Jon Amiel dirige esta correcta cinta de ladrones de guante
blanco con una pareja protagonista que hace de su relación algo tanto o más
interesante que la trama. Un trabajo que va muy en la línea de películas como
“El caso de Thomas Crown” (Norman Jewison, 1968) o su remake “El secreto de
Thomas Crown” (John McTiernan, 1999), “Atrapa a un ladrón” (Alfred Hitchcock,
1955) o “Topkapi” (Jules Dassin, 1964), con la que la escena inicial tiene
evidentes paralelismos, añadiendo sofisticados gadgets modernos.
Acierta Jon Amiel en el tono y ritmo de la cinta, un
director que dejó títulos como “Copycat” (1995), “Sommersby” (1992) o “El núcleo”
(2003), y al que hace tiempo, desde esta película sólo 2 veces, que no se le ve por
la gran pantalla, apareciendo sólo por productos televisivos.
Una agente de seguros, Virginia Baker, pretende tender una
trampa a un famoso ladrón imposible de capturar, Robert MacDougal. Juntos
planearán un golpe, pero ninguno de los dos termina de confiar en el otro, por
lo que se someterán a pruebas mientras coquetean impunemente.
Las secuencias con los robos son excelentes, con planos
detalle de los artilugios de última generación y una detallada y mimada
descripción de cada delito. La primera, un velado homenaje a “Topkapi”, robando
el cuadro de Rembrandt “Betsabé con la carta de David”, es excelente. Habrá
otros cuadros conocidos de Rothko, Hopper, Bacon o Giorgio de Chirico.
La escena del robo de la máscara, con la entrada submarina y
el sensual y tenso juego con los láser,
es muy buena también, aunque extraña que Zeta-Jones tardé tres minutos en
llegar a la máscara, pero sólo unos segundos en regresar, y cuando digo unos
segundos hablo de menos de 10, cuando se supone que tiene que hacer lo mismo…
¡Ni a la carrera, oiga! Me da que algo encaja regular ahí.
En estas escenas de robos se hace un uso estupendo de
aparatitos y artilugios, del uso de la tecnología. Además viajaremos un
poco por Londres y Kuala Lumpur. Se irá avisando del advenimiento del nuevo
milenio desde que faltan 15 días para el mismo, con títulos sobre impresionados
o a través de recursos dentro de la misma narración.
Paradójicamente la pareja protagonista se llevó los mayores
elogios pero fue premiada con un razzie. La sensual y bella Catherine Zeta-Jones
(Virginia Baker) y el sexy maduro Sean Connery (Robert MacDougal). Y es que
llamó la atención su buena química a pesar de la diferencia de edad, 39 años, por
lo que era habitual oír comentarios sobre que Connery era el único hombre que
podía hacer creíble tal cosa, ya que su atractivo parecía aumentar con los años
y la madurez. Uno de esos actores que aparte de conservar su talento, parecía
aumentar su atractivo con la edad. Una relación con similitudes a la de "Charada" (Stanley Donen, 1963).
Solo por ver retorcerse eróticamente con un ajustado atuendo
exhibiendo trasero, poniendo el culo en pompa y contoneándose sensualmente para
evitar unos lásers a Catherine Zeta-Jones merece la pena la película. Las mujeres
se tienen que conformar con el siempre atractivo e interesante Sean Connery,
que no se contonea pero la mira como pensando: “si me haces eso en la cama no
voy a necesitar ni Viagra ni ná a mi edad”. Casi 40 años de diferencia, pensará
Connery, pero si hay que percutir… se percute.
Connery lo goza, hasta la hace ensayar, como buen
profesional que es, y nosotros, los muchachotes, también lo gozamos. Una vez
esté lista, entrenada y preparada, Connery sólo tendrá algo que añadir: “Ponte
este vestidito ajustadísimo de cuero negro, porque así me pones más”.
“Pensé que su talla es una 36, pero que le quedaría mejor
una 34”. Con dos narices, Sean, sutil y elegante…
Esta escena tendrá un mini remedo en la secuencia final, con
los dos pegados atravesando un pasillo con lásers también.
Además Connery exhibe físico ante la chica, en plan: “¡oye,
que aún estoy en forma, morenaza!”. Y corretea delante de ella demostrando estar en buena forma.
Connery trata de resistirse, no mucho, sólo un poco, pero la
muchacha se pone en plan Shin Chan: “Culitoooo en pompaaaa”… Y claro, así no hay manera.
Por si fuera poco, tras el robo de la máscara, el bueno de
Connery humedecerá, remojará, quiero decir, a Zeta-Jones haciéndole unas
simpáticas aguadillas. Un morboso, el señor Connery.
Ella le pone ojitos y se muestra cascarrabias cuando el
veterano ladrón seductor no le regala los oídos, pero se le pasará. Él, por su
parte, se enternecerá y entenderá que debe mimarla un poco más, que no son
modales, que ella es una dama. Claro, Connery está asilvestrado, demasiada
soledad y codeándose con hombres sin más, por lo que cuando viene una mujer no
sabe bien cómo tratarla, pero aprende rápido. Ella es lista, pero él siempre lo
será más, que para eso es James Bond.
El baile de máscaras resulta simbólico con respecto a la
relación de esa pareja, además de sus actividades.
Ving Rhames interpreta a un policía, aunque en algún momento
parece tener un papel similar al que interpretara en “Misión Imposible”. El
millonario aficionado a las antigüedades y a “Iron Maiden” que sale al
principio en Kuala Lumpur, parece un remedo de Jabba el Hutt. Will Patton interpreta al agente Hector Cruz,
y su relación con Zeta-Jones fluctúa entre el deseo, los celos y el rencor de
forma sutil.
En la película le quitan 9 años a Connery, lo que el actor
agradecerá un montón. Bien lo merece, porque se conservaba estupendamente.
La química entre la pareja es incuestionable y se ve
aderezada por un simpático juego del ratón y el gato, con engaños mutuos para
seducir el intelecto además del cuerpo… Y claro, tanto engaño, tanto roce y
tanta tontería, pues las manos acaban yendo al pan… Yo, sinceramente, me alegré
un montón por Connery, una alegría así con la buena de Catherine Zeta-Jones la
tiene bien merecida, que para eso es James Bond, otra vez…
Sutilezas: La mirada disimulada
de Connery al subir las escaleras al inicio de la película mientras Zeta-Jones
le está espiando. Y es que en las miradas de Connery se cuenta media película y
las claves de esa relación.
La parejita irá adquiriendo confianza a través de la
desconfianza, aunque resulte paradójico, porque los sucesivos engaños
demuestran su competencia y afinidad… y que el roce, como dije, hace el cariño…
Con todo, al principio resulta poco creíble la confianza y
el acceso a colaborar de Connery con esa desconocida chica… ¡Aunque tiran más dos tetas que treinta y dos carretas! Esto se pretende explicar al final, como
una misión policial para capturarla…
Es evidente que Zeta-Jones está obsesionada con el sexy
canoso al que encarna Sean Connery, pero lo cierto es que en ocasiones se la ve
excesivamente entregada, como si pensara: “Sean, ¡deja de hablar y fo…!”
Para saciar sus apetitos, nuestra amiga ladrona se va
restregando con los muebles de la casa, las vigas y el suelo, se va abriendo de
piernas, con los pantalones puestos, eso sí, y cosas así. Hace muy bien la
chica mientras espera a que Sean Connery se decida, no va a estar a pan y agua
todo el día... Son los mejores momentos de la película.
Es interesante la parte final con las Torres gemelas de
Kuala Lumpur, que traen a la cabeza un evidente paralelismo con las de Nueva
York.
“Es imposible… pero lo haremos”.
No es muy creíble que se prepare en dos días un robo de tal
magnitud, pero aunque sólo sea por ver como Connery arropa a Zeta-Jones merece
la pena intentarlo. Ella es pelín falsilla y juega a dos bandas con la policía
hasta que queda prendada de Connery.
Las escenas y planos del edificio que actúan como cebo, la
planificación del robo, está eficazmente mostrada, ya que luego visitaremos
esos lugares, que tendrán un protagonismo especial, sobre todo el puente entre
las dos torres.
La última media hora será para el robo definitivo, repleto
de escenas de suspense y un pulso narrativo aceptable, pero que también deja sus
tonterías. En este tipo de películas resulta curioso que nunca haya vigilancia
en los lugares que deberían estar más protegidos y custodiados. Las escenas en
la sala de los ordenadores, en el ascensor y en el puente están bastante bien y
resultan momentos entretenidos.
No me pregunten qué ocurre al final de la película, en la
escena del metro, cómo leches reaparece Zeta-Jones cambiando de metro en marcha
y por qué no paran dicho metro cuando lo necesitan, pero bueno, eso es lo de
menos, se supone. Lo que queda es un aliento romántico que no es
insatisfactorio.
Lo que sí queda claro es que la cinta se descubre
tremendamente tramposa en muchos momentos y comportamientos de los dos
personajes una vez se van desvelando sus engaños.
Fuera de bromas, “La trampa” es un buen thriller, un
producto bien diseñado y facturado, con sus relativas sorpresas de guión y dos
protagonistas que desprenden carisma juntos. Una apuesta correcta para una
tarde de esas aburridas donde no se sabe bien qué hacer. Te hará el apaño.
Jajajaja!!! A mi me entretuvo!! Y Sean Connery debe tener un pacto con el diablo o algo…la Zeta siempre me ha parecido vulgarota, pero supongo q una real hembra a los chicos siempre os gusta.
ResponderEliminarMe he reído mucho con los comentarios sobre la pareja protagonista.
Gracias Sambo!!
Bas
Era la idea!! A mí también me parece entretenida. Connery se retiró justo a tiempo. Un grande que ha envejecido maravillosamente.
EliminarBesos, Reina
La vi dos veces en el cine, y no sé cuántas más después. Aunque Sean Connery podría ser casi mi bisabuelo y no me llama especialmente, lo cierto es que la escena del entrenamiento del láser es muy graciosa xDDDDDDDDDDDDDDDDDDD Como apunte, puedo añadir que la canción de la BSO era de Seal, "Lost my faith" si no recuerdo mal
ResponderEliminarGran apunte, no me fijé, así que queda anotado :)
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