Crítica: EL CEBO (1958)

LADISLAO VAJDA

Es fácil caer en el amarillismo, el sensacionalismo, el efectismo con temas complicados y fuertes como la pederastia por ejemplo, es muy sencillo caer en el morbo fácil. Ladislao Vajda se sumerge en este complicado tema, regalándonos una de las mejores películas del cine español en una trama de género negro sobre un asesino de niñas, con tacto impecable. Todo es perfecto en la película, el ritmo, los personajes, el tacto y precisión de la dirección, el cuidado y respeto en la forma de enfocar el tema, Vajda no se permite ni un solo lujo efectista (salvo la música en algún momento).

Un tema fuerte como éste ya de por sí impacta lo suficiente como para subrayarlo o recalcarlo, de ahí que sea tan sencillo equivocarse al tratarlo.

Una niña aparece muerta en un bosque, es encontrada por un buhonero en quien recaen todas las sospechas. Sólo un policía le cree y decide investigar por su cuenta quién pudo ser el verdadero culpable, a pesar de haberse retirado para dedicarse a otro trabajo.

“El cebo” es el “M, el vampiro de Düsseldorf” español, una obra maestra que juega a la perfección con lo escabroso del tema y el lado oscuro de los cuentos infantiles. Esos planos del “monstruo” en el bosque, que sin apariencia siniestra produce un escalofrío en el espectador al rondar a los niños, consiguen el mismo miedo que podía producir “el lobo” de Caperucita, una mezcla perfectamente cohesionada como lo era el viaje de cuento de los dos niños perseguidos por Robert Mitchum en “La noche del cazador” (1955, Charles Laughton). El monstruo haciendo trucos de magia en el bosque remite directamente a los planos tenebrosos del viaje por el rio en la obra maestra de Charles Laughton.

Cuentos infantiles, lado siniestro y trama de género negro, todos estos ingredientes en su justa medida. Todo ello para reflexionar sobre la pérdida de la inocencia, no ya de las personas sino de una época.

La recreación del mundo infantil, o de algunos elementos del mismo, y la perversión que el mundo adulto produce en él, es algo vertebral en ésta y en el resto de películas citadas, una brillante forma de tratar el tema.

El exceso de confianza de los niños, del mundo infantil en general, está ligado al exceso de confianza de la sociedad en esa época, si para los niños todo es posible y no piensan que nada malo les vaya a ocurrir, en esos tiempos la mentalidad era la misma, y en lo último que se pensaba era en asesinos en serie o en psicópatas varios, existía una completa confianza que se manifestaba dejando las puertas abiertas y a los hijos campar a sus anchas. Esa narración de doble vía es una idea soberbiamente expuesta.

El tacto con que todo está rodado se aprecia ya en la primera escena, perfectamente ambientada con esa niebla que da una sensación de irrealidad (cierta referencia al mundo infantil), y donde el buhonero encuentra el cuerpo de la niña tirado en el bosque, todo en plano general, seguido de un inserto con la reacción del vendedor ambulante, pero nunca se muestra el cuerpo de la niña (en detalle), salvo en el plano general donde ni siquiera queda del todo claro qué es lo que se encontró. Nos lo confirmarán mediante diálogo. Posteriormente sólo se nos mostrará un brazo de la víctima.

Todos los personajes son tratados con superficialidad, sin profundizar en su personalidad ni psicología, tan solo en la del protagonista vemos algo más en esa paulatina obsesión por capturar al asesino, y en la del propio asesino y su carácter reprimido e infantilizado.

La escena que sigue empieza a definir al protagonista, el comisario Mattäi (Heinz Rühmann), ante la indecisión o miedo a enfrentarse con los padres de la cría muerta que sienten todos, él toma la decisión de ir, y por lo que parece es norma habitual que lo haga en casos parecidos. La escena en cuestión no deja de ser escalofriante, especialmente en su conclusión, una vez el comisario ha salido de la casa y se oye en off el grito desgarrado de la madre. Mattäi es testarudo, eficiente y con un punto obsesivo, incluso es capaz de usar a una niña como cebo para lograr su propósito, una persona tenaz pero no del todo simpático, sus medios son cuestionables.

La investigación se va sucediendo, y por pruebas circunstanciales por un lado y por la necesidad de calmar a la población encontrando un culpable para el atroz delito por otro, la culpa recaerá en el buhonero. La ambigüedad y relativismo en las interpretaciones de los hechos es tremendo y frio, el suicidio, ante la acusación, del buhonero será visto como una prueba del delito por todos. Menos por Mattäi.

La introducción en la psicología infantil por parte del comisario Mattäi es de los elementos más interesantes del film, esas escenas en la escuela y las interpretaciones de los dibujos hechos por la víctima, por ejemplo. Es un personaje que no permite la ligereza en su vida, que se siente agarrotado en sociedad y sólo parece cómodo metido en su trabajo, se intuye un pasado tormentoso y el uso del trabajo como huida.

La brillante puesta en escena es seca, sin concesiones, muy bien fotografiada y dotando de un ritmo, tanto interno en cada plano como en general a la película, sin pausa. La tensión va creciendo de forma magistral hasta hacerse casi insoportable en los momentos finales.

La presentación del asesino (Gert Fröbe) es magistral, un coche, su casa, las manos de la mujer que lo domina haciendo punto, una puerta que se abre y una sombra que aparece, la voz de la mujer marca su tono autoritario y él nos deja oír la suya, suave. Lo único que vemos de él son unas gruesas manos que se retuercen nerviosas, las manos del crimen. La puerta que abrió se vuelve a cerrar. La escena se cierra de forma circular con las manos de la mujer haciendo punto.

El bosque, los bosques, tiene siempre algo especial, mágico, que alimenta los sueños y la imaginación infantil. Lugares para el misterio, el miedo y la magia.

Nuestro protagonista lleva su soledad hacia la obsesión y ésta a decisiones moralmente cuestionables, como es arriesgar la vida de una niña exponiéndola como cebo para cazar a un asesino.

Vajda retrata muy bien el ambiente rural suizo, su libertad, su confianza, su inocencia, las maneras de ganarse la vida de sus gentes, su moral, todo ello afina y potencia el contraste del drama principal entre la inocencia del mundo infantil y la perversión de las desviaciones adultas, como mencioné anteriormente.

Mattäi va hilando las cosas siempre influido por niños, la idea del cebo se la da un chaval que pesca, así como la de las chocolatinas que el asesino da a las niñas para camelárselas la saca del dibujo de una de ellas. Una vez más esa fusión del mundo infantil y el adulto pero en una doble vía, el adulto que pervierte al infantil, pero el infantil que es capaz de guiar al adulto para la resolución. La frialdad del comisario en su propósito es tremenda, nunca acaba de caer simpático.

Vajda se centra en un momento determinado en el asesino, le vemos actuar, cómo primero fija su objetivo, luego analiza el terreno mientras juguetea infantilmente con las ramas y luego como actúa engañando a la niña, todo en un bosque brumoso nuevamente.

Interesante es la ambigüedad del protagonista, es evidente su frialdad pero las motivaciones pueden ir desde la obsesión sin más, que tampoco parece que haya sido el modus operandi habitual de Mattäi, a la necesidad personal de cumplir el compromiso que hizo a la madre de la niña asesinada al principio de la película. En este último caso la frialdad de Mattäi sería aparente, pero su coraza no lograría ocultar el interior de un personaje cuya vida tiene en el trabajo, en la obsesión, su refugio. Mattäi no tiene pasado pero se le intuye, no está casado ni tiene niños pero casi adopta como suya a esa niña muerta, mucho más que a la viva. Quizá porque se siente de forma parecida y cree poder resucitarla de alguna manera logrando la resolución del caso. Esta indefinición o poca concreción en el personaje de Mattäi lejos de ser un problema enriquece tanto al personaje como a la película, acentuando la extrañeza y la sensación de imprevisibilidad y desasosiego.

La aparición del asesino en su coche, su mirada a la niña que juega despreocupada en el bosque colindante con la carretera, crea una tensión y un miedo verdadero, un suspense creciente hasta el final muy brillante. Una película tensa de principio a fin apoyada en la frialdad y sequedad de su narración que en su tramo final se desborda.

El asesino infantilizado usa de forma sencilla pero efectiva la psicología infantil para acercarse, así en un primer momento sólo pretende hacer confiarse a la víctima. Si bien podría ya en ese momento cometer el asesinato prefiere hacerlo en varios pasos. El asesino necesita de confianza con respecto a su víctima para asesinarla. Dramáticamente es muy efectivo ya que favorece y hace crecer muchísimo la tensión. Ese vínculo entre asesino y víctima, el uso del muñeco para atraer la atención, sus regalos de cromos y chocolatinas y sus coincidencias infantiles, es interesante, una conserva la inocencia, el otro está completamente pervertido a pesar de todo. La escena cotidiana que desarrolla sutilmente la relación de esa especie de familia disfuncional impostada, sirve para rebajar la tensión y además humanizar dicha relación, en especial a nuestro protagonista. Una bonita escena, hecha de forma escueta y sin alardes, con sencillez, como toda la película.

Mattäi roza la cara dura en su relación con la madre de la niña. Usando a su hija como cebo se permite el lujo de decir que no es asunto de la mujer saber si es o no policía. Las dobleces del personaje son muy interesantes, especialmente porque no están recalcadas, sólo sugeridas, un personaje misterioso con un toque siniestro. Con todo resulta extraña la sumisión de la mujer.

La declaración de la niña diciendo que quiere más “al mago” que a Mattäi, con quien ha convivido más tiempo, deja entrever ciertos aspectos también del carácter del comisario, aunque no parece afectarle lo más mínimo, lo cual no deja de ser significativo. La confesión con respecto al plan que Mattäi le hace a la mujer está llena de frialdad y ciertos toques de locura. En el final parece que la relación de esa familia de solitarios puede desarrollarse.

Los minutos finales son de gran tensión, desde la búsqueda del comisario al asesino hasta su casa, hasta su captura final, rodados con elegancia y dominio del suspense. El asesino sólo estalla, es decir, decide matar a la niña, cuando su frustración e impotencia llegan a un determinado punto que le supera, generalmente por una discusión, como la que vemos al final. Gert Fröbe está magnífico. Le veríamos posteriormente en Goldfinger, un James Bond, así como en “Los crímenes del Doctor Mabuse”  (1960), un nuevo elemento común con el director Fritz Lang, aunque en este caso la colaboración es posterior con el director alemán.

En el final, la magia, por fin, no tiene connotaciones siniestras, ni está pervertida por el mundo adulto.

“El cebo” es una película sui generis en la cinematografía española, de género negro y arriesgada, no en balde la presencia española está en la producción y en los apartados técnicos ya que en los artísticos apenas existe. Ni los actores, ni el director, que aunque afincado en España era húngaro, ni el guionista, Friedrich Dürrenmatt, que adapta su propia novela.

Como rasgos negativos, escasos, que tiene la película, reseñar alguno de los aspectos mencionados anteriormente, la falta de algo más de desarrollo en la relación entre el comisario y la madre de la niña, nada importante, y la música, en exceso estridente y algo efectista en ocasiones aunque eficaz.

Nada merma la calidad de una de las grandes obras maestras de nuestro cine.