Maestría también en el encuadre.
Frankenheimer no solo demuestra su virtuosismo en los
movimientos de cámara, sino también en los encuadres, como he explicado con
anterioridad con el tema de los segundos planos y la profundidad de foco. Es
capaz de dotar a los encuadres de muchos significados, enriquecer la narración
con ellos, de componer con precisión el plano para complementar y definir
personajes, relaciones y elementos con respecto a la historia. Voy a resaltar
varios ejemplos de su dominio del encuadre y los planos con significación en
estas escenas entre Christine (Jeanne Moreau) y Labiche (Burt Lancaster).
-En el sótano donde Christine oculta a Labiche,
Frankenheimer planificará la escena desde el punto de vista de nuestro
protagonista, con contrapicados para que veamos desde su perspectiva a los
amenazantes alemanes que lo buscan. Para ello el director usará planos detalle,
escindidos, de metralletas y armas, despersonalizando por completo a los
militares, haciendo de la amenaza una abstracción mientras Christine intenta
distraerlos en segundo plano, de nuevo los segundos planos cobrando
importancia.
-En esta misma secuencia tenemos otro momento importante que
aumenta su significación a través del encuadre, haciendo crecer su intensidad
dramática. Es la escena íntima entre Christine y Labiche donde ella se sincera
en primer plano mientras Labiche, perfectamente enfocado, la escucha en
silencio en segundo, comprensivo. Un primer plano que recoge lo importante, el
testimonio de la mujer, pero que crece en significación e intensidad a través
de la presencia silenciosa de Labiche. Poco después Christine recibirá
contestación de Labiche, con lo que el encuadre se corregirá levemente, él se
sentará y compartirán altura para la respuesta. Una escena de confesiones
magistralmente rodada… y encuadrada.
“… ¿y sabe qué lleva ese tren? Pinturas… Sí… Nada más que
pinturas. El orgullo de Francia, el patrimonio nacional. Locura ¿no?”
-Tras un encadenado y una pequeña elipsis, Didont y Labiche se reunirán en el punto convenido. Otra escena de virtuosos encuadres, especialmente en su composición. Allí llegarán dos personajes, un viejo y un joven. En un primer momento Labiche y Didont hablarán solos, en un solo plano, explicando la situación, en un ligero contrapicado y gran profundidad de foco para jugar con los segundos planos. Con la llegada de los otros dos personajes se empezará a gestar un nuevo plan para dar tiempo a los aliados y así proteger las obras de arte, el legado francés. Esta conversación a cuatro bandas, Frankenheimer la compone de forma majestuosa, con el viejo en primer plano en el lateral derecho del encuadre, Labiche y Didont (Albert Rémy) centrados y el jovencito al fondo a la izquierda, lejano. Los coloca en orden de jerarquía, incluso de edad. Encuadres en ligero contrapicado, una constante.
Una puesta en escena que engrandece la figura de Lancaster,
que además es el único que se mueve por el encuadre. Didont siempre se muestra
dispuesto a la misión, en contraste con Labiche, siempre reticente de inicio.
En realidad nuestro protagonista también está dispuesto a jugarse la vida por
esa misión, pero necesita desahogarse un poco. Robert (Christian Fuin), el
joven sobrino de Jacques (Jacques Marin), el jefe de estación, será el que
suplirá a Pesquet (Charles Millot).
-Robert: Conejos.
-Labiche: ¡Deja en paz a los conejos!
El momento en el que Labiche maquina el plan deja otro
instante de encuadre brillante, un movimiento de cámara que lo sitúa entre Didont
y Robert al fondo, justo cuando decide emprender la misión junto a ellos y da
las claves.
-Didont: Con un poco de suerte nadie resultará herido.
-Labiche: Nunca ha habido heridos, sólo muertos.
La rúbrica a la escena con esos dos "soldados", que jamás
vieron un cuadro, brindando por el arte y por poder ver esas obras que luchan
por rescatar, es sencillamente perfecta. Merece la pena aficionarse al arte
tras el sacrificio. Una magistral escena desde el punto de vista técnico y
dramático.
La misión está perfectamente modulada, un suspense creciente
con la distracción de las alarmas, Waldheim sospechando, la muerte de Robert
por culpa de una teja y el sacrificio de Didont por intentar pintar mejor… Una
misión descubierta y trágica. Waldheim intentará borrar la pintura poco antes de un
nuevo y espectacular ataque aéreo que pasará de largo, dando la clave de los
propósitos de Labiche y los suyos al inteligente alemán.
El duelo de inteligencias alcanza su clímax. Lancaster
intentando volar la locomotora para impedir que el tren siga su curso y
Waldheim colocando rehenes como escudo para socavar sus enérgicos propósitos,
algo que logrará en parte, ya que Labiche se limitará a volar una vía.
Este clímax final muestra a un héroe en solitario, un héroe
romántico, y Frankenheimer demostrará su
cultura retratándolo desde el aspecto visual en planos generales donde Labiche
aparece minimizado por la naturaleza, el perfecto retrato del romántico
idealista e individualista que lucha contra la misma naturaleza dispuesto a
entregar su vida. De nuevo David Friedrich y Turner a la cabeza. Por supuesto, esta planificación con planos generales dará para que el director juegue con los
segundos planos.
Labiche, cojo, acortará dejándose caer por la ladera de un
monte para el definitivo sabotaje. El tren avanzando
pesarosamente por la precaria vía… Todo esto inicia un clímax de suspense de
máxima calidad: Zooms y travellings para los tornillos que va sacando Labiche; el alemán al que lanzaron del tren (se le da fin a todos los personajes),
descubriendo a nuestro protagonista; primeros planos de más tornillos; el
tren y los soldados acercándose al fondo del encuadre… Cabría preguntarse por
qué Lancaster retrasa su posición, arriesgándose a ser visto por los soldados… La respuesta es táctica, para proteger su sabotaje.
Ya he comentado el magnífico trabajo de Paul Scofield durante toda la película. Su cara de disimulada frustración ante el nuevo descarrilamiento del tren, como si intuyera que pasaría, es una maravilla. Este hecho romperá algo en su interior, su templanza, con lo que estallará en desesperación, dando rienda suelta a su obsesión sin freno, mesura o sentido común. Waldheim (Paul Scofield) se ve obligado a ir asumiendo la realidad, su decepción, su fracaso, su derrota. Frankenheimer usará planos que se van desestabilizando para mostrar este giro a la locura y desesperación del personaje. Planos oblicuos, inclinados. Un momento excepcional el que el director le dedica a Scofield, la asunción de la derrota.
Una vez Waldheim y Labiche se encuentren frente a frente
tendremos un duelo profundo y ambiguo. Labiche dispuesto a entregar su vida por
algo que no entiende, que no valora por lo que es sino por lo que simboliza
para Francia. Waldheim, que sí entiende, valora y ama esos cuadros por lo que
son, por su valor artístico, sin más… La obsesión de Waldheim es un arma que usa Labiche. Ideas enfrentadas, pero ambos serán
incapaces de destruir esos cuadros por lo que significan para cada uno. En los contraplanos de Lancaster no veremos ni una sola caja de cuadros.
Lancaster será vinculado por Frankenheimer por última vez al
tren, haciendo un travelling por la parte de abajo del mismo, enseñando sus
pasos para terminar el movimiento con el personaje mostrando su rostro tras los
hierros de la locomotora.
“No es usted nada, Labiche. Un simple bruto”.
“Estoy convencido de que en este momento ni podría usted
decirme por qué ha hecho lo que ha hecho”.
Ante la última frase de Waldheim, Labiche mirará los
cadáveres a su espalda como contestación, antes de acribillar al alemán. Lancaster
no hablará, actuará. De nuevo una imagen sustituyendo las palabras.
En este mismo sentido irá el último momento de la película.
La pierna herida de Labiche (Burt Lancaster) se detendrá ante una de las cajas
y luego se sucederán planos de varias cajas más. El legado, el símbolo
patriótico, para rematar la escena con planos de los cadáveres que dieron su
vida, inconscientes e inocentes, por esos objetos. Los rehenes que servían de
escudo. Simbólicas imágenes de nuevo. Sin palabras.
“El tren” glorifica la tradición de películas de trenes, que
han dejado una buena colección de joyas, siendo está de Frankenheimer la mejor
de todas junto a “El maquinista de la general” (Buster Keaton, Clyde Bruckman,
1926). Desde “Alarma en el expreso” (Alfred Hitchcock, 1938), pasando por “Deseos
humanos” (Fritz Lang, 1954) o “La bestia humana” (Jean Renoir, 1938); desde la
inquietante “El incidente” (Larry Peerce, 1967), ambientada en el metro, a “Asesinato
en el Orient Express” (Sidney Lumet, 1974). René Clément debutó con una cinta
que tiene muchísimos paralelismos con la que nos ocupa, una propuesta francesa
que le daba la mano al neorrealismo italiano como fue “La batalla del riel”
(1946). “Pelham 1, 2, 3” (Joseph Sargent, 1974), de robos en metros; “El expreso
de Shanghai" (Josef von Sternberg, 1932) o “El tren del infierno” (Andrei
Konchalovsky, 1985) son otros de los muchos ejemplos de buen cine que nos deja
este peculiar subgénero.
Lamentablemente no es una obra especialmente conocida, pero sí de obligado visionado para todo amante del cine. Obras maestras de esta enjundia
no deben pasarse por alto.
Gran análisis. Aprender qué y porqué. Y poder valorar lo q miré sin ver.
ResponderEliminarMuchas gracias, como siempre!
Bss
Muchas gracias. Contento de cómo quedó.
EliminarBesos, Reina.
A ver si lo leo de una vez. Se me ocurrió dejarlo para leerlo todo de un golpe y ahora no encuentro el momento.
ResponderEliminarGran película que vi hace un tiempo. Se merece ese 5 que le has dado.
Espero que lo leas y te guste!!!
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