Uno de los directores que más interés me despertó en mis
inquietudes cinéfilas de los 90, sobre todo tras ver “Alguien voló sobre el
nido del cuco”, con la que quedé fascinado por su profundidad, calidad,
alegorías, simbolismo y filosofía. Me metí de lleno en su obra.
Lo que más me interesó e impactó de Forman fue su pasión por
la individualidad, por el individuo, algo que comulgaba, desde mi juventud, a
la perfección con mi forma de ver las cosas. Esa es, precisamente, una de las
piedras angulares de su universo conceptual, y nunca con tanta fuerza se vio
plasmado en su obra como en “Alguien voló sobre el nido del cuco”.
Me parece maravilloso poder descubrir cómo se fue gestando
esa filosofía, esa pasión por el individuo, el individualismo y la libertad.
Nacido en la República Checa, el joven Jan Tomás Forman, su nombre real, vivió
varias dictaduras, desde el nazismo que se llevó a sus padres (a su madre y al
que creía su padre, porque el verdadero lo conoció mucho después, cuando una
amiga de su madre, superviviente al Holocausto, le confesó que su padre biológico
era un arquitecto judío, que también sobrevivió al Holocausto, y al que terminó
conociendo), al comunismo que padeció en Checoslovaquia bajo control soviético.
Entornos asfixiantes, opresores, castradores, violentos… Su creación artística,
sus temas, por tanto, terminaron centrándose en la defensa profunda del
individuo, de su esencia, en contra de los colectivismos, de los entornos opresores.
La alerta del peligro de la alienación en la sumisión al sistema... Normal, era
la lógica expiación de un espíritu artístico que vivió y padeció lo que vivió y
padeció.
Allí comenzó su carrera cinematográfica, en Checoslovaquia. Sus
mejores películas checas fueron “Pedro, el negro” (1964), “Los amores de una
rubia” (1965) y “¡Al fuego, bomberos!” (1967), previas a su paso a los Estados
Unidos…. Estaba claro que el cineasta necesitaba oxígeno, aire libre, y en
cuanto tuvo la oportunidad de escapar de allí se dirigió hacia América, un país
que amó y que lo adoptó.
Es fantástico el talento que surgió en aquellos años de
dictaduras, algunos llegando a los Estados Unidos para dar a la industria una
mirada distinta y un toque intelectual, como Polanski o el propio Forman.
Su primer título americano fue “Juventud sin esperanza”
(1971), buen calentamiento para la que sería su obra maestra.
El individuo contra un entorno opresivo. La libertad, sea
normal, natural (Ragtime, Hair), provocativa, transgresora (Alguien voló sobre
el nido del cuco), soez o vulgar incluso (El escándalo de Larry Flynt). Íntima o
expansiva. Personajes extremos, sin filtros, de pura libertad, casi radicales,
independientes, rebeldes, ajenos a lo convencional, al orden establecido. El
cine de Forman siempre es vital y enérgico, un canto a la vida, aunque se
encamine hacia la tragedia.
La libertad, por transgresora que fuera, es el motor que
mueve a esos personajes, que cuando son limitados, se rebelan, sufren, mueren,
al no tener sentido en sí mismos…
Y la provocación, la transgresión. Dos conceptos que en
Forman son intelectualizados para desnudar las contradicciones sociales, como
un pulso que impulse al cambio, como si fuera un juego, una necesidad que
desmonte lo constreñido, lo impuesto. Sus personajes provocan para romper el
lazo que oprime, para escenificar la existencia de ese lazo. Eso hace Jack
Nicholson en el hospital psiquiátrico espoleando a sus compañeros, o Larry
Flynt con su revista… Ir un poco más allá.
En su reflexión sobre la libertad, Forman nos descubre que
es ahí donde nos conoceremos, cuando rebasemos límites que nos imponemos
nosotros mismos por muy distintas razones. Un conocimiento que posiblemente nos
sorprenderá, pero que es necesario.
Todo ello lo encontraremos en sus grandes películas
americanas. Empezando por “Alguien voló sobre el nido del cuco” (1975). Un hospital
psiquiátrico, un espíritu libre intentando inculcar su esencia a los “locos”
que están allí. Un control férreo, opresor, que intentará someter a ese hombre
que representa la pura libertad, en lo bueno y lo malo…
“Alguien voló sobre el nido del cuco”, tiene toda la esencia
de Forman. Una película que consiguió 5 Oscars en todas las categorías
principales (película, director, actor principal, actriz principal y guión
adaptado), de las 9 en las que estuvo nominada. E hizo lo mismo en los Globos
de Oro, algo único.
El Randle McMurphy que interpretara magistralmente Jack
Nicholson, es el claro exponente del personaje formaniano, el hombre libre
sometido, el hombre rebelde inquebrantable al que sólo se puede controlar acabando con su personalidad… un final que abarca toda la filosofía del
director.
Entornos castradores y opresivos, como el racismo en “Ragtime”,
las convenciones morales en “El escándalo de Larry Flynt”, los prejuicios y
estrecheces sociales en “Man on the moon” (1999), el academicismo y el orden en “Amadeus”,
las reglas sociales estrictas de “Valmont”… donde refulgen personajes que se
oponen a todo eso con su libertad rebelde (Alguien voló sobre el nido del
cuco), trasgresora y soez (El escándalo de Larry Flynt), genial (Amadus o Man on the moon), reivindicativa (Ragtime), hedonista (Hair)…
Sociedades hipócritas y represoras que buscan aniquilar a la
persona especial, distinta, como Andy Kaufman cuando resquebraja los limitados
esquemas mentales de ellos, Larry Flynt sus limitadas visiones morales, Randle
McMurphy sus estrictos códigos de orden, Mozart la envidia generada por la
genialidad… y que Forman desnuda sin compasión, siempre de parte de sus
individuos especiales, aún cuando su destino sea fatal. Muchos pagarán por todo
ello, en un conflicto irresoluble, como le ocurre a McMurphy; otros ganarán a
la eternidad, como Mozart…
“Hair” (1979) es la escenificación de esa aspiración de libertad:
los hippies contra la guerra; la música y el hedonismo contra el belicismo y el
orden impuesto… una vez más. Y la música y el arte de un pianista afroamericano
luchando contra la intolerancia en “Ragtime” (1981)… Siempre una concepción con
muchos rasgos en común, como ven.
“Amadeus” fue su otro gran éxito. Consiguió 8 Oscars y
estuvo rodada en su país natal. Históricamente poco rigurosa, pero creó
auténticos iconos, estereotipos, el de la genialidad y el de la envidia que
provoca, aún recordados y vigentes hoy día entre los cinéfilos.
“Valmont” (1989) tuvo la mala fortuna de competir con “Las
amistades peligrosas” (1988)… lo que son las cosas. Las dos casi a la vez en
las salas adaptando la novela de Choderlos de Laclos. Salió vencedora la versión
de Stephen Frears, más glamurosa y hollywoodiense, más intensa, pero sin ese
toque frívolo, ligero, satírico, que poseía la magnífica película de Forman.
En su estilo gustaba de dar libertad a los actores, algo que
le extrañó y a la vez gozó Jack Nicholson, por ejemplo, en el papel que le dio
el Oscar en “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Le gustaba la improvisación,
para él imprescindible y necesaria, del resto del equipo, siempre desde el
absoluto control y conocimiento que él tenía del guión.
Además de estos aspectos, la música, la ópera y el Jazz
aparecen a menudo en su obra, quizá por ello realizó una ópera, casi como si
recordase a Amadeus y “Ragtime”, junto a sus hijos gemelos: “Un paseo bien
pagado”, una obra jazzística.
Ya estoy deseando meterme con alguna de sus obras maestras,
analizar y sacar todo el jugo a su rica obra y a esas ideas que tan
brillantemente desarrolló. Su eternidad.
Murió el pasado viernes 13 de abril con 86 años “en paz y
rodeado de sus seres queridos”, tras una breve enfermedad. Pero como ocurre en
los grandes y en los seres queridos, esto de la muerte es sólo un trámite.
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