante para
disfrutar de un buen banquete. Hay un detalle que sienta las bases de la cinta
y que la hace algo distante o desfasada en la actualidad, ese respeto al honor
por la palabra dada, esa confianza que se tenía en la misma y en el honor de
las personas que ahora se ha perdido casi completamente. Por eso resulta
curioso ver como Peck cumple escrupulosamente su promesa de no abrir el sobre
hasta la hora convenida, salvo por unos minutos debido al apremiante
nerviosismo de los camareros. Con todo, el exceso de ingenuidad y confianza de
los personajes que rodean a Peck resulta excesivo.
Desde aquí se irán sucediendo las anécdotas que describen
esa sociedad esclava de la apariencia y la hipocresía, donde nuestro
protagonista tendrá acceso a todo tipo de lujos gracias a un papelito que ni
siquiera puede hacer efectivo. La escena en la tienda de ropas nos puede
recordar a la moderna “Pretty Woman” (Garry Marshall, 1990) y la secuencia donde
Richard Gere pide que le hagan la pelota por el dineral que piensa gastarse en
ropa para su adorada Julia Robert en una tienda, ridiculizando y exponiendo la
hipocresía de los dependientes que aún así se sentirán orgullosos de ello.
Primero los dependientes querrán que se atienda a Peck con rapidez y se le haga
salir por la puerta de atrás, pero un simple vistazo al papelito hará
cambiar su comportamiento radicalmente.
Podemos encontrar en el reparto a Bryan Forbes, también
director, interpretando al primer dependiente que atiende a Peck en la tienda de
ropas. Dirigió, entre otras, “Plan siniestro” (1964).
Alojamientos de primer nivel, los más lujosos lugares, los
más lujosos placeres, los más delicados cuidados, los mejores banquetes, las
mejores bebidas, las mejores ropas, las mejores relaciones sociales, acceso a
todo préstamo, incluso las mejores mujeres… todo a sus pies por el mero hecho
de enseñar su preciado cheque… Nuestro amigo llegará a influir en la economía
nacional con la compra venta de acciones…
El enredo con el forzudo Rock (Reginald Beckwith) y su
repentina amistad, convertirá a esta extraña pareja de hombres humildes en
una especie de Phileas Fogg con su Passepartout, pero sin dar vueltas al mundo…
aunque podrían, seguro.
Su entrada en sociedad iniciará la trama amorosa de la película,
con la presentación de Portia Lansdowne (Jane Griffiths). El enamoramiento
resulta forzado y repentino, mal elaborado y previsible, pero era obligado y
tiene sus momentos simpáticos. Las ensoñaciones románticas resultan divertidas
y ponen el dedo en la llaga sobre el clasismo social en la Inglaterra de la
época. La revelación de la condición de pobre también dejará momentos
divertidos.
“¡Vengad a las viudas!”
Todo se complicará cuando un caballero inglés celoso soborne
a una doncella del hotel para que oculte el cheque de nuestro protagonista.
Así, cuando la sospecha de que la “nada” es en realidad eso, nada, la fortuna y
la confianza se desvanecerán, incluso las acciones que subían como la espuma
por el mero hecho de haber sido compradas por el señor Henry Adams… Una
sociedad voluble.
-Conserje: Señor, si no lo encuentra lo lincharán.
-Duque (A. E. Matthews): Oh, no lo harán. Son británicos.
Al final los engaños y enredos se resolverán felizmente para
que nuestro protagonista salve el pellejo y tenga su recompensa amorosa,
laboral y monetaria.
Ambientada en Inglaterra, la película tiene un buen
planteamiento que además ha inspirado un buen número de películas similares, sin
contar algún remake. “Entre pillos anda el juego” (John Landis, 1983) plantea la
misma historia pero con más tetas, y “El gran despilfarro” (Walter Hill, 1985)
es otro remake encubierto… Una película simpática con momentos divertidos,
agradable de ver, aunque con ciertas debilidades de guión, demasiadas
gratuidades y una dirección discreta.
Lo más destacable del film es su trasfondo, una acertada
crítica a la avaricia; a las apariencias; a la sociedad inglesa de la época, aunque
extrapolable a la actualidad; a la mediocridad social ante la riqueza o la mera
apariencia de riqueza, cómo un papel o un billete transforman la consideración
que de ti tienen los que te rodean sin conocerte antes o después; al clasismo…
Una película que reflexiona sobre la importancia que se da a la condición
social, sobre la hipocresía de esa sociedad, una reflexión sobre la importancia
que se le da al dinero y lo que es verdaderamente importante en la vida, sobre
el imparable poder del dinero. Analiza también la confrontación entre los
valores antiguos de orgullo de clase y honor, el desprecio clasista al nuevo
rico y lo que simboliza el personaje de Peck, ese americano que representa
valores distintos. Una agradable fábula moral.
De plena actualidad, ¿verdad, pequeño Nicolás?
La palabra dada, me educaron en el sagrado respeto a ese pacto. Solo se tiene una, y se rome para siempre si la traicionamos.
ResponderEliminarPoderoso caballero es Don Dinero, sí. Es muy antiguo el concepto, las consecuencias de tenerle como totem, y aún así…
No se aprende. Vamos en círculos, pero descendiendo.
Gracias Sambo, me encanta Gregory Peck, y aunque no he visto esta cinta seguro q es simpática de ver.
Muy graciosa la alusión a Nicolasín. Y al remake "con más tetas".
Un beso!
Es un buen entretenimiento, agradable para una tarde muerta y además tiene trasfondo.
EliminarMuchas gracias, es que las tetas son las tetas jajaja.
Un beso.
Me encanta!
ResponderEliminarAunque sugerir la mas mínima comparación entre Gregory Peck y "The litle Nico" me parece un despropósito querido amigo, jejejeje
Esta es de las películas ideales para domingo tarde, gracias por acordarte de ella. Bss
Querida amiga, la comparación de esta peli con el pequeño Nico, es una genialidad táctica.
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