"Del infierno a Hathaway" solían decir algunos actores al recordar la
experiencia de rodar con Henry Hathaway. Uno de
los realizadores más tiránicos del cine clásico, según comentaban, pero de un
talento indiscutible.
Aquí tenemos un estupendo western del director, uno de sus
géneros predilectos, aunque le daba a todo con brillantez, como bien saben los
lectores del blog y los cinéfilos. Un western de interesantes tintes religiosos
perfectamente integrados sin necesidad de subterfugios ni simbolismos.
Hathaway nos cuenta la historia de un falso culpable. Un
bondadoso y religioso vaquero que es acusado de un crimen que no cometió y
perseguido por el padre de la víctima.
“Del infierno a Texas” sería una especie de reverso de
“Valor de ley” (1969), donde Hathaway se fija aquí en el perseguido, mientras que en la que protagoniza John Wayne lo hacía en los perseguidores.
Es interesante esa escena inicial porque no se plantea un
inicio, sino que es un episodio más de una historia que viene del pasado (un asesinato), de
una persecución que comenzó antes que la narración y que Lohman desmentirá poco
después, en una escena nocturna, ante el hermano de la víctima, interpretado
por Dennis Hopper. Allí mostrará su competencia, inteligencia, habilidad y
pacifismo, ya que expondrá su filosofía de no matar y dejará huir a su
perseguidor… Tan solo matará a su caballo para que no sufra.
Será en la guarida de Hunter Boyd (R. G. Armstrong) donde
entenderemos lo que ocurre. El padre de familia mandó un grupo para acabar con
Lohman porque cree que mató a uno de sus hijos. En su intento de venganza, la
escena inicial, otro de sus hijos caerá abatido por accidente quedando
paralítico y entre la vida y la muerte… Se gesta así un ansia de venganza y un
miedo al ver su legado y apellido amenazado. Los interiores de la casa, con
tonos rojizos, escenifican ese entorno “demoníaco” lleno de ira, odio y sed de
venganza.
El infierno del desierto, los áridos amarillos y los
exteriores en plano general, son un deleite con la persecución que se reanuda.
Un simbólico río será el punto de encuentro de Lohman (Don
Murray) con Juanita (Diane Varsi) y su padre, Amos (Chill Wills). El río, lugar
de tránsito, de ciclo vital continuo, es como un renacimiento favorecido por
ese encuentro.
Él duda, siempre entre dos ideas: la de respetar sus
principios y a la que le llevan las circunstancias de forma inevitable. Una
obligada confrontación del destino. Una duda escéptica que Lohman congracia
como puede siendo fiel a sí mismo. Un héroe cristiano al que casi siempre
veremos en espacios abiertos y vestido de blanco, como desprotegido ante ese
destino amenazante, quizá sólo cuidado por sus ideas y su Biblia materna. El
símbolo de la pureza en un entorno infernal.
Del mismo modo, el relato que hace Amos del líder de los
Boyd es todo lo contrario: una mala persona sin muchos matices. Se marca así un
conflicto maniqueo, pero que adquiere sentido en ese trasfondo religioso
personificado en sus antagonistas, sobre todo nuestro protagonista, Lohman.
-Lohman: ¿Pero es que se va a desnudar?
-Amos: Ya te dije que era
un chicazo.
Igualmente la noche será
lugar para la tensión y la amenaza, con los villanos agazapados esperando su
oportunidad. Hunter Boyd es un villano peculiar, con un extraño sentido de la
justicia, dejando escapar a Lohman y dándole un margen para su huida. Por
supuesto vestirá siempre de negro.
Es importante conseguir una
buena copia para deleitarse con la calidad visual del film, que en esas escenas
nocturnas, con ese vapor de fondo, es maravillosa.
Una noche que terminará en
tragedia con el atentado de Hunter a Amos. Una escena seca y sorpresiva. La
violencia en Hathaway siempre ha sido un aspecto interesante, brusca y seca,
contundente. Hay varios ejemplos en la película, pero este es uno de los
momentos más significativos.
Otro ejemplo lo tendremos
en el clímax final.
Nunca me cansaría de ver
tiroteos entre las rocas en los western, debería ser obligatorio en todas las
películas... aunque no sean western. El polvo, el sonido de las balas rebotando
en las rocas, los pistoleros ocultándose... tiene un sabor realmente exquisito.
Aquí tenemos uno para escenificar la primera muerte a menos de Lohman en defensa
propia que es muy bueno. Eso sí, le dará cristiana sepultura.
Un clásico del western, Jay
C. Flippen, especialmente destacado en títulos de
Anthony Mann, interpreta a Jake Leffertfinger, un generoso comerciante de armas
que ayudará a nuestro amigo. Con él asistiremos a una estupenda escena de
acción, primero de buen suspense y luego de acción desenfrenada, con
tiroteos, indios y caballos al galope para exhibición de los especialistas que se
arriesgaban de una forma sorprendente. Hathaway la rueda magistralmente con ese
dominio del plano general tan portentoso que tiene.
Un final que impacta por su
brillantez visual y su inusual y sorprendente resolución, donde el odio no es
sinsentido, sino producto de una confusión, que cuando se ve corregida, se
atempera y desaparece. Los antagonistas firmando la paz en honor a los valores
cristianos personificados por Lohman. Uno vestido de negro y representando
buena parte de los pecados capitales, el otro de blanco representando los
mejores valores cristianos. La redención y el perdón.
-Lohman: Vaya
tranquilo. Le comprendo y le perdono, señor Boyd.
Un western
interesante de final feliz y muy sorprendente. Efectivo y acertado. Un western humanista que si bien
es cierto que tiene una trama básica y delgada, la maestría de Hathaway y todos los
aspectos señalados hacen de él algo que merece la pena.






























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