“La ruta del tabaco” sería la hermana pequeña de “Las uvas
de la ira” (1940), no porque sea una cinta menor o mala, sino porque la
película protagonizada por Henry Fonda es tan gigante que la empequeñece. Una película notable sobre las consecuencias de la Gran Depresión, pero que queda
lejos de la obra maestra citada e incluso de “¡Qué verde era mi valle!” (1940),
otra cinta de temática social que Ford rodó de forma casi consecutiva junto a las
otras dos.
“La ruta del tabaco” cuenta la historia de una familia que
vive en la mencionada ruta, otrora próspera y rica, pero que tras la Gran
Depresión cayó en crisis, en un profundo y definitivo declive que obligó a casi
todos a emigrar. Los Lester son la familia protagonista, que viven cómodamente en
la miseria, trapicheando y robando lo que pueden además de vivir del cuento,
pero cuando la amenaza del embargo de sus propiedades aparece, la feliz
autocomplacencia llega a su fin, con lo que Jeeter, el padre de familia de los
Lester, tendrá que encontrar medidas desesperadamente para poder mantenerse allí.
Nunnally Johnson escribe el guión adaptando la obra de
teatro de Jack Kirkland, que se basaba en la novela de Erskine Caldwell, que
batió récords de permanencia en los teatros americanos, como se explica en los
títulos de crédito.
Los planos iniciales son buena muestra de la precisión en la dirección de John Ford, no sólo uno de los mejores directores de la historia, si no es el mejor, sino además columna vertebral del denominado Séptimo Arte. Planos y estampas que retratan el declive de la ruta del tabaco, así como de las familias que allí viven, especialmente la de los Lester, que será en la que nos centremos. Un declive que contrastará con el tono general de la película, que es cómico, caricaturesco, esperpéntico en ocasiones, donde la degradación moral, social e incluso sexual salpica toda la narración, aunque definirá un desencanto triste bien modulado. El analfabetismo… un retrato perfecto. La divertida música de David Buttolph, que acompaña las andanzas de Jeeter Lester (Charley Grapewin), marca ese tono desenfadado que tiene el film en buena parte de su metraje, retratando de paso a los peculiares lugareños que lo rodean y ese mundo que parece aislado, ajeno al resto.
Todo es miseria. Ford usará planos oblicuos e inclinados, ya
que aunque el director es el paradigma de la sobriedad y el clasicismo, también
tiene títulos y momentos profundamente expresivos y donde usa los encuadres marcados para señalar conceptos e ideas. Aquí tenemos un buen ejemplo: la
presentación de la mujer de Jeeter, Ada (Elizabeth Patterson), será usando uno
de estos encuadres en un porche, los eternos porches fordianos, filmados como
jamás ningún director los ha filmado. De hecho, los planos oblicuos se
vincularán mucho con Ada. Estos extraños encuadres, poco habituales en el
director, alejados de la invisibilidad, equilibrio y estabilidad que tanto
propugnaba (nadie compone los encuadres como Ford), sitúan el drama en la mujer,
en Ada. Las breves apariciones que tiene muestran el dolor y la tragedia real
que subyace a pesar del tono frívolo y distendido de la película. Por ello le
dedica planos oblicuos, porque ella es la anormalidad en esta historia, el
sentido común, la sensatez y la dignidad. El plano bajo que Ford dedica a Ada cuando
ve que ya no hay vuelta atrás, recogiendo sus más queridas pertenecías,
escasas, consciente de todo, de que perderán su propiedad, es el perfecto
retrato de la mujer fordiana, su estoicismo, su resignación, su fidelidad, su
dureza. Otro maravilloso gesto de mujer fordiana que tendrá Ada lo veremos
cuando llore por la forma de ser de su hijo Dude y hable de un traje bonito para
ser enterrado con él, o cuando dice “gracias a Dios”, al saber que su hija
pequeña, la de los 13 años, escapó del salvaje Bensey (Ward Bond).
Esa mezcla de miseria, comedia costumbrista, picaresca,
toques grotescos, aparece casi en cada escena. Detalles como ese puente que
aguanta a duras penas el coche que cruza sobre él, bueno, cualquier cosa que
cruza sobre él, o la madera del porche que se levanta al sentarse Jeeter, son
tan acertados como divertidos. Una madera continuamente erecta cada vez que
Jeeter se sienta.
La descripción de los personajes es igual de eficaz y
contundente, en pocos planos y con mínimos elementos quedan todos definidos. El
pícaro y vago Jeeter, siempre prometiendo cosas que no cumplirá; la sobria y
serena Ada, único personaje con algo de dignidad y sentido común, perfecto
exponente de la mujer fordiana; el esquivo y relajado amigo de Jeeter, Henry
(Slim Summerville), que se pasa la película evitando a la apasionada Bessie; los
impetuosos Bensey (Ward Bond) y la hermana Bessie (Marjorie Rambeau), uno más
bruto que un arado y la otra tan mística como sexual…
La picaresca, tan española, aparece personificada en Jeeter
y su familia de forma continua, constantes planes y trapicheos para ir tirando
o hacerse con lo que les interesa sin dar un palo al agua. La escena donde la
familia unida, de los pocos momentos donde actuarán así, roba los nabos a
Bensey, el rudo Ward Bond, es el primer ejemplo de esto. Los nabos son un bien
muy deseado, en cambio la madera no hay forma de venderla. Estampas cotidianas y
rurales de miseria.
Bensey, el personaje que interpreta Ward Bond, es fantástico
en su simpleza, un bestia sin el más mínimo tacto, un garrulo machista espectacular
que deja algunos de los momentos más hilarantes de la cinta. Sus diálogos
iniciales despertarán la carcajada desprejuiciada a cualquier espectador.
-Jeeter: Bueno, a lo mejor no sabe lo que quieres…
-Bensey: Se lo he dicho de todas las maneras, dándole
patadas, le he tirado agua por encima, le he lanzado piedras y palos y lo único
que hace es berrear si le duele. Y eso no se considera hablar.
-Jeeter: No tienes que preocuparte, no debes enfadarte
porque no te hable. Mira, Ada a mí tampoco me dijo una palabra en los 10
primeros años que estuvimos casados… y esos fueron los 10 años más felices de
mi vida.
Bensey se queja de su esposa de 13 años porque no le hace caso
y no le habla, y rechazará a Ellie May como sustituta porque la
considera una vieja de ¡23 años!
Esto quedaría en anécdota si no fuera porque a Ellie May la
interpreta la irresistible e indescriptiblemente bella Gene Tierney, que
aparece sucia y desaliñada, incluso algo cortita, pero igualmente sensual y
atractiva.
La novela de Erskine Caldwell tiene una sexualidad bastante explícita, grotesca y atrevida, ejemplo de la degradación en todos los sentidos de los personajes. Aquí está todo mucho más matizado, pero los detalles sutiles y atrevidos no faltarán, con habilidad para salvar la censura y plasmar la misma idea dentro de lo que cabe. Una transgresión y sexualidad con bromas en ocasiones divertidas, en otras grotescas, en otras transgresoras y en otras sacrílegas o blasfemas. Un humor y detalles que bien pudieron influir en el cine de Buñuel, no sería raro que hubiera visto esta obra y aplicado determinados detalles de tono y transgresión a “Viridiana”(1961), por poner un ejemplo. Así, ese momento en el que Tierney pide dar un mordisquito, seductora e insinuante, atraída por el chico, a su nabo, no deja de ser tremendamente lascivo y pícaro, sobre todo porque la chica bebe los vientos por el rudo chico, aunque quizá los bebería por cualquiera. También es cierto que le apetecen nabos, así sin más, pero Ford juega con todo y Tierney más… así como el espectador.
En este mismo sentido y en un sentido más sacrílego y grotesco, tenemos la relación entre la hermana Bessie (Marjorie Rambeau) y el pequeño de la familia, Dude (William Tracy). Bessie es un personaje muy devoto, tanto como hipócrita, que enmascara en su efusivo y vigoroso proceder religioso, que busca limpiar el pecado por donde quiera que está, su intención de lograr todo lo que quiere… en nombre de Dios, eso sí. La secuencia donde Jeeter visita a Bessie para liberar su conciencia es excelente, con muchos puntos transgresores y degradantes. Una especie de ceremonia sacrílega en la que se comulga con nabos, nabos robados para liberar conciencias. La dirección es perfecta, como siempre, un plano general que muestra la situación y al esquivo Henry oculto mientras todo va sucediendo. Aquí Bessie se descubre como una religiosa tremendamente lasciva y salida. En su acoso poco disimulado a un jovencito, la diferencia de edad es mucha, Ford se mostrará pudoroso a la vez que cómico, al desviar el plano hacia el oculto Henry (Slim Summerville). Las referencias a tocar la bocina por parte de Dude y Bessie son tronchantes, bromas sexuales con segundas intenciones, atrevidas y transgresoras.
Guiños de humor costumbrista y satírico abundarán en la
obra, por ejemplo la “limpieza” de Jeeter, su aseo personal y el tiempo
dedicado al mismo. El arado siete años inactivo. Ver a Jeeter comiéndose el
nabo robado mientras pretende liberar su conciencia. La escena de la ceremonia
de matrimonio es igualmente hilarante, rodada en el imprescindible plano
general fordiano, donde Bessie dará rienda suelta a toda su hipocresía religiosa para
lograr sus propósitos, con cánticos e himnos eclesiásticos que emocionan y
contagian a los presentes en el registro, que se negaban a oficiar ceremonia y
dar su consentimiento. Lo mismo ocurrirá en el concesionario con el coche que
ansía el insoportable Dude (William Tracy), que por supuesto tendrá bocina.
Himnos que ablandan corazones, Bessie usando la religión para lo que le
conviene. Magníficos gags.
-Más gags y escenas irónicas, realmente buenas. La petición de Jeeter de préstamo al banco al que le adeuda el dinero, pidiendo a quien le pide,
francamente tronchante.
-La higiene personal, especialmente la de Jeeter, deja
algunos simpáticos momentos de comedia también.
Símplemente genial.
ResponderEliminarFord…y ese B/N…
Q bien q hay más partes!!!
Tengo q buscarla!!! Esta no la vi!!!
Mil gracias!! Me encanta empezar así las jornadas!!!
Esperando las siguientes!!!
Yeah! Me alegra que te guste. La tenía ahí en reserva y como he planificado otra de él le he dado salida antes del descanso veraniego.
EliminarA ver si te gustan las siguientes!
Besos.