sábado, 6 de febrero de 2016

Crítica: EL RENACIDO (2015) -Parte 2/3-

ALEJANDRO GONZÁLEZ IÑÁRRITU









Estilo Iñarritu. Continuidad.

Al contrario que los clásicos, que usaban el plano secuencia, la puesta en escena y los movimientos de cámara con precisión y naturalidad pasmosa, mostrando la inmensidad, la amplitud de los decorados (sobre todo si eran en exteriores) y la grandiosidad apelando a la invisibilidad de estilo, poniendo la cámara al servicio de la historia, buscando siempre la mejor posición de cámara y la agilidad en el interior del encuadre sin que se notara la mano del director con el dinámico movimiento de actores por el decorado, con deslumbrante discreción, Iñárritu es un director exhibicionista, no pretende la invisibilidad con esa ausencia de montaje y de cortes, todo lo contrario, pretende hacer notar su mano y su constante presencia. Un director que se exige y se fuerza a prescindir del montaje, a renunciar al mismo. No debe entenderse esto nunca como un defecto, el mismo Alfred Hitchcock era así. A Iñárritu le gusta resolver las escenas, a ser posible, sin corte. Por ejemplo, con la presentación de John Fitzgerald, interpretado por Tom Hardy.



Iñárritu usa lentes gran angular para tener gran profundidad de campo, que van desde los 12 mm a los 21 mm, para retratar esos inmensos entornos, enfatizar las figuras humanas, jugar con ellas y darles significación, así como para mostrar la acción en todo su esplendor.


-La primera secuencia de acción es impresionante, un ataque indio al poblado de los tramperos que acumulan pieles y carne. Los planos sostenidos serán la columna vertebral de la misma, planos largos, con una puesta en escena asombrosa y en ligero contrapicado que engrandece las figuras y aumenta la sensación de violencia y amenaza. Amplitud en los encuadres y dinamismo en el interior de esos largos planos. Una secuencia salvaje, brutal, con elementos gore y muy física. Se siente el dolor, el desgarro de las heridas, se sienten las flechas y su impacto como pocas veces antes, contundentes, potentes, mortales… 33 pérdidas.




Los contrapicados, que engrandecen a esas figuras, también tienen el sentido contrario, empequeñecerlas cuando se contrastan con la inmensidad de la naturaleza, con los altos árboles, resaltando la vulnerabilidad y fragilidad de estas criaturas que somos. Esta idea enfatiza la de que la verdadera fuerza está en el interior, en nuestra cabeza y nuestra alma, como demostrará Hugh Glass para sobrevivir.



Un brutal ataque indio que deja algunos momentos soberbios recurriendo al plano secuencia, como esa sucesión de muertes encadenadas, donde se sigue a un asesino que luego pasa a ser víctima de otro asesino al que se sigue hasta que caiga abatido… Mutilados, muertes salvajes, vidas salvadas in extremis… Una descomunal puesta en escena que marca el tono de la película.

Hay un recurso, en esa concepción de plano secuencia donde se prescinde todo lo que se puede del montaje, que nos remite a la anterior “Birdman”, por ejemplo. Una elipsis sin corte, donde la cámara nos lleva al cielo, observando el revoloteo de los buitres, para descender una vez ha pasado cierto tiempo, superior al real de película, sin corte aparente.




-En plano secuencia resuelve Iñárritu el comienzo del conflicto entre Glass y Fitzgerald, latente anteriormente. Una magnífica escena para la frustrada y airada retahíla de Tom Hardy ante Leonardo DiCaprio y el resto del grupo de cazadores al que nuestro protagonista guía. Un conflicto provocado por las competencias que el capitán otorga a Glass como el guía experimentado que es.



La cámara seguirá a Fitzgerald en su enfado, encuadrando a Glass oportunamente en los momentos en los que es interpelado por aquel. Continuas provocaciones buscando la confrontación, pero Glass no caerá. El racismo parece una de sus grandes motivaciones, tocando al hijo del guía, que tendrá que ser parado por su padre, porque él sí responderá a las provocaciones. Sin corte.


-En plano secuencia descubrirá Bridger (Will Poulter) la mentira de Fitzgerald sobre los indios para alejarlo del lado de Glass. Fitzgerald le recordará a Bridger que le salvó la vida, deuda que el villano aprovecha psicológicamente con el chaval, y revertirá la situación amenazando con un rifle dispuesto a terminar con esa vida que salvó… Fitzgerald, un cúmulo de hipocresía, practicidad y odio. Maquiavélico.




-Más escenas resueltas en un solo plano. Fitzgerald y Bridger paseando por el poblado indio aniquilado, que incluirá un gesto del siempre piadoso Bridger.



-Hay una espectacular escena que se resuelve en dos planos, pero muy sostenidos y realmente virtuosos. Es cuando Glass, que está sorprendentemente recuperado y ya corretea con garbo y cabalga como un campeón, es sorprendido en su sueño por los indios, que le atacan. Él saldrá cabalgando, momento del único corte en la secuencia, y comenzará a abatir a algunos nativos al galope hasta que su caballo es alcanzado por una flecha y ambos caen por un precipicio encima de un pino… Por supuesto el caballo no sobrevivirá, pero nuestro protagonista sí.





-Iñárritu sustituye la planificación en plano-contraplano cada vez que puede por panorámicas de ida y vuelta. Un ejemplo, cuando Glass (Leonardo DiCaprio) va a robar un caballo al grupo de cazadores que se encuentra y ve a la chica india buscada por su grupo. Esto dará para otra escena de acción con el robo del caballo, el intento de rescate y el momento donde la violada india corta los genitales a su violador… O a uno de ellos…




-Habrá ciertos planos oblicuos a la salida de ciertas estancias, al cerrarse puertas, que muestran la cólera interna, la ira de los personajes, su desequilibrio (Fitzgerald, el Capitán Andrew Henry…).



Naturaleza, fisicidad… y un oso. Una película profundamente sensorial.

Es sabido que el rodaje ha sido durísimo, 9 meses pasando frío e incomodidades que ha exigido al máximo al equipo, tanto artístico como técnico, y más teniendo en cuenta que Iñárritu tiene fama de duro y algo arisco, de obsesivo perfeccionista y megalómano. Lo mejor que se puede decir de ese esfuerzo es que ha cundido, porque la película es visualmente espectacular, impactante, bella y poderosa… El esfuerzo y el sacrificio se notan. Hueles a bosque, hueles a oso, hueles a humo, hueles a animal y a sangre, sientes el frío calando tus huesos, la lluvia golpeando tu cuerpo y la humedad inundándote, sientes la rozadura de la tierra, palpas las heridas, la carne…




Tan duro ha sido el rodaje que el equipo tuvo que irse de Canadá porque ya no quedaba nieve, hasta Argentina, a Ushuaia, donde estaban en plano invierno para poder continuar rodando.



Esas severas e inclementes condiciones buscaban transmitir toda la fisicidad posible en lo que se cuenta, que se sienta en el propio cuerpo, meterte en ese entorno brutal y despiadado, lleno de contrastes, salvaje y bello. Autenticidad. Es por ello que Iñárritu se deleita en los entornos naturales y les saca el máximo partido a todos los niveles, con una fotografía esplendorosa, donde no se han usado artificios, sino luz natural, según aseguran sus responsables -que tiene muchas posibilidades de darle el Oscar a Emmanuel Lubezki-, y el embriagador sonido de la naturaleza por todo lo alto. Me incomoda, en cualquier caso, ese recurso lumínico del “lens flare” (destello de lente), que resulta más abusivo que en una película de J. J. Abrams.



Iñárritu y Lubezki decidieron filmar la película iluminándola exclusivamente con la luz solar y las hogueras, evitando iluminaciones artificiales posteriores, usando la luz natural y jugando con ella, sacándole todo el partido posible, con un resultado absolutamente maravilloso.



La primera escena tras el flashback inicial, nos muestra a Glass (DiCaprio) protegiendo y guiando a su hijo en una cacería. Todo ello será en un bello y casi mágico paraje donde nos deleitaremos con esos riachuelos que riegan las raíces de los árboles y el ensordecedor y anestesiante sonido del agua. Tres años buscando localizaciones.




La humedad nos cala hasta los huesos, nos impregna el pelo y las ropas, nos sentimos sucios e incómodos, como en la secuencia donde el grupo de cazadores navega en la barcaza. Los sonidos del bosque, las hojas meciéndose por el viento, el ruido de las cascadas, la inmensidad minimizando a las personas, acentuando su vulnerabilidad y fragilidad con respecto a los elementos… Subrayando que la verdadera fortaleza está en nuestro interior. Eso será lo que salvará a Glass, una vez su cuerpo sea convertido en un guiñapo…


El sonido de la lluvia, el impacto de las gotas contra todo en una selva verde que recuerda a “La selva esmeralda” (John Boorman, 1985)... El sonido de los pasos en la hierba o sobre las hojas, sobre el agua o la nieve… el silencio sutil y reverencial… El cruel sonido de la naturaleza y la belleza de los parajes... La inmensidad. El sonido y los efectos sonoros son abrumadores, embriagan y sacian los sentidos.






Un deleite para los sentidos que sirve de perfecto preámbulo y presagio a la que es, posiblemente, la escena del año. El bestial, salvaje y brutal ataque del oso a Hugh Glass (una osa grizzly que pretende defender a sus pequeños), en primer plano y sin omitir ni un solo segundo, poniendo a prueba la sensibilidad del espectador, que desea que acabe el suplicio, especialmente cuando comprueba que el ataque es en dos tandas, con una pequeña pausa en medio… Glass (Leonardo DiCaprio) logrará abatirlo, pero quedará en un estado calamitoso, destrozado, por lo que sus compañeros no le darán más de una hora de vida una vez le encuentran y atienden. Una escena extraordinaria, impactante y de una potencia visual descomunal. Un oso digital.





Estará muerto en una hora”.

Tener que cargar con Glass en una camilla por las escarpadas montañas nevadas es un problema insalvable. Volvemos a sentir el dolor, el esfuerzo y los inconvenientes del clima y la situación casi en primera persona.


No deja de sorprender que la gente antes no muriera más a menudo, rodeada de peligros y donde cualquier enfermedad tenía difícil solución… Por eso sorprende más la increíble capacidad de supervivencia de Hugh Glass.

La nieve de las escarpadas montañas, el hielo adherido a las barbas, los temblores, el frío despiadado, los bellos y terribles parajes… Como en “Los odiosos ocho” (Quentin Tarantino, 2015), disfrutaremos de esos paisajes nevados que nos hielan la sangre…


En este sentido hay una metáfora visual especialmente reseñable que tiene a la naturaleza como principal protagonista. Árboles en contrapicado que adquieren sentido en un leit motiv que se va recitando a lo largo de la película. Es especialmente significativo el plano de ellos en el momento en el que Fitzgerald mata al hijo de Glass, porque cobran un gran sentido dramático.





Cuando hay una tormenta y estás parado frente a un árbol, si miras a las ramas jurarías que se van a caer, pero si miras el tronco notarás su estabilidad”.

Un tronco dando firmeza a unas ramas aparentemente débiles, que parece se van a quebrar ante el viento (la vida que nos azota), como le ocurre a DiCaprio con el ataque del oso, la pérdida de su mujer, de su hijo... pero si el tronco (nosotros mismos) se mantiene firme, no caerá. La importancia de las raíces. Los árboles seguirán apareciendo, cada vez más despejados, incluso nocturnos.






Y es que hay un evidente vínculo entre la naturaleza y el personaje que interpreta Leonardo DiCaprio. Esos planos contrapicados de los árboles unidos al rostro de él; ese aliento que exhala mientras vela el cuerpo inerte de su hijo que se encadena con las nubes y luego con el humo de la pipa de Hardy (elemento artificial); su determinación parida de esas rojas gotas de sangre de su hijo que pervierten la pura nieve blanca… Son constantes las transiciones con paisajes naturales, aéreos, en las montañas, de nubes, en forma de signos de puntuación que nos llevan de una escena a otra, de un lugar a otro.




No tengo nada que perder”. “Todo lo que tenía era ese chico, y él me lo quitó”. “No tengo miedo a morir. Ya lo hice”.

-La magnífica escena de suspense evitando a los indios (“los rojos”) dejándose llevar por el río, gélido y lleno de rocas, te hace sentir cada golpe y el frío que atenaza los músculos en primera persona. Como siempre en planos sostenidos y llenos de fisicidad. Iñárritu sumerge la cámara junto a DiCaprio mientras es zarandeado por las aguas y acosado por los nativos. Otra excelente escena de fisicidad excelsa y soberbia potencia visual. Por supuesto ni se resfriará ni cederá a la hipotermia, nuestro protagonista es de una pasta especial.



DiCaprio vive una auténtica epopeya. Comerá pescado crudo (el pescado también tiene simbolismo religioso), carne cruda… Ese alimento, la carne, la encontrará en una manada de búfalos y se la proporcionará un nativo.



Ver beber agua a Glass junto a su amigo pawnee tiene algo de bautismo y comunión, para él y con la naturaleza.


Es interesante que el desvanecimiento le llegue a DiCaprio con la tranquilidad y la plácida amistad junto al pawnee, tras la tensión vivida, en la comodidad. Es la tensión y la adrenalina, la necesidad imperiosa de sobrevivir, la ira, la que lo mantuvo despierto, la que le hizo revivir.




-Hay un momento, donde Glass vuelve a demostrar sus innumerables recursos de supervivencia, que me recordó a “El imperio contraataca” (Irvin Kershner, 1980). Es cuando Glass vacía el caballo con el que cayó por el precipicio y que murió, para cobijarse dentro de él del frío. Su delicado gesto con el caballo que le ha salvado y protegido a la mañana siguiente es otro ejemplo más del vínculo del personaje con la naturaleza y su respeto por la misma.




Esos planos de romanticismo descarnado y salvaje de Glass en la inmensidad de la naturaleza en soledad, son el perfecto ejemplo de esa comunión. En el clímax, con Glass y el capitán buscando a Fitzgerald, sus figuras aparecen engrandecidas, sobre todo la del protagonista, en una inmensa y espectacular blancura.



-Glass escribirá en el hielo: “Fitzgerald mató a mi hijo”. Una memoria fugaz y enraizada a la naturaleza.

-Fitzgerald intuye la venida de Glass, como un terror reverencial, e intentará protegerse en los bosques, que serán escenario del duelo final, profundamente entroncado con lo más salvaje de nuestra naturaleza.

Esos planos con las manchas de sangre en la nieve delatan la presencia humana, que a la vez está íntimamente ligada con esa naturaleza salvaje y cruel que nos sostiene.


En contraste con la naturaleza tendremos el fuerte, donde Iñárritu iluminará de forma especial la taberna, lugar para el exceso, en unos tonos ocres y dorados de atmósfera tremendamente asfixiante, que contrastará con la pureza de la nieve a la salida de la misma siguiendo a un borracho Fitzgerald.





Del mismo modo, Glass disfrutará de los placeres y beneficios de la civilización a su llegada al campamento. Baño, comida cocinada, atenciones médicas, cuidados, descanso cómodo, cálido fuego para calentarse… de nuevo en acogedores amarillos y marrones. De hecho, el reencuentro entre Glass y el grupo al que guió, su aparición al regreso al campamento, será entre árboles y entre los tonos amarillos de las antorchas en medio de la noche.




En este conflicto contra la naturaleza, resurge la razón, la decencia, lo humano, como algo indispensable para el progreso y el desarrollo, para la vida.







2 comentarios:

  1. Siempre me admiran tus explicaciones. Detalladas, empáticas y precisas.
    Leerte es un placer.
    Muchas gracias.
    Bss,

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    1. Gracias a ti, Reina! me alegra que te esté gustando!

      Besos.

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