Michael Haneke pasa por ser uno de los directores de culto
del cine actual. Su estilo transgresor, provocador y serio ha entusiasmado a
los cinéfilos más selectos, aunque no sea, precisamente, uno de mis preferidos.
Con su estilo sobrio y europeo que recuerda en muchas ocasiones, como en esta
cinta que nos ocupa, al de Ingmar Bergman, sus planos sostenidos, larguísimos,
casi eternos, muy modulados, ha conseguido el beneplácito de muchos críticos.
Un cineasta provocador que pretende transmitir emociones
intensas al espectador, hacerle sentir incómodo, incluso por ese papel de
espectador. Juegos metalingüísticos que nos ponen a prueba. Un director con un
estilo frío, que busca indagar en las reacciones y emociones de forma
científica, con calculada distancia, diseccionando como un psicópata las
emociones más desagradables, menos amables, pero reales.
Vimos ese juego metalingüístico en “Funny games” (1997-2007) y como se
recreaba en el sufrimiento y la violencia, como jugaba anulando cualquier
posibilidad de alivio, video mediante, del mismo modo que en “La pianista” (2001) y su
forma de retratar la insatisfacción. Aquí vuelve a hacer lo mismo, fiel a su
estilo, con un toque de ternura, dentro de lo que es capaz, y algunas metáforas
que sobran en esa búsqueda de realismo, retratando con crudeza el deterioro
físico y mental en la vejez.
Ganadora de la Palma de Oro en Cannes se ha colado en todas las principales nominaciones para los Oscar, hasta 5, entre ellas a mejor película y mejor película de habla no inglesa, que ganará, como es lógico.
Haneke no tarda nada en mostrar sus cartas, sus intenciones
no son el suspense o coartadas de otro tipo. Mostrará el cadáver de la
protagonista en la primera escena, para que no haya dudas de lo que ocurre al
final, para que no haya engaños. Una magistral escena inicial que describe a la
perfección tanto la situación como la casa donde acontecerá la historia. Avisos
con los gestos de mal olor entre los personajes y steady-cam que sigue a uno de
ellos, sin cortes, hasta que encuentran el cadáver de Anne, una deslumbrante y
nominadísima al Oscar, Emmanuelle Riva. Todo sin adornos, salvo los que hay en
la cama de Anne con flores. Seco.
Los juegos metalingüísticos de Haneke, que provoca, tienta y
juguetea con el espectador y con su función de tal, quedan aquí plasmados al
colocarnos frente a una platea llena de público que nos observa a nosotros, antes
y al inicio del concierto de piano, sus análogos espectadores. Un plano
larguísimo que parece querer concienciar al espectador de su papel de público y
de representación en lo que va a ver, además de darnos tiempo a distinguir a
nuestros protagonistas. Es el concierto de uno de los aventajados alumnos de
Anne, del que se mostrarán orgullosos. Una agradable velada de la veterana
pareja.
Hanake se entretendrá en mostrar lo cotidiano a todos los niveles,
la normalidad con la que tratan un supuesto robo en su vivienda Anne y George,
el también estupendo Jean-Louis Trintignant, su forma de comportarse a su
llegada a casa, su rutina… Esta escena está rodada muy al estilo europeo, las
referencias a Bergman siempre presentes, también Bresson, con esas salidas de
cuadro de los personajes. Planos larguísimos en una cinta vertebrada en los
encuadres, siempre distantes. Una encantadora pareja que se dedica bonitos
cumplidos.
En la siguiente escena, también cotidiana, veremos los
primeros síntomas de la enfermedad de Anne, su extraño bloqueo, el inicio de
todo. Del plano distante sostenido, largo y general, pasaremos a los planos y
contraplanos cortos cuando esto suceda y la preocupación de George crezca.
Depuración y sencillez total en la dirección. La descripción de los personajes
es muy buena ya desde este inicio, él se mostrará preocupado, cariñoso,
entregado, ella tozuda.
El agua es un elemento simbólico en la cinta, su aparición siempre
tiene que ver con giros o sucesos importantes en la trama, cuando dejemos de
oír el grifo que George se dejó abierto, al haberlo seguido con la cámara hasta su habitación,
sabremos que Anne ha reaccionado. Posteriormente veremos a George soñar con
agua y una inundación, así como una mano que lo asfixia; Anne será aseada en
varias ocasiones al no poder hacerlo por ella misma… Al final otro grifo
abierto dará conclusión a la historia de amor. La vida.
Haneke ejecuta una narración tremendamente pausada, que a los poco acostumbrados a este tempo, como digo tantas veces, puede parecerles lenta o pesada, en la que se entretendrá en mostrar decorados vacios, en planos estáticos, incluso de cuadros, con ello se insinúa una reflexión sobre el legado, eso que queda incluso cuando la coraza corporal, también la mental, fracasa y se rinde a la vida. Esto queda bellamente resaltado en la última escena con Isabelle Huppert sentada en la vacía casa. Los cuadros de paisajes contrastan con el encierro voluntario de la pareja, una vez más la representación y el objeto como contenedor de deseos y legados. Objetos y lugares que sólo tienen pleno sentido a nuestros ojos filtrándolos con nuestros recuerdos. Objetos constantes que contrastan con nuestro paulatino deterioro. Siempre la representación, incluso la ilusión, como ese plano en el que George recuerda a su amada Anne tocando el piano en un diálogo presente-pasado, cruda realidad-añorada felicidad. Una forma de encontrar la esencia o buscarla, en el recuerdo. Objetos y planos que representan la muerte, que es ausencia y generadora de recuerdos.
El recuerdo como emoción contundente. La historia sobre la
película que George cuenta a Anne, cuando ésta regresa a casa tras su
operación, habla de todo esto. La emoción y la conmoción, lo que queda
verdaderamente más allá de títulos, que no recuerda, o la misma historia que se
contaba. Lo que queda son los sentimientos que transmitió, algo con lo que
Haneke se identifica plenamente, lo que busca con su cine, que se recuerden las
emociones y perturbaciones que provoca, más allá que la historia.
Habrá largas conversaciones, como la que tienen en un solo
plano padre e hija sobre la familia de ella, sus problemas y alegrías. Cuando empiecen
a hablar de la operación que ha necesitado Anne se pasará a la planificación de
plano-contraplano. La operación salió mal. El recuerdo de sus padres
haciendo el amor cuando era niña concluye la escena de forma simpática.
La vida cambia, la vida es cambio. La adaptación, el colchón
adecuado para Anne, su regreso. La distancia y los largos planos generales son
imprescindibles en el estilo de Haneke, no por respeto a lo que muestra, sino
como filosofía, un estilo que quiere y busca ser frío, científico, escrutador,
objetivo. Hay muy pocos movimientos de cámara, ya sean travellings o
panorámicas. Los travellings se usan de forma ocasional y con gran valor
expresivo, como en la escena inicial o en la de la pesadilla de George.
Anne seguirá mostrando su tozudez, su frustración ante algo que
al principio no comprende y luego la perturba, no querrá ir más al hospital. Su
petición.
Ella demostrará su compostura, su dureza, su dignidad, él su
entrega. Los dos su frustración, ella por estar en esa situación y él por las
dificultades que le pone. En otra escena cotidiana volveremos a ver el recurso
de la salida de encuadre de uno de los personajes, al que oiremos en off en un
plano secuencia larguísimo, de nuevo, sin movimiento de cámara, estático, cuando
ella le pide un libro para leer. El encuadre como columna vertebral de la
puesta en escena.
Naturalidad, realismo, vida, rutina, convencionalismo, lo
cotidiano, la enfermedad, la dureza, la dificultad, los pequeños gestos… la
muerte.
Haneke plantea su narración también de forma muy natural, no
desvela las relaciones de los personajes de forma inmediata, hará referencias a
algunos y otros irán apareciendo bien avanzada la historia para explicar su
vínculo con los protagonistas u otros personajes.
Haneke no renuncia a la distensión con sutiles elementos,
bromas o toques de humor entre la pareja que también forman parte de esa vida
cotidiana. En este sentido veremos cómo George da de comer a su mujer, como charlan,
hacen ejercicio, la lava o la viste y lleva al baño. La profunda preocupación y
atención de George, que lo desvela por las noches. La escena donde Anne juega con su silla de
ruedas automática es otro ejemplo de distensión.
Anne toca el tema de la muerte y su enfermedad, George se
siente incómodo con ello, no le hace falta pensar o tratar según qué temas,
esto será en otra larga escena donde la pareja mantiene una conversación, en un
plano más cercano, y planificada con planos-contraplanos. Todo hace mella en la
moral, malos modos ocasionales.
La conversación que mantienen una vez George vuelve del funeral plantea aspectos y evoluciones muy
interesantes en ambos personajes. Una situación muy difícil que pone a prueba
cuerpo y mente de ambos, si no van los dos en la misma dirección se hace casi
imposible, lo es de todas formas. Anne no está dispuesta a ponerlo fácil, es
obstinada y no quiere tener que soportar ese deterioro, doloroso para ella, no
quiere mejorar. George intenta ser comprensivo, amable, pero sufre. Ella sabe
que su marido sufre y que le duele verla así, lo que acentúa todo, no quiere
eso, no lo aguanta, se muestra clara, dura, “realista”… George, en cambio,
sigue amable y respeta las convenciones, lo que se supone correcto, no por
cumplir sino por amor. Los dos actúan por amor en su conflicto. Ella creerá que
es un peso para él y él no soportará que ella se rinda o se apague. Anne se
avergüenza de alguna forma de lo que le ocurre, de su situación, él la quiere
alegre, positiva y con esperanza.
La música también resulta especialmente simbólica e
importante. Será la vida de Anne, la veremos feliz con ella, era profesora, irá
a ver a su alumno y querrá escuchar un tema que tocaba él en el pasado, en
directo, cuando vaya a verla. Luego ese directo se convertirá en otro tipo de representación menos
auténtica, un Cd que prometió el chico y que Anne querrá que George quite al
poco de iniciarlo, recuerdos dolorosos en una reproducción muerta (el Cd).
George escuchará también música, lo que le llevará a visualizar a su esposa en
salud, imaginarla disfrutando, así la música se convierte en vehículo de
recuerdos, un asidero, un alivio vano y onírico que en otras ocasiones no logra
aliviar. También veremos a George sentado ante el piano, tras interrumpir su
pequeño concierto. Otro objeto contenedor de recuerdos.
Igual que los mencionados objetos hay que añadir el álbum de
fotos que Anne pide a George interrumpiendo su comida, ese apego al recuerdo
que parece hacernos sentir un poco más vivos, como si se nos impregnase, aunque
sea levemente, aquel estado en el que estábamos o la energía que sentíamos en
aquellos momentos y épocas que vemos plasmados en las fotos.
La impotencia y frustración de Anne la impulsarán a intentar
levantarse. Del mismo modo la paulatina merma en la moral y pérdida de
esperanzas provocarán una pesadilla en George donde se ve asfixiado.
Curiosamente Anne comenzará a progresar, a andar con ayuda y
muchas dificultades, progresos que se truncarán casi de inmediato con un nuevo
ataque que la dejará tremendamente mermada. Un golpe mortal para ambos.
La nocturna lectura del periódico que George hace a Anne, además de mostrar otro momento cotidiano, tiene una sutil dureza subterránea,
noticias importantes para el mundo que tienen poco sentido en ese drama y en
esa habitación donde están nuestros dos protagonistas. También oiremos la radio con más noticias.
El deterioro físico y mental es cada vez más pronunciado,
Anne se orinará en la cama y apreciaremos con dureza y contundencia su
vergüenza y frustración ante este hecho. Un deterioro que toca también a la
propia dignidad, o al menos así lo siente Anne.
Un rubor que se acentúa con la costosa vocalización de ella.
Es curioso, quizá en ese buscado jugueteo con el espectador
que muchas veces apreciamos en Haneke, que el padre hable del deterioro de la
madre y explique lo que la va pasando manifestando que son cosas que no deben
verse, algo de lo que el propio Haneke no nos privó de hacer. Luego
rectificará y dejará que la vea. Ciertamente Haneke ahorra muchos detalles de
ese deterioro. Anne muestra dificultades para hablar, y para casi todo, lo que
crea un intenso conflicto emocional en Eva, la hija (Isabelle Huppert). El padre
confesará la promesa que le hizo a su madre. Eva, aunque sufre intensamente, no
será capaz de dar solución o hacerse responsable del problema cuando su padre
la ponga ante la realidad y le pida seriedad. George siempre se mostrará fiel a
su amor. Todo esto lo veremos posteriormente.
Las escenas donde George da de comer a Anne, un lento comer,
condensan esa mezcla perfecta de dureza y ternura de la cinta de Haneke.
El amor de George es incontestable, despertará la admiración
del espectador… y de su vecino. Una dedicación plena la de George que le
llevará a despedir a las enfermeras, que iban cada tres días, alguna de forma tremendamente
cruel, sólo justificable por el tremendo estrés al que está sometido.
Esta evolución en el deterioro se hace más patente en la
nueva escena donde George da de comer a Anne, cuando ella se niega y recibe un
bofetón de él. Una escena dolorosísima donde ambos hacen estallar su
frustración, ella por su enfermedad, él por su cansancio y la negativa de ella.
Haneke retrata a la perfección la humillación que se siente,
que debe sentir Anne, así como su impotencia. Así veremos cómo Anne tendrá una visceral
reacción cuando ve a su hija, no quiere que la vea en ese estado, la avergüenza,
duele.
“¿Qué propones?”
“Estuvo bien”.
Es bellísima la escena donde la pareja rememora el día de su
boda, una escena que antecede a la de la muerte de Anne. George calmará el
dolor de Anne, en otra hermosa escena, contando una historia de infancia y
acariciándole la mano, los quejidos de ella irán remitiendo paulatinamente
mientras George desarrolla su narración. Recordará una postal perdida, otro
objeto de recuerdo. Muy hermoso… justo antes de acabar con su vida.
Otra escena en un larguísimo primer plano.
George se dedicará a honrar el cadáver de su esposa con un
ritual de agua, de nuevo, y flores, la vestirá elegantemente y sellará la
habitación, como vimos en la primera escena, su tumba. Esto de alguna forma se
vincula con lo que hemos ido viendo y oyendo durante la película, su amor por el
arte, la representación, agarrarse a los recuerdos. El cadáver de Anne no
podía quedar de cualquier manera.
La dirección de Haneke es ejemplar, siempre sabemos en qué
lugar estamos, la casa donde pasamos toda la película está descrita a la
perfección, no se perdería nadie en ella.
En el debe de la cinta están ciertas coartadas poéticas a
las que recurre Haneke, metáforas a lo Ingmar Bergman que chocan con esa
aspiración de realidad y que aportan más bien poco a la tesis del director,
diluyen su fuerza y no vienen a cuento, sobran completamente. El paradigma de
todo esto está en las escenas de la paloma, primero la echará de la casa, luego
la cazará, acariciará y abrazará como necesitado de algo a lo que dar afecto.
La paloma, el símbolo del espíritu, uno que dejará ir y otro, el suyo, al que
se abraza antes de abandonarnos. Relacionado con esto podemos mencionar el pájaro pintado en la sala de música de la casa, representante del stand by de esa insoportable situación. El impacto de los hechos tampoco es de la contundencia que se podría esperar, quizá cierta previsibilidad influya, pero la realidad es aún peor.
Resulta francamente llamativa la penúltima escena de la
cinta, viniendo de Haneke. El director parece ceder en su fría objetividad con
una escena donde, agua de vida mediante, se muestra romántico, tierno, amoroso,
casi místico, con sus personajes, en una idea de amor tras la muerte. Nuevamente
un eco, recuerdo, anhelo… la pura esencia. El amor.
Una poética resurrección de amor. Casi al estilo de “La
palabra” (Carl Theodor Dreyer, 1955). Aunque pueda tener paralelismos con “El hijo
de la novia” (Juan José Campanella, 2001), “Dejad paso al mañana” (Leo McCarey,
1937) o “Cuentos de Tokio” (Yasujiro Ozu, 1953) no tiene mucho que ver.
Haneke no juzga a sus personajes, ni defiende ni justifica
ni condena el acto de George. Su excelente reflexión sobre el amor le lleva a
exponer un acto concreto de ese sentimiento, muchos actos en realidad, porque a nadie,
visto todo lo que hace George por Anne, puede caberle duda de que la ama con
todo su ser, y su reacción, su acto, es aquí un acto de amor más, como lo
hubiera sido no matarla de igual forma. El amor, un sentimiento complejo e
imprevisible, bello y doloroso, que lleva a acciones inesperadas… nada más que
eso. Aquí la muerte es amor. Esto dice Haneke.
Esto podría llevar a interpretaciones como una apología de
la eutanasia que ciertamente no veo. Lo que sí veo es una profunda y dolorosa
reflexión sobre la enfermedad, la vejez, la muerte, con sinceridad y en la que
sobran ciertas coartadas poéticas, metafóricas, bergmanianas… una reflexión
sobre el AMOR.
Las interpretaciones son ejemplares y emocionantes y la dirección
sobria y talentosa. Uno de los grandes títulos del año.
Hola Mr.Sambo,
ResponderEliminarya había ganas de encontrarnos con esta película en tu blog:) Lo único que no me gustó, o quizá no que no me gustase, sino que ciertamente, sobraba, es el momento de la paloma. Por lo demás, una película, que como todas las de Haneke, invita a la reflexión (sí, Haneke no juzga a sus personajes) y te sorprenden en cualquier momento, presentándose de nuevo; eso sí, salvo "La cinta blanca" el resto tardaré creo en revisionarlas, y eso que sí es uno del mis favoritos;)
Un abrazo,
Patricia
Te produce emociones intensas verdad,querida Patricia? De ahí que necesites tiempo para encararlas. Me alegra haber acertado con la crítica de uno de tus cineastas preferidos, siempre es un reto. Comparto contigo el tema de la paloma, es algo que chirria demasiado, verdad?
EliminarUn beso fuerte.